EL OSO NEGRO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulces.placeres.
EL OSO NEGRO
Empezaremos unos veinte o veinticinco años atrás, mis padres me enviaban a una escuela pública de mediana reputación, éramos unos cuarenta alumnos, mitad varones, mitad mujeres.
En especial recuerdo a Graciela, o Grace como todos la llamábamos, ella era una niña de cabellos platinados, venía peinada con la raya al medio y el pelo tirante con dos colitas levantadas que naturalmente se enrulaban en grandes bucles, su piel era blanca como la leche y tenía unos enormes ojos azules, siempre asistía impecablemente vestida con su uniforme blanco y sus zapatos charolados que uno podía usar de espejo, tenía un amor platónico con ella, una amor inocente de niñez, y fue mi primer y gran amor, aunque ella nunca lo supo.
Pero Graciela era una niña cruel y tenía una saña particular conmigo, ella me odiaba por la sola razón de mi piel, por ser negro.
Me despreciaba, me maltrataba y siempre me hacía centro de sus burlas, tenía un carácter dominante al punto de influir sobre los demás chicos, y sus burlas personales hacia mí se transformaban en las burlas del grupo.
Nunca había entendido porque tanta crueldad, tanto odio, si yo hubiera hecho cualquier cosa por ella, recuerdo que jamás me llamó por mi nombre, ella solo me decía ‘negro’ en forma despectiva, a pesar de que varias veces fue reprendida por este tema, comprendí que Grace nunca cambiaría.
Al terminar mis estudios primarios y con la inocencia de mi niñez, Grace dejaría un sabor agridulce en mi boca, ninguna chica había despertado en mí tantas sensaciones como ella, pero tampoco nadie me había bastardeado como ella ni me había hecho sentir el dolor del racismo a flor de piel.
El tiempo pasó, en mi adolescencia y en mi despertar sexual descubrí que tenía algo enorme entre las piernas, que estaba muy bien dotado, cosa que me sería de suma importancia en poco tiempo.
En mis estudios secundarios soñaba con ser médico, por lo cual al concluirlos ingresé a la facultad de medicina, pero la vida se me hacía muy cuesta arriba, necesitaba dinero para mantenerme y la carrera que había elegido era muy costosa, mis padres ya no podían sostenerme y tampoco conseguía un trabajo decente, por lo que la pasaba haciendo changas por pocos pesos.
Una noche cambiaría mi vida, salimos con algunos amigos y a la madrugada terminamos en un cabaret para pasar el rato, nos divertirnos y tomamos unas copas.
El destino nos llevó a tener sexo con una prostituta, una vieja cincuentona maltratada por la vida que por pocas monedas nos pasó uno a uno y ella reparó en el descomunal tamaño de mi pija, antes de que terminara mi tiempo tomó un papel, una birome y me pidió un número de teléfono para contactarme.
En ese momento no le di importancia, pero poco después me llamó un tipo ofreciéndome un trabajo de stripper en un bar nocturno para damas, y después de algunas reuniones, discusiones, evaluaciones debuté una noche de crudo invierno.
No fue fácil para mí desnudarme delante de tantas mujeres, pero necesitaba el dinero y poco a poco perdí mi vergüenza y fui escalando en el show llegando a ser uno de los más cotizados.
Cambié la facultad por el gimnasio, aumenté de peso, trabajé mi cuerpo, llegaron los tatuajes y las depilaciones, nacía ‘El oso negro’, mi nombre en el club de strippers, mejoró mi paga y empecé a tener dinero extra con las mujeres que me pagaban por sexo, mujeres, putas mujeres, esposas mal cogidas, que en verdad me prostituían a mí, haciéndome objeto sexual por unos pesos…
Cuando pasé los veinticinco mis ingresos eran un cincuenta por ciento por los show y otro cincuenta por la paga de las mujeres por unas horas de sexo.
Me di cuenta que la segunda opción podía ser más redituable si la explotaba mejor, dejé de lado el tema de los shows para entrar de lleno en la prostitución masculina, una ‘puta reventada’ sería el término si hubiera sido mujer.
