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Fantasías / Parodias, Heterosexual, Intercambios / Trios

EL precio por ser parte… «del grupo de élite» – parte 1

Un joven genio descubre el oscuro y ardiente secreto detrás del éxito de un club académico de élite: un ritual prohibido donde las madres de los perdedores pagan un alto precio. .
Ah, queridos lectores, si supieran las locuras que uno guarda en el fondo del alma… Soy un hombre hecho y derecho ahora, con mis años encima, pero déjenme contarles una historia que me quema por dentro cada vez que la recuerdo. Me llamo Alex, y tenía apenas 18 años, en mi último año de secundaria, y era el puto genio del salón. Notas perfectas, siempre el primero en todo. Estudiaba en un colegio solo de hombres, un infierno de testosterona y rivalidades, pero yo brillaba por mi desempeño académico. Todo lo hacía por mi madre, ¿saben? Ella era lo único que tenía en la vida. Mi padre se fue cuando era chico, y mamá –Laura, se llamaba– se mataba trabajando como guía de escaladores en las montañas. Tenía un cuerpo de diosa por su condición física, pues siempre los fines de semana, hacia ejercicios de resistencia para cuidar su cuerpo. Pero a más de ser una obsesionada con el ejercicio, ella me presionaba como loca para que fuera el mejor.

–Estudia, hijo, sé el número uno –me decía siempre.

Yo lo hacía por ella, aunque me estuviera volviendo loco de tanto libro.

El tiempo pasó y un buen día, mamá me soltó una bomba. Ella me dijo que ese era el último año en ese colegio, pues me iba a cambiar. ¿Por qué? Porque se enteró que existía otra institución de renombre nacional, donde solo los genios, entraban a un club de competencias académicas. Era un equipo invencible: historia, matemáticas, biología, todo. Ganaban siempre, y los reclutadores de las universidades top del país babeaban por ellos.

–Es tu oportunidad, mi amor –me dijo con esa sonrisa que no admitía réplicas.

Yo me enfurecí. ¿Dejar a mis amigos? ¿Cambiar de ambiente así, de golpe?

–Mamá, ¿por qué me haces esto? ¡Estoy bien donde estoy! –le grité.

Ella solo me abrazó fuerte, y murmuró:

– Es por tu bien hijo. Así llegarás más lejos.

Y yo, cedí como siempre.

Cuando llegué al nuevo colegio, este era un lugar imponente con paralelos llenos de estudiantes ambiciosos. Pero me adapté a la fuerza, y sin notarlo, ya estábamos a la mitad del ciclo académico, y el tiempo de entrega de notas llegó. Cuando lo hicieron, les volé la cabeza a todos. Superé al que era el rey hasta entonces, un tal Marcos, que me miraba con una sonrisa falsa cada vez que nos cruzábamos. En fin, ese mismo día… antes de salir al recreo, entró un inspector al salón con una invitación en la mano, y me dijo delante de todos:

– Felicidades, joven. Por tu desempeño excepcional, estás invitado al equipo de competencias académicas.

El salón estalló en aplausos, ovaciones, palmadas en la espalda. Yo me hinché de orgullo. El timbre sonó, y todos salieron al recreo menos Marcos, que se acercó con una sonrisa arrogante.

– Bien hecho, genio. Vas a encajar perfecto en ese grupo. Yo por mi parte… me alegro de no ser parte de eso – me dijo con un tono sarcástico, como si estuviera aliviado de algo que yo no entendía.

Le di una palmada en el hombro, riéndome por dentro.

– Gracias, Marcos. Debe ser la envidia hablando, ¿no?

Y no le di bola. Pensé que era puro resentimiento.

Ese mismo día, cuando cayo la tarde, corrí a casa y al entrar, vi a mamá en la cocina. Yo me acerqué emocionado y le dije:

– ¡Mamá, mamá! ¡Me invitaron al club! ¡Estas viendo… a uno de los mejores, de los cinco paralelos de último año!

Al oír eso, sus ojos se iluminaron, ella me abrazó tan fuerte que sentí su pecho contra el mío, y me felicitó.

– ¡Hijo mío, estoy tan orgullosa! Sabía que lo lograrías. ¡Vas a brillar en esas competencias! –exclamó, besándome la mejilla con un entusiasmo que me hizo sonrojar.

