EL MILAGRO DEL AMOR.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Barquidas.
CAPÍTULO UNO
Marta, a su treinta y ocho años, más o menos cumplidos, era una mujer que, con toda razón, bien podía considerarse de bandera; alta, con su metro setenta y pico, y unas formas de mujer, de hembra humana, de descarada femineidad, remarcada en sus senos, altos y firmes, antes grandes que pequeños, aunque sin pasarse, de ese tamaño justo para que cada uno quepa, y no tan sobradamente, sino en forma más bien apurada, en una mano masculina; en sus caderas, femenilmente redondeadas; en su culo o, mejor dicho, culazo, con ese par de hemisferios, poderosos…redonditos; o en sus muslos, enseñados desde casi un palmo por encima de las rodillas merced a sus habituales minifaldas, prolongados en ese par de piernas largas, bellísimamente torneadas, rematando tamaña esculturalidad unos pies que, a gritos, pregonaban lo de “Comedme”, enfundados en zapatos de alto tacón…o “tacos”, como suelen decir los/as nacidos/as allende el “charco” entre Europa y América
No era especialmente bella, pues su rostro, sin dejar de ser más que menos agradable, tampoco era para lanzar cohetes, aunque sin dejar de embellecerlo una tez, más oscura que clara, recordatorio más que notorio, de esa raza surgida del crisol de genes agarenos, hebreos y cristianos, entrecruzados a lo largo del medievo del Al Ándalus hispano… Y esos sus ojos, grandes, inmensos negrísimos, en los que, al mirarse en ellos, a uno le parecía sumergirse en insondable abismo de zaína negrura… O su cabello, intensísimamente azabachado cual ala de cuervo, descendiendo en melena, fifty-fifty, lisa y ondulada, hasta pelín más allá de los hombros.
En fin, que, como no podía ser de otra forma, no había macho o machito en aquella oficina de una empresa especializada en comercio exterior, importando y exportando productos con medio mundo, que alguna vez no hubiera intentado llegar a algo con ella, aunque con sempiterno y estrepitoso fracaso, pues ella, de natural amigable hasta ser afectuosa con todo el mundo, frenaba en seco tales intentos de íntima proximidad, pero con la sonrisa en los labios, sin ningún mal gesto, lo que tampoco mermaba en un ápice su decidida contundencia en desanimar al Don Juan de turno… O a la fémina compañera de trabajo que, sin segundas intenciones, que conste, tratara de establecer una mínimamente personal amistad con ella
Porque Marta podía ser atenta y amable con todo el mundo, sin escamotearse un pelo si algún compañero-compañera, precisara ayuda en el trabajo… Pero también era distante, celosa de su intimidad, que defendía frente a todos, frente a todas, como loba a sus crías… Aunque sin estridencias malsonantes… En fin, que a la hora de la verdad, Marta era una mujer solitaria, sin amistades, lo mismo masculinas como femeninas… Amén de unos visos de afectiva frialdad que podían tirar de espaldas al más animoso D.
Juan que sobre el globo terráqueo pueda existir
Yo la conocí cuando, más o menos, un año antes del comienzo de esta historia entré a trabajar en esa oficina con veinticinco años bien puede decirse que recién estrenados, y ella con unos treinta y siete/treinta y ocho… Y qué queréis, me fijé en ella como a todo quisque le pasaba, hasta más bien que “colarme” por ella cosa mala, a pesar de la diferencia de edad… A pesar de todos los pesares… Pero nunca se me ocurrió lanzarme a la “piscina”, tratando de “ligármela”, como cuantos machos, cincuentones y cuarentones, con esposa e hijos, y machitos veinteañeros como yo, solteritos y más de uno, más de dos, con novia, había en la oficina… ¿Por qué ese como acomplejarme ante ella?.
Sencillo, era algo así como la “decana” de la oficina, tras los veinticuatro, si es que no veinticinco, años que por entonces llevaba en la empresa, con lo que, de alguna manera, funcionaba como oficiosa jefa, con un empaque, en añadidura, de muchísimo cuidado… Y yo, de natural un tanto tímido, me sentía muy por debajo de ella para intentar lo que me traía más que loco
Pero es que, además, se daba otra circunstancia, para mí, totalmente inexplicable; como antes dijera, ella era de natural más que amigable para con todo el mundo… Menos para conmigo… Tampoco podía decirse que me tratara a cara de perro, pues no era así, pero se mostraba hacia mí bastante más distante y fría que para con nadie… Es más, podría decirse que en más de una ocasión, más de dos y hasta más de tres, su forma de dirigirse a mí era cortante… Hasta francamente ominosa, despreciativa incluso no pocas veces
Y eso me traía frito, casi descompuesto, con lo que una mañana, cuando ella bajaba hacia el archivo del sótano, yo me levanté y salí tras ella.
La atrapé más que otra cosa ya en el sótano, en el pasillo precedente al archivo en sí; la tomé por un brazo y la arrinconé contra la pared, imponiéndome a ella, a su altura y envergadura, pues yo no soy, precisamente, bajo, con mi metro y ochenta y algo de estatura, ni tampoco un alfeñique, aunque diste de ser un “musculitos” prefabricado en gimnasio, espetándole
• ¿Puede saberse qué es lo que tienes conmigo, para que me trates como me tratas?.
¿Qué te he hecho yo, vamos a ver, para que conmigo te gastes las formas que te gastas?
• No sé a qué te refieres… Y déjame, insolente… ¿Qué es lo que pretendes?.
¿Una excusa para violarme aquí mismo…“valiente”?.
O te crees que no sé cómo babeas por mí… Como toda esa panda de cerdos que puebla la oficina… Que bien que me doy cuenta de cómo me miras… Como lobo hambriento… Hambriento de sexo, ¿verdad cerdito?.
¡Venga “valiente”; déjate de subterfugios para justificarte e inténtalo…”machote”!.
Inténtalo, y verás lo que te pasa, cerdito…
Me la quedé mirando con bastante más desprecio que cólera ante lo que acababa de decirme… Entonces la solté, para decirle mientras la liberaba de mi presa
• No tienes tú suficiente categoría para que yo me ensucie con semejante bajeza…
Le di la espalda, enfilando la escalera que me devolvería al piso superior, pero me detuve, girándome de nuevo hacia ella
• Que conste, que lo único que buscaba era una explicación a lo que encontraba inexplicable, pero ya no la necesito… Te creía más decente de lo que veo que eres… No merece la pena explicación alguna, viniendo de ti, ser falso por antonomasia, con tu sonrisa siempre a punto y pensando lo que piensas de tus compañeros…
Hice un gesto de asco hacia ella y, decidido, subí las escaleras, volviendo a mi sitio, en mi mesa… Desde entonces, ni me molestaba en mirarla y menos aún en hablarla… Así fueron pasando unos días, cuatro o cinco, no más creo, hasta que un día, al salir de trabajar, como siempre, hacia las tres de la tarde, sentí un coche acercándose a mí a toda velocidad, por mi espalda, y al momento un frenazo en seco que detenía un auto a escasos metros delante de mí; de inmediato reconocí en el vehículo el Volkswagen “Escarabajo” de Marta… Y vi cómo la portezuela del copiloto se abría cuando llegué a su altura, en tanto su voz me decía, imperiosa
• ¡Sube, Mario!
Yo dudé un instante, pero me subí al coche, cerrando tras de mí la portezuela, mientras ella arrancaba, conduciendo de nuevo a más velocidad de lo prudencial por ciudad, preguntándole a mi vez
• ¿Dónde vamos?
Ella, sin mirarme, respondió
• A mi casa… A follar como locos toda la tarde… Porque, ¿sabes Mario?.
