En el bus
Hola a todos, donde quiera que estén. Hoy les voy a contar algo que paso hace unos años en un viaje en mi país natal, la isla de Cuba, paraíso tropical del Caribe. Cuba es larga y estrecha lo cual hace que recorrerla de un extremo a otro sea un viaje de muchas horas, y en uno de esos viajes de Orien.
Hola a todos, donde quiera que estén. Hoy les voy a contar algo que paso hace unos años en un viaje en mi país natal, la isla de Cuba, paraíso tropical del Caribe. Cuba es larga y estrecha lo cual hace que recorrerla de un extremo a otro sea un viaje de muchas horas, y en uno de esos viajes de Oriente a Occidente tuvo lugar un hecho que dio lugar a esta historia.
Era las 6 de la tarde y mi hija Massiel de diez años y yo, nos estábamos acomodando en los asientos de un bus interprovincial para regresar a la Habana desde la lejana provincia de Santiago. Nos esperaba una larga trayectoria nocturna de aproximadamente doce horas. Ella, como de costumbre ocupo el lado hacia la ventanilla, y yo al pasillo. En los boletos nos asignaron casi la ultima fila de asientos por lo que detrás de nosotros no había pasajeros, el bus iba con pocas personas.
La primera parte del viaje fue entretenida, lo que quedaba de luz permitía ver las montanas de la sierra maestra y algunos pueblos de campo, muy pintorescos. La niña iba en un juego de short y blusa muy tropical, de color blanco lo cual hizo que al caer la noche y por el aire acondicionado se quejara de frio. No llevábamos cobijas, pero si unas toallas enormes y tome una para cubrirla. Todo estaba bien, sin embargo a la media noche, ella se despertó y se volvió a quejar del frio. Ya no tenia muchas opciones, le puse una de mis camisas, y le dije pégate a mi y te sentirás mejor. Removí el reposa brazo de en medio y ella se recostó a mi y yo le pasé mi brazo por detrás de su cuello. Ambos nos aproximamos tanto que la enorme toalla nos cubría a los dos. Pero la niña para tener sus piernas cubiertas las cruzo sobre el asiento, su rodilla derecha y parte de su muslo quedaban encima de mí.
Por una de esas cosas que ocurren por casualidad mi mano derecha fue a parar a la rodilla de la niña. Yo estaba torcido para que ella descansara recostada a mi. Mi mano oscilaba en ligeras caricias de la rodilla a la mitad del muslo. Muy despacio, y sin perseguir otra cosa que la niña estuviera relajada y dormida.
Mi mano a veces ya por cansancio se deslizaba mas allá, en caída hacia la parte interna del muslo. Estaba muy tibio allí, y eso me llamo la atención de modo que me resulto muy agradable, lo cual me hacia estar cada vez mas concentrado en lo que sentía, la tensión y suavidad de su piel invitaban a explorar mas adentro hacia donde había más temperatura.
Ya con mi mente poseída por Eros, empecé a disfrutar de las caricias que le estaba dando a mi hija, en complicidad con su sueño, procurando no despertarla me acercaba cada vez mas a su intimidad y esos muslos por dentro estaban mas que tibios, era una hoguera encendida. Llegaba a los limites y regresaba, ya mas arriba el dorso de la mano y los dedos rozaban el otro muslo, ligeramente separado, pero en otra intervención del destino, mi hija se movió y sus muslos se separaron mas. En la practica íbamos sentados como de lado, ella de espaldas a mí, con las piernas cruzadas, como si fuera la postura de loto en el yoga, casi formamos una cucharita. Gracias a eso mi mano derecha seguía libre para alcanzar cualquier parte de su cuerpo. También mi cuerpo respondía a aquellos estímulos mi pene empezó a llenarse y a no caber en mis pantalones. Mas allá de todo juicio crítico, ya yo no tenia frenos y pensaba que mi presa dormida debía ser para mí.
Me embriagaba su olor, su suavidad y su posición, la oportunidad especial, el bus vacío, oscuro y frio, y nosotros allí, al calor mas tierno debajo del toallón. Mire alrededor, nadie curioseaba, mas bien creo que el único despierto era yo. Con mucho cuidado mi mano en el interior de sus muslos se aproximo a su vagina. Levante la pata del short, fui palpando la forma y la consistencia de aquel lugar, su pubis abultado, sus labios prominentes encerraban una rayita media bien apretada. El blúmer era de una tela de esas que parece no dar resistencia y al paso de mis dedos me dejaban tocar en detalle. No era ajustado o ceñido, más bien ligeramente ancho. Pero al roce permitía hacer y deshacer. Pero ya para mí, en esas condiciones resultaban barreras como si fuera una pared de ladrillos que no tarde en derribar.
