El principio de tus piernas.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por letraypiel.
Entre nosotros hay una sólida amistad, pero nunca ha existido una relación monógama y continua; nos hicimos amigos y decidimos ser amantes, no sólo del cuerpo, sino también del alma, en un ir y venir de encuentros y desencuentros en tiempo y espacio. Pero sin perder jamás la conexión, a veces de letras y palabras, compartiendo los aciertos y las desesperanzas; o, de vez en cuando, de erotismo y sexo, compartiendo la piel y los fluidos; dándolo todo y sin necesidad de esperar nada, tristes por las partidas, alegres por el encuentro, ansiosos de la próxima ocasión. Me quedan unas horas antes de partir, sólo, como cuando llegué de mi irónico destino; hacia el extremo del mapa que nos separa y que siempre hemos cruzado para encontrarnos. Me siento cómodamente a esperar mi vuelo y al ver a una azafata con piernas de infarto, siento una gloriosa erección; cuando esa visión, morbosamente bella, me transporta a esta mañana en el hotel: Casi puedo palpar nuevamente sus increíbles senos, mientras la besaba tiernamente en el cuello y, a ratos, veía esas piernas perfectas; coronadas por sus inseparables tacones, que enfundan un par de pies delicados, y enmarcados por esas uñas pintadas de rojo intenso en esa piel tan blanca. Esa imagen siempre me hiere los cojones. Siento la humedad de mi glande que lucha contra mis pantalones, pensando ingenuamente que está dentro de la funda perfecta de su vagina; y comienzo a recordar cómo empezó todo, como conseguí el camino al principio de sus piernas. 4:00 AM. Un buen método para autodestruirse es encender un cigarro a esa hora. Sin embargo, esta droga legal me permite desembarazarme del cansancio físico y mental acumulado durante tantos meses, de jornadas de 18 horas diarias; en este pueblo olvidado de Dios. Hay otra cosa que me alegra diariamente: una Ingeniero que veo todas las mañanas en la oficina y que me permite zafarme de las tristes imágenes de las chicas locales. Casi nunca hablamos, sólo que (a diferencia de los tratos mojigatos de sus coterráneas) ella tiene una especial forma de irrumpir en la tranquilidad del alba: su voz, algo ronca para una mujer tan delicada, pero con un tono naturalmente alto y agradable. La escucho abrirse paso como una estampida que se va acercando hasta inundar mi oficina con un estruendoso “buenos días Licenciado” y una muy natural risotada. Las primeras veces me sobresalté, pero luego comencé a esperar ese momento. Quizás porque en su saludo no había burla sino una pícara simpatía, o porque era la única bonita y buena en kilómetros a la redonda; en realidad fue por ambas cosas y porque la tensión sexual fue inmediata: verla de lejos activó mi radar sexual y verla de cerca me proporcionó gratis un buen motivo para un pajazo mañanero. De estatura mediana, ni siquiera sus botas deportivas y la ausencia de maquillaje le restaban su femineidad. Piernas fuertes, culo pequeño (pero firme), un bulto prieto y ordenado; todo resguardado en un jean ceñido. Espalda armónica, brazos delgados y fuertes, senos compactos y turgentes (más allá de los favores del brassière), delicadamente dibujados por una franela blanca al talle. Cuello delgado, de reina, cara de escudo, nariz perfilada, orejas pequeñas, cabello lacio entre amarillo y castaño claro y… esos ojos. Esos ojos tornasoles, unas veces verdes; otras caramelo, ese par de gemas que tantas veces me han hablado en silencio. El conjunto a diario me iba manchando los interiores. El sentimiento de culpa, en principio, me impidió darle rienda suelta a mi erección; pero el tiempo todo lo cura y quita la pena, sólo tenía el cuidado