Entrevistando hombres
Introducción.
Un día como cualquier otro, mis papis me llamaron a una reunión familiar. La verdad, me espanté porque pensé que se trataba de un tema muy serio para que nos juntáramos todos. Pero no fue así; resultó ser una noticia mitad buena, mitad mala.
—Hola, hijos —dijeron mis papis al comenzar—. El motivo por el que los llamamos es para proponerles un juego…
Me miré entre ellos, sin saber qué esperar, pero pronto entendí que no era cualquier juego. Ambos nos dijeron que yo ya había alcanzado la edad en la que me debía hacer una mujercita y querían que yo eligiera a alguien, alguien especial que entraría en mis planes. Las tardes de pronto se convirtieron en cotidianas entrevistas a diferentes hombres que uno a uno pasaba por mi habitación, no se de donde salían, supongo que todos eran amigos de mi papi y mi mami.
Cada tarde me sentaba emocionada, evaluando con cuidado a los candidatos. Les contaba a mis papis cómo era cada uno: sus gestos, su forma de hablar, sus maneras. Por supuesto, descartaba a los demasiado formales, porque eso no iba conmigo.
Poco a poco, fui armando una lista con los mejores ejemplares, los que más me llamaban la atención y que, sin duda, serían parte de esta aventura que apenas comenzaba. Usaba una libreta vieja, forrada con calcomanías de gatitos y algunas frases motivacionales, donde iba anotando cada detalle: si saludaban con seguridad, si tenían voz firme, como me miraban, si reían fácil. Ya tenía varias páginas llenas, pero hubo uno en particular que me hizo detenerme.
Era un chico de sonrisa tímida, con una cicatriz pequeña cerca de la ceja. Se había sentado en una banca frente a mi tocador, tímido, como esperando ser descubierto. Después de algunas preguntas rutinarias que había preparado y que le había hecho a los demás, me acerqué con mi mejor sonrisa, cuidando no parecer muy intensa, y fingiendo casualidad, le pregunté:
—¿Es tu primera entrevista?
Él alzó la vista, sorprendido, como si no esperara tanta cercanía.
—¿Entrevista? —respondió, rascándose la nuca—. ¿Contigo? sí.
Me reí un poco. Ya eso me gustaba: era honesto, no se hacía el interesante. Me senté en sus piernas y abrí mi libreta. Retomé con las preguntas básicas: nombre completo, edad, qué le gustaba hacer los fines de semana, si sabía cocinar, si había llorado viendo alguna película. Él respondía todo sin vergüenza, miraba mucho mi boca.
—¿Sabes? —me dijo de repente, mientras yo anotaba—. Esto está raro, pero es divertido. Nunca nadie me había hecho tantas preguntas. Me hace sentir… importante.
Eso me tocó. Lo miré fijamente, y supe que lo había encontrado: él era el elegido para esta primera historia. Había algo en su forma de hablar, de mirar, de quedarse en silencio cuando no sabía qué decir, que me pareció tan real, tan distinto a los demás.
Terminamos la entrevista con un pequeño beso improvisado —no planeado, apenas un roce, como si ambos hubiéramos pensado lo mismo al mismo tiempo—, y él, quizás sin pensarlo mucho, me dio una caricia leve en la espalda. Fue rápida, pero extrañamente cálida, como si intentara decir: gracias por verme.
Yo salí de allí en una especie de trance alegre, con el corazón latiéndome en las orejas. Caminé casi sin tocar el suelo, con una sonrisa tonta que no me pude quitar ni siquiera cuando crucé el umbral de la sala. Fui directo a buscar a papá y mamá.
—¡Papá! ¡Mamá! —grité al entrar—. ¡Ya sé con quién voy a empezar!
Estaban hablando en voz baja. Mamá levantó la cabeza enseguida, con su cara de ¿qué hiciste ahora?, mientras papá simplemente sonrió sin sorpresa, como si ya supiera lo que venía.
—¿Y eso? —dijo mamá—. ¿Tan rápido?
