El maestro y sus alumnas en una escuelita rural 1
Cuando uno es joven y le asignan a una escuelita muy apartada de los andes peruanos, pasan cosas sin proponértelo, la pequeña Marina se ofrece a hacerme conocer los alrededores y aprovecho para introducirla en el mundo del placer. .
Eran los tiempos en que había muchas escuelas rurales donde no llegaba la carretera y debía llegarse a través de caminos de herradura, caminando durante horas e incluso días enteros. En aquellos tiempos los profesores de profesión sólo alcanzaban para las ciudades, en las escuelas rurales podían asignarse egresados de secundaria como fue mi caso. El lugar que me asignaron estaba ubicado en un lugar muy lejano de los andes centrales, los carros llegaban una vez a la semana a la capital del distrito y desde allí tuve que caminar unas 4 horas para llegar a mi destino, un caserío de unas treinta casas donde estaba la única escuela de la zona a la que asistían niños y adolescentes de los caseríos cercanos, eran unos 25 alumnos divididos en dos aulas, de inicial a segundo y otro de tercero a quinto de primaria, éste último estaba a mi cargo con 8 chicas y 5 muchachos cuyas edades oscilaban entre los 10 y 17 años. Me dieron alcance dos campesinos con una mula para transportar mi equipaje, que era muy poco; al llegar al pueblo me instalaron en la casa de uno de ellos cuya familia estaba conformada por Carlos, que era el jefe de familia, Roberta su mujer y una niña de 11 años llamada Marina. La casa era rústica, tenía varios ambientes, un área amplia cercado como patio, pero no tenía los servicios básicos, ni baño, sólo un silo para las necesidades, bebían agua de una fuente cercana y no había electricidad por lo que se alumbraban con velas o lámparas.
Me instalé en la casa de Carlos y Roberta, mi habitación estaba un poquito separada de la parte donde vivían ellos, había un cuarto donde dormían y un ambiente donde cocinaban con una mesa y banquitos para comer. La escuela se hallaba casi en las afueras del caserío, pero estaba a sólo 5 minutos caminando desde mi alojamiento, unos 300 metros de distancia. El segundo día fui a reconocer la escuela y allí conocí a la otra maestra, que ya tenía su edad y estimo que estaba próximo a jubilarse. Coordinamos para citar a los padres de familia y realizar los arreglos necesarios en las dos precarias aulas que tenía un patio amplio sin ningún cerco, es decir a campo abierto.
Los primeros días fueron de lo más normal, conociendo a cada uno de los alumnos, tanto de mi clase como de la otra clase, también a algunos padres que se acercaban por algún motivo o preocupación de sus hijos. En mi clase los jovencitos eran de muy diverso carácter, muchos tenían edades mucho mayores para el grado en que estaban, es cosa normal en estas zonas donde muchos de ellos abandonan las clases antes de culminar incluso la primaria. En mi clase estaba Marina, la niña de 11 años hija de mis huéspedes, era bajita, un poquito gruesa, trigueña y con una carita y actitudes de los más coquetas, siempre estaba riéndose por cualquier cosa y sus compañeras le hacían muchas bromas a los que tenía que frenarlos cuando eran muy pesados. Su amiga más cercana era una chica mayor, tenía 14 años, próximo a cumplir los 15, se llamaba Carina, una chica simpática, blanca con la que siempre estaban juntas, eran casi inseparables. Entre los otros alumnos había dos chicas, una de 15 y otra de 17 años, y los jovencitos eran menores de 15 años.