de siempre estar sentado cuando llegara. Salvo una vez que de sólo presentirla casi reviento mi pantalón de mezclilla. Lo que pasó fue lo siguiente: estaba de pie, al lado de una asistente sentada en su cubículo; y al pensar en la Ingeniero, casi le pincho la mejilla con el huevo. Gracias a Dios, su mojigatería permitió que sólo se sonrojara y abriera la boca; como indecisa entre gritar o morderlo (luego de eso, siempre me veía raro y sonreía nerviosamente). Después de ocho meses en la tierra de nunca jamás, pase del hotel de la ciudad (me conocí todas las habitaciones) a alquilar un departamento. Construido en los años 70, era un edificio de 4 pisos; y en el último, conseguí este espacio de 3 habitaciones y 2 baños, amplio, a la usanza de la bonanza petrolera; era otra sabana en donde disfrutaba del calor inclemente y de todas las variables de la paja (en todos los ambientes) pensando en la Ingeniero. Y es que no hay mucho que hacer en un pueblo que se muere desde el mediodía hasta las 2:00 PM. En donde la jornada comienza a las 4:00 AM y concluye a las 7:00 PM. En mi caso, las reuniones de gerencia me dejaban prisionero en la oficina hasta las 9:00 PM (como temprano). A esa hora, se podía filmar un thriller en la hermosa y desolada plaza que, al lado del edificio, hacia guardia ante la centenaria Iglesia de adobes coloniales. En una de esas mañanas en donde extrañamente estaba libre (mentira, fingí estar enfermo para ausentarme de ese ambiente tan campestre), me asomé al balcón un poco antes de las 7:00 AM. A lo lejos era inconfundible esa figura entre tanta fealdad. Al lado de la Iglesia, estaba un colegio católico, y allí la divisé conversando con otras señoras y sosteniendo con cada mano a dos preciosas niñas. Ahí me convencí: sin el uniforme, en tacones, con una falda tubo que le realzaba su pequeño culo y una blusa vaporosa que por fin le daba libertad a tan magnifico par de tetas; la vi en todo su esplendor. Y repetí en voz alta mi pensamiento diario desde que me da los buenos días: “tengo que hablarle y tengo que cogerla”. Lástima que lo dije tan duro que la vieja chismosa del piso de abajo sacó la cabeza y sonriente me dio los buenos días, que parecieron un “a la orden”. Pienso en eso y, entre nauseas, digo firmemente “ni prestado”. Eso me animó a ir en la tarde. Casi que discretamente averigüe que había tenido una reunión de padres y representantes, que era madre y padre y que también había faltado al trabajo. Coño, madre soltera, bonita, buena, inteligente, profesional, increíblemente sexy y sola. ¿Qué pasaba con los tipos de por aquí? ¿Serán todos maricos o qué? ¿Cuál será el problema? Después entraría en cuenta de que le caían como aves de rapiña y ella se divertía desesperándolos con una casi promesa que nunca llegaba, demostrándole su desprecio a tanta babosería morbosa con una inteligente y delicada coquetería. Ay mi catira, ¡cuánta leche se ha derramado por ti! Gracias a Dios somos selectos los que la hemos derramado encima y adentro de ti. Lo que pasaría después me costó la enemistad de muchos, entre ellos mi jefe, cuando entablamos nuestra particular amistad y comenzamos a salir. Pero, casi caigo en la primera categoría; todos los hombres decimos y hacemos estupideces cuando nos queremos acostar con una mujer. Lo que me salvó fue mi ingenuidad, si, mientras más deseaba acostarme con ella menos se lo decía o demostraba abiertamente; ella lo sabía y le divertía, pero yo se lo gritaba en silencio con un verbo absolutamente respetuoso y una gestualidad completamente indecente. En los llanos, el amanecer es como la visión que tenemos de las explosiones nucleares: el sol, la claridad y el calor van inundando todo