Y así, al día siguiente, acudí a las reuniones de ese club después de clases. Recuerdo que éramos cinco: yo (el nuevo), Pedro, Juan, Carlos y Diego –cuatro sabelotodos que vivían afanados por memorizarlo todo. Al principio, pensé que estaban tensos por el encuentro que se avecinaba, pues no paraban de decirme:

– La competencia se acerca, hay que memorizarlo todo, todo –casi sudando.

Pero yo, tranquilo como siempre, leía lo justo y seguía con mi vida. Mientras ellos, me miraban con compasión, como si supieran algo que yo ignoraba. «Pobre chico nuevo, no sabe el precio que se paga aquí», parecían murmurar entre dientes.

Por cierto, casi lo olvido… a cargo del grupo, estaba un profe estricto y autoritario –el señor Ramírez– que nos exigía perfección. Aún recuerdo que siempre nos decía:

– Fallar no es una opción.

Pero yo pensaba: «Bah, soy inteligente, no fallaré».

En fin, cuando llegó el gran día. El auditorio estaba a reventar: había mucho público, y en la tarima, habían dos mesas con sillas. Unas para los contrincantes, y otra para nosotros. Cuando la hora llegó, entramos los cinco y nos sentamos. Mientras todas las madres, estaban en primera fila, junto al profe. Todas eran mujeres acaudaladas, de buenas familias, con cuerpos esculpidos por el gym. Y mamá, no se quedaba atrás… pues con su figura atlética de escaladora, destacaba con su blusa ajustada y sus jeans. Todas nos animaban con aplausos y gritos. Hasta que el moderador, dio el inicio y mencionó la primera pregunta.

Todo empezó de maravilla, rápidamente tomamos la delantera rápido. Respondíamos todo como máquinas: historia, mate, biología, etc. Pero nuestros contrincantes, no se dejaban, casi nos estaban alcanzando. Entonces, Pedro se equivocó en una respuesta clave.

– ¡Error! Punto para el equipo rival –anunció el moderador.

Y nos quedamos atrás, mientras el público murmuraba. En la siguiente ronda, yo salté:

– ¡La respuesta es… la meiosis! –grité más rápido que nadie.

Y nuevamente, volvimos a la racha, íbamos de nuevo primeros.

La cosa se puso emocionante: era una ida y vuelta de tensión. Hasta que al final, el moderador proclamó:

– ¡Victoria para nuestro equipo!

El auditorio estalló en ovaciones. Yo estaba eufórico, abrazando a mis compañeros. Todos estábamos felices, menos Pedro, que parecía un zombi. Entonces, me acerqué y le dije:

– Oye Pedro, no pasa nada. Ganamos igual.

Él solo asintió, con su mirada baja:

– Sí… ganamos.

En eso, nuestro profe nos reunió y dijo:

– Excelente, chicos. Regresemos al aula para festejar.

Y en lo que nos íbamos, voltee hacia atrás y vi al profe acercarse a la mamá de Pedro –Silvia, una rubia despampanante con curvas de infarto– y le susurró algo. No le di importancia en ese momento, y me retiré con mis compañeros.

Cuando llegamos al aula, todos estábamos emocionados, pero menos Pedro… que se sentó aparte. Entonces, los otros me miraron con sonrisas pícaras.

– Ahora vas a descubrir por qué somos los mejores, nuevo. Y cuál es el precio de estar aquí –dijo Juan, con voz cargada de morbo.

Entonces sentí, como la tensión se apoderaba del aire, como si algo estaba a punto de revelarse. Y se abrió la puerta. Era el profe, entrando con Silvia a su lado. Ella caminaba con mucha confianza, sin un ápice de nervios. El profe cerró la puerta con llave y nos miró:

– Bien, chicos. Pongan las sillas en círculo. Ya saben qué hacer.

Rápidamente, formamos un círculo con las sillas, dejando una sola en el medio y… Pedro y su madre, se colocaron en el centro. Entonces Pedro, le dijo a su madre:

– Mamá… lo siento.

Pero ella solo sonrió, y le puso una mano en la mejilla:

– No te preocupes, hijo. Esto es para que sigas siendo parte del grupo. Hazlo mejor para la próxima.