Tú también me gustas… Y un “guevo”, además… Pero no quería “liarme” contigo… Ni contigo, ni con ningún otro tío… Sois todos unos cerdos, para quienes las tías no son más que chochitos, coñitos, ambulante… No tenéis corazón ni moral para mirar de otra manera a una mujer… Pero ya te digo… Me gustas, macho… un “guevo”, además… Me “pones” cuando te veo… Y me he dicho… “Porqué, si para él, no soy más que un coño andante, no puede ser él para mí más que una polla que anda, para mi uso y disfrute…
• ¡Menuda boquita que te gastas, nena!.
No te conocía yo bajo este aspecto
• Pues ya ves tío; sorpresas, que te da la vida… La vida, que te da sorpresas…
No respondí a su desgarro… Para qué… ¡Menuda zorra que estaba hecha la que yo creía mujer más que digna y respetable!.
Sentí asco de ella… Y deseé bajarme… Apartarme de ella
• Para zorrita; prefiero bajarme…
• ¡ja, ja, ja!.
¡No me digas que no deseas follarme…follarte mi coñito! Bueno, mi coñazo…mi chochazo Pues yo sí quero follarme tu polla… No… Ni sueñes que vaya a dejarte bajar… Quiero que follemos y follaremos… ¿Quieres que, mientras llegamos a casa, te motive meneándotela? Como entenderás, conduciendo no puedo mamártela, pero meneártela sí… ¿Te apetece que te lo haga, “machote”?
• Pues, ¿sabes putita?… Bueno; putita no; puta desorejada… No; no me apetece que me la menees…como tú dices… Yo, qué quieres que te diga… En mi casa me enseñaron que, aunque hoy día las tías tengáis un vocabulario que haría enrojecer a un carretero de hace ni sé los años, los hombres debemos ser caballeros… Y un caballero no usa semejantes “palabros” ante una dama… Ni siquiera ante una puta como tú…
• Vaya, conque ahora me sales con ínfulas anacrónicas…más decimonónicas que otra cosa… Conque ahora resultas ser un caballero a la antigua usanza… ¿No te parece un tanto trasnochado ya eso?
• Pues sí; creo que un tanto a la antigua sí que soy… Consecuencias de mi educación paterno-materna… Sí; muy, pero que muy “demodé” ya hoy día… Pero qué quieres; así soy… No puedo remediarlo… Es lo que me inculcaron, como forma de respeto a la mujer en general… Pero de acuerdo, mi muy querido putón verbenero: Iremos a tu casa y te follaré hasta que la leche te salga por las narices… Y es que, ¿sabes?.
Serás más puta que las gallinas, pero estás de un “buenorro” que tira de espaldas…
• ¡Ja, ja, ja!.
Ya sabía yo que no te ibas a resistir… Que lo de no follarme lo decías con la boquita chica… Que estás que babeas por “tirarte” a esta puta, como tú me llamas…
Llegamos a su casa y del tirón fuimos al dormitorio, con su camita individual, más bien estrechita con sus 90 cm, pero para lo que íbamos a hacer qué más se necesitaba… Tan pronto entramos, me desprendí de la camisa pues, aunque no era más que el 3 de Junio, la temperatura en Madrid, y desde más-menos, mediados de Mayo, aconsejaba ya la manga corta como vestimenta normal, al menos hasta el inicio de la noche, allá por las nueve o las diez
Ella, a su vez, tan pronto entramos, se sacó el vestido por la cabeza, mandándolo a hacer puñetas al suelo, y seguidamente, el sujetador, con el mismo humilde destino final que el vestido, con lo que quedó ante mí en toda su espléndida desnudez, sólo cubierta aún por la mínima braguita, un tanga minúsculo, de esos que por detrás sólo disponen de una mínima cintita que, comúnmente, se les inserta en la rajita del culete a las féminas que portan tal tipo de prenda, en brillantísimo color blanco con encajes, a juego con el sujetador recién quitado
¡Y Dios qué escultural que resultaba así!.
Yo siempre había sospechado que lo alto y firme de sus senos se debía, realmente, al “andamiaje” sostenedor del sujetador entonces abandonado de cualquier manera por el santo suelo… ¡Pero qué equivocado que estaba!, pues sus senos, aunque entonces algo caídos por la fuerza de la gravedad, eran altos, firmes, túrgidos… Y qué decir de aquellos pezones, gordezuelos… De delicioso aspecto que parecían decir: “¡Comedme!”, ”Degustadme”… ¡Qué hermosura de anatomía, Dios mío!.
Mucho mejor de lo que yo creía y esperaba…
Y no pude sustraerme al deseo de degustar esas maravillas de manjar de dioses; me acerqué a ella, la tomé, primero por la cintura para pegármela a mí mismo… A aquella “cosa” que, entre mis piernas, despertaba con más que enérgica briosidad… Le acaricié esos senos que más semejaban cántaras repletas de dulcísima miel… Al instante noté cómo su cuerpo empezaba a temblar ostensiblemente, a tensarse al contacto de mis manos, cosa que achaqué al enervamiento de la libido de la mujer a tal contacto
Pero seguidamente, en ella se obró una reacción enteramente inesperada…completamente atípica en el estado de ansiosa pasión sexual que yo entonces le suponía; fue cuando mi boca buscó la suya, empeñado en que me la abriera a mi sedienta lengua de los dulzores de aquella boca, su lengua, su saliva… Ella, entonces, se tensó impresionantemente mientras una serie de violentos temblores empezaron a sacudirla, e, instantáneamente, intentó cerrarme el paso al interior de su bucal oquedad, apretando, tenaz, los labios mientras enclavijaba las mandíbulas.
Pero yo me empeñé en forzar aquella especie de muralla defensiva logrando que, al fin, mi lengua se abriera paso hasta invadir esa boca en busca de su lengua, pero entonces a ella le sobrevinieron unas tremendas arcadas que yo creí acabarían por hacerla vomitar, acompañadas de violen al tiempo que de un soberano empellón me repelía, huyendo de mí al instante, mientras rompía más que a llorar a sollozar, mientras me decía
• ¡Perdóname, mi amor…mi vida, pero no puedo!… ¡No puedo hacerlo, cariño; te lo juro…te lo juro que no puedo, amor mío!.
Sí, amor mío, porque te quiero… Te quiero, mi amor, te quiero… Te lo juro, vida mía…te lo juro…Y te deseo, cariño mío…quero hacerlo…quiero follar contigo… Pero no puedo, mi amor…no puedo… Es superior a mí; a mis fuerzas… A mi voluntad… No puedo evitarlo, querido mío…no puedo, te lo juro… Creía que podría… Estaba segura de que contigo lograría superarlo… Mi rechazo…mi asco hacia los hombres en general… Pero me equivocaba… ¡Perdóname, cariño; por favor, por favor, perdóname!.
Yo alucinaba en colorines… Y no porque ella me hubiera rechazado a la hora de la verdad… Porque, sin paliativos, me hubiera dejado tirado… No; eso, realmente, y en ese momento, era lo de menos… Lo grande, lo que me dejaba perplejo, alucinado, era lo otro… Lo de “Mi amor…mi vida”… Lo de “Te quiero, mi amor, te quiero…” No daba crédito a lo que oía… No podía ser verdad… No; eso tan bello, tan divino de que ella correspondiera mi “enganche” por ella, mi enamoramiento casi pernicioso, no podía ser cierto… Tanta dicha no podía ser verdad… Eso, sólo pasa en los cuentos de hadas… En las historias románticas… Pero no en la realidad… En la vida diaria y real… Allí los milagros no se dan…no suceden… Y eso, que ella también me quisiera a mí, para mí era el mayor de los milagros imaginables… Quise acercarme a ella, limpiamente, sin séxicas intenciones… Pero ella, al empezar yo a acercarme, volvió a recular
• Tranquila Marta; tranquila mi amor… Sí, cariño; yo también te quiero… ¡Loquito, loquito estoy por ti, mi amor…mi vida…mi todo!.