poco a poco, hasta quedar en una especie de deslumbramiento, como suspendidos en el aire. Quizás así sea nuestra llegada a la eternidad. Ese día, nos tocaba inspección en la finca. Pensé erróneamente ¡Por fin hablaremos más de 10 minutos! Así las cosas, no me resulto tan duro el eterno trayecto en donde la amortiguación del Jeep contra la casi destruida vía demolía mi columna. Al llegar, el calor desapareció del ambiente y se posesionó de mis cojones cuando la vi, como una aparición; encima de un tractor, risueña al ver al sequito de penes goteantes que más que verla queríamos poseerla allí mismo. La única mujer entre tantos hombres y de paso divina. Se bajó del artefacto de manera resuelta y comenzó a dar apretones de mano, muy hombrunamente. Se podía notar el morbo de mis compañeros (el mío estaba escondido por un falso pudor): al querer retenerle la mano un poco más, besársela (bastante fuera de lugar) o forzar un abrazo. Estos ademanes, comenzaron a enfurecerme; pero en el fondo, yo también me moría por cogerla. Sin embargo, este pequeño Ángel malvado, cayó en cuenta de mi doble moral y quiso jugar a la ruleta. Cuando llegó mi turno, al momento que me tomaba la mano, tronaba su consabido “buenos días Licenciado” y me estrecho muy fuerte al tiempo que al soltarme (yo no sabía que hacer) me rasguñó la palma con su dedo medio y soltó una carcajada. Mi erección no pidió permiso y mis mejillas casi explotan, ella se alejó como si nada, mientras mis compañeros me daban palmadas de “maldito seas, eres el elegido”. Luego del momentáneo papelón, entramos en materia laboral y los planes de trabajo, las planificaciones y evaluaciones de campo hicieron lo suyo para volver mi maltrecho huevo a la normalidad y hacer subir mi cerebro desde las bolas hasta la cabeza. Y como siempre, toda diva debe hacer su despedida: casi al marcharnos, una lluvia intermitente comenzó a caer y alborotó el calor. Igual decidimos ir hacia los carros y todos nos paralizamos al verla en el tractor, muerta de la risa y en franelilla disfrutando la lluvia mientras su figura era abrazada por el agonizante sol. La mezcla de su pelo mojado, su risa, sus senos erectos y coronados por pezones de hierro a través del algodón, su cadera generosa, esas piernas firmes cabalgando a su amante de hierro; ha sido lo más erótico que he visto en mucho tiempo y el pajazo obligado de esa noche (para todos). Al día siguiente, me vino un momentáneo valor. La esperé en la puerta y no la deje entonar su grito de guerra. Ella, al verme sonrió y entendió que debía darme un respiro para permitirme hablarle. Acto seguido, yo entoné un serio y apretado “buenos días Ingeniero, me permite un café”. Cruzamos la calle y, al sentarnos, no esperé a que trajesen el café para decirle en un resoplo: “catira, quiero salir contigo”. Ella, como siempre, soltó la risa, me miró fijamente, y entrecerró los ojos; me dijo: “uhmmmmmm, no sé, quizás no sea bien visto en la empresa que tú y yo salgamos por allí” No me quitaba la mirada de encima y yo suspiré, mientras pensaba “maldita sea, estrellón a la primera”. Por alguna razón no desistí y alcance a decir, en un murmullo, “esta cita sería un secreto y su confidencialidad depende exclusivamente de ti”. Tomo el resto del café y mientras se incorporaba me dijo muy seria: Ah ok, entonces está bien; tengo tiempo que no voy al cine, puedo mañana. Ya de pie y avanzando hacia la salida, se detuvo enfrente de mí y me dijo “tú tienes acceso a los expedientes de Recursos Humanos, busca mi número y me llamas después de las 4:00 PM. No te tardes ni te quedes porque si no has llamado para las 5:00 PM ya no querré salir ni mañana ni nunca”. Se inclinó y estuve a punto