Puse anuncios en los periódicos, puse a disposición mi correo electrónico en el que las mujeres me pedían fotos y hasta un perfil de face, cogí como nadie, podría decir que las mujeres son peores que los hombres, putas, más que putas, mujeres de todo tipo y edades, me acosté con ángeles, me acosté con demonios, les hice las cosas más locas que puedan imaginar, cosas que jamás harían con sus parejas, hice cornudos a incontables hombres, y en muchos casos, sin ellos saberlo, era su propio dinero el que recibía para coger a sus mujeres.
Me tocaron mujeres detestables, sucias, agrias, las que me supusieron un verdadero sacrificio y apretar el estómago, me tocaron mujeres perfectas a las que yo con gusto les hubiera pagado para llevarlas a la cama y aun no entra en mi cabeza como ellas eran las que ponían sus monedas sobre mi…
Como fuera, a los treinta años mi enorme verga era mi única fuente de ingreso y así entre tantas me contactó ‘zorrita caliente’, fue directo al grano, sin rodeos, quería un buen macho que la satisficiera, me pidió unas fotos de mi sexo para comprobar que era cierto lo que vendía, le envíe un par junto a una lata de gaseosas, para que tuviera un punto de referencia, me escribió acerca de su esposo, que viajaba, que la dejaba mucho tiempo sola y que no le daba la atención que ella necesitaba, una historia más común de lo que muchos creen.
Acordamos la tarifa y un horario especial en el cual su marido no sea inconveniente y un lugar de encuentro.
Esa noche fui puntual a la cita, era un edificio, el octavo piso, un entorno lujoso, toque timbre y esperé en la puerta, por primera vez sentí su voz en el portero y luego la chicharra para permitirme el acceso, subí por el ascensor con sigilo para llegar al departamento ochocientos siete.
Golpee suavemente y casi de inmediato abrió la puerta, y ahí llegaría mi sorpresa al vernos por primera vez cara a cara.
Era su rostro, esa piel blanca como la leche y esos enormes ojos azules, Grace no había cambiado mucho su rostro de la niñez, como olvidarla si había sido todo para mí, pero ella evidentemente no me había reconocido, si siempre me había despreciado y yo había cambiado, pero lo cierto fue que no me había reconocido…
Cómo te llamas? – pregunté solo para confirmar que era ella
Qué importa… soy tu ‘zorrita caliente’, venía papi, quiero ver si tu verga es tan buena como aparenta en las fotos…
Ok, que prefieres?
Quiero que me hagas mierda, que me rompas toda, que me destroces con esa verga enorme, vamos ‘negro’!
No me hizo falta confirmar su nombre, sus modales, su omnipotencia, su racismo…
Grace contaba cuidadosamente el importe acordado, al tiempo que me comentaba que ese departamento era una de las propiedades de su esposo, que seguramente andaría por Ámsterdam, que a pesar de estar lejos debía guardar las apariencias en el barrio, el lugar era acogedor, fuimos al dormitorio, alfombrado en rojo furioso, había olor dulzón a sahumerios, una luz tenue alumbraba a un costado, una cama enorme con sábanas blancas, una bandeja con bananas y grandes manzanas verdes decoraban el ambiente, sobre la mesa de luz unos preservativos, lubricantes y un gran vibrador texturado parecían esperar su turno.
Mientras yo me amigaba con la habitación, Grace dejó la larga bata que tenía y se acomodó sobre un mullido colchón, recostada sobre un lado, con la vista clavada en mí dirección, como una gatita mimosa, sus piernas estaban cubiertas con unas medias de red azules que llegaban bien arriba en sus muslos, sujetas con portaligas del mismo color, zapatos negros de finos tacos, guantes mitones haciendo juego, un corsé que ajustaba su tórax comprimiendo su respiración y casi sin poder contener dos grandes senos que evidentemente no eran naturales, de cabello rubio, corto a los hombros y perfectamente engominado, incontables alhajas cubrían su cuerpo, pendientes, collares, pulseras y anillos.
Mi vista recorría su cuerpo y al llegar a sus ojos noté que su mirada estaba perdidamente clavada en mi sexo, por lo que saqué mi remera, luego mi pantalón y por último mi slip, quedándome completamente desnudo ante ella quien abrió sus ojazos para exclamar
Oh my god!!!! Que pedazo de verga!!!!
