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Heterosexual, Incestos en Familia

El Relato de Maribel (Continuación de «Del Uno al Diez con Maribel»)

Sudamérica, 2004. Un relato de Maribel (8) los lleva a ella y a su primo Nicolás (12) a otra noche de placer..
A aquella noche de placentera oscuridad que compartiera con mi primita, le había seguido un fin de semana relativamente aburrido. Digo relativamente porque, si bien así había sido para mí, pronto habría de descubrir que para ella había sido completamente diferente.

Era lunes por la noche, y nuevamente me encontraba en su habitación. A pedido suyo ambos nos habíamos sentado en su cama quedando frente a frente. Como siempre, Maribel lucía deseable. Por alguna razón había decidido ponerse antes de tiempo su pijama. El mismo consistía en una camisa y un pantalón, ambas prendas hechas con una tela ligera y de un color rojo brillante. Si bien no le marcaban el cuerpo como otras prendas, le daban a mi prima un tipo diferente de encanto, más infantil.

Ansioso por otra noche de nuevos placeres, y sin poder esperar más, le pregunté: «Bueno, ¿qué querías decirme?’. Sonriente, Maribel me dijo que quería contarme algo y, tras voltear la mirada por unos segundos con cierto dejo de vergüenza y suspirar, dió inicio a su relato.

«Es que el sábado mi mamá se ha ido de fiesta, y bieeen tarde ha llegado. Con uno de sus amigos estaba». Apenas escuché aquello, pude sentir como mia ojos se entrecerraban fruto de la inmediata decepción, pues lo primero que pensé fue que se venía una historia de borrachos que no me apetecía escuchar. «Cooosas he tenido que escuchar», agregó ella. Solo por seguirle la corriente, le pregunté: «¿Qué cosas?» Retomando su pícara sonrisa, respondió: «Cosas, pues. Así como lo que vos y yo estábamos haciendo la otra noche, solo que más fuerte se escuchaba».

De más está decir que se me fue la cara de decepción, cambiada por una de sorpresa y acompañada por un ligero temblor que me recorrió todo el cuerpo. «Así, entonces…», siguió ella. «Yo aquí nomás estaba, queriendo dormir, y ellos haciendo haaarto ruido. La pared a cada rato estaba sonando, y ellos sus cosas se estaban diciendo». Esto lo decía con la mirada volteada hacia un lado, evitando mi mirada.

Sin ser de piedra, aunque hecho una piedra por la calentura, no me pude resistir a la idea de estar en las mismas con mi primita. Acercándome a ella, acaricié su mejilla derecha con la mano izquierda, ella con mirada sorprendida, para luego acostarla suavemente y ponérmele encima, asegurándome de quedar entre sus piernas. Por encima de la ropa, nuestros sexos hicieron contacto, y yo di inicio inmediato a los movimientos del amor.

Viéndome con ojos juguetones y dedicándome una sonrisa cómplice, Maribel me reclamó: «Oooye… Te estaba contando para que me escuches, no para que me quieras hacer igual a mí». Sin dejar de moverme, y devolviéndole la sonrisa, le respondí: «Así puedes contarme». Ella solto una risilla y continuó relatando.

Debo ser sincero ahora y decir que no llegué a escuchar lo que me dijo en los siguientes dos minutos, pues estaba más concentrado en la satisfacción que sentía, tanto por el roce de nuestros cuerpos como por la consciencia de estar en la cama con una niña de tan solo ocho años. Sí pude notar, en cambio, el momento exacto en el que se le fueron las palabras para ser reemplazadas por unos dulces jadeos enmarcados en una expresión de satisfacción sexual.

Llevando sus manos a mi rostro, Maribel me atrajo hacia ella, y me ofreció un beso de lengua que yo acepté gustoso. Tras hacerlo, mi mirada bajó por la piel de su cuello hasta quedar fija en el primer botón de su camisa. Por un momento detuve mi vaivén con el fin de desabrocharlo junto a los otros, y apenas traté de hacerlo, mi prima cruzó los brazos para impedirlo. Tras otra mirada juguetona acompañada por una sonrisa con los labios apretados,, ella rió llevando los brazos a los lados y me dijo: «Mentiiira… Ya, puedes verme, pero lo de arriba nomás».