Por la tercera semana ya me había conocido el caserío de rincón a rincón, caminaba un poco todos los días y ya me conocía casi todas las casas y sus pobladores. Marina había agarrado mucha confianza conmigo, venía frecuentemente a mi habitación para que le ayude con algunas tareas y sus padres estaban muy agradecidos. Entre broma y broma, viendo que era muy coqueta yo la hacía bromas inocentes, ella sólo reía y reía, lo que aprovechaba algunas veces para hacerla cosquillas, ella respondía con su complacencia, entonces yo la cogía por los sobacos y la tumbaba en la cama y me tiraba encima de ella, a veces aprovechaba para frotarle sus incipientes senos por encima de su blusa. Cabe aclarar que sólo algunos niños iban con uniforme a la escuela, la mayoría iban con su ropa normal, las niñas normalmente con polleras, una blusa y una mantilla en la espalda. Los juegos con Marina iban subiendo de tono, cosa que le gustaba a la chiquilla, nunca se quejaba ni trataba de evitar estos juegos. A veces la aplastaba tratando de hacer sentir mi protuberancia en la dirección de su entrepierna o presionaba con mis manos esa parte por encima de su pollera. En una de esas ocasiones introduje mi mano por debajo de su pollera y pude sentir lo cálido de su entrepierna, rocé ligeramente sus labios vaginales y me percaté que no llevaba calzón, cosa que me pareció normal.
Un viernes por la noche, al momento de la cena, pregunté a Carlos que me gustaría caminar por los cerros cercanos al pueblo y si podría acompañarme para hacerme conocer. Carlos dijo que mañana irían con su esposa a hacer sus labores en el campo por la parte baja, pues ya se acercaba la cosecha y tenían que disponer lo necesario, pero que Marina podría acompañarme porque conocía todos los alrededores, es de aclarar también que la mayor parte de las conversaciones era en quechua, aun cuando con los alumnos trabábamos de hablar mayormente en castellano, pero en la casa se hablaba en quechua. Marina aceptó con su sonrisa coqueta y dijo que me haría conocer todos los lugares posibles.
Aquel día, muy temprano Carlos y Roberta salieron a trabajar no sin antes alistar un poco de fiambre para nosotros, pues ellos regresarían muy tarde y yo pensaba pasar el día por los cerros cercanos, además nos llevamos algunas cosas que tenía entre mis provisiones. Nos encaminamos por un camino de herradura que era de tránsito de los campesinos ya sea hacia las estancias o para ir a pastear sus animales, dicho sea de paso, aquellos lugares estaban cubiertos de bastante vegetación consistente en pequeños árboles y arbustos locales que muchas veces dificultaba la visión del paisaje. Primero llegamos a una pequeña planicie desde el que podía observarse la mayor parte del caserío y un amplio paisaje que se extendía entre los cerros, estuvimos deambulando por los cerros y colinas tratando de llegar lo más arriba posible, cuanto mayor era la altura escaseaba la vegetación, pero había oquedales donde había árboles y mucha maleza. En los cerros cercanos de vez cuando mirábamos algún rebaño de cabras u ovejas con sus respectivas pastoras que generalmente eran niños o niñas, en algún momento creí ver a Carina, la amiga de Marina, pero no dije nada.
