Emputecimiento de Nina (Capítulo XIII): tras el romanticismo de la noche anterior, el Jefe la azota y la coge atada
El Jefe concluye el operativo para terminar de romper el espíritu de la niña de 12. Cintazos, latigazos, velas, bondage y muchos pijazos..
CAPÍTULO VII
El Jefe despertó pasadas las dos de la tarde, abrazado a la pendejita que todavía torraba plácidamente (tras permanecer dos horas entre los brazos peludos de su macho con los ojos como el dos de oro por la raya de merca que su sádico macho le había hecho pegar antes de dormirse). Se levantó a orinar y luego se lavó los dientes. Se desnudó y se duchó (con agua caliente y abundante que le proveí), y luego se bajó un baso de agua (dosis doble de Gotexc).
Volvió a acostarse y a envolver a la nena entre sus brazos y comenzó a lamerle la mejilla derecha, el cuellito, a chuparle el hombrito derecho. Luego tomó el dormido mentón infantil con su mano derecha, abrió la boquita presionando las mejillas con los dedos gruesos y toscos y lanzó un gargajo en plena garganta. El disparo fue perfecto y la nena se despertó tosiendo y ahogándose hasta que pudo escupir el moco que acababa de tragar, manchando la cara y el pecho del Jefe.
‘Si serás estúpida, ya me llenaste las bolas, pendeja’, exclamó el depravado, agarrando el cinto tirado al costado de la colchoneta. La nena, apenas comprendiendo lo que pasaba, ya se tapó la cabeza. El Jefe le arrancó el edredón y le tiró tres cintazos en el torso y las piernas agarrándolo del extremo de la hebilla y soltándole toda la fuerza de los cintazos recargada en la longitud de la tira de cuero.
A continuación, la levantó de los pelos y la llevó a los tirones (resbalando, cayéndose y quedando suspendida de su lacia cabellera Carré color cocacola) hacia el centro de la Habitación 1. La arrojó así al piso mientras yo le bajaba una polea de las que penden del techo. Luego extrajo una soga muy larga de la valija con esposas acolchadas adosadas a un extremo, pasó el otro extremo a través de la polea y dejó que el mecanismo subiera mientras mantenía el extremo agarrado hasta que llegó al techo.
Después, levantó las manos de Nina para esposarla y la levantó tirando de la soga. La nena respiraba fuerte y temblaba, pero no se atrevía a emitir comentario o queja alguna. El viejo estiró la soga hasta dejar a su víctima apoyada en las puntas de los deditos de sus pies y sacó de la valija un largo látigo. La nena estaba ahora sí, definitivamente con la vincha dorada tapándole medio ojo izquierdo y con el vestido que completamente estirado igual la dejaba con todo el culazo al aire.
‘A ver si así aprendés, postre de verga’, reflexionó, y lanzó el primer latigazo. La fina lonja de cuero, diseñada para hacer doler, pero no para destruir, se enredó dos veces en el torso de Nina y descargó toda su furia a través del vestido de gasa sobre el pezón izquierdo. La nena, azorada, se quedó un segundo inmóvil con la boca abierta y los ojos llenos de lágrimas, y recién después lanzó un alarido animal.
El Jefe elevó sus ojos al cielo; se acercó a la nena y le dio un puñetazo de derecha en el aductor izquierdo y un puñetazo de izquierda en el aductor derecho. Luego sacó de la valija un bozal con una pelota enorme para la bocaza infantil y se lo puso a la galvanizada nena. Finalmente, le acomodó la vincha alrededor de la nariz y la ató bien fuerte.
Ya conforme, agarró el látigo y le hizo dar dos vueltas en torno a las caderas y el culazo desnudos de la ninfa. La ninfa pendía de sus muñecas, ya que las piñas de su dueño habían inutilizado sus piernitas por al menos un cuarto de hora. El tercer y el cuarto latigazo se enredaron en los muslos de la niña. El quinto y el sexto, en las pantorrillas. El séptimo enredó los tobillitos diminutos y tiró de ellos; el Jefe se divirtió un rato balanceando así el cuerpo exánime de su putita.