Y él, con sus manos temblorosas, empezó a desnudarla delante de todos. No podía creer lo que estaba presenciando!! Primero, le quitó la blusa, botón por botón, revelando un sostén de encaje violeta que contenía sus pechos. Luego, la falda: se la bajó lentamente por sus caderas anchas y generosas, dejando entrever unas piernas tonificadas con muslos suaves y un culo perfecto, enmarcado, por una tanga diminuta que se perdía entre sus nalgas. Finalmente, cuando le desabrochó el sostén, este cayó… liberando sus dos senos a los lados por efecto de la gravedad, los cuales, se movían de forma ligera con cada respiración, y bueno… cuando le quitó la tanga, Pedro expuso ante todos, el coño depilado de su madre. En realidad, esa señora tenía un cuerpo de modelo. Simplemente era perfecta, con su piel blanca, sus curvas atléticas, y su lindo rostro.

En fin, luego de dejarla desnuda. Pedro recogió la ropa y se retiró a una esquina, dejando a su madre sola en el centro del salón.

Entonces, vi que el profe sacó de su portafolio una regla de madera larga y empezó a darse golpecitos en la palma.

– Señora, reclínese sobre el espaldar de la silla. Esto se lo merece, por no estar pendiente de que su hijo estudie lo suficiente.

Ella, sin dudar obedeció, inclinándose sobre la silla y elevando el culo. No estaba ni siquiera nerviosa; al contrario, aceptaba su penitencia con gusto. Entonces, el profe levantó la regla y ¡zas! Le dio una primera nalgada que resonó en el aula, dejando una marca roja en su piel.

– ¡Esto por descuidar sus deberes como representante de su hijo! –gruñó.

¡Zas! La segunda, más fuerte, haciendo que sus nalgas temblaran.

– ¡Esto es… por que su hijo casi arruina nuestra racha!

Y ¡zas! La tercera, con más fuerza, y ella jadeó de placer y dolor:

– Aaayyy profe… sí, me lo merezco. Castígueme, me lo merezco!!

Yo sentía una tensión brutal en el cuerpo, como si el aire se hubiera cargado de morbo. Mi polla palpitaba en los pantalones, y un calor me subía por el pecho, sintiendo, una especie de excitación prohibida. Y es que no podía apartar la vista… de esas nalgas marcadas por la regla, y en el modo en que Silvia gemía… joder, era hipnótico! En eso, volteé a ver a Pedro, esperando verlo destrozado, pero no: el cabrón se estaba masajeando encima del pantalón, con los ojos fijos en su madre humillada, como si eso lo pusiera aún más caliente. «¿Qué coño pasa aquí?», pensé.

Pero en eso, el profe guardó la regla y nos miró:

– Ahora, es su turno muchachos. Formen una fila.

Todos se alinearon rápidamente: primero Juan, luego Carlos, Diego, y yo al final. El profe, literalmente tubo que empujarme para ponerme en fila, pues yo del impacto, ni siquiera me podía mover.

– Alex, ponte en la fila. Ya nada, serás el último por lento. Y recuerda bien esto: si uno falla, todos nos follamos a su madre como castigo. ¿No cierto, señora?

– Sí, profe… así es, Alex. Si no quieres que esto le pase a tu mamá, esfuérzate mucho, ¿sí? –me dijo ella, abriendo más las nalgas con las manos, exponiendo su coño y su ano para todos.

Entonces, Juan, el primero de la fila, se bajó el pantalón, y su polla dura salió libre, y se acercó.

– Bien, Silvia. Voy a dárselo primero –dijo con voz ronca.

Y ella, sacó la cola más para él.

– Sí, Juan, mi campeón de matemáticas. Vamos, dame duro. Fóllame como me merezco.

Él la penetró de un empujón en el coño, embistiéndola con fuerza, y golpeando sus pelotas contra ella.

– ¡Joder, qué apretada! ¡Toma tu castigo perra! –gruñía él.

Mientras ella gemía descontroladamente en el aula:

– ¡Ah, sí! ¡Más, más Juan! Castígame por favor.

Juan aceleró el ritmo, sus embestidas sacudiendo las nalgas rojas de Silvia, hasta que gruñó profundo y se vino dentro de ella, su cuerpo temblando mientras eyaculaba un torrente caliente. Cuando se retiró, el semen goteaba de su coño. Pedro, como parte del castigo, tomó las toallitas húmedas del bolso de su madre y se acercó, limpiándole la vagina con cuidado, asegurándose de que estuviera fresca y lista para el siguiente, retirando el exceso de semen. Silvia se estremecía con cada roce, arqueando la espalda de placer.

