Entre el arco del triunfo de su sexo.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por chicocd25.
Una de las cosas buenas de la publicidad es que te permite viajar a muchas ciudades, conocer toda clase de culturas y desde luego, mujeres interesantes, atractivas y puedo decir que con mucha imaginación.
He viajado a Barcelona, tanto por negocios como por placer y, aquella noche, el placer era ella.
En algunas cosas soy tradicional, así que la cité en mi hotel. Además, quería ver hasta donde era capaz de llegar. Su vida privada no la conozco pero no quiero interferir en ella, solo quería que no olvidase aquella noche y ahora sé perfectamente que no lo hará.
Llegó a la habitación del hotel, antes de volver a Madrid y a mi rutina, quería que esa noche fuera inolvidable: no necesitaba dejar marcas en su cuerpo para que así fuera, aunque un mordisco sutil en un pezón quedaría como recuerdo.
Su nombre, solo lo sabremos yo y las cuatro paredes de la habitación, podría llamarla de muchas maneras pero solo por esta noche, perra.
Era mayor que yo y eso me excitaba. Yo 27 y ella 41, más de una década nos separaba, pero el sexo nos unía.
Vestido naranja ceñido que resaltaba cada curva de su cuerpo que me enloquece, tacones de 10 CM que ahora eran el pedestal de esta diosa carnal convertida en mi perra por una noche. Su pelo rizado a media espalda dibujaría olas en el aire mientras montase sobre mi polla pidiendo más.
No podía esperar por ver lo que debajo del vestido se ofrecía para mí pero el erotismo es algo que nos encanta a ambos y debía ser paciente.
– ¡Hola nene! Tus ojos me lo dicen todo. ¿A qué te gusta lo que ves? -su acento catalán me volvía loco, un orgasmo lingüístico se producía en mis oídos y que me llamase nene, era lo que detonaba finalmente mi excitación-.
Sus palabras eran acompañadas de un suave ascenso de sus manos que estaban en su cintura hasta sus tetas. Era una manera de decirme que todo eso que estaba frente a mí, podía ser mío, pero no le demostraría que estaba rendido a sus encantos.
– No está mal, no está nada mal pero me pregunto si eres consciente que con cada gesto, cada movimiento y cada milímetro de tu piel, estás provocando que yo sea capaz de muchas cosas y no sé si estás al nivel de lo que espero.
Me acerqué a ella, la cogí de la cintura y antes que pudiese reaccionar la besé. El beso fue intenso, rápido, como el primer disparo que das a un lobo que viene a por ti. No lo piensas, solo disparas con esperanza de parar su ataque y el segundo disparo, aquel que acaba con toda posibilidad de ataque, es más paciente, lento y somete a tu enemigo a tu control.
La besé por segunda vez; ya mis manos examinaban sus tetas, las medía, las pesaba, quería ver como se dibujaban en ese vestido que podía romperse por la presión de sus pezones. Su lengua intentaba salir e invadir mi boca pero no lo permitiría.
Un tercer beso y ya estaba entregada a mí, con mis manos bajando por su espalda, dando suaves tirones a su pelo y acariciando su culo, la turgencia, el volumen y lo bien que le sentaba ese vestido.
La loba ahora era un cachorro, una dulce perrita entregada y dispuesta a lo que yo dijera. La tomé entre mis brazos y la llevé hasta la cama, se abría de piernas mientras su lengua se deslizaba por sus labios siendo sugerente y muy caliente.
Mientras la besaba, bajaba los tirantes del vestido. Era como quitar el envoltorio a un regalo, a esa chocolatina que deseas comer para saciar el apetito antes de ir a por el plato principal. El sujetador negro de media copa apareció ante mis ojos y no esperé para saborear lo que aguardaba para mí.
Sus gemidos eran mi melodía, la música que me indicaba que el control de mi lengua en su piel, con sus pezones, sus pechos siendo devorados por mí, se entregaban a mis caricias.
Tiré del sujetador y lo corté por la mitad, no quería desnudarla del todo, quería que se sintiese lo más puta posible, siendo follada casi desnuda, como una puta en un callejón de la que solo quieren sus tetas, el culo y el coño, no hay tiempo para desnudarla, solo es usada y poco más. Subí el vestido para enrollarlo en su cintura y un tanga negro de encaje empapado en sus jugos, era lo que aparecía ante mis ojos.
