El Masaje
Una deliciosa sesión de masajes.
Me gustan los salones de masajes.
Me gusta ir a esos pequeños departamentos donde las masajistas que están disponibles tratan de convencerte para ir a uno de los cuartos.
Pero no me malentiendan, no quiero sexo. Me gusta que una mujer sepa hacer masajes, que me excite y que me haga eyacular sólo con sus manos. Para mí es algo más que una simple masturbación, si no fuera así me quedo en casa y lo hago yo solo.
Pero hay de todo, hay locales y chicas, sin embargo, hay una especial que me gusta visitar de vez en cuando.
El anuncio del local llegó a mí a través de un correo spam. Por lo general sólo reviso los encabezados y cuando veo algo interesante lo abro.
No recuerdo exactamente que decía, pero la ubicación del local me dio buena espina. Un barrio residencial relativamente cerca de donde vivo.
Llamé por teléfono y saqué una cita. La voz de la recepcionista fue agradable y divertida. Como si llamara a una amiga. Sin embargo, he aprendido a no confiar. En otras ocasiones he ido a conocer centros de masajes nuevos y he salido defraudado la mayoría de las veces.
La calle era tranquila, paralela a una avenida principal. Cuando ubiqué la dirección me descoloqué un poco porque era un edificio residencial. A través de las cortinas abiertas de una de las ventanas podía ver a una mujer mayor hablando por teléfono.
Presioné el botón del intercomunicador del piso 4. Una voz agradable me contestó.
– Hola – le dije – tengo una reserva.
– Pasa.
El sonido de la chapa eléctrica al abrirse me indicó que ya podía entrar. Subí los cuatro pisos tratando de ser lo más silencioso posible. Por lo general estos sitios no están en edificios familiares. Estaba un poco desconcertado.
Toqué suavemente la puerta del departamento cuatro. Segundos después se abrió y pase a la sala. Las cortinas estaban abiertas iluminando el área, un sofá de dos cuerpos y una mesita de vidrio era el único mobiliario que se veía.
La chica que me abrió la puerta era baja, quizás 1.65 cm, de piel blanca y rostro ovalado de pequeños labios. Llevaba puesto un vestido azul de una sola pieza que dejaba ver sus piernas tonificadas por el ejercicio. Sus hermosos senos querían escapar del apretado vestido.
– ¿Tú eres José? – su voz era dulce y de inmediato se me puso duro el pene.
– Si – respondí tomándola de la cintura y dándole un beso en la mejilla – ¿y tú eres?
– Bianca – respondió con una sonrisita.
– Cuéntame Bianca – le dije mientras me alejaba un par de pasos, pero sujetándola de la mano – ¿cuáles son las terapias?
Bianca se rió y giró sobre si misma alejándose coquetamente con un guiño.
– ¿Qué te parece si te presento a las otras señoritas y luego decides?
Estuve de acuerdo con ella, me senté en el sofá y esperé. El ritual es muy parecido en todos los centros de masajes a los que he ido. Una chica presenta a las demás y ahí uno escoge.
Salieron dos chicas más, una morena delgada de senos pequeños y cabello largo ondulado que se llamaba Mia, la otra era de piel cobriza, cabello rubio teñido y cintura de avispa que se hacía llamar Rubí. Las tres se movían de manera sensual y cálida. Elegí a Bianca.
Sonrió traviesa y me llevó a un cuarto. La tomé de la cintura y ella pasó sus manos por mi cuello. Sus labios quedaban muy cerca a los míos. Moviéndose cadenciosamente y acariciándome la nuca me explicó los servicios que brindaba (sin ningún tipo de sexo dijo con un gracioso mohin). Le dije que tomaría el masaje tántrico.
– Ok mi amor, desvístete que ya vuelvo.
Mientras me sacaba la ropa le di un vistazo a la habitación, un ropero vacío con algunos colgadores para colocar la ropa, anaqueles en las paredes con velas aromáticas que nunca se habían prendido, una radio pequeña con un usb colocado en ella, un delgado colchón de masajes en el suelo y un espejo colocado en una de las paredes.
