Enamorado de mis dos estudiantes
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Stregoika.
Cuando me levanté y me dirigí al baño no había recuperado completamente la consciencia. Fue hasta que empecé a vaciar gradualmente la vejiga que mis sentidos se conectaron y fui volviendo a la realidad: Todo lo del día anterior y especialmente lo de las últimas horas había ocurrido en verdad. Volví a la habitación, que parecía congelada en el tiempo bajo la tenue luz, con mi cama en medio, y ahí estaban ellas. Sobre el par de cobijas se dibujaba perfectamente cómo Jessica metía bien la cola en el abdomen de Tatiana y dormían abrazadas. Miré el reloj. 2:14 de la madrugada. Lugo me miré a mí mismo, y un pensamiento llegó por sí sólo a mi cabeza. “jueputa, ¿anoche me comí TODO ESO?”
Hacía escasos meses había aprendido a diferenciarlas, pues ambas eran de corta estatura, aún para su edad, ambas eran de piel blanca nácar y de cabello negro. Su semejanza era tan grande que al principio recurrí a un piercing que usaba Jessica en el lóbulo de su nariz, para saber en frente de quién estaba. Poco después la diferenciaba totalmente, sólo porque el cuerpo de Tatiana era ligeramente más atlético y su rostro me gustaba un poco más.
Sin que me diera cuenta, volví a tener una erección. Ocupé mi lado de la cama y besé el hombro derecho de Tatiana. Luego besé su espalda y cuando llegué al centro de ella, empecé a bajar. Estaba ahogado en deseo. Saboreé su espina dorsal hasta llegar donde empezaban sus nalgas, que masajeé enloquecido. Ella había empezado a despertar, pues pude oír un leve temblor en su garganta, y saber que ella estaba consciente de lo que yo hacía, me excitó más. Metí la cara entre sus nalgas e hice círculos con mi lengua dentro de su ano. En ese momento despertó por completo, quitó su brazo de alrededor de Jessica y tardó un poco en encontrar el camino debajo de las cobijas para agarrarme de la cabeza. Presionaba, gemía y también se contraía levemente. Yo sacaba mi lengua hasta el umbral del dolor, para proporcionarle placer. Pasó un minuto, al menos, y la presión en mi pene llamó mi atención, pues estaba demasiado erecto. Caminé con los codos hacia la cabecera y la abracé, separándola de Jessica. Dibujé erráticas figuras con mi pene sobre sus nalgas gloriosas, hasta encontrar su ano. Justo cuando puse mi glande allí, ella se cubrió la boca con la mano para ahogar un fuerte gemido. Yo estaba listo para empujar, pero iba a hacerlo solo una vez sujetara en mi mano derecha uno de sus senos. Lo conseguí. Tatiana estiró el dorso e irguió el cuello conforme yo la penetraba. Tomó mi mano derecha con la suya y me exigió un poco más de fuerza para apretarle sus hermosa tetas. Mientras le bombeaba, observé el rostro de Jessica que adorablemente hacía un gesto, aún dormida. Una minúscula fuercecilla tiraba de su ceño y leí su pensamiento: “dejen dormir”.
Cuando creí que no podía excitarme más, Tatiana giró la cabeza y me dijo en secreto “vénteme adentro”. Un impulso eléctrico me atravesó y me invadieron las ganas de bombear hasta explotar, pero algo me detuvo. Jessica acababa de abrir los ojos, como si hubieran estado fijos en mí desde antes. Tatiana también la vio y en una reacción espontánea la tomó por un costado de la cabeza y empezó a besarla. Una vez había conquistado su cabeza, dejó su mano perderse en el trasero de Jessica. Gemí. El recto tibio de Tatiana palpitaba alrededor de mi pene, y tuve que parar, en mi cuerpo y en mi mente, para reprimir un delirante orgasmo. Solté a Tatiana y lo único que nos unía era ese estrecho coito anal, que con toda mi voluntad intentaba ignorar, para no venirme. Ellas dos seguían amándose.