Sus manos recorrieron mi pecho, mis bíceps, apretando todo a su paso, dijo nuevamente
Negro! qué bien estas…
Estiró una mano, tomó un condón, lo retiró del envase e intentó calzármelo con un tanto de apuro resbalando un par de veces por el diámetro de mi cabeza, forzó hasta romperlo con sus uñas, maldijo, tomó otra unidad y procedió con más cuidado, al fin lo pasó y lo fue desenrollando a lo largo del tronco hasta el final, aún quedaban varios centímetros por cubrir…
Grace vino sobre mí y empezó a chupármela, luchando por comerse mi cabeza, tomando el largo y venoso cuerpo entre sus manos, parecía poseída, solo se sentía en la habitación sus profundas mamadas y su respiración jadeante, había cerrado los ojos, su entrecejo se fruncía y yo solo la miraba, miraba como me la chupaba, tan fina, tan delicada, las vueltas de la vida…
Ella la soltó puesto que no podía con mi anguila, empezó a darse golpes en su rostro con ella, la bajó y empezó a golpearse en los pechos con ella, el derecho el izquierdo, los desnudó para pasar mi glande húmedo sobre sus pezones que se erguían amenazantes, la tomé con fuerza de los cabellos y volví a metérsela en la boca, profundo, al fondo, más profundo, apretándola con fuerzas, empezó a atragantarse y largar saliva por la boca, las lágrimas brotaron de sus ojos arrastrando tras ellas el rímel, me sentí diabólicamente poderoso, la forzaba, me gustaba, se la saqué y le grité
Puta… querías pija? querías que te rompa toda? ahí tenes…
Grace apenas si podía con su agitada respiración, con la boca abierta trataba de tomar aire, de recuperarse, y la embestí nuevamente, ella trató de evitarme pero no pudo con mi fuerza, otra vez mi pija adentro de su boca, se la di gloriosamente y luego de un rato le di un segundo respiro, entonces, apenas pudo recuperar el aliento levantó la apuesta
Negro de mierda! sos un maricón! Cógeme! Cógeme negro puto!
Sus palabras sonaban con la misma estridencia y prepotencia de años atrás, la desparramé sobre el lecho y le arranqué la tanga, levanté sus piernas con violencia y se la enterré en la concha, con la mitad era suficiente, pego un grito violento mezcla de dolor y placer, empecé a cogerla, me sobraba pija para su pequeña concha, Grace empezó a gemir conforme a mis impulsos, cambiamos posturas, apreté sus tetas, mordí sus labios, le di nalgadas, la temperatura subía, nuestros cuerpos estaban transpirados y ella parecía endemoniada, con la fuerza de un huracán, mi enorme verga no era un obstáculo para ella, y seguía con sus insultos, con sus provocaciones, hacíamos el amor, hacíamos la guerra…
Volví a la posición inicial, levantando sus piernas bien atrás, abriéndola toda, sus pechos se movían rítmicamente con cada empujón que le daba, ella pasó su mano bajo su pierna hasta llegar a lo que sobraba de mi verga, me masturbó con esmero, al fin me sentí llegar, todo dentro de su concha, hasta el final…
Me tiré abatido a un constado, respirando agitado, con la vista perdida en el blanco cielorraso, mi miembro empezaba a perder rigidez lentamente, aun cubierto por el preservativo lleno de semen, Grace se sentó sobre la cama y con sumo cuidado lo sacó de mi pene, lo levantó y con una puta sonrisa dejó caer el líquido en su boca, como un remedio bebió hasta la última gota, largó una carcajada con sus dientes aun impregnados en semen, en mi mente se reproducía la imagen de esa niña de colitas platinadas y no podía dejar de comparar con la puta mujer que hoy se había convertido, entonces le pregunté
Te gusta mi leche?
Si negro! Me gusta tu leche, me gusta tu pija, quiero más…
Entonces vino sobre mí para empezar otra vez y otra vez empezó a chuparme la verga, ahora lo hacía en forma provocativa, mordiéndome cada tanto, mezclando dolor con placer, ya conocía el juego, me habían tocado algunas mujeres de este tipo y si bien no era lo que más me gustaba yo siempre estaba a disposición de mi clienta.