No temas… No te voy a hacer nada… No voy a tocarte… No quiero hacer nada que tú no desees… Menos, que tú rechaces…
Seguí acercándome a ella, que ya no se retiró… Ya no me rechazó… Llegué hasta ella y empecé a acariciarla en pelo y mejillas… Hasta me permití besarle la frente, las mejillas…y ella aceptó, hasta complacida, esas caricias… Esos besos, absolutamente castos; enteramente huérfanos de sensualidad aunque plenos de cariño, de sincero afecto
• Tranquila Marta… No te preocupes… Dime, ¿qué te ha pasado?.
¿Qué te pasó?.
Te violaron, ¿verdad?
Marta ya no lloraba; ni siquiera gimoteaba… También había dejado de temblar, derrumbada ya su tremenda tensión corporal, de modo que, sencillamente, se secaba las lágrimas, muy, pero que muy tranquilizada ya; y, para colmo de mis venturas, se acurrucaba en mi pecho, como buscando protección en él
• Sí… Cuando tenía once años… En el mismo año que cumplí los doce, pero todavía a meses de ellos… Fue un… Un hijo de puta, muy, muy cercano a mí…
• ¿Tu padre?
• No; ni mucho menos… Mi padre era un buen hombre…muy cariñoso conmigo… Quien únicamente me ha querido, porque mi madre… El pobre, murió unos dos años antes… Un accidente… Le coceó una mula y le reventó… Fue… Fue mi abuelo… El Padre de mi padre… Un animal… Una bestia salvaje…
Calló ella y yo también callé, ocupado solo en seguirla acariciando para afianzar más y más su confianza, en sí misma, primeramente, pero también en mí.
La verdad es que la situación era de lo más absurda que pueda darse, con la cabeza de Marta descansando en mi pecho y abrazándome cruzando mi pecho con ambos brazos hasta poner sus manos en mi espalda y yo ciñéndola por la cintura, atrayéndola hacia mí, mientras nos besábamos suave, amorosamente, en las mejillas, y yo, de vez en vez, en la frente; y, a todo eso, mi pecho desnudo y ella casi integralmente desnuda, con sólo su braguita por todo atuendo.
Entonces, inopinadamente, Marta se me quedó mirando para, a continuación, decir
• ¿Qué me decías?… ¿Qué me quieres?.
• Sí, Marta sí… ¡Te quiero, te quero, te quiero!.
¡Te adoro mi amor; te adoro…te idolatro…te quero, te quiero, te quero!.
Nunca, ¿me oyes? nunca me cansaré de decírtelo… Nunca me cansaré de amarte… De idolatrarte… De adorarte…
• ¡Dios mío!.
¡Me quieres! Pero… ¡Si soy una vieja!.
Tú tienes veintiséis años y yo treinta y ocho.
¿Cómo puedes quererme?.
• Y… ¿Cómo puedes quererme tú a mí?.
¿Lo sabes?.
Pues yo tampoco sé por qué te quiero; sólo sé eso, que te amo con toda mi alma… Y, que conste; en absoluto eres vieja, sino una mujer de bandera… Y, además adorable… ¡Divina, Marta; divina es lo que eres!
• ¡Ay Señor!… ¡Sí; me quieres!.
¡Me quieres!… ¡Me quieres!.
No me lo puedo creer… Pero es cierto mi amor, mi cielo, mi vida… Mi todo, mi todo, mi todo… ¡Me quieres!.
¡Señor, Señor, y qué feliz que soy!.
Me parece increíble…
• Pues créetelo…
Marta estaba increíble… Con los ojos brillantes por el gozo… Y una sonrisa que se le salía, se le asomaba por esos ojos… Inenarrable… Limpia… Candorosa… Era la inocencia hecha sonrisa… Parecía una niña… A sus cuarenta años, parecía no superar los quince, dieciséis…diecisiete como mucho… Sí; casi, casi, que una niña… Una niña con zapatos nuevos es lo que parecía… Y yo allí, frente a ella, con sus brazos rodeando mi cuello, abrazada a mí, y besándome… Sí… En los labios… No eran besos pasionales, de esos con lengua y toda la pesca…No; no eran de esos sus besos, pero no por ello menos embriagadores…
¿Digo no menos?… ¡Pues nada de eso!.
Porque… ¡Eran arrebatadores!.
¡Dios mío, y qué carga de cariño…de amor que había en esos besos… No me devoraba, no me “comía” la boca loca de pasión sexual, pero me entregaba, me regalaba, todo su cariño… El tremendo amor que, desde luego, me tenía… Y a mí me llevaba al cielo…a la Gloria de los Bienaventurados… Por fin pude reaccionar mínimamente de aquella especie de Limbo de los Justos en que la embriagadora Marta me había recluido, y me vi con el sujetador de ella en la mano y yo allí como un pasmarote, sin hacer nada
Así que yo me levanté, diciéndole
• Marta, creo que lo mejor será que te acerque la ropa y te vistas…
• Espera, espera cariño… Te calenté antes mucho, ¿verdad?
Sonreí casi condescendiente
• Bueno… Un poco, sí
• Un poco no cariño…
Me señaló entonces…“eso”… Digamos, mis partes pudendas, dándome en tal momento cuenta de que “lo” tenía en plan “tienda de campaña”, aunque, seamos francos, más bien a medio izar
• Todavía te dura… Al menos algo… Si quieres lo intentamos.
Yo…yo estoy muy tranquila… Y muy a gusto así, entre tus brazos… Creo…creo que ahora no te dejaría tirado… Podría hacerlo… Contigo sí, mi amor…
¡Dios qué momento; qué situación!.
Con ella ofreciéndome lo que más podía yo ansiar, no entonces, sino de bastante atrás, y mi razón…mi conciencia, diciéndome que no… ¡Dios, Dios!.
Las pasaba canutas, entre lo que mi instinto, mi deseo, me demandaba y lo que mi conciencia me decía qué era lo ético… No aprovecharme de sus facilidades… Finalmente me decidí por lo decente respondiéndole mientras me acercaba de nuevo a ella
• No mi amor… Ya te lo he dicho antes; en absoluto deseo forzarte… Ya habrá tiempo… Cuando, de verdad, superes ese trauma que la violación que sufriste te causó… Te ayudaré a superarlo… Con mi amor…mi devoción por ti… Lo lograremos, mi vida, lo lograremos… Anda; no seas tonta… Ve vistiéndote
• No, amor… Todavía no…
Mi adorada se volvió hacia la cama, gateando en ella hasta quedar tumbada en ella, la cabeza descansando en la almohada y vuelta de lado hacia mí, de pie ante ella
• Ven Mario, mi amor… Tiéndete aquí… A mi lado…
Me quedé mirándola, embobado, con la boca abierta… No es que babeara por ella, ni muchísimo menos; era, simplemente, que me tenía hechizado, embrujado tamaña belleza que mi dulce amor era entonces, en ese momento… Ate ella, a la memoria me vino al instante el cuadro de Velázquez “La Venus del Espejo” un tremendo desnudo de mujer, y la pintura de Dominique Ingres, “La Gran Odalisca”.
Ambas obras presentan un desnudo de mujer de lo más sugerente… Pero las dos obras presentan a la mujer de espaldas; esto en la obra de Velázquez es enteramente ostensible, dando integralmente la espalda a quien mira el cuadro; en el caso de la “Odalisca”, no es tan ostensible, pues Ingres la pintó con la cara vuelta hacia el espectador.