Luego vino Carlos, tomando el relevo sin piedad. Se la hundió de un solo golpe.

– Mierda, Silvia, que rico coño.

Ella reclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos jadeando:

– ¡Oh, Carlos, sí! Rómpeme, mi listillo de biología. Me encanta tu verga… más, dame más por ser una mala madre.

Carlos aumentó la velocidad, sus caderas chocando frenéticamente contra esas nalgas rojas, hasta que jadeó y eyaculó con fuerza, llenándola con su semen. Se retiró, y Pedro repitió el ritual: toallitas en mano, limpió meticulosamente el coño de su madre, preparándola para el próximo, con una expresión de vergüenza y excitación.

Diego fue el siguiente, agarrándola de las caderas con manos firmes.

– Prepárate, Silvia. Voy a hacerte gritar por que tu hijo casi nos hace perder –gruñó, penetrándola con furia, empujando ferozmente, haciendo rebotar sus tetas con cada impacto.

Ella gimió alto:

– ¡Ayyy, Diego, eres un animal! Fóllame más duro… eso, mi experto en historia! ¡Sí, castígame… me lo merezco, hazme tuya!

Diego la folló con salvajismo, su sudor mezclándose con el de ella, hasta que no pudo más y explotó, eyaculando un chorro caliente que goteó al salir. Pedro intervino de nuevo: toallitas en mano, limpió su vagina, asegurándose de que estuviera lista para mí.

Mi turno había llegado. Estaba muy nervioso, mi mente hecha un caos.

– Yo… yo, yo no sé si… –tartamudeé, inocente como cordero.

Pero ella, con el cuerpo cubierto de sudor, se giró y se acercó a mí con unos ojos lujuriosos y coquetos.

– Pobrecito Alex… ¿acaso es tu primera vez? Ven, déjame ayudarte. Quiero esa polla tuya –susurró, y sus manos procedieron a bajarme el pantalón y el bóxer.

Mi miembro saltó: grueso y largo, más grande que el de todos.

– Oh, Dios… mírate, estás bien dotado. Todos, miren este paquete –jadeó, lamiéndose los labios.

Los chicos se sorprendieron y me animaron aún más:

– ¡Guau, Alex!

–¡Fóllala duro con esa cosa!

– ¡Castígala por no estar pendiente de Pedro! –gritaban.

La tensión sexual era eléctrica; mi corazón latía como loco, y mi timidez se desvanecía.

– Ven, métemela. Quiero sentirla, reviéntame el coño… –me dijo, y yo… Perdí el control y la penetré. Un calor húmedo me envolvió, y la fricción me llevaba al cielo.

– ¡Sí, Alex! ¡Fóllame así! ¡Eres enorme, me encanta como llenas! –gritaba ella.

– Joder, Silvia… es… es increíble! –balbuceé, hasta que me vine dentro de ella, temblando de puro placer, eyaculando con una fuerza que me hizo ver estrellas.

Cuando me retiré, Pedro se acercó con las toallitas y limpió el coño de su madre, dejándola lista para el castigo final con el profe.

El señor Ramírez se había sentado en la silla central, con los pantalones abajo y su polla lista.

– Ahora, el gran cierre, Silvia. Siéntate en mi verga… y asegúrate que te entre por el ano. Muéstrales cómo una madre paga sus errores.

Ella, totalmente desinhibida, se posicionó sobre él, guiando su trasero hacia su miembro.

– Mmm, profe… –ronroneó, bajando lentamente, gimiendo mientras se lo metía todo:

– ¡Ah, mierda, mi culo! ¡Ayyy, pe… pero me lo merezco, fólleme por puta!

Y él la embistió desde abajo, con sus manos sobre sus caderas:

– ¡Toma, Silvia! ¡Toma!

– ¡Sí, sí profe! ¡Dame todo! –gritaba ella, hasta que ambos se corrieron.

Cuando todo terminó, Pedro se acercó una vez más.

– Aquí, tienes mamá… límpiate.

Luego, le devolvió la ropa, y ella se vistió con una sonrisa satisfecha.