Sentí que necesitaba sacárselo sin mirar, pues si miraba me excitaría todavía más y era justamente lo que quería evitar, pues quería dejar fuerzas para hacérselo también a Jessica. Pero el morbo fue más fuerte que yo, y no contento con sentir sus nalgas aplanadas contra mi pubis, quise observarlo. Los besos entre ellas dos eran deliciosamente sonoros, y los acompañó la melodía de gemidos de Tatiana mientras le sacaba mi pene de entre su culito. Me llenaba de ideas morbosas y desquiciadas el pensar en la capacidad tan asombrosa de ellas para sentir. Un gemido para cuando las penetran, otro para cada velocidad del bombeo y otro para cuando se los sacan.
Ya estaba afuera. Quité las cobijas, bajé la mirada y me lo vi, sintiendo envidia de mi propio pene, por la gloria que acababa de tener. Observé también el culito de Tatiana, que muy lentamente recuperaba su tamaño. Antes de que se cerrara, bajé y le di in profundo beso, literalmente.
– ¿se vino, profe? – me preguntó Tatiana, con un hilo de voz.
Jessica, que no había perdido aún el aire ni el control de su voz, contestó por mí.
– No mi amor, él dejó algo para mí, ¿qué cree?
– Ven muñeca – le dije a Jessica y me puse sobre ella.
Tatiana se puso lentamente boca arriba, con los ojos cerrados y aun temblando. Sus senos subían y bajaban, al mismo tiempo de sus manos, que reposaban inmóviles sobre su vientre. La aprecié por un segundo.
– Tú nos amas ¿cierto profe? – me sorprendió Jessica. Me besó.
Yo empecé a devorarla. Después de unos minutos de desenfreno, besos pervertidos y masturbarnos el uno al otro, se me ocurrió concentrar la atención, como en Tatiana, en su ano. La acomodé yo mismo, haciendo que calvara sus hermosas tetas en la almohada y las rodillas en el colchón. Tenían entonces ante mí ese majestuoso trasero de quinceañera, con piel perfecta y color diáfano. Estaba ahí, abierto para mí, mirando hacia el cielo. Los pequeños pliegues del contorno de su ano si apenas se asomaban en medio de la penumbra. Pero su vagina si estaba muy clara, afeitada, colorada y deliciosamente lubricada. Antes de entregarme al frenesí anal con Jessica, abrí con dos dedos sus labios vaginales y le di un sentido beso, probablemente el más sentido que haya dado en mi vida. Hecha esa reverencia, empecé a devorar su abertura anal como si su mierda fuera mi alimento. Creo que mordió las fundas de la almohada por el tono de sus gemidos. Como antes, mi pene se hizo sentir como si halara una cadena mara llamar mi atención, así que no lo ignoré, y me pare sobre Jessica y le penetré su rico ano. Mis bolas estaban suspendidas al vacío, pero ocasionalmente se saludaban con la divinidad vaginal de ella.
Estaba en el paraíso. Tatiana dormía complacida como un ángel mientras yo le rompía el culo a Jessica, como por tercera vez en toda la velada. Y entonces, podía dejarme llevar por el orgasmo más celestial, si quería. Seguía bombeándole su culo mientras pensaba cómo estaba a punto de llenárselo de leche, en una tormenta incontrolable de placer.
Jessica quitó su hermosa cara de entre la almohada y me dejó verla. Su expresión de placer me hizo acelerar. Estaba a unos segundos de venirme. Extendió su mano hacia mí, con urgencia, y entendí a la perfección lo que quería. Quería otra vez, como había querido todas las veces anteriores, que acabara en su boca. El clímax empezó con un “¡dale mi amor!”. Se lo saqué y ella se puso boca arriba con la agilidad de un gato. Sin darme cuenta cómo, estaba sentada debajo de mí, haciéndome una mamada triunfal. Tuve que agarrarme de la cabecera de la cama para terminar. Jessica tenía mis bolas es la mano y se amamantaba de mi venida. Después de tantas venidas casi consecutivas, sólo le pude brindar un pequeño chorro. Pero ella estaba feliz, pues lo saboreó y tragó sin dejar de mirarme a los ojos. Lamió la cabeza de mi pene un minuto más y sus ojos volvieron a estar tan pequeños como cuando despertó. Me arrodillé sobre ella y la abracé y besé como si fuera el último día de nuestras vidas.
– duerme – le dije.