Después volvió a subir en una secuencia inversa: dos latigazos en las pantorrillas, dos en los muslos, dos en caderas y culazo… El último de esta secuencia dio de lleno en la vulva de Nina, que se retorció por reflejo, incluso con sus piernas entumecidas por los golpes. El Jefe siguió subiendo: dos latigazos en la cintura, dos en las costillas, dos en las tetas.
El décimo octavo se enredó en la cinturita casi infantil. El Jefe se acercó y siguió ciñendo el látigo alrededor de la cinturita hasta que sólo quedó el largo mango sin rodear a la ninfa. Así aferrada, la levantó con una mano, le abrió las piernitas metiendo sus rodillas gordas entre los mulsitos blancos, le ensartó la conchita desde atrás hasta el fondo y empezó a hacer saltar el cuerpo exánime pajeándole la verga. Al final, calentándose más, la agarró fuerte de las caderas y la terminó de coger con las patitas en el aire. Le llenó la conchita de leche, se limpió despreciativamente la verga en el vestido, culazo y muslos de la nena y fue a buscar más agua y el desayuno.
Desayunó-almorzó en la mesita de 50×50, con la silla de costado mirándola. Nina estaba inexpresiva, sólo sabía que esto recién empezaba y que debía conservar fuerzas. El vestidito de seda ya se estaba haciendo jirones por los latigazos; por sus muslitos chorreaba lentamente semen de viejo que se quedaba un momento regodeándose en los tobillitos de la ninfa para finalmente gotear viscosamente en el piso de cemento verde.
Ya desayunado, el viejo verde le espetó ‘Te voy a sacar la bola y a dar toda el agua que quieras; a la menor palabra o queja te doy pero con el cinto. ¿Entendiste?’. Nina asintió rápidamente, con los ojos desorbitados. El Jefe le hizo tragar dos vasos de agua (triple dosis de Gotexc en esta jarra), mojándola toda, y volvió a ponerle el bozal.
A continuación, bajé la polea con el dispositivo remoto de la Habitación dos. El Jefe acostó a la nena de espaldas al piso, le subió las piernitas y esposó sus tobillitos con otro par de esposas afelpadas. A continuación, la polea subió y dejó a la nena doblada como una navaja, con los muslitos, el culazo y la conchita lampiña completamente expuestos, a 30 centímetros del piso.
El Jefe sacó una vela muy gruesa de la valija y Nina otra vez tembló. El depravado encendió la mecha (peludamente blanca, muy gruesa también) y dejó gotear estearina sobre el plato de su reciente comida; luego afirmó la vela sobre las gotas hasta que se solidificaron, y puso el platito con la gran vela justo debajo de la conchita y el anito de Nina. La nena no podía ver, pero enseguida comenzó a sentir el calor y a aullar. A los pocos minutos empezó a sacudirse; el Jefe, impasible, le dio otras dos piñas en los aductores. Como la nena, quemándose la conchita, todavía se sacudía ayudándose con sus muñecas, le dio sendas piñas en los hombritos y la nena dejó colgar la cabeza, exhausta.
Ya conforme, el Jefe corrió el platito con el pie y la polea bajó hasta que la boca quedó a la altura de la verga erecta. El Jefe aferró el cuellito con las dos manos y le empezó a coger la boca con saña. La nena emitía toda clase de inermes onomatopeyas mientras la poronga de viejo le violaba la bocaza de nena ahogándose. Dejándola respirar, el viejo verde la agarró de los exánimes bracitos para darse más impulso cogedor.
La nena se meó toda, pero esta vez no era un squirt. Simplemente no había orinado en horas, y no paraba de beber agua desde las once de la noche del día anterior. Salpicó los pies del Jefe, que, enfadado, dejó de cogerla y, con la verga paradísima bamboleándose, agarró el cinto y descargó una decena de furiosos azotes sobre los carnosos muslos, culo y vulva de la malhadada ninfa. La malhadada ninfa lloraba convulsamente, asordinada por el bozal.