El profe se arregló y nos miró:

– Bien hecho, chicos. Recuerden: estudien o pagarán el precio. Nos vemos en la próxima competencia.

Y se fue, junto con la madre de Pedro… y mientras nosotros nos arreglábamos para salir, Pedro miró a Juan con una mirada seria:

– Oye, le diste muy duro a mi madre, cabrón.

Pensé que se pelearían o algo así… pero no, ambos se rieron.

– Sabes que… no importa, Juan. Más vale que no te descuides… porque yo me la cobraré cuando sea tu turno de fallar.

Y ahí entendí, que ese era el precio. La tensión en los estudios no era solo por ganar… era por evitar este ritual morboso. Pero la historia no termina ahí…

Las semanas siguientes fueron un torbellino de preparación para la próxima competencia. Nos matábamos estudiando, con los nervios a flor de piel, porque ahora todos sabíamos lo que estaba en juego. Nadie quería ser el próximo en fallar. Pero el destino es cruel, ¿no? En la siguiente competencia, Juan –el maldito experto en matemáticas– metió la pata en una pregunta clave de cálculo. Pero al final, ganamos, tras darle al equipo una enorme ventaja en la ronda de preguntas sobre química orgánica. Y Juan, sabía lo que le esperaba al terminar el concurso, con su cara pálida.

Esa tarde, en el aula, la puerta se abrió y entró el señor Ramírez con la madre de Juan, Carmen. Era una trigueña despampanante: piel canela, senos pequeños pero con un culo grande y redondo, que parecía desafiar la gravedad. Cuando Juan la desnudó, siguiendo el mismo ritual que Pedro, todos jadeamos. Su cuerpo era increíble: caderas anchas, muslos gruesos, y su vagina… joder, su clítoris estaba tan hinchado que parecía un pequeño pene, palpitando de deseo. Ella no mostró nervios, solo una sonrisa coqueta mientras se inclinaba sobre la silla para recibir las tres nalgadas del profe.

  • ¡Zas! – ¡Esto por no hacerle practicar matemática a tu hijo!
  • ¡Zas! – ¡Esto… por casi hacernos perder!
  • ¡Zas! – ¡Y esto… por ser tan puta!

Carmen gemía con cada golpe, sus nalgas temblaban y apenas se le veían las marcas por el color de su piel.

– Sí, profe… me lo merezco. Castíguenme todos –dijo rápidamente, abriendo las piernas.

Y así, nos dispusimos a follarla en fila, pero esta vez… Pedro se puso primero, con una mirada vengativa y con los pantalones abajo.

– Esto es por mi madre, Juan. Ahora vas a ver –gruñó Pedro.

Carmen lo miró con lujuria:

– Ven, Pedro, mi chico malo. Dámelo duro, véngate en mí.

Y Pedro, la penetró con una furia que nunca le había visto, embistiendo su coño como si quisiera romperla. Sus caderas chocaban con violencia, haciendo temblar el culo de Carmen.

– ¡Toma, perra! ¡Esto es por Silvia! –rugió él.

– ¡Sí, Pedro! ¡Fóllame fuerte, castígame! –gimió ella, sintiendo cada golpe de sus huevos, en su clítoris hinchado.

Hasta que al fin… Pedro gruñó y se vino llenándola de semen. Juan, en la esquina, se levantó y limpió su vagina con toallitas, mientras su cara… denotaba humillación. Uno a uno seguimos: Carlos, Diego, y yo, cada uno descargando dentro de ella, y Juan, limpiando durante cada turno. Finalmente, cuando llegó el profe, la tomó por el ano, como siempre, y Carmen gritó de placer hasta que ambos se corrieron.

Al terminar todo, Pedro se acercó a Juan, limpiando el sudor de su frente.

– Ahora estamos a mano, cabrón –le dijo, con una sonrisa torcida.

Juan asintió, tenso:

– Sí, Pedro. A mano.

Pero el aire estaba cargado de una pregunta silenciosa: ¿Quién sería el próximo en fallar? La tensión nos seguía, como una sombra, mientras nos preparábamos para la siguiente competencia, sabiendo que este juego morboso… terminaría cuando lleguemos a la final.

(Fin de la parte 1)

97 Lecturas/29 septiembre, 2025/0 Comentarios/por PetterG
Etiquetas: amigos, colegio, culo, hijo, madre, padre, semen, vagina
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