Me senté, sin saber por dónde empezar. Mi voz salió atropellada:
—Aún está en mi habitación. Es distinto. Es como si ya estuviera listo para esto, ¿saben? Como si llevara tiempo esperando que alguien lo notara. Hablamos de cosas profundas. De él. De mí. Y… y bueno… me dio un beso. ¡Un beso! Chiquito, pero fue muy lindo.
Papá levantó las cejas y se cruzó de brazos. Estaba intrigado.
—¿Un beso? ¿Nada más?
—¡Fue espontáneo! —dije, riéndome nerviosa—. Como en las películas. Y después, me acarició la espalda. No de manera rara, lo juro. Fue como… una señal de confianza. No sé. Fue especial.
Mamá se acercó y me tocó la mejilla con suavidad.
—¿Y te sentiste bien?
Asentí con los ojos brillando.
—Mucho. Fue como si… si por fin estuviera empezando la historia de verdad.
Papá suspiró y sonrió de lado.
—Entonces dile que venga, hija. No se te olvide lo que sentiste. Esas son las cosas que valen la pena guardar.
Nos quedamos los tres en silencio unos segundos, hasta que mamá, como siempre, cambió el tono con una broma:
—Pero ¿qué esperas? Tráelo…
Todos reímos, y yo supe que, aunque esta historia era mía, ellos iban a estar conmigo para ver cada capítulo.
Salí a buscarlo. Llevaba una sonrisa, como un trofeo. Me fui directo a mi habitación, y cuando llegué, lo halé de la mano.
—¡Ya te tengo! ¡Contigo es con quién voy a empezar! —les dije llevándolo hasta la sala, con la emoción explotándome en el pecho—. ¡Eres perfecto! Bueno… no perfecto, pero sí muy real. Tienes cosas que contar. Y lo mejor: ¡confió en ti!
Mis papás se miraron entre ellos y sonrieron. Sabían que esto no era solo un juego para mí. Era algo más. Una forma de entender su mundo… o al menos de empezarlo a mirar distinto. Ellos habían sido quienes me propusieron la idea, sí, pero creo que no imaginaron que me lo tomaría tan en serio, ni que encontraría a alguien tan especial tan pronto.
Lo invitaron a sentarse con una amabilidad que me sorprendió. Él, algo nervioso, aceptó con una sonrisa tímida. Se sentó, como si estuviera frente a un tribunal. Papá tomó asiento frente a él, con su habitual tono de voz grave pero tranquilo, y mamá se quedó de pie, cruzada de brazos, observándolo todo.
—Bueno —dijo papá—, cuéntanos un poco de ti.
Él se aclaró la garganta.
—Me llamo Sebastián… tengo 22 años. Bueno, casi 23. Me gusta mucho su hija, me gustaría jugar con ella, y… no sé. A veces no sé qué decir cuando me miran así.
Se rieron los tres. Yo también.
—¿Y por qué crees que mi hija te eligió? —preguntó mamá, con ese tono que mezcla ternura con picardía.
Él me miró enseguida, sentí sus ojos en mi cuerpo. No respondió de inmediato.
—Creo que… no lo sé. Pero cuando hablamos, sentí que podía ser yo mismo. Como si no tuviera que hacerme el gracioso ni el valiente ni nada raro. Ella solo… me escuchó.
Mi mamá lo miró con una ceja arqueada y una sonrisa que significaba aprobación disfrazada de escepticismo.
—¿Te gusta mirar? —preguntó entonces papá.
—Sí, bueno… algunas veces. En el club. Y cuando se puede he hecho algunas cosas también. Pero también me gustaría asentarme con una pareja ya. Una de verdad. No sé, me hace pensar…
Con cada respuesta, él me lanzaba una mirada fugaz. Como pidiéndome permiso, o quizás fuerza. Yo asentía con la cabeza, en silencio, mordiéndome la sonrisa. Sabía que mis papás no lo estaban juzgando, solo querían asegurarse de que entendía lo que significaba formar parte de mi historia.
Cuando la pequeña “entrevista” terminó, mamá le ofreció una limonada y papá le palmeó el hombro con complicidad.
