El pajero de la clase
Por la calentura Mateo y yo nos hacemos una paja en el baño del colegio y filtran un video.
Continuación de «Adictos a la paja»
Desde nuestra paja conjunta, seguimos haciendo lo mismo cuando podíamos en mi casa o sino por llamada de discord mirando una porno y comentándola. Pero la historia de hoy trata sobre un día de clase en el que llego una profesora suplente para la gorda trola de la de historia.
Ese día, como de costumbre, entramos a clase de historia con la cabeza puesta en cualquier cosa menos la lección. La profesora anterior era una mujer vieja y fea, así que cuando vimos entrar a la nueva profesora, ambos nos quedamos boquiabiertos.
Ella se llamaba Laura, una mujer de unos 30 años, con unas grandes tetas que resaltaban por debajo de su blusa. Su cabello castaño y el maquillaje que usaba le hacían una cara de puta divina.
Casi al instante de entrar a Mateo se le puso la pija como piedra, parecía que iba a romper el pantalón. Yo empecé a reír imaginando la típica situación embarazosa en que la hacen pasar al pizarrón y el compa esta con el mástil levantado.
La profesora Laura comenzó la clase con una voz suave, Mateo y yo estábamos muy concentrados, pero en sus tetas. Cada movimiento que hacía, cada gesto,. Cuando se agachó para recoger un lápiz, pude ver el escote de su blusa, y sentí como mi propia pija comenzaba levantarse.
Mateo, en un intento por aliviar la tensión, se levantó de su asiento y pidió permiso para ir al baño. Yo lo seguí con la mirada, notando cómo su pantalón marcaba su erección como una carpa. La profesora, le dio permiso sin sospechar nada y yo me escabullí para seguirlo
En el baño, Mateo se dirigió directamente a uno de los urinarios y comenzó a desabrocharse el pantalón. Yo me quedé parado junto a él, observando cómo sacaba su verga erecta y comenzaba a masturbarse con urgencia.
M-Santi ¿qué haces acá?»,
S-No me iba a perder la diversión.
Sin decir más, me bajé mi pantalón hasta las rodillas y saqué mi propio pene, que estaba full caliente. La sensación de estar en un baño público, sabiendo que en cualquier momento alguien podría entrar, solo aumentaba mi excitación.
Nuestros gemidos empezaron a escucharse por el baño, mezclándose con el sonido de la orina cayendo en los urinarios de al lado. Yo me mordía el labio, tratando de no hacer ruido, pero mi cuerpo pedía a gritos un alivio que solo mi mano podía dar.
De repente, la puerta del baño se abrió, y un grupo de chicos entró hablando animadamente. Nosotros no nos inmutamos, demasiado concentrados en nuestra propia chaqueta. Ellos se lavaron las manos, charlaron un momento, y salieron sin darnos importancia.
Pero entonces, la puerta se abrió de nuevo, y esta vez entró un chico que nos miró con una sonrisa traviesa.
«¿Qué tal, pajeros?», dijo en voz baja, sacando su teléfono.
Mateo y yo nos detuvimos, sorprendidos y avergonzados. El chico, sin embargo, no nos dio tiempo a reaccionar. Con rapidez, tomó un video de nosotros en plena acción, nuestros penes erectos en nuestras manos, y salió del baño riéndose.
S-¡Espera, vuelve aquí! grité, pero ya era demasiado tarde.
Nos miramos, sabiendo que estábamos en tremendo quilombo. La foto podría circular por todo el colegio en cuestión de minutos, y nuestra reputación como pervertidos quedaría sellada. Pero en ese momento, las ganas de correrme eran más fuerte que el miedo.
Me acerqué a la pared, aún con mi pene en la mano, y continué pajeandome con más fuerza y Mateo hizo lo mismo. Sintiendo cómo mi orgasmo se acercaba, mi cuerpo se tensó, y en un momento de éxtasis y eyaculé cubriendo la pared con mis mecos. La sensación de liberación fue increíble, y espere a que mi amigo terminara, disfrutando el momento.
Cuando Mateo terminó, nos lavamos la pinga en la pileta y salimos al recreo, sabiendo que habíamos cruzado una línea de la que no había vuelta atrás.
Durante el recreo, nos mantuvimos alejados del resto, sabiendo que éramos el centro de atención, aunque aún nadie supiera por qué. Nos sentamos en un rincón del patio, observando a los demás estudiantes, y nos dimos cuenta de que éramos los únicos que no estaban rodeados de chicas.
S-Creo que la fama de pajeros ya nos llegó, dije con una sonrisa resignada.
Mateo asintió, y en ese momento, su teléfono comenzó a sonar. Era un mensaje de un número desconocido. Lo abrió, y su rostro palideció.
S-¿Qué pasa?
Me mostró el teléfono, y allí estaba, el video de nosotros masturbándonos en el baño, ahora en manos de quien sabe cuántos estudiantes.
M-La puta que los parió.
Y así nos convertimos en los pajeros y apestados de la clase, ya ninguna chica nos hablaba y los pibes se mantenían distantes aunque todos eran tan pajeros como nosotros.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!