Mis dedos se las arreglaron para separar la pata del blúmer y pasar a aquel recinto virginal, haciendo el mismo recorrido por el pubis y los labios, palpando, reconociendo con la yema de los dedos todo aquel paraíso donde aun no había ni sombra de vellos. Estaba extasiado pero la pata del blúmer me restaba libertad y por eso decidí sacar mis dedos y acto seguido entrar por la parte de arriba, con el mismo cuidado aparte el blúmer y fui metiendo mis dedos pubis adentro, avanzando hacia el entre piernas, aquellos labios eran una tentación y llegue a abarcar toda la vagina con mi mano. La aprete un poco con delicadeza, la solté, la volví a apretar suavemente, dos, tres, cuatro veces, cada agarre mas intenso. Como han de imaginar no podía quedarme así.
Empecé a deslizar el dedo por la rayita entre los labios, puros encantos aquellos roces que sin querer y queriendo iban abriendo cada vez la zona más intima sintiendo la diferencia entre la piel y aquella parte que me quise imaginar de color rosado… yo estaba erecto a todo reventar, mi otra mano no alcanzaba para tocarme yo por tenerla por debajo del cuello de la niña. Me dedique a disfrutar de lo que si se podía y en menos de lo que esperaba la yema de mi dedo llegaba al clítoris de mi hija. mi dedo curioso fue mas adentro en el camino y cual seria mi mayor sorpresa, mi hija estaba mojada.
Me quedé en shock. No supe si continuar o detenerme. No sabia si mi hija estaba dormida o no… después de varios segundos con mi mano en retirada, creyéndome descubierto, presioné de nuevo el clítoris y mi hija se estremeció. Un suspiro leve me estremeció a mí también. Busqué su mejilla con mi boca, le di un besito y le susurré al oído:
-Todo bien hija?
-Si, papá.
Regresé mi mano a su interior y volví a preguntar:
-Todo bien hija?
-Si, papá. – de su boca salían susurros de complicidad.
Mi dedo rozó su clítoris, le hice unos círculos lo presioné, ella gimió bajito, consciente del lugar y las circunstancias. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Tenia mas dudas que certezas, debe ser un sueño, pensaba, pero no. La realidad estaba allí ante mí, toda dispuesta. Yo no quería quedarme sin respuestas y le pregunté:
-Hija…
-Dime papi.
-Has estado despierta?
-si
-Todo el tiempo? -ahí tragué en seco.
-Si papá, todo el tiempo.
-Por qué no me has dicho nada, estabas tan quieta, quería darte calor, pero mis manos fueron más allá.
-Me di cuenta.
-Es que yo quería parar, pero eres tan hermosa. Debiste decirme.
-Es que yo no sabía que hacer.
– ¿Es que, como has dicho?
-Yo no pensé que me estabas haciendo nada malo.
-¿Hija, te sientes bien?
-Si.
-Te gusta esto que te estoy haciendo. (le acaricie más adentro)
-Si papá. -Exhaló un suspiro. -mucho
-Habías hecho algo así antes? -Sentí necesidad de saber ante la extraña madurez de mi hija.
-No papá, pero las chicas del aula si, bueno quiero decir, yo no lo he hecho con nadie, pero si a solas. -La verdad no me asombré de lo que me estaba diciendo. Preferí no indagar para no inhibir sus impulsos de esta noche salida de una novela.
Literalmente estaba masturbando a mi hija y sin frenos, ella se retorcía en el asiento, cruzó su pierna por encima de la mía y la vagina quedo más abierta aun, mis dedos trataban de abarcar cada detalle de calor, una humedad que aumentaba, suavidad de la piel y el interior, hicimos todo, excepto intentar penetrarla, el bus no era el lugar propicio. Ella se encontraba aun ligeramente de espaldas a mí, algo recostada, sus cabellos me daban en el rostro. Yo busqué la forma de besar su mejilla y ella se incorporó para girar un poco su rostro hacia mí. Nos miramos en aquella penumbra, y sin poder evitar el siguiente paso, besé su boca. Ella respondió con inocente placer. Así estuvimos varios minutos, entre besos aprendidos, caricias, y sin parar de masturbarla. Yo sentí mi semen brotar aun sin tocarme y ella vibraba en el clímax de la acción con un orgasmo de estreno en aquel cuerpo espectacular que iba creciendo. En la gran toalla quedó las huellas de nuestro viaje…
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