Colgué mi ropa en los ganchos y me quedé con el boxer puesto, esperando la llegada de Bianca.
Algunos minutos después ella entró y me quedé con la boca abierta y una durísima erección.
Estaba con un baby doll rojo de gasa transparente, sus grandes senos estaban un poco caídos por la edad y sus pezones oscuros contrastaban con la piel blanca. Un pequeño calzón con un lazo de adorno apenas cubría su depilado coño y el hilo se perdía entre sus duras y perfectas nalgas. Lo mejor que tenía era el culo, con forma de pera y duro. Me abalancé sobre ella. Me faltaban manos para acariciarla. Le besé el cuello, palpé su hermoso trasero, sentí sus pechos en mi piel y mi verga se exaltó poniéndose dura y golpeándole el vientre plano.
Me tomó delicadamente de la mano y me puso un dedo en los labios.
– Tranquilo mi amor, tenemos tiempo – dijo seduciéndome. Dio dos cortos pasitos hacia mí, colocó sus manos en mi cintura y lentamente empezó a bajar el bóxer mientras sus ojos oscuros, pícaros y brillantes me excitaban.
Mi verga dura y enhiesta salto golpeándole la nariz. Bianca rió divertida.
– Es gruesa José, muy gruesa – se mordió el labio inferior, se puso de puntillas y me dio un rápido beso en los labios.
– Vamos, échate.
Me puse boca abajo en la colchoneta
En el reflejo del espejo pude ver como el baby doll caía al suelo seguido por el calzón. La verga la tenía durísima. Me la acomodé lo mejor que pude.
Bianca se arrodillo a mi costado y dejó caer aceite en mi espalda, siguiendo la línea de la columna. Sus fuertes dedos empezaron a trabajar mis músculos.
Las tensiones acumuladas por el trabajo y la familia se fueron desvaneciendo en sus expertas manos. Cada nudo fue tratado con meticulosidad y hasta algo de rudeza. Me estaba relajando y aunque no quisiera admitirlo, era agradable recibir un masaje de verdad. Mi pene empezó a relajarse y decrecer en tamaño.
Extendió una capa de aceite en mis piernas y con esmero empezó a trabajar en ellas.
– Me encantan tus manos Bianca.
– Espera mi amor, que aún no llega lo mejor.
Sus caricias llegaron de improviso y me excitaron como nadie lo había hecho.
Con la yema de los dedos empezó a tocarme las nalgas, subiendo y bajando. Continuó por la parte interna de mis muslos evitando tocarme los testículos. Se echó encima de mi y mientras sus delicados y fuertes dedos recorrían mi piel, sus pechos resbalaban por mi espalda y me daba pequeños besos en el cuello.
El aceite de mi cuerpo hacía que Bianca se deslizara con facilidad, tocándome de maneras que no hubiera imaginado. Ahora me besaba el cuello y sus manos acariciaban mis nalgas. Ahora una pequeña mordida de hombros y con un rápido movimiento me acariciaba los huevos. Cada minuto mi pene se ponía más y más duro, aplastado por el peso combinados de ambos. Sin darme cuenta empecé a gemir despacito.
Bianca soltó una pequeña risita, bajó de mi espalda y sólo con la yema de los dedos empezó a acariciar mis huevos. Levanté las caderas para facilitarle el trabajo. Al hacerlo su dedo índice recorrió el largo de mi pene.
– Está duro mi vida.
– Así me pones Bianquita. Me tienes excitado.
– Ponte boca arriba.
Giré sobre la colchoneta y pude verla arrodillada a mi lado. Su rostro era la lujuria encarnada. Sus pezones se mostraban duros y desafiantes. Coloqué mi mano en su cintura y empecé a acariciarla suavemente. Ella sonrió.