Pero de inmediato a mi mente vinieron la pintura de Giorgione, “Venus Dormida” y el anónimo de principios del siglo XVI, “Desnudo reclinado en un paisaje”…
Todo esto, que narrado así parece ocupar muchos minutos, realmente transcurrió en segundos, pues las imágenes acudieron a mi mente, transmitidas por mi memoria, como flashes, que en un segundo se reponían unas a otras referenciadas en la imagen de Marta, vívida, real, ante mí… Por finales, aquél cuerpo de ensueño obró en mí como el imán sobre el hierro, atrayéndome irremisiblemente… Me fui a ella y, como la dueña de todo mi ser me reclamaba, me tumbé a su lado; quise hacerlo recostado frente a ella, dándole el frente como Marta me lo daba a mí, pero mi amada me empujó suavemente haciendo que quedara tendido boca arriba… Y mi reina y señora se refugió en mí, arrimándoseme buscando acomodo a su cabeza, a su rostro, en mi pecho… Me besó, nos besamos de la misma manera que antes, besitos y más besitos en los labios, llenos de amor, de cariño, pero enteramente negados de sensualidad.
Dejamos las caricias y mi amor se rebulló en mí.
Parecerá mentira, pero en esos momentos no me motivaban deseos egoístamente sexuales.
• Mario amor mío, ¿sabes?.
Estos momentos, desde que estoy contigo…desde que somos novios… (Se quedó parada, callada, un momento)… ¡Porque, tú y yo somos novios; novios dese ya…desde esta tarde! ¿Me oyes, amor?.
Novios mi amor… Novios… Dios mío… ¡Tengo novio…tengo novio!.
¡Y soy novia!… ¡Novia de un hombre!… ¡Novia de un hombre al que amo…al que quiero con locura!.
Marta era así… Impredecible… Empezaba a hablarte de algo cualquiera, en tono normal, coloquial, y de repente, sin venir a cuento, cambia de tema y tono de voz, y casi, casi, te encuentras ante una “filípica” que ni te cuento y en la que pareces algo así como el “Landrú” del momento… Sí; así era Marta, como una choquillas, una cría, una niña, tan pronto se le ”torcía el carro” o, al menos, así ella lo creía, vaya usted a saber por qué… Pero con la misma facilidad con que, antes, Marta, de una u otra manera, la emprendiera conmigo, volvió a ser lo más tierno y cariñoso que se pueda ser… Volvió a tranquilizarse, acurrucada en mi pecho, acariciándome y besándome ese pecho, pero también mis hombros, mi rostro… Y, de nuevo tranquila, tras ese reciente conato de hasta casi virulencia, siguió hablándome entre caricias y expresiones cariñosas
• Perdóname mi amor; ya sabes cómo soy a veces… Me olvido de lo que hablo y “la lío”… Lo siento, cariño; lo siento…
Y, colocándose como antes, pues hasta se había erguido ante mí, para hablarme con más énfasis de lo del noviazgo entre nosotros, volvió a ser la mujer más tierna, más dulce, que jamás a mi lado pudiera tener… Nos dimos nuevos “piquitos” en los labios, esos besitos tiernos, dulces, asexuados… En uno de ellos, Marta agarró mi rostro entre sus dos manos y el “piquito” se hizo largo, largo, para acabar por abrirme su boca… Yo me quedé de una pieza, confundido, indeciso, ante tal reacción, en absoluto por mí esperada… Quieto, sin hacer nada…como un pasmarote, sin reaccionar hasta tanto no sentí cómo su lengua acariciaba mis labios, pero sin entrar en mi boca…
Entonces, por fin, respondí a su caricia… O, cuando menos, quise hacerlo, uniendo mi lengua a la suya, pero ella me lo impidió al momento, echándose para atrás, con lo que el contacto labio con labio se rompió haciendo imposible la cariñosa unión de nuestras lenguas… La reacción que entonces en Marta se obró para mí fue alucinante por aterradora… Su cuerpo comenzó a temblar agitándose hasta con violencia; como hoja batida por el viento… La boca, más que cerrada, enclavijada, por unas mandíbulas apretadas a cal y canto… Y una mirada de todo punto patética… Parecía, ni más ni menos, como si, toda atribulada, me pidiera perdón, al tiempo que lechaba desesperadamente, a brazo partido, con las náuseas, las arcadas, que amenazaban con hacerla vomitar hasta la primera papilla que en su casi todavía lactancia tomara
Yo estaba descompuesto, presa del más atroz de los suplicios al ver sufrir así a quien para mí lo era todo en la vida, pues ésta, la vida misma, sin ella, sin mi Marta, ya no tendría sentido… Los minutos fueron pasando interminables, pues yo no sabía ni qué hacer, ya que ni a abrazarla, ni a acariciarla para consolarla, ayudarla a salir de semejante trance, me atrevía… Era horrendo… De verdad que el rato aquél fue de lo más amargo que, hasta entonces, pasara en mi vida…
Poco a poco, minuto a minuto, como quien dice, Marta se iba recomponiendo; rehaciéndose… Las boqueadas fueron cediendo y el tremor de su cuerpo se fue aligerando hasta quedar su ser casi, casi, que en estado natural… Entonces, cuando empecé a tranquilizarme, estallé en poco menos que ira
• Pero… Pero… ¿Puede saberse qué locura te ha entrado?.
¡Dios, y el rato que me has hecho pasar!.
Y no digamos el que has pasado tú… ¿Y todo por qué?.
¡Por una tontería!… ¡Una locura!.
¡Sí; una locura!.
¿No habíamos quedado en que todo llegaría por sus propios pasos?… Que nuestro amor lo obraría todo, suavemente, sin forzamientos; inútiles, pero desagradables…
• Corazón mío eso es lo que tú propones… Pero yo no soy de esa opinión… En primer lugar, no creo que eso, superar mi rechazo al sexo, llegue así, bonitamente… Y si la flauta llegara a sonar, Dios sepa cuándo sería… Lo más seguro que demasiado tarde… Para mí, desde luego… Mario, cariño mío; yo para joven, precisamente, ya no voy… Me queda poco tiempo para mantenerme atractiva… Apetecible para ti, mi amor… Por eso, tengo prisa… No puedo esperar, pues si espero, lo más seguro es que acabe por perderte sin haberte disfrutado… Sin que tú hayas disfrutado de mí, mi amor… De modo que tenemos que forzar la máquina… Provocar nosotros el milagro que deseamos
Marta calló un momento, tomando aliento… Hablando se había ido alterando de progresivamente, y para entonces estaba toda encendida, con las mejillas más grana que rojas y, a todas luces, ardiéndole… Los ojos muy abiertos brillándole como ascuas encendidas al rojo… Descansó así unos momentos, recuperando resuello, y prosiguió
• Mira amor; lo mío no es físico, sino psíquico… Todo está en mi mente, en mi cerebro… Porque amor mío… Mi cuerpo te desea… Si tocaras ahora mi chochito lo encontrarías encharcado… Más que lubricado… Listo para acoger dentro a tu polla… Anhelándola… Pero el cerebro gobierna los músculos y éste les ordena cerrarse… Rechazar hasta el simple contacto… Es el “regalito” que me legó mi “querido abuelito”… Porque no fue una sola vez… No… Fue como año y medio de violarme a diario… Ah, y con el concurso de mi “queridísima” mamá…Porque ella era consentidora, ayuntadora al servicio del abuelo… Me decía: “Relájate, y disfruta, Martita”… Y todo por el plato de comida, tres veces al día, que el abuelo nos daba… Más bien escaso, pues el viejo era más usurero que tacaño… Aunque, más bien, por los buenos cuartos, billete sobre billete de mil “pelas”, que el viejo avaro guardaba en casa, bajo un ladrillo, como suele decirse, pues no se fiaba de los bancos, y la zorra de mi madre aspiraba a apropiarse de ellos al “diñarla” el viejales…
Nievo descanso para volver a recuperar las gastadas energías al hablar… Aunque ya tampoco estaba tan exaltada cono cuando comenzó… Parecía como si el recuerdo de su terrible suplicio hubiera amainado la primigenia exaltación.