de agarrarle las tetas cuando pensé que me iba a dar un beso, pero lo único que hizo fue besarse en el dedo índice y colocarlo delicadamente sobre mis labios. Acto seguido salió del local y cruzó la calle, caminando de una manera que hubiera podido expulsar su pequeño y sabroso culo de las caderas. El mesonero me miraba sonriente y yo esperaba que se bajaran mis pantalones mientras pensaba “que de pinga, tanto esfuerzo y resulta que mañana vamos al cine. En fin yo también tengo tiempo que no voy”. Pague, salí y me fui hasta la oficina con un pensamiento que no me abandono hasta el día siguiente: “mañana es el gran día”. Cual agente secreto, tomé el número telefónico y lo anoté rápidamente en una tarjeta que guardé en mi cartera; con un sigilo digno del mayor de los crímenes. Esa mañana, era viernes, y ella regresaría temprano del campo. Al entrar a saludar ya no grito, su saludo fue suave, sensual, como si me acariciara con las palabras, y con un guiño de ojos. El rojo de mis mejillas fue el único delator. A las 3:55 PM salí como un bólido de la oficina. Ya en la mañana me había excusado con todo el mundo aduciendo motivos diferentes con cada uno (me di cuenta, cuando me fui). A las 3:59 PM marque el número: “Alo, buenas tardes catira; te llamo para confirmar la cita” “Buenas tardes Licenciado, es usted puntual; eso me agrada. Lo espero a las 4:45 PM en la plaza del Indio, en donde está el cine”. No saben lo tortuoso que es tener el tiempo justo cuando estás en un pueblo que tiene una sola vía de principio a fin. Menos mal que la noche antes me había afeitado todo, comprado preservativos y tomado té para dormir y estar descansado para esta cita. Siempre diciendo “sólo vamos al cine, pero, quien sabe”. Total, llegué puntual; me dio tiempo de fumar un cigarro y colocarme de manera de ver quien llega sin ser visto. Fue para calmar los nervios, pero fue buena idea: La pude ver en todo su esplendor, caminado lentamente con sus lentes oscuros y su eterna sonrisa. El vestido que tenía era con hombros, hasta la rodilla, sin pliegues ni escotes. Con un pequeño detalle: era ajustado a la cintura y vaporoso, era como si la viera desnuda sin poder detallar nada y adivinando todo. Pensé: maldita erección, no comiences otra vez; que no ando en Jean. Saludo, beso y sonrisa; me tomo del brazo. Por primera vez sentí sus labios, eran suaves, húmedos, esponjosos, amorosos; acariciaban al tacto. Más tarde descubriría que los labios de su vagina te hacen sentir lo mismo y son igual de sabrosos. Entramos al cine, a ver no se cual película y nos entretuvimos en algo muy distinto: yo, en tratar de detallar sus tetas que al respirar agitaban graciosamente la tela de su vestido; ella, al darse cuenta, en burlarse de mi voyeurismo; ladeándose hacia mí para que pudiera ver todo lo que quisiera y me desesperara más al no poder descubrir el ansiado tesoro. Terminó la película y a la salida quedamos un instante en silencio, frente a frente. Ella con una media sonrisa de “hasta aquí llegaste, anda a pajearte a tu casa”. Y yo con una expresión de “no sé cómo, pero esta noche te cojo”. En el preciso segundo en que noté que comenzaba a abrir la boca, me adelante y le dije “¿te quieres tomar algo?”