Unos segundos después, me deleitaba con la vista de aquella piel ligeramente oscura que me ofrecía el torso desnudo de Maribel. Tras juguetear un poco con unos tiernos pezones y un vientre por demás sensible, volví a mi posición anterior para seguir complaciendo a mi pequeña amante. Totalmente perdido en mi faena, fuí aumentando el ritmo hasta que, con su voz, ella me detuvo. Con los ojos bien abiertos, ella me miró, y con voz entrecoetada, dijo: «Así igualito estaba haciendo sonar su cama la otra noche mi mamá, y… y… a ese su amigo… le estaba diciendo que le estaba gustando. No se qué cosa le estaba haciendo».

Sorprendido por la siempre insatisfecha curiosidad de mi prima, le dije: «¿Te acuerdas lo que estábamos haciendo en el armario la otra noche? Ellos estaban haciendo algo parecido, solo que mejor». Tras pensarlo un poco, agregué: «Si quieres, te muestro, pero tienes que bajarte tu pantalón y tu calzón».

Maribel protestó, diciéndome que le daba vergüenza que la viera ahí. Para tratar de convencerla, le dije que no tenía por qué sentirse así, y acto seguido, dando el ejemplo, me bajé pantalones y calzoncillos para dejarla ver mi miembro en su máxima erección. Ella soltó entonces un suspiro, reflejo de excitación, aunque no el suficiente para ceder. Tras pensarlo unos segundos, ne propuso: «Haremos algo. Yo me bajo mi pantalón y mi calzón, así como vos quieres. Me puedes hacer lo que más te guste, pero a mi cara nomás me puedes mirar».

Por unos segundos levanté la mirada, deleitándome al menos con el sonido deslizante de su ropa al dejar sus genitales al descubierto. Listo para un nuevo paso en nuestra aventura de descubrimiento, llevé mis ojos a los suyos y levanté sus piernas lo suficiente para que sus ropas, bajadas a la mitad, no fueran un impedimento. Mi miembro se posó por fin en aquella suave hendidura, y con un suspiro empecé a moverme.

El contacto con la vulva de una nena de semejante edad es algo que muy pocas cosas pueden superar; cada movimiento liberador de una ráfaga de placer. Pronto mi prima empezó a gemir, y yo, sin dejar de complacer su cuerpo, me dispuse también a satisfacer su curiosidad, llevando mis labios a uno de sus oídos.

«Esto estaban haciendo la otra noche tu mamá y su amigo, solo que él se la estaba metiendo. A vos no te la estoy metiendo porque todavía estás chiquita, pero podemos hacer esto». Tras decir aquello, seguí dándole hasta que ella, queriendo imitar lo que noches antes había escuchado, empezó a soltar en fuertes alaridos: «¡¡Así!! ¡¡Así!! ¡¡Dame, mi amor!! ¡¡Soy tu puta!!

Aquello, como podrán imaginar, me descolocó y aterró. Rápidamente llevé mi mano a su boca, y le dije: «¿Estás loca?» Extrañada, ella me preguntó: «¿Por qué? ¿Qué he hecho?». Dándome cuenta solo en ese momento, le respondí: «Apenas tienes ocho; no tendríamos que estar haciendo esto». Tras decirlo, un morbo inaguantable recorrió mi cuerpo, y volví a frotar mi pene en su vagina hasta eyacular.

Tras la acabada, me le qyité de encima, quedando, como al principio, frente a ella, aún con las piernas abiertas. De inmediato mis ojos se fijaron en su sexo, deliciosamente manchado por mi simiente, hasta que ella cerró las piernas y, en tono de juego, me reclamó: «¿Qué cosa estás viendo?» Tan solo dejó pasar unos segundos y, ofreciéndome una lasciva sonrisa, nuevamente las abrió para decirme: «Ya, puedes ver nomás. Lo que te gusta».

45 Lecturas/29 julio, 2025/0 Comentarios/por Afortunadoenelamor
Etiquetas: amante, amigo, amigos, insatisfecha, primita, puta, sexo, vagina
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