Se me acercó, acostados como estábamos, pegándoseme más y más… Estrellando sus desnudos senos contra mi pecho, también a pelo… La sensación que disfrutaba era inenarrable, con aquellos pezoncitos… o pezonzazos, acariciando, suavemente, mi piel… Marta empezó a acariciarme con suma dulzura… Con esos besitos de piquito que tanto me encantaban… Y volvió a hablarme
• Mi amor, ¿sabes?, las fobias, los miedos de origen psicológico no se superan por sí mismos… Es preciso enfrentarles con denuedo… Con decisión y férrea voluntad de superarlos, de vencerlos… Hay que asumirlos, plegarse una a lo que el cerebro rechaza… Mi propósito es ese precisamente, superar mi fobia al sexo… Haciéndolo contigo hasta que me guste… Hasta vencer la fobia mediante el placer que, antes o después, me darás follándome
• Pero mi amor eso… ¡No; no podré hacerlo!.
¡Sería forzarte!… ¡Como si volvieran a violarte!.
¡Y yo precisamente!.
¡Qué horror, Dios mío; qué horror!.
• No mi amor; no… Sería muy distinto, porque es lo que quiero que hagas… Que hagamos…
Entonces, por sorpresa, sin esperármelo, ella, en uno de esos besitos de “piquito”, volvió a abrirme sus labios… Su lengua avanzó, decidida, y procedió a lamer mis labios… Y yo, qué iba a hacer, sino sacarle mi propia lengua y unirla con la suya en estrecha caricia lengua a lengua… Los involuntarios tremores de su divino cuerpo se repitieron, así como los amagos de nauseas…de arcadas… Pero Marta no cejó en su empeño… No me retiró su lengua, sino que la mantuvo, recreándose en unirla a la mía… En acariciar y ser acariciada… Y así, poco a poco, temblores, nauseas, arcadas, fueron bajando de intensidad… El temblequeo de su cuerpo no cedió por completo, pero las náuseas y arcadas sí que acabaron por ceder de plano, rendida su boca a las mutuas caricias…
• Lo ves mi amor… Tengo razón… Me empeñé en vencer el rechazo a unir mi lengua a la tuya y triunfé sobre ese “yu-yu”… Lo lograremos, mi amor… Haremos que el milagro se produzca… El milagro del amor… De nuestro amor… El tuyo por mí y el mío por ti…
Y sin más, toda decidida, se lanzó sobre mí; me soltó la hebilla del cinturón y el botón que ceñía los pantalones a la cintura, para, seguidamente, arrear sendos tirones hacia abajo con ambas manos, llevándose por delante pantalones y calzoncillo, todo en uno, hasta que ambas prendas acabaron esparcidas por el suelo y yo, en porreta picada.
Se tendió entonces boca arriba en la cama, pidiéndome
• Venga amor; quítame tú la braguita
Y allá fui yo, casi como autómata, a hacer lo que mi dueña y señora me demandaba.
Me coloqué frente a ella, de rodillas, y en forma que sus piernas, las dos, quedaron entre las mías… Le bajé la braguita, el tanga, hasta sacárselo por sus pequeñitos y divinos pies, yendo entonces la prenda a hacer compañía a todas las que yacían, esparcidas por aquél santo suelo… Al quedar libre del tanguita, Marta me abrió sus muslos cuanto de sí podían dar, con lo que entonces fui yo quien quedó, arrodillado, en medio de aquel arco más que preñado de promesas de divinas, maravillosas dulzuras… El pubis no lo tenía arreglado, con lo que aparecía ante mí como una maraña de vello pubiano… Espléndido, sedoso, de profunda negrura en intenso azabache, en total concordancia con su mata de pelo… Y claro, el Sancta Sanctorum de su genuinamente femenina intimidad se adivinaba entre aquella maraña más que se divisaba
Marta me miró sonriente, con esa mirada que esa tarde vi por vez primera, pero que luego tan a menudo se repetiría… Con esos ojos, en los que bailoteaba una más que fascinante diablesa, que incluso parecía agitar al aire, alegre, su rojo tridente
• Sabes cariño… Me has visto desnuda… Pero no del todo… El chochito todavía no me lo has visto… Ven mi amor; acércate más… Míralo…
Marta se había llevado ambas manos a su “tesorito”, abriendo los labios mayores y menores “ad líbitum”, con lo que ante mí surgió la flor de su feminidad en todo su enjundiosa magnificencia… Era una rosa, pues sonrosadita era esa flor… Intensamente brillante en virtud a lo mojadita que estaba… En verdad que Marta no había mentido ni exagerado un pelo al decir que el “tesorito” lo tenía encharcado por sus íntimos fluidos de mujer excitada… Y en mis oídos sonó a música celestial su aterciopelada voz cuando, un tanto enronquecida, entrecortada, casi balbuciente, me dijo
• Métemela mi amor… Clava tu polla en mi chochito, cariño mío… Anda vidita… Fóllame… Fóllate a tu novia… A tu mujer, bien mío… Vamos, mi amor… No pierdas más tiempo… Hazme tuya… Hazme mujer… Disfruta mi coñito, amor…
Y yo volví a ser un autómata, haciendo lo que se me pedía… Sólo que muerto de ansias por disfrutar ese tan deseado manjar de dioses, sólo digno de un Zeus-Júpiter, dueño y señor del Olimpo griego o del Panteón de los dioses romanos
Lo hice procurando ser gentil con mi dama, poniendo en el empeño la mayor delicadeza de que fui capaz, pero todo ello de nada sirvió, pues la tarea resultó mucho más traumática de lo que debió ser… Por una parte, la vagina era de notable estrechez, casi lo propio de una casi aún adolescente de quince, dieciséis, diecisiete años a lo sumo, y no de los treinta y ocho que ya tenía… Por otra parte, estaba enteramente tensa, rígida, lo que, a pesar de estar más que lubricada esa vagina, causaba un innecesario y doloroso rozamiento, que en nada facilitaba la penetración
Yo la veía sufrir, reflejado tal sufrimiento en su rostro, contraído en un rictus doloroso evidente en su boca, más que cerrada por unas mandíbulas que presionaban hasta enclavijar los dientes… Amén del cuerpo trémulo por los tremores convulsivos, producto del tremendo rechazo al íntimo contacto de sexos hasta límites más estratosféricos que otra cosa… Abrumado por aquello, me detuve… Quise parar, salirme de ella, pero Marta al momento lo impidió aprisionando mis muslos entre sus entrelazadas piernas, al tiempo que me atenazaba el cuello entre sus brazos fuertemente aferrados a mí
• ¡Sigue, sigue, amor!… ¡Métemela hasta el fondo, vida mía!.
¡Hasta el fondo, cariño mío!.
¡Fóllame, amor mío…fóllame!… ¡Duro…duro, mi amor!.
No te preocupes por mí… Sólo de ti… De disfrutar… Disfrutarme… De disfrutar mi coñito… Mi chochito…que es tuyo mi vida… Yo te lo doy.