Luego el Jefe soltó el cinto y, todavía con la verga al palo, ensartó la conchita y empezó a sacudir a la oscilante nena de los muslitos. Después se entusiasmó, la agarró fuerte de las caderas y se hizo la más salvaje paja de conchita de nena de su inmunda vida. Al final, desesperado, gimiendo como un cachorrito, vació su semen en la inerme conchita. La inerme conchita acababa al mismo tiempo con un squirt que hubiera abrumado al mismísimo Noé; de hecho, las últimas sacudidas del Jefe habían sido ayudadas por la nena, que se daba impulso para clavársela más fuerte y más rápido.
El Jefe cayó de rodillas por la potencia de su orgasmo, empapado en sudor. En cuanto p udo, se dirigió hacia la cara de la niña y se limpió los restos de semen de su verga en los, los párpados, los pómulos, las mejillas y los labios de la lujuriante nena. Después, volvió a ponerle el bozal, desprendió de la soga las esposas de la mano y la polea comenzó a elevar los tobillos de Nina, que quedó colgando cabeza abajo.
El Jefe se bebió otro vaso de agua y luego armó una raya de merca. Finalmente, fue a recostarse a la colchoneta y prendió la TV con el control remoto. La siguiente hora y media siguió mirando TV, sin prestarle atención a la oscilante putita.
Entonces advirtió que la oscilante putita, desesperada por el Gotexc, no sólo oscilaba sino que serpenteaba como podía con su escueto pubis. Sonriendo entre dientes, se levantó y agarró el largo látigo. Lenta y metódicamente, envolvió en sus azotes de cuero una y otra vez las pantorillas, los muslos, las caderas, el culo y la conchita de Nina, aunque también atacó por momentos el vientre translúcido, la espaldita ínfima, los pezones cada día más puntudos y mordibles abriéndose paso entre el vestidito de seda negro con bordes dorados hecho jirones. Los últimos lentos y rítmicos latigazos coincidieron con un orgasmo de la nena, cabeza abajo y con las manos esposadas y colgando.
A continuación, la polea bajó a Nina hasta dejar otra vez los labios de caramelo lamido a la altura de la incólume verga del Jefe. La agarró de la melenita y le empezó a coger la boca de parado. Como la nena tenía toda la concha, la vulva y los muslitos llenos de leche seca, agarró la jarra de agua vacía, la llenó con agua del mísero lavabo y vació el litro y pico de agua fría en la concha y las piernas de su esclavita. El agua rebalsaba la conchita y se derramaba en robustos chorros por todo el culo, el vientre, la espalda, el pecho y la cara de la nena, helándola y ahogándola.
La nena no había terminado de toser y ya el Jefe le estaba cogiendo otra vez la bocaza, sosteniéndole el cráneo con las dos manos mientras se inclinaba para lamer golosamente el clítoris y la estragada conchita de Nina. La hizo orgasmear así, atorada de verga, sacudiéndose entre las férreas manos y pinchada por los gruesos bigotes de su amo.
Entonces recién la polea la depositó suavemente en el suelo. Desesposados los tobillos, las piernitas se derrumbaron exánimes. Cuando el Jefe le quitó las esposas de sus muñecas, los brazos cayeron como bultos y así quedó la nena, con los brazos abiertos en cruz, incapaz de moverlos.
El Jefe la dejó jadear un par de minutos y luego la llevó a la rastra de un tobillito abajo de la ducha, abrió la ducha y terminó de empaparla. La nena estaba tan cansada que no atinaba a moverse; sus bracitos y piernitas no podían ayudarla a enderezarse o siquiera a reptar. Al final rodó hacia su izquierda y quedó tirada boca abajo sobre la letrina de metal pintada de blanco.
El Jefe le preguntó ‘¿Quién te dio permiso de moverte y dejar la ducha abierta? Apagá esa ducha o te coso a cintazos, pendeja de mierda, ya me estás acabando la paciencia’.
Como pudo, la nena se arrastró hasta la ducha, apoyó el torso contra la pared ayudándose con los hombros y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su mano derecha y cerró la canilla. Cuando acababa esa acción, el Jefe le pateó el culo suavemente con todo el empeine y la hizo golpear la cara contra la pared; rebotó con la nariz contra el muro verde y cayó de costado, bien contra el rincón de la parecita divisora.