Tan pronto me hice a un lado volvió a abrazar a su amiga dormida y en medio de un suspiro, se fundió como si le cortaran la energía. Yo no estaba muy diferente, y me hice espacio detrás de ella, las cubrí con la cobija y pegué mi rostro contra el pelo de Jessica. Aunque tenía sueño, no quería dormir. Tanta lujuria y consumación excesiva de deseo llevada a plena satisfacción, había llegado a su tope natural y dejaba espacio sólo a esa maldita sensación. No quería que ese momento terminara. Antes de dormirme, pude apreciarlas dormir durante una hora, quizá. A veces se movían fugazmente para rascarse la nariz o quitarse el cabello de la cara.
Desperté. Aparentemente no nos habíamos movido en horas. Eran las 7:04 de la mañana, podía ver el cielo a través de la ventana y se prometía un día esplendoroso. Pero yo sentí ansiedad. ¿Por qué tenía que ser ese el precio de sentir dicha? Con razón las personas le huían a las situaciones potenciales de felicidad, aunque; quizá yo era el único que aún relacionaba el sexo y la felicidad.
Más o menos una hora pasó, y Tatiana despertó. Gimoteó un par de veces para después abrir los ojos. Estaba tan tranquila que me aterró. Estiró sus brazos y su cuello, y mientras lo hacía, volteó a verme. Bostezó a boca cerrada y me sonrió mientras alargaba todo el cuerpo.
– hola profe – me saludó.
Sentí que la amaba como a nadie en el mundo. Bueno, como amaba también sólo a Jessica, de hecho. Mi cara aún estaba entre su cabello y estiré los labios para besar su cabeza con veneración. Luego puse mi frente sobre su coronilla para cerrar los ojos y concentrarme en disfrutar el tenerla ahí, lo más posible, pues en cualquier momento despertaría y al igual que Tatiana, se levantaría y muy probablemente jamás las volvería a tocar. O es que, ¿qué otra cosa podría pensar, si dos quinceañeras, amantes bisexuales, amanecen con un hombre del doble de su edad, tan tranquilas y campantes? ¿Cuando yo había perdido la virginidad a los 22? Ni se imaginaban cuanto había significado para mí todo lo sucedido desde el día anterior, desde la fiesta; es más, me daría pena que lo supieran.
Otra hora pasó y ellas estaban terminando de vestirse, después de bañarse juntas. Las vi vestirse de pies a cabeza, desde la desnudez, ante mis ojos. Las muchachas despampanantes que habían llegado el día anterior a la fiesta con sus elegantes vestidos, estaban tal cual delante de mi cama, pero sin nada ya que dejar a la imaginación. Así mismo se habrían vestido antes de la fiesta, pero bajo sus faldas, bajo sus pantimedias, negros los de Tatiana y color arena los de Jessica; había sido yo quien había visto. Había sido yo quien había restregado su cara contra esas nalgas perfectamente empacadas en esas mallas y bebiendo sus ricos aromas, quien les quitó las tangas y quien hizo el amor con ellas por horas y horas… pero aun así, ¿por qué esa maldita sensación de vacío? Sentía rabia conmigo mismo. Sentía que estaba en mi habitación con los dos seres más hermosos del universo, estaba enamorado de dos quinceañeras. Y ¿qué iba a hacer? ¿Iniciar una revolución intestina contra la constitución moral estándar para quedarme con ellas? ¿Ir primero a la casa de una y luego a la de la otra para decirles a sus padres, que casualmente tendrán la misma edad que yo, que amo a sus hijas?
Tatiana cogió su bolso y fue a despedirse de mí. “Chao profe, lo quiero mucho” me dijo. Puso su mano detrás de mi cabeza y me regaló un beso en la boca. Luego Jessica hizo exactamente lo mismo. “mi Profe, chaito” dijo. En diez segundos volví a estar solo. Mi cama volvía a ser la misma miserable solitaria. Me asomé a la ventana y las vi caminar tranquilamente. En una o dos ocasiones se miraron la una a la otra y rieron al unísono. Luego desaparecieron al doblar la esquina. Para siempre.
Una energía maligna ascendió por mi abdomen, pasó por el estómago, estremeciéndolo, y llegó hasta el corazón. Si no me hubiera controlado, hubiera jurado que lloraría. Afortunadamente, otra parte de mí tomó el control. Justo en ese crucial instante se cerraba y empezaba de nuevo un ciclo.
– será conseguirme otras – me dije.
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