Para siempre jamás… Sigue, mi amor; sigue… No te pares… Fuerte, querido mío, fuerte… Sin preocuparte de mí… Ya verás… Acabará por gustarme… Ya lo verás… No puede ser de otra forma, porque te quiero con locura, cariñito mío… Te quiero, Mario… Te quiero… Te quiero… Te quiero, mi amor…
Dios y qué tremendos momentos eran esos… Yo la veía sufrir, y diría que horrendamente, obligándose a sí misma a hacer, aceptar, lo que su mente y todo su cuerpo, gobernado por ésta, rechazaba hasta lo indecible… Pero ella, terne que terne en su implacable propósito, insistía en aguantar a todo trance… Y yo, además, y para colmo de males, disfrutando de ella como un enano… Disfrutando de lo que la estaba martirizando cosa mala… Me sentía inicuo… Un ser degradado hasta el infinito al disfrutar de su cuerpo como estaba disfrutando… Me parecía que la violaba, que era yo su nuevo violador, tomándole el relevo al indecente de su abuelo…
Y me dije que aquello tenía que acabarse, y acabarse ya, eyaculando lo antes posible… Y en ello me empeñé no ya con bríos inusitados, sino con toda mi alma, haciéndoselo hasta salvajemente… Así, mi miembro entraba y salía de ella a toda máquina…frenético por completo, en desesperado intento de ya mismo vaciarme… Pero… ¡Que si quieres arroz, Catalina!, pues entonces sucedió que mi cuerpo se negaba a responder… No porque el salvajismo de mis embestidas mermara ni un adarme, sino porque al punto me sentí yermo… Insensible al placer que momentos antes gozara… Vamos, que yo me empleaba a modo y manera, pero era inútil…
• No puedo, Marta, cariño… No puedo seguir… Lo siento…lo siento, mi vida…
Sí; iba a tirar la toalla, y que fuera lo que Dios quisiera, cuando el milagro se obró… Hasta entonces, la íntima relación había sido algo así como “hacérselo” a un cadáver, pues Marta no respondía para nada en absoluto… Simplemente se “dejaba”, se sometía a mi placer, abandonándose, como muerta… Pero en ese álgido momento, por lo horrendamente negativo que era, ella cobró vida… Primero, su respiración fue agitándose hasta hacerse más y más anhelante… Sus piernas, sus brazos, agudizaron hasta increíble nivel su presión, su tenaza cobre mis muslos, mi cuello, y sus caderas empezaron a moverse… En principio, más torpemente que otra cosa, pero en un pis pas su empuje se adaptó más que bien a mis embestidas
Yo estaba enajenado ante eso.
Marta antes me había hablado de milagros… Del milagro del amor… De nuestro amor, que lo podría todo… Podría con todo… Y sí; aquello, que Marta, visiblemente, empezara a disfrutar de nuestra carnal unión, era un milagro… Sí; como bien ella dijera, era el milagro del Amor… De nuestro Amor… Sublime Amor, expresado, materializado, con nuestros sexos, en mutua y total entrega… Entrega de cuerpos, sí, pero también de almas, para así fundirnos los dos en un todo armónico… Dos cuerpos, dos almas, unidos-unidas en una sola unidad, por más dual que también, desde luego, fuera…
Marta empezó a gemir, mas no de dolor, como antes a veces hiciera, sino de puro gozo… De puro placer… A gemir, jadear, expresando abiertamente la felicidad que la embargaba
• ¡Ay!.
¡Ay!.
¡Amor, Mario mío, qué… qué gusto me estás dando, cielo mío!… ¡Aayyy!.
¡Aayyy!.
¡Qué…qué…gustito!.
¡Agg! ¡Agg! ¡Amo!… ¡Amor mío…aayyy…aayyy… qué gustito mi cielo…qué gustito más graande!.
¡Ay!.
¡Ay!.
¡Agg!.
¡Agg!.
Lo ves, vidita…cariño mío… ¡Ay!.
¡Ay!.
Yo…yo…tenia…razón… ¡Ay!.
¡Ay!.
¡Agg!.
Lo logramos…lo logramos, ¡Agg! Vida mía.
Estoy disfrutando… Disfrutando de ti, mi amor… ¡Aayyy!.
¡Aayyy!.
¡Vencí, Mario querido!.
¡Vencí mi fobia! ¡Ay!.
¡Ay!.
¡Ay!.
¡Sí!.
¡La he vencido!.
¡La he superado!.
¡Con tu amor…sí, vidita mía!… Tu amor y mi amor, la han vencido…eliminado para siempre… ¡Mario, amor mío; soy dichosa…muy, muy dichosa, mi amor!.
• ¡Sí, mi amor; sí!.
¡Disfruta mi vida…disfrutaa!.
• ¡Sí, vidita mía!.
¡Agg!.
¡Agg!.
¡Disfruto, amor!… ¡Disfruto mucho, mucho, queridito mío!… ¡Ay!.
¡Ay!.
¿Y tú, mi amoor?… ¿Disfrutas de mí?.
¿Te lo hago bien, vida mía?.
¿Te gusta como lo hago?.
¿Cómo me estoy moviendo?.
No sé bien cómo se hace… Enséñame… Dime cómo quieres que lo haga
• Sí Marta… Amor mío… Querida mía… Cariñito mío… Ya lo creo que disfruto… Np tienes nada… ¿Me oyes? nada…nada que aprender.
¡Eres magnífica, Marta!… ¡Magnífica, magnífica!.
¡Eres única, corazoncito mío!.
¡Dios mío, qué dichoso me haces, queridísima mía!
• Eso…eso es lo que yo quiero… Hacerte dichoso… Feliz… Muy, muy dichoso… Muy, muy feliz… Mario, vida mía, amor mío… ¡Por fin, por fin, soy mujer!.
Sí vidita, sí; mujer…mujer completa… Una mujer enamorada que puede hacer dichoso a su amor… ¡Te quiero, Mario; te quiero!… ¡Aayyy!.
¡Aayyy!.
¡Más que nunca, ¿sabes?!.
¡Sí Mario, sí!.
¡Aayyy!.
¡Aayyy!.
Así, follando contigo, follada por ti, te quero como nunca… Mario, cariño mío… Ahora sí; ahora sí que soy tu novia… Tu mujer…
• Sí Martita… Mi novia y mi mujer… Mía cariño…mía…mía…
• Sí mi vida… Soy tuya…tuya…tuya… Tuya y de nadie más… Para siempre, mi amor… Para siempre jamás… Aunque un día me dejes… Aunque un día te canses de mí y desees a otra mujer más joven… Otro chochito más joven que el mío, yo seguiré siendo tuya… Tuya nada más… De nadie más… Para siempre mi amor… Para siempre y por siempre tuya
• Marta, vida mía; eso no pasará nunca… ¡Cómo va a pasar si no hay mujer que pueda, siquiera, compararse a ti!.
Siempre, me oyes, siempre te querré… Te amaré… Con todas las veras de mi alma… Mientras viva… Jamás te dejaré, pues sin ti la vida, para mí, ya no tiene objeto ni valor…
Marta me sonrió feliz, dichosa… Nos besamos, en besos llenos de amor, pero también ahítos de pasión… De sexual deseo… Vamos, que ahí fueron los morreos a tutti plén, las comidas de boca de antología… Y las caricias más que sexuales… Besé, lamí, chupé sus senos… Esas maravillosas cántaras de arrope y miel dulcísimos… Y sus pezones, sus pezoncitos, como ella decía…
• Sí mi amor; chúpame las tetas… Y los pezoncitos… No te olvides de los pezoncitos… ¡Aayy, mi vida, y qué gustito más grande que me das!.
¡Qué dulce eres conmigo, mi amor, mi vida, mi cielo!.
¡Aayy, aayy!.
¡Dame…dame más polla!.
¡Más, mi vida, más!.
¡Aayyy, aayyy, aayyy!.
¡Sí.
Sí…así…así, mi amor!.
¡Aaaggg…aaaggg…aaagggg!.
¡Qué gusto amor…qué gustito más grande me das!.