Empezó a besarme el cuello, su lengua jugó con mis tetillas, las mordisqueó suavemente y gemí de placer. Una de sus manos jugaba entre mis huevos y mi ano, con delicadas caricias. Sus besos me calentaban cada vez más. La tomé suavemente y la puse encima de mi. Nuestros rostros estaban a centímetros uno del otro. Aproveché la fricción que daba el aceite y la hice deslizarse hacia arriba, atrapé su pezón derecho entre mis labios y empecé a succionarlo suavemente.
Sus manos se volvieron un torbellino sobre mi cabeza, despeinándome aún más. Se le escapó un ligero gemido cuando mordí su pezón. Puse mis manos en su culo y empecé a apretarlo y soltarlo. Disfrutaba de la dureza de esa preciosidad. Uno de mis dedos la acarició desde la base de la columna hasta su depilado coño.
Estaba mojada, muy mojada.
La giré sobre si misma quedando culo encima de mi vientre. Con la mano izquierda acariciaba sus tetas, mi boca le moría el lóbulo de la oreja y pasaba la lengua por su cuello, la mano derecha llegó a su coño y empecé a masturbarla.
Bianca arqueó el cuerpo de placer, mi pene dolía de la excitación, sus pequeños pies acariciaban mis pantorrillas. Mi dedo encontró su clítoris y empecé a acariciarlo. Presioné uno de sus pezones, se le escapó un largo y sostenido gemido de placer.
Giró nuevamente, colocó sus manos en mi pecho y con una lentitud premeditada acercó su rostro al mío. Nuestros labios se tocaron primero, luego se fundieron, los cuerpos se mezclaron en un abrazo que tenía más de animal en celo que de sensual. Tomé sus nalgas con fuerza, ella tiraba de mis cabellos.
Con esfuerzo pude acariciar nuevamente su coño y pude sentir como se vino. Su cuerpo se tensó por unos instantes y luego se relajó con lentitud. Quedó tendida encima de mi y pude ver una sonrisa de satisfacción en el reflejo del espejo.
– Mi vida, eso no se hace – me dijo coqueta – me estas quitando el trabajo.
– Soy todo tuyo querida, puedes hacerme lo que quieras.
– Sabes que no puedo acá – respondió dándome un ligero beso en los labios antes de sentarse en mi vientre.
Tomó mi pene con sus delicadas manos, acercó su cara a él y le dio una lamida desde las bolas hasta la punta del glande. Me estremecí por la sorpresa y la delicia de esa pequeña lengua. Bianca había pasado sólo la punta de su lengua y al mismo tiempo había sentido su aliento caliente. Estaba con la leche a punto de reventar y ella lo sabía.
Se colocó encima de mi y su coño atrapó el tronco de mi verga, quedando esta aprisionada entre mi vientre y su vagina. Empezó a mover las caderas como si estuviéramos tirando. Los labios de su vulva me estaban masturbando. Los sentía cálidos y húmedos. Su clítoris era estimulado por mi verga dura.
– Preciosa – le dije gimiendo – me voy a venir.
– Dame tu leche, dámela papito – decía mientras aumentaba el ritmo.
Nuestra respiración se hizo más rápida y pesada, yo sudaba y tenía sus tetas entre mis manos. Bianca estaba con los ojos cerrados moviéndose con frenesí, con ambas manos en mis muslos.
No pude aguantar mucho, sentí como mi semen viajaba desde los testículos hasta la punta del glande. Varios chorros calientes saltaron con furia, llegando algunos a mi cara y quedando marcado como si fueran cicatrices de bucanero.
Bianca cayó encima de mi, nuestros cuerpos sudados quedaron pegajosos por el semen.
Vio mi rostro y rio con sensualidad.
– Estás manchado querido, ahora lo arreglo.
Pasó su lengua por todo mi rostro, recogiendo cada gota de semen que había en él.
Y lo tragó con la mirada fija en mí.
La abracé y le di un sonoro beso.
– Volverás ¿no?
Ambos reímos.
Me fui dándole una generosa propina.
He vuelto varias veces a ese salón de masajes, me he atendido con todas las chicas, pero no hay nadie como Bianca.
Hemos tenido nuestros encuentros fuera del local, pero eso es otra historia.
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