El Jefe la dejó jadear un par de minutos así y luego la sentó, le sacó el vestidito empapado que tiró al costado de la letrina, la alzó desnuda en brazos y fue a sentarse a la mesita, con la nena sobre la falda. Primero le hizo beber otro vaso lleno de agua con Gotexc. Luego armó un par de rayas de un centímetro; aspiró la primera con el canuto y le puso el canuto en la nariz a Nina para obligarla a aspirar el otro.
La nena estaba aturdida por la paliza sorpresiva y masiva que estaba recibiendo. Estaba agotada físicamente pero también se la notaba exhausta por el pavor. El depravado, con el mayor cinismo, le chuponeó toda la boca y el cuello, volvió a tarasconearla a la altura de la yugular hasta marcarla y, sonriéndose, le susurró ‘¿Sabés como te amo? No podría vivir sin vos’. Nina se quedó mirándolo y silenciosas y gruesas lágrimas cayeron de sus labios. ‘Sí, amor, yo también me emociono por lo que nos pasa’, agregó el viejo verde.
A continuación, la acostó de espaldas a la mesa, le levantó las piernitas sobre sus peludos y fofos hombros, metió el canuto en el capuchón del clítoris y empezó a succionarlo mientras la observaba retorcerse. Revivida por la merca, la nenita empezó a gemir como un cachorrito sampleado en una canción de música house. El Jefe corrió el capuchón del clítoris, encajó bien un extremo del canuto en el pequeño altar de su Venus y siguió chupando con rudeza, introduciendo poco a poco, gracias al efecto vacío, el clítoris en el canuto. El clítoris era demasiado estrecho para el canuto, aunque los bordes eran suaves y no la lastimaban; pero la apretaban horriblemente.
El Jefe tapó el otro extremo del broncíneo canuto y, tironeando a un lado y a otro el clítoris atrapado, le empezó a lengüetear la conchita. Enseguida tuvo que aferrar las piernitas de Nina sin dejar de chuponearla ni sacar el pulgar del canuto, porque la esclavita orgasmeó dando un larguísimo y tembloroso aullido que redundó en un squirt tan potente que expulsó el canuto del clítoris orgasmeante con dedo y todo, meándole toda la cara al extasiado amo.
Empezando a pajearse, el Jefe comentó ‘Sos una puta divina. Te amo tanto que voy a traer tres albañiles que les falten todos los dientes a que te cojan tres días seguidos’. El Jefe no lo advirtió, pero en el video consiguiente pudo observar cómo en ese instante la conchita de Nina pulsó dos veces, aceleradamente, y hasta tensó el pubis en un último estertor venéreo.
Después, el Jefe miró su reloj de pulsera y agregó ‘Amor mío, me tengo que ir a laburar, así que sólo voy a poder echarte un último polvo’. A continuación, agarró a la nena de la cinturita con una mano, como si fuera una almohada, se dirigió hasta la letrina, puso a la nena cabeza abajo con la mollera en el agujero de la letrina, la abrió de patas y comenzó a cogerla fuertemente, golpeando a propósito la cabeza de su esclavita contra la letrina metálica, mientras exclamaba sádicamente ‘Cómo te amo. Nunca amé a nadie como te amo a vos. Mirá cómo te amo’ (aplastándola más contra el metal de la letrina).
Luego de varios minutos en esa tesitura, el Jefe les dio sendos puñetazos en los aductores a Nina, la abrió completamente de patas estirándola de los tobillos y la reventó a pijazos hasta llenarla de leche.
Cuando se recuperó de su orgasmo, soltó las piernitas de la nena contra el rincón de la letrina; cayeron como un bulto y así se quedaron. Después metió desordenadamente su ropa, el portavelas y todo lo que había quedado desparramado por la pieza en la enorme valija y salió de la Habitación 1 exclamando fuerte para que la exangüe Nina lo oyera ‘Cómo te amo, putita de morondanga’.
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