. Ella, transformo la expresión en sonrisa y respondió “¿Por qué no? Aquí mismo hay una tasca muy buena”. Atravesamos el pasillo del cine a la tasca y al entrar nos ubicamos en la barra. Al sentarnos en las sillas altas, no podía dejar de admirarla, se veía más caderona, mas hembra, su sonrisa era más profunda. Comenzaron las conversaciones acostumbradas para romper el hielo: Tenemos hijos, nos hemos separado más veces de las que recordamos, estamos solteros, etc. Por un instante mi deseo se neutralizó y me entregue a la conversación y…comenzó la música. Empezó a escucharse un merengue, no de moda pero si muy bueno, y allí me regalo la alegría que nunca la abandona; me tomo de la mano y comenzamos a bailar. Sentirla a mi lado, oler su piel, fue otra experiencia antológica: olía a limpio, a fresco, a mujer; su cuerpo era fuerte y cálido, pero sus movimientos eran suaves. Con caballerosidad fingida la tomé suavemente, estrechándola sin apretarla; y ella igualmente colocó su brazo en mi espalda y se dejó tomar la mano. Nos quedamos en silencio, con las miradas perdidas y poco a poco comenzamos a acercar un cuerpo contra el otro. En ese momento su mirada me taladró los ojos y sus ojos se tornaron verde esmeralda, su sonrisa era enigmática y su cadera estaba soldada a la mía. Sentí que levantaba la pelvis y comencé a disfrutar de la llama que tiene en la vagina. Acerco los labios a mi oreja y me dijo suavemente: “caramba Licenciado, siento un bulto y no voy a la escuela”. Contrariamente a lo esperado, me eche a reír y conteste “Ingeniero, yo siento un fuego y no estoy horneando nada”. Ambos estallamos en risa, ella subió su mano de mis hombros a la nuca, rasguñando delicadamente con sus uñas antes de fijarlas en mi cuello. Yo tomé su otra mano por la palma, la abrí y entrelace mis dedos con los suyos; baje la otra mano desde la cadera hasta su culo y lo acaricie lentamente, antes de agarrarlo con fuerza y acomodarla para que el roce de su vagina coincidiera perfectamente con mi pene. Sentir todo ese cuerpo contra el mío llevo mi excitación al extremo, los cojones me dolían; sentía arcadas en los riñones; le iba a fundir la mano entre la mía y a meterle la otra entre las nalgas. En eso, el roce de nuestras mejillas se interrumpió porque ella se separó un poco de mi cara, busco mi oreja con su nariz, respiró profundamente en ella y pasó su lengua de principio a fin. Eso casi me hace acabar, lo disfrute y aleje la cara para buscar la de ella y comencé a morder sus labios, primero arriba, luego el inferior; abrí su boca con mi lengua y los repasé nuevamente. Luego la introduje y comencé una pelea con la de ella, seguí por sus dientes; volví a juguetear y nos fundimos en un abrazo de lenguas mientras nuestras manos y nuestros sexos se fundían tratando de reventar la ropa. Nos llamaron la atención en la tasca y gustosos nos fuimos, yo no podía parar de pensar como disfrutarla más y mejor, tenía que poseerla toda, mamarla toda, lamerla toda, morderla toda. Poco me importaba que tuviera el huevo a punto de reventar y el pantalón mojado, sólo pensaba en el fuego de esa cuca. En la salida de la tasca, por primera vez me miró fijamente y completamente seria me dijo: “tengo que irme, lo siento; no cuadré las cosas”. No puedo describir la sensación tan desagradable, pero sólo dije “está bien, te entiendo; feliz fin de semana”. La acompañé a un taxi, tome uno y por un momento pensé “le voy a preguntar al chofer en donde están las putas, tiene que haber; un pueblo sin putas, es un pueblo sin cultura”. Pero, no lo hice; ese peso, esa leche; sólo podía ser de esa mujer. Llegué al apartamento e inmediatamente me desnudé para hacerme el pajazo más espectacular y sentido de mi vida. Tampoco funcionó, a pesar de que tenía cojonera; me era imposible crear una fantasía igual a ese olor, a esa piel, a esa voz, a ese fuego. Me senté en el piso. Mi pene tenía una extraña rigidez que no era ni erecto ni flácido y podía ver desde allí la Luna llena y sentir ese calor pegajoso. Empezaba a quedarme dormido cuando sonó el timbre. “ding dong, ding dong” Como pude, salí corriendo a buscar un short; mente la madre al llevarme una mesa con el pie desnudo. Me tape y fui a la puerta “ojala no sea el Licenciado con una de sus hijas de puta reuniones noctambulas, parece vampiro o está loco de atar”, pensaba mientras abría con cuidado de manera que no se viera la cojonera que cargaba. Entre la hoja de la puerta y el marco asomé la cabeza y me llevé la sorpresa de mi vida: allí estaba. Sonreía. Sus ojos seguían siendo de un verde esmeralda intenso. “Hola, ya arregle las cosas. ¿Puedo pasar?”