Daba tirones al tanga para que este se perdiese entre los labios del coño. Sus gemidos a cada tirón y la fuente que parecía su sexo, eran la señal que ese juego la estaba gustando.
– ¿Te gusta como chorrea tu perra?, ¿Te gusta lo perra que soy
– Me encanta que lo admitas, que te guste y que me lo digas y espero que además de hablar, hagas cosas mejores con esa boca.
Me desnudé frente a ella mientras se tocaba los pezones y el clítoris. Mi polla se levantaba en pie de guerra y eso era lo que a su boca quería darle. Los ojos de mi perra se abrían igual o más que su coño. Sabía lo que yo quería y sabía que debía hacerlo bien.
Aparté las copas del sujetador de sus tetas para amasar cada una con autoridad pero con sensualidad. Acerqué mi polla a sus labios y mientras estaba de pie a un lado de la cama; ella, como si fuese un biberón, lamía, chupaba y succionaba mi polla como el mejor de los manjares. Los tirones de mis manos en sus pezones, en sus pechos, marcaban el ritmo de la mamada.
– No lo estás haciendo bien y creo que necesitas algo para motivarte –rápidamente saqué un pequeño frasco de Nocilla, metí la punta de mi polla para cubrirla lo mejor posible-. Si te gusta la leche con chocolate, entonces con esto vas a flipar.
Otra vez llevé mi polla hasta su boca, todo su pinta labios desapareció y en su lugar la Nocilla cubría mi polla y su boca.
Su lengua hacía círculos sobre el glande y después se deslizaba por toda la polla hasta su base. Abría más las piernas para que lamiese por debajo del escroto, perfectamente depilado, y buscase mi culo para darle placer.
– Lo haces bien perrita. Me encanta tu lengua –le decía palabras de aprobación para que lo hiciese mejor y mientras tanto, me divertía tirando de su pelo para controlar el sexo oral que me estaba dando-. Es hora que te folle esa boquita de perra sumisa que tienes.
La cogí del cuello y poco a poco fui metiendo mi polla hasta llegar a su garganta. Sus ojos me suplicaban que la dejase respirar pero sabía que ella lo soportaría. La eché hacia atrás para que respirase y otra vez, y con más rapidez, metí mi polla en su boca.
Así comenzó la follada a su garganta, controlada por los tirones de pelo y sujetando su cabeza para que respirase cuando yo lo desease y no ella. Cuando estaba a punto de correrme saqué mi polla y la dejé respirar.
– No ha estado nada mal. Lo haces bien y supongo que tu culo y coño lo harán mejor.
Jadeaba intentando coger aire y antes que pudiese hablar, tiré del tanga para romperlo y comprobar si había cumplido una orden.
Entre los labios de su coño había un caramelo de fresa empapado de sus jugos; justo como yo le ordené.
– Eres muy sumisa y has hecho lo que he pedido. Esto me está gustando cada vez más.
Lamía su coño mientras con los dientes movía el caramelo de fresa en su interior. Hacía círculos, lo desplazaba de arriba hacia abajo y daba suaves golpes con el caramelo en el clítoris. Cada caricia y cada golpe, eran como presionar el botón de una fuente que no dejaba de bañar mi boca del dulce y salado a la vez, sabor de su intimidad.
Antes de someterla a mi polla, quería comerla toda ella, sin dejar un milímetro de su cuerpo sin el sabor de mis labios. Tiré del vestido y quedó solo con el sujetador y el tanga rotos sobre su cuerpo.
Comencé a dibujar con nata montada, una v desde sus pechos hasta su coño y líneas desde sus pies, muslos y también acabando en su coño. Por último con pañuelos de seda rojos, até sus manos al cabecero de la cama para que así tuviese la sensación de absoluta entrega y realmente supiese que no podía hacer nada para evitarlo. Borraba cada línea de nata sobre su cuerpo y en su lugar, gemidos y más gemidos marcaban el ritmo de mi caricia oral.
– ¡Fóllame por favor! ¡Fóllame!
Lo pedía, suplicaba que lo hiciese y cuando una mujer lo hace, sabes que está entregada a ti.
– No lo haré hasta que te corras.