¡Sí; sí amor, sí!.
¡Mámame también los pezoncitos!.
¡Así, mi amor, así!.
¡Qué bien que me lo haces!.
¡Qué bien que me los mamas!.
¡Así, amor…así!.
¡Una vez uno, y luego el otro!.
¡Mario, Mario, amor!… ¡Aayyy!.
¡Aayyy!.
¡Harás que me corra!.
¡Sí…harás…harás…que…me…corra…si…sigues…así!.
¡Qué gustito, cariño mío, me da tu polla en el chochito…ay…ay…y tu boquita en las tetitas…en los pezoncitos!.
¡Ay!.
¡Harás que me corra ya mismo con tanto gustito como me das, mi amor!.
Sí, mi dueña y señora gozaba a modo y manera… Había cerrado los ojos, concentrándose en lo que sentía… En lo que hacía, pues sus caderas habían imprimido bastante más velocidad a su movimiento de vaivén y ahora era yo quien tenía que adaptarme a sus metidas a todo trapo… Mi amor, mi hembra, estaba espléndida… Con aquella entrega más que absoluta… Aquella más que desmedida pasión que ponía en nuestra unión lo mismo sexual como de inmenso amor… Con las mejillas encendidas en rojo más que subido, los labios temblorosos, trémulos de placer y abrazándome con brazos y piernas hasta la intemerata…
• Marta, Marta, amor, amor mío… ¡Sí, córrete…acaba mi vida!.
¡Yo…yo también estoy a punto de acabar….
¡Aaggg!.
¡Aaggg!.
¡Me vengo, amor…me vengo sin remedio!… ¡Sí…sí acabo mi amor acabo, acabo!…
En aquellos momentos, con ambas manos sujetando aquél primor de nalguitas, la había elevado hacia mí, haciendo que su “tesorito” se fundiera más y más en mi pubis… Ella, jadeando en grititos de placentero gozo, colaboraba con mi propósito, desenlazando sus piernas a fin de asentar los pies en la superficie de la cama para, apoyándose firmemente en las plantas de sus pies y la parte alta de los hombros, alzarse en el aire más de una cuarta sobre la superficie camera con toda la espalda arqueada, empujando así sus caderas hacia el nacimiento de mi miembro, con más que ímpetu, fiereza…
Mi reina, mi diosa del Olimpo, estaba desmelenada… ¡Increíble!.
Con los ojos entrecerrados, ni absolutamente cerrados ni, desde luego, abiertos, el rostro encendido teñido en rojo carmín, la respiración más que entrecortada, agitándosele, trémulas, las aletas de la nariz y los labios entreabiertos, temblequeándole ostensiblemente, al tiempo que se mordía, de vez en vez, el inferior… Su voz, enronquecida, medio quebrada por el tremendo enervamiento que la dominaba, me pedía que sí… Que acabara en sus entrañas… Que le diera mi semen, mi germen de vida…
Y no tuvo que insistirme tanto, pues, en verdad, yo estaba que no podía aguantar ya ni un segundo más, por lo que, incrementando mis embestidas hasta ni se sabe, profundizada más y más mi virilidad en su más genuinamente femenina intimidad, me vaciaba cono nunca antes lo hiciera… Porque, ¡Dios!, y qué manera de escurrirme… O qué manera la de ella de exprimirme a mí… Vamos, como a un limón… Me parecía increíble, pero así era… Me constaba, y a la vista había estado, que en su primitiva aversión y rechazo, ni un ápice de trampa ni cartón había, pero sin embargo, sus músculos vaginales habían obrado cual toda una experta en sexualidad sabe hacerlos trabajar… Inexplicable, pero cierto…
• No lo sé, mi amor… Yo…yo no hacía nada… Me salía solo… Sin yo hacer nada…No sé por qué pasó eso…
Me respondía ella, luego, cuando reposábamos en la paz tras la tormenta, a mi pregunta de cómo había sido posible que su vagina respondiera de la manera que lo hizo… Que siempre, posteriormente, lo hizo… Sólo que, luego, con bastante más experiencia, le salía bastante mejor
En fin, que la cosa es que, al sentir ella cómo mis personales e íntimos fluidos entraban en sus entrañas a toda presión, estrellándose con fuerza en lo más profundo de su intimidad, golpeando el cuello de su matriz, inundándola, podría decirse que se volvió más loca que otra cosa… ¡Dios y cómo se movía…cómo “empujaba” mi reina…mi diosa!.
No era ya que yo tuviera que acoplarme al desmelenado ritmo de sus caderas… No; nada de eso… Lo que pasaba es que me las veía y deseaba para coger aquél ritmo de locura… De desquiciamiento… Pidiéndome más, más y más, a todo gas
Y también Marta estalló… Su orgasmo fue algo así como el estallido de un volcán en plena erupción… Y sus reacciones, dantescas… Me dejó hecho un “Ecce Homo”… En lo más alto del clímax, su boca buscó, primero, la mía, pero luego mi mejilla, mi cuello, mi hombro… El labio inferior, más que rasgada su piel, igualito a una alcachofa… La mejilla, el cuello, por dos o tres sitios, el hombro…con los arcos dentarios, superior e inferior, marcados como a fuego… Y qué decir de la espalda… Arada de arriba abajo en dos grupos paralelos de cuatro surcos, los cuatro dedos de cada mano… Pero yo, en su momento, ni me enteré de nada… Fue luego, cuando la tormenta remitió y la adrenalina se aletargó secando el río de endorfinas que, circulando a más y mejor por mis venas, anestesiaban mi organismo, haciendo que no sintiera dolor ni cansancio
Pero es que el orgasmo que Marta disfrutó fue algo más que múltiple, pues no acababa de romperle uno en el fondo de la vagina, y ya le estaba bajando, como una descarga eléctrica, espina dorsal abajo, el siguiente… Fue, más bien, un orgasmo continuado, como en sesión contínua… Se estremecía en convulsiones que hasta podían asustar… Pidiéndome, sin tregua ni cuartel…
• ¡Sigue!… ¡Sigue, mi amor!.
¡No pares, cielo mío…no pares…no me la saques…aguanta, cariño mío, aguanta!.
¡No…no…me…dejes…tirada!.
¡Por…favor…ay…ay…poor…faavoor, ay, ay, amor mío…siiguee…siiguee…no…no…paarees!… ¡Por faavoor…poor faavoor!.
Y lo que a mí me sucedía no me lo podía creer… Acababa de eyacular… ¡Y, Dios, cómo eyaculé!.
¡Como nunca…como nunca!.
Yo, en aquellos menesteres, no es que fuera un experto, pero neófito tampoco era, que algún que otro “bollito” me había comido por aquellos tiempos, pero lo que entonces sucedió era por entero nuevo, único… Y, digo bien lo de único, pues nunca más volvió a repetirse… No aquella tarde, ni aquella noche… Nunca, nunca más sucedió…
Como digo, acababa de eyacular, y a modo y manera, pero resultó que el “soldadito” no cedió ni un ápice en sus bríos… En su “ardor combativo”, mostrándose más que deseoso de repetir al instante el “asalto a la bayoneta”… Y no es que aguantara, es que seguí dándole a la vara con unos ánimos que hacían palidecer de envidia a los que segundos antes ponía, cuando “cargaba”, como loco, a la “bayoneta calada”… Vamos, que, sin más, el combate prosiguió a brazo partido en una especie de grito de guerra como lo de “¡Santiago, y cierra España!.