. Dañe la cadena del pasador al abrir violentamente y tomarla por una mano para prácticamente introducirla por el aire al apartamento. La estreche muy fuerte y la bese introduciendo mi lengua hasta que me dolía al tratar de tocar su garganta. Ella me respondió igual, bajo sus manos de mi cuello hacia mis caderas, rozando con sus uñas mi espalda; hasta llegar al short y bajarlo de un tirón. Me aparto un poco para acariciar mis bolas, apretarlas y tomarme el huevo desde los cojones hasta la punta y bajarlo otra vez. Ese movimiento lo hizo con delicadeza. “pobrecito, tienes cojonera; no te preocupes mi amor, ya yo lo voy a arreglar”. Se separó un poco más y se quitó el cinturón del vestido, lo agarro con ambas manos por la falda y de un tirón ascendente se lo quito. Al verla completamente desnuda (no tenía ropa interior), me quede paralizado. Me tomó por el cuello “tranquilo mi Amor, la noche es joven” y se pegó a mí. Se levantó un poco y coloco mi huevo entre sus piernas, este tomó vida propia e inmediato se arropo entre su vulva. Comenzó a besarme lentamente, suave, menos suave, a morderme y a al mismo tiempo a bambolearse de atrás para adelante y viceversa. Me rasguñaba suavemente, me mordía los labios, la lengua, las orejas, el cuello y se balanceaba más rápido, todo al mismo tiempo; más rápido, más rápido, más rápido, más… …”ah catira, mi hembra, mi amor, mi vida” fue lo único que alcancé a decir mientras le acababa en la boca de la cuca y le bañaba de leche todas las piernas. “Papi, ¿te sientes mejor?, mi loco, ¿sí? Ven vamos a recostarnos que aún nos falta mucho por coger”. Me llevó hacia el cuarto y nos recostamos en la cama, a los 15 minutos de abrazarnos y acariciarnos, se incorporó y me dijo “ven papi, vamos a asearnos; que tu leche se secó y ya no me la puedo tomar”. En la ducha, me dio el jabón y me llevó las manos para que la lavara; dejamos de hablar, sólo disfrutaba inmensamente al enjabonarla y lavarla. Luego me quito la pastilla y comenzó a lavarme el huevo y las bolas con una delicadeza extrema, era como un acto de adoración, un masaje suave firme y constante desde el glande a los cojones. Eso me regeneró por completo. “espérame en la sala”. Intrigado obedecí. En un instante se plantó ante el arco que lleva a los cuartos. A la luz de la luna se veía magnifica, era como un cuadro de Da Vinci, como una Diosa griega, como una India pintada de blanco. Empezamos un poco rudo, ¿no? vamos a disfrutar más, ¿te parece?” Me senté en el piso a detallarla palmo a palmo. Su cara, perfecta, sus ojos verde esmeralda achinados por la excitación; su cuello erguido, con las marcas de mis mordiscos, sus hombros rojos por el apretón de mis manos, sus brazos tensos por el esfuerzo físico; sus manos pequeñas y fuertes, de uñas discretas y dedos con la justa proporción para darte la caricia más deliciosa y el apretón más indicado; sus tetas grandiosas, con el respeto a la gravedad que se merece e imposible de imitar por cirugía alguna; su abdomen plano con la gallardía de dos partos, su cintura en armonía con su torso y esas caderas con la amplitud necesaria para agarrarse con comodidad; su vientre hermoso e invitador, con un camino de vellos sencilla y perfectamente esculpido