Aumenté el ritmo de mi comida de coño que es lo que más me gusta en el sexo y cuando la fuente se convirtió en río, supe que su orgasmo había llegado.
– ¡Me corro! ¡Joder! ¡Me corro! –sus muslos presionaban mi cabeza, las contracciones de su coño expulsaban más y más jugos a mi boca, su respiración se aceleró y del éxtasis total, pasó a una calma de rendición que sería interrumpida inmediatamente-. Fóllame, por favor.
Ahora no era una orden o un deseo, era un ruego. Su voz acallada por el orgasmo, por el cansancio que viene después del clímax, no le daban más fuerzas para decirme lo que quería.
La quité los pañuelos y la puse a cuatro patas. La cogí por la cintura y de una envestida, se la metí hasta el fondo. Mi polla se deslizaba como cuchillo en mantequilla, su coño la bañaba y la punta de mi polla, chocaba con la entrada de su útero.
Es excitante sentir como las paredes de la vagina se cierran, pretendiendo inútilmente echar al invasor y resistiéndose al ataque de mi deseo, o tal vez intentando retenerlo dentro. Me quedé dentro de ella, quería que su coño se acostumbrase a mi longitud, grosor y que poco a poco se volviese como una parte más de su cuerpo. Yo, quería sentir su humedad, su calor, el roce del límite de su vagina y sentir que estoy llegando a esa última frontera entre mi sexo y su resistencia.
La saqué y entré de nuevo, con más ritmo y fuerza. Poco a poco los dos nos movíamos al mismo compás. Mis testículos rozando sus labios, mi pelvis chocando con su culo, mis manos en su cintura y otras veces en sus tetas, hacían una obra maestra de sexo, entrega y deseo.
– Más, más, más… ¡Más! No pares ahora. ¡Dame más!
Me suplicaba más polla, más fuerza, más pasión y os seré sincero, no me gusta negarle nada a una mujer.
– Qué mojada estás zorra, qué estrecha y qué puta eres.
– Soy tu perra y mi coño es todo tuyo; fóllalo, rómpelo, pero no dejes de follarme!
– ¡Muévete más perra! Gime más, ¡quiero oírte!
Mientras la follaba, la azotaba en el culo y en las tetas. Lamía su espalda y la besaba en el cuello.
– ¡Me corro otra vez!
– ¡No te puedes correr hasta que me corra yo! ¡No puedes hacerlo antes!
Aumenté la velocidad de mis embestidas porque quería que los dos pudiésemos corrernos al mismo tiempo. Cuando levantó más el culo y sus piernas se abrieron más, sabía que eso era su orgasmo.
– ¡Hasta el fondo, perra!
Me descargué en su útero, hasta el fondo de su coño, mi leche inundaba todo su interior. Su vagina acariciaba mi polla, agradeciendo mi corrida y yo me pegaba a su espalda, sujetando sus pechos y como si fuese posible, intentando meter mi polla hasta el fondo, hasta que saliese por su boca.
Me acosté sobre ella y después me eché de lado en la cama para que ella descansase sobre mi pecho. Los dos mirábamos al techo de la habitación y su cabeza, descansaba entre mis pezones. Su pelo me hacía cosquillas en el cuello y nuestra respiración poco a poco se sincronizaba con el corazón hasta marcar un ritmo lento, romántico, pausado que a los dos nos llevó de la lujuria más absoluta, al descanso más dulce que podía existir. Mis dedos jugaban con su pelo y su cuello. Deslizaba mis manos por su cuerpo y mi polla ahora en reposo, descansaba al abrigo de la suavidad de los labios de su coño y de sus muslos. En voz baja, como si no quisiese que nadie escuchase, la decía al oído.
– ¿Sabes algo cielo? Me sabe mal haber roto tu conjunto porque era muy sexi.
– ¿Sabes algo nene? Lo compré solo para ti, es tuyo y podías hacer con el todo lo que te apeteciera.
– Me encanta que por muy perra que te pongas, no pierdes la clase, los tacones y el pintalabios hacen que la dama de día y la puta de noche, vivan en la misma mujer.
– Dama para todos y puta solo tuya, nene.
Nos besamos con dulzura y nos entregamos al sueño, porque había que descansar y porque esto, tenía una segunda parte que, a diferencia de muchas secuelas de películas famosas, sería mejor aún que la primera.
> Continuará.
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