Llegamos a un lugar donde había una pequeña laguna que daba por un lado a una zona empinada y por otro lado, luego de un espacio libre había rocas y árboles medianos, allí nos dirigimos para descansar y comer algo de nuestro refrigerio. Hasta aquí todo normal, no pensaba en otras cosas hacia ella, por lo menos en esta ocasión, pero la cosa cambió cuando después de descansar y comer quiso mear, me dijo que iba un rato detrás de unas rocas, yo esperé un momento y cuando regresó también fui a mear al mismo lugar, fue en ese momento que me picó el deseo de provocarla y al pensar mi herramienta comenzó a erguirse y tratando de disimular me senté junto a ella, empecé a alagarla diciendo que ella era muy bonita, le pregunté si los chicos la fastidiaban, me respondía con evasivas riéndose, yo le insistía que seguro había algún chico que le gustaba, ella negaba en una forma muy coqueta a lo que empecé a hacerle cosquillas, ella se ría y se rodaba sobre la hierba, en un momento se había levantado su pollera hasta muy arriba que me permitió sujetarla por la cintura y tocarla con la otra mano en su entrepierna desnuda, mi mano llegó a su rajita que estaba húmeda, alcancé a tocar su botoncito a lo que ella empezó a respirar agitada, como estábamos al aire libre la dije al oído que vayamos a una parte oculta por unos arbustos, ella aceptó con un movimiento de la cabeza, la llevé cargando a un pequeño claro entre la vegetación, había una piedra grande inclinada sobre la que la eché y la presioné con mi cuerpo, mientras la besaba en el cuello y la cara, con mis rodillas fui abriendo sus piernas y presionando con mi protuberancia en su entrepierna. Nuevamente le pregunté —¿quieres? —, ella sólo movió la cabeza en señal de aceptación, coloqué mi boca sobre sus labios cerrados, traté de hacer presión sin forzar, mientras mis manos hurgaban entre su entrepierna y pasaba mis dedos por su rajita húmeda. ¿Luego llevé su mano a mi paquete que estaba bastante erecta, le pregunté nuevamente —quieres que lo saque? —, movió la cabeza afirmativamente; al sacarlo lo miró con sorpresa, coloqué su mano llevándole a rodear y mover hacia arriba y abajo, la expresión de su rostro era arrobadora; a continuación la coloqué bien sobre la roca, levanté su pollera y sus piernas, se presentó ante mis ojos un hermoso espectáculo, sus labios vaginales rosados e hinchados, sin muestras de vello púbico, surcado por una hendidura que terminada en un pequeño botoncito que era su clítoris; al abrir ligeramente su hendidura se asomaba rastros de un líquido cristalino, abrí un poco más y se podía observar el pequeño agujero de su uretra y el ojalcito de su himen intacto. Me quedé extasiado por un momento, acerqué mis labios a esa deliciosa fruta, lamí con mucha delicadeza de abajo hacia arriba, luego de varias pasadas, ella estaba como en las nubes, jadeaba despacio con los ojos cerrados, lo que aproveché para erguirme y acerqué el capullo de mi pene que también ya estaba babeando, la pasé de abajo hacia arriba y viceversa, tratando de presionar en el centro donde se hundía toda la cabeza, pero al hacer mayor presión ella empezaba a quejarse, por lo que no quise malograr el momento y terminé de masturbarme en esa deliciosa almeja, hasta que con un gemido profundo ella se desmadejó, al mismo tiempo que yo expulsaba abundante esperma en su agujero, tratando de que todo se vaya dentro de su vagina. Luego del momento de éxtasis, retiré la cabeza de mi pene y pude observar que la esperma salía de su pequeño agujero y se derramaba sobre la roca, traté de limpiarla todo lo que pude con un pañuelo que tenía en el bolsillo, pero luego que ella se recuperó fuimos a un lugarcito escondido en la orilla de la laguna donde la lavé con mucha agua palpando nuevamente su preciosa almeja repetidas veces.
Nos acomodamos las ropas y nos alistamos para regresar, ni ella ni yo decíamos palabra alguna, así empezamos a caminar desandando el trayecto, de vez en cuando la miraba de soslayo y se notaba que estaba muy contenta. Al llegar a un promontorio nos sentamos a descansar, allí fue donde la empecé a hablar nuevamente.
—Estas muy bonita Marinita, eres una niña muy linda. Ella sólo se reía con su forma peculiar de coquetería.
—¿Te ha gustado?, —la seguí hablando.
—Sí, me ha gustado —ella no me decía profe o profesor, me hablaba impersonalmente.
—¿Cuándo hacemos de nuevo? —Me sorprendió su pregunta
—Ha, eres golosa, ¿quieres que repitamos ahorita?
—Ya es tarde, mis papás ya estarán por llegar, mejor otro día. —Dijo riéndose como siempre.
Nos pusimos en marcha nuevamente, seguimos hablando sobre muchas cosas, la seguí preguntando si algún chico la afanaba, me dijo que uno de los chicos mayores la fastidiaba mucho, incluso una vez la había manoseado, pero que a ella no le gustaba.
Continuará
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