para guiarte a lo profundo, su vulva externa siempre arreglada y dejándote anticipar la belleza de sus labios y clítoris; sus piernas, tersas, de muslos firmes, pantorrillas delicadas y tobillos de reina; sus pies, pequeños, sin marca alguna, proporcionados a su cuerpo y con unas uñas perfectamente cuidadas. Ella disfrutaba que la viera, que me la comiera con los ojos; sonrío “¿te gusta lo que ves?” y se volteó; allí pude comulgar completamente con ese cuerpo maravilloso: una nuca limpia, y al soltarse el pelo, una cabellera hermosa que adorna los hombros; que sirve para acariciarla o para tomarla firmemente. Una espalda fuerte, que se puede acariciar, arañar o tocar con el pecho; unas nalgas pequeñas, tipo lágrima, firmes, dispuestas a recibir caricias, apretones y nalgadas. La prolongación de sus piernas, que invitan a volver a empezar. Dio un tiempo, como si sintiera exactamente por donde iba mi mirada; “te espero en el cuarto” y desapareció. Me incorporé de un salto. Mi erección se había recuperado por completo. Al entrar, lo que vi aumentó mi excitación “¿te puedo tomar fotos?” “te diría que no, pero siento que puedo confiar en ti”. Tomé la cámara del vestier y comencé a disparar el obturador como si quisiera inmortalizar ese cuerpo tan divino que era mío por primera vez. Sus poses, su comunión con el lente, su gusto por posar sólo con tacones; sólo hacía que mi excitación no disminuyese, se guardase para el momento de la penetración. En un momento nos adivinamos y supimos que la sesión fotográfica debía terminar. Coloque la cámara en donde estaba, la tome por los brazos y la recosté en la cama. Empecé besándole los ojos. Los pómulos, las mejillas, las orejas, el cuello. A ratos mordisqueaba, le introducía la lengua en los oídos. Le chupaba el cuello, la nuca y los hombros. Comencé mi recorrido por los brazos, antecediendo por un reconocimiento con los dedos. Al llegar a la punta de los suyos pasé a sus palmas y subí hasta sus axilas. Luego, me fui a besarle y chuparle el torso y las costillas. Hasta que al fin llego el gran momento para mis adoradas tetas. Los pliegues, alrededor y los grandes consentidos: los pezones, me los imaginaba más oscuros, pero su color carne oscuro igual era agradable. Comencé con círculos concéntricos en la aureola hasta llegar al pezón y luego en sentido contrario, primero uno; después el otro. Cuando los recorrí todos, me metí cada seno en la boca todo lo que pude y chupé con toda mis fuerzas para luego morderlo suavemente. Lo único que sentía de mi catira era su mano acariciando mi cabello, su respiración y la otra mano apretándome por un brazo. Continué el camino. Le tocó al abdomen hasta llegar al ombligo e invadirlo con mi lengua y morderla y chuparla en el estómago. Por fin llegué a mi segunda parada. Me instale en el vientre y empecé a morder, oler, lamer, chupar. Los vellos me indicaban en donde estaba el tesoro, pero quería poner mi bandera en todo el territorio. El olor ligeramente acido me anticipaba lo rico que sería su flujo. De allí salte a los muslos e internamente me entregue con cada uno, de la rodilla hacia arriba. Y finalmente, allí estaba, la cuca con la que más había soñado en todos estos meses: ansiosa, a mi merced; húmeda; con unos labios ligeramente abiertos y un clítoris hinchado y rojo, desafiándome. Acepté el duelo. Empecé por los labios externos, imaginé que eran el papel de un cigarro antiguo que había que lamerlo para hacer un cilindro perfecto. Deje al clítoris desairado y seguí con los hermanos menores, esos labios escondidos. Mi catira abría más las piernas y subía la pelvis con una fuerza que me dejaba sin respiración. Comencé a meter mi lengua en su orificio