Levanté con fuerza una de sus piernas para acomodarla en un prefecto sesenta y nueve, empecé a darle fuertes nalgadas, su blanca piel prontamente se enrojeció y se hizo evidente que esto la enloquecía, estiré mi mano, tomé lubricante y unté su trasero que rápidamente se dejaba penetrar por mis dedos, fui por el enorme consolador texturado que descansaba en la mesa de luz, se lo apunté en el culo y empecé a forzar, pocas mujeres tenían el culo tan abierto, y miren que conocía mujeres…
A medida que el juguete abría su esfínter ella perdió la concentración en la mamada, de hecho dejó de hacerlo, la sentí aprisionar con fuerza mi pija al punto de ahorcarla y exclamó entre gemidos de dolor y placer
Mmmmm….
negro hijo de puta! Negro puto de mierda…
Esas palabras me llevaban a mi infancia y revivía el desprecio de esos días, me incorporé tras ella, me calcé un nuevo condón y se la enterré toda en la concha, Grace bramaba como poseída, la tenía en cuatro patas, metiéndosela tan profundo que la hacía estremecer, encorvándose y retorciéndose, en su culo todo abierto estaba aún metido el juguete y con mi dedo pulgar se lo apretaba cada vez más adentro, las patas de la cama chirriaban en el piso pidiendo clemencia, azoté sus nalgas con más violencia, ella gritaba, fue todo muy rápido y muy irresistible, saqué con premura mi sexo del suyo y arrancando el preservativo fui sobre su rostro, la tomé con fuerza del cabello y apoyé el glande contra su mejilla, ella se entregó cerrando los ojos y entre abriendo los labios, mi leche caliente comenzó a ensuciarla toda su cara, la perra disfrutaba su putez, y yo disfrutaba sarcásticamente la situación.
Al fin ella cayó rendida sobre el colchón, boca abajo, con su rostro embardunado en leche, respirando agitada con un placer infinito.
Grace se relajó un tanto, pero yo necesitaba más, mi vista fue de casualidad hacia las frutas que decoraban la habitación, tomé una de las enormes manzanas verdes y la obligué a dar un mordisco, luego me senté sobre su espalda, la llené de lubricante y la apoyé en su esfínter, reaccionó de inmediato
Pará negro hijo de puta! qué haces???
Lo que me pediste… no me dijiste que te hiciera mierda, que te rompiera toda?
Pero eso no animal! pará! pará!
Pero la tenía bien inmovilizada, ella sacudía sus piernitas tratando de resistirse, pero empujé la manzana con fuerza, su esfínter poco a poco se estiró abriéndose como la boca de un volcán, más y más, y ella más se negaba
No hijo de puta! no! pará! duele, duele! ay! ayyy!
Cuando su culito se abrió tanto como el diámetro mayor de la manzana, esta pasó completa y su anillo marrón se cerró como una guillotina, ella bufó y protestó resignada, naturalmente hizo fuerza para escupirla, pero yo me aseguré de impedirlo, tomé otra manzana y repetí el procedimiento, esta vez ya no hubo tanta resistencia, ni de su culo ni de su boca, ya no protestó como antes, una tanto resignada, desplacé en lo profundo la segunda sobre la primera, y donde cabían dos seguro cabrían tres…
Ya con tres frutas me mostré satisfecho, ella hacía fuerza, pero yo me deleitaba solo observando, cuando su culo se abría todo volvía a metérsela para volver a comenzar…
En ese momento ella era un desastre de mujer, toda abierta, llena de leche, de lubricante, de saliva y de transpiración, sucia, con su voluntad quebrada, giré asegurándome de presionar para mantener las manzanas en su lugar, me incliné sobre su espalda y le dije susurrando en su oído antes de liberarla
En que puta te has convertido Grace…
Entonces cambió su actitud, abrió sus ojos desesperadamente, y giró sobre sí misma, las manzanas cayeron una tras otra, la invadió un manto de vergüenza, se apartó de mi lado como si fuéramos extraños, aterrorizada, incrédula, se arrinconó tratando de ocultarse como una cucaracha, preguntó con voz temblorosa
Me conoces… como me conoces…? quien eres…?
No me recuerdas? estudios primarios, compañeros…
No, no puede ser, eres… eres…
No pudo completar la frase, Grace se desvaneció y rodó por la alfombra.
Solo me quedé observándola, con la risa a flor de piel, la vida nos da sorpresas…
PD: solo para mujeres, si quieren fotos… pero ya saben, tengan cuidado…
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Escríbeme con título ‘EL OSO NEGRO’ a dulces.placeres@live.com
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