Así, me llegó un segundo y hasta un tercer orgasmo consecutivos, sin solución de continuidad en los embates del soldadito, hecho un “héroe de guerra”…
Y no llegó el cuarto porque fue de punto imposible, lo mismo por parte de mi dueña y señora como de mí mismo, por total y absoluto desfondamiento en nuestra capacidad de seguir “dándole a la vara”, anuladas al 200%, como quien dice, nuestras energías… En un momento dado, cuando por fin, la sucesión de sus orgasmos le dio una tregua, se desplomó desmadejada sobre la cama, y yo, al instante, la seguí, derrumbándome sobre ella
Al caer sobre la cama, mantuvimos el abrazo que antes nos enlazara, con mis manos acariciando sus nalguitas divinas y sus brazos rodeándome el cuello, pero sin atenazarlo ya, pasada la inmensa pasión de instantes antes… Pero nos era imposible llegar más lejos en nuestras caricias, por más que lo deseáramos, pues nuestros organismos, hasta la última de sus fibras, pedían a gritos, árnica más que urgente… Allí estábamos, abrazándonos, mientras boqueábamos a todo boquear, cual peces recién sacados del agua…
En unos minutos, nuestras constantes vitales fueron tomando ritmos un tanto normales, aunque sin pasarse… Y entonces sí; entonces empezaron los besos, las caricias… Se juntaron, mezclándose, buscándose, labios, lenguas, salivas, en caricia más que dulce, tierna Caricias abarrotadas de dulzura…de tierno cariño… dulcísimo amor, pero más que hueras de sexual egoísmo… Nos dijimos, hasta la saciedad, los “Te quiero”…”Te amo”…”Te adoro”… Y así, sin darnos cuenta siquiera, caímos en plácido y reparador sueño, íntimamente abrazados…
La verdad es que ni idea de cuánto tiempo pasamos al amor de Morfeo, pero sí sé que cuando despertamos la tarde iba más que vencida, lo menos a las siete, si es que no era más tarde, y que lo hicimos bastante frescos, descansados… Y qué íbamos a hacer sino volver al tajo del amor sexual… A entregarnos mutuamente, con renovados ardores… Una, y otra, y otra vez… Entre “asalto y asalto a la bayoneta calada”, descansábamos, besándonos, acariciándonos… Renovando hasta el infinito nuestras palabras de amor… De cariño… Y también, alguna que otra vez, volvimos a descabezar ligeros sueñecitos de veinte, treinta minutos a lo sumo, para volver al “tajo” tan pronto volvíamos a estar despiertos
Entre aquella tarde y la posterior noche, hubo de todo… Desde el sexo vaginal hasta el anal, desde las felaciones con que ella me regalo, hasta los lametones, y algo más, en su sexo con que yo la obsequié… Lo probamos e hicimos todo, todo, todo… Era la absoluta y mutua entrega de ella para mí… De mí para ella… Yo no era dueño de mi ser, donado a Marta en cuerpo y alma, ni ella era dueña de su cuerpo ni de su alma, pues ambas cosas me las había regalado para mí solo…
Salimos de la cama poco después de las diez de la noche, al sorprendernos con un hambre de lobo los dos, pues hasta nos habíamos olvidado de comer… Entre los dos, preparamos unos huevos fritos, sendos filetes de ternera a la plancha y una ensalada de tomate, lechuga, cebolla, aceitunas, aceite, vinagre y sal… Y pare usted de contar, que más nos embutimos que comimos, ávidos los dos por volver al Paraíso en la Tierra que era entonces su cama… Serían las dos de la madrugada cuando, por fin, ahítos los dos de placeres sin cuento, quedamos definitivamente dormidos… Uno en brazos del otro… Yo entre los brazos de Marta, ella entre los míos… Eso era, al parecer, un sueño que ella mantenía desde aquél día en que yo la abordé junto al archivo.
Dormirse entre mis brazos y despertar de esa misma forma a la mañana siguiente
Aquella tarde, aquella noche, durante las treguas subsiguientes a los aguerridos “asaltos”, me contó cómo y cuándo supo que me quería… Que me amaba a morir… De siempre, a Marta le habían causado un asco infinito las miradas de los hombres sobre ella… Miradas obscenas, que la comían, la desnudaban con los ojos… Y los “machos”, cuarentones y cincuentones, así como los “machitos, veinte-treinta añeros, de la oficina, no eran excepción en lo de sus miradas a ella… De ahí la opinión de “cerdos” que de sus compañeros tenía
Cuando me conoció, al entrar yo en la empresa, me vio de manera especial, distinta, a como veía a los demás “machos” y “machitos de la oficina…
• Me pareciste un corderito ante una jauría de lobos… Me enterneciste…
Sí; en lo de corderito entre lobos había mucha verdad…Empezar a trabajar, para mí, fue todo un reto… Entré en un mundo nuevo, desconocido para mí: El del Trabajo… Con sus amistades, su camaradería… Pero también con sus zancadillas, sus codazos para dejarte atrás… Su tremenda competencia, a veces… Yo venía de un ambiente muy distinto… El de la clase media-media, semi acomodada… Y mi mundo había sido el del estudio… El Bachillerato primero; la Universidad después… Y sí; en aquellas lides en que acababa de entrar era un “pipiolillo”… Algo así como un “pito” en los antiguos Tercios Españoles(1)…
Luego, cuando también yo empecé a mirarla con ojos no muy santos, resultó que no le desagradó… Hasta comenzó a mirarme ella con otro interés distinto, diciéndose: “Pues no es mal mozo el pipiolillo”… El punto de inflexión fue al abordarla junto al archivo acoquinándola contra la pared… De inmediato pensó que iba a violarla allí mismo, sin contemplaciones… Los sentimientos que eso que entonces ella consideró más que seguro fueron, en verdad, terribles… Por un lado, y ante todo, la tremenda desilusión… “Con que al final, vas a ser tú, la “mosquita muerta”, el “corderito entre lobos” quien lo haga”… De cualquiera lo hubiera esperado menos de mí, y el desengaño fue demoledor, pues, según me decía, hasta me apreciaba… Luego, también, la rabia, unida a la impotencia, pues ya había advertido que ante poco podría… Lo mismo que había sido impotente a que la acorralara junto a la pared, por más que intentó oponerse, sabía que tampoco podría oponerse a cuanta violencia yo quisiera ejercer en ella
Pero no pasó nada de lo que temía… Yo, simplemente, la desprecié… La traté más de zorra que de otra cosa, y la dejé allí, abandonada y sin tocarla, yéndome escaleras arriba… Entonces lo que sintió fue todavía peor, pues fue, ante todo, frustración… Paradójicamente, se sintió despreciada… ¡Despreciada como mujer!.
Y despechada…sí; despechada… ¡Porque yo no la violé!.
Estaba hecha un mar de líos… No entendía nada de nada de lo que le sucedía… ¿Por qué…a qué esa desazón de espíritu?.
¿Por qué, esos calores que sentía?… Ese fuego que le devoraba su más genuina feminidad… Lloraba a moco tendido, y muy bien no se explicaba la razón… Sólo era eso, que lloraba y lloraba con enorme desconsuelo, pero sin encontrar la razón…el motivo…
Se dejó deslizar pared abajo hasta quedar en el suelo, más recostada en la pared que sentada contra ella… Con el pelo en desorden, por mis zarandeos, las piernas más que abiertas y la falda bastante más arriba de la rodilla… Y ese fuego interno que le abrasaba el cuerpo… Pero, sobre todo, el sexo… Alucinaba con aquello, por entero desconocido para ella: El puro, casi duro, deseo sexual… En ella se había obrado un cambio copernicano, al trocarse, de verdad, en una mujer… Una mujer sumamente ardiente, en añadidura… Una hembra humana deseosa de un macho de su especie… Un macho humano, sí, pero muy, muy determinado: Yo mismo, Mario Lapuente… El “pipiolillo” de la oficina… El “corderito entre lobo
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