hasta donde más podía, persiguiendo a su punto “G”, durante un rato convertí mi lengua en pene; mientras saludaba con mi mano al descontento clítoris e introducía (con la otra) uno, dos dedos por su ano. Cuando el quiebre de su cuerpo me indicó que estaba por consumar el máximo placer para el orgasmo; me reconcilié con el olvidado y salté ávido de lamerlo, chuparlo y morderlo. “Dios, mi loco, mi hombre, Dios…” Fue lo único que escuche decir, mientras sus piernas me abrazaban por la cabeza, me sofocaba con el coxis y me rompía en el brazo con las uñas. Luego me soltó y se relajó en la cama. Sus besos eran suaves y su abrazo era débil sin ser desanimado. La voltee y comencé a besar sus pies, a lamer sus dedos y a subir por la parte posterior de sus piernas, una a la vez. Del pliegue de sus nalgas, salté al comienzo de su espalda y fui bajando para concentrarme nuevamente en sus nalgas, las abrí y comencé a mamarle el culo propiamente dicho. Muy suavemente me ocupé de animar a mi rojizo clítoris al mismo tiempo. Al rato recuperó el brío y la fuerza y se incorporó apartándome: “Ahora me toca a mí”. Me tumbó en la cama y empezó a mamarlo desde los cojones hasta la punta, por cada ángulo que le permitía cubrir hasta las bolas. Se detuvo abruptamente para decirme con solemnidad: “Papi, no te molestes, pero después de lo que has hecho, lo necesito mucho dentro de mí; necesito que me cojas una y otra vez”. Inmediatamente interrumpió la mamada y se subió encima, con absoluta precisión lo puso en la punta de su cuca y lo fue metiendo lentamente; como en cámara lenta. Su calor interno era (y es), una sensación única, es como envolverte el huevo en una manta caliente; que se amolda a tu miembro perfectamente y se funde contigo mientras se lo metes. Primero, comenzó a mecerse de adelante hacia atrás; lento, más rápido, más rápido, metiéndolo súbitamente; sacándolo lentamente. Al rato, comenzó a menearse de un lado a otro. A la derecha y a la izquierda y viceversa. Después sólo quebraba la cadera para subir y bajar. En un momento dado, yo le estimulaba el clítoris; las tetas, le metía los dedos por el culo; eso la hacía moverse más rápido, morderse los labios, perder el control. A medida que sentía más placer, me incorporé un poco para también mover la cadera, lo que la hizo moverse tan rápido que se le salió. Inmediatamente lo volví a meter y me senté completamente, subiéndola en mis muslos para que nos abrazáramos con brazos y piernas. La bese con fuerza, la recosté y al inclinarme le cerré las piernas casi totalmente. Me sostuve con los brazos y la punta de los pies y me movía horizontalmente mientras mi huevo apenas se mantenía ligeramente inserto dentro de ella. Cuando la estimulación de mi ingle estaba por hacerle estallar el clítoris, me incorporé hasta quedar arrodillado, le levante las nalgas para apoyarlas sobre mis muslos y elevé sus piernas hasta colocar sus tobillos en mis hombros. Comencé una penetración violenta, haciéndola bambolear contra mí, con fuerza, lo más brusco que podía, jalándola por los brazos. Ambos dijimos “Dios” y acabamos. Fue glorioso, nos quedamos un rato besándonos y acariciándonos absortos, sin decir palabras. “Me tengo que ir, tengo que estar en la casa antes de que amanezca”. Me dio un beso muy sentido, tomó sus cosas y se fue. Esta fue la primera de muchas ocasiones, así conseguí el principio de sus piernas. “…Ultimo llamado a los pasajeros del vuelo XXX con destino a XXX, último llamado…” ¡Ups! Lo siento, me tengo que ir, en otra ocasión les seguiré contando. NOTA: Si quieres ver a Piel en todo su esplendor, visitanos: http://letraypiel.blogspot.com/
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