—Bienvenido al juego —le dijo.
Después, mi papa le dijo que se sintiera en total libertad de revisar mi cuerpo, me ruboricé, no esperando eso tan de repente. Mire a Sebastián y simplemente asentí al tiempo que levantaba y sacaba por mi cabeza mi camiseta. Mostrándole mi pecho plano, tímidamente me cubrí con mis manos.
Sebastián no perdía detalle y noté el gusto en su mirada, quizá un poco temerosa por la presencia de mis padres. Sin embargo me pidió que retirara las manos, se acercó y comenzó a tocarme, lo hacía suavemente.
No se porque estaba apenada, me sobaba de una manera tan tierna y linda. Note la erección que comenzaba a florecer en su pantalón. Para ese momento disfrutaba mucho de sus caricias, cerré los ojos y me deje llevar cuando Sebastián comenzó a pellizcar mis pezones, voltee ver a papi y mami y note que a él también se le había parado la verga. En ese momento mi respiración me delató y entonces Sebastián me tocaba ahora con mayor urgencia. Después Sebastián me pidió que me diera la vuelta, me arrodille dándole la espalda sobre el sofá y pude sentir sus ojos sobre mis nalgas, por lo que intenté pararlas lo más que pude. Me acarició mi espalda desnuda, bajó delicadamente hasta colocar una mano a cada lado de mi cintura y luego sentí su verga en medio de mi cola, por encima del pantalón.
Con una sonrisa sentí su tamaño, sentí una corriente extraña, como si ese simple gesto cargara con la promesa de algo inesperado. De pronto me sentí más nerviosa que nunca y, aunque fuera solo una “entrevista”, lo que estábamos por empezar iba mucho más allá.
—Estoy listo —dijo con una voz baja, casi un susurro, que parecía pedir permiso para adentrarse en este nuevo mundo al que yo misma había querido entrar.
No pude evitar voltear mi rostro y sonreír, una sonrisa que ocultaba tanto emoción como un leve temor. Ese momento marcaba el inicio de una aventura que, sin saberlo, cambiaría para siempre la manera en que vería mi vida y, sobre todo, a nuestra familia.
Mientras me terminaba de desnudar, pensé en lo que mis papás me habían dicho siempre cuando este día llegara, en lo que me habían enseñado sobre elegir bien a quién entregarle mi cuerpo. Pero algo en él me aseguraba que esta elección no había sido casual. Era el compañero perfecto para esta historia, para mi historia.
El aire de la tarde entraba por la ventana abierta, mezclándose con la incertidumbre y la esperanza que llevaba en el pecho. Pronto mi cola quedó a la vista de todos, sentía cómo ese juego se transformaba lentamente en algo real, intenso, y, sobre todo, necesario.
Eran cerca de las ocho de la noche y la casa estaba en calma, solo se escuchaba el sonido de la ropa caer, la ropa de Sebastián, tic tac del reloj en la sala y el leve murmullo de mis padres y mis hermanos, a quienes sentí sin necesidad de mirarlos. Sebastián se subió al sofá detrás de mí, colocando sus rodillas a cada lado de mis piernas, sentí asustada la longitud de su verga en mi espalda, y su dureza, el tiempo se detuvo para permitir que todo lo que iba a suceder sucediera sin interrupciones.
Él empezó a hablar en mi oído, tímido al principio, pero con cada palabra se fue soltando, revelando detalles de lo que iba a hacerme. Yo lo escuchaba con atención, sorprendida por lo mucho que había detrás de esa mirada que, minutos antes, me había parecido solo un acompañante más en esta aventura.
Mis papás, murmuraban a mis espaldas. Sabían que este momento era importante, que no se trataba solo de una entrevista o un juego, sino de algo que podía cambiarlo todo para nosotros.
Mientras él hablaba, yo tomaba nota mental de cada palabra, de cada pausa, de cada suspiro. Sentí su verga meterse bajo mis nalgas e incrustarse entre mis muslos, la vi salir por el frente al agachar la cabeza, una historia que merecía ser contada con toda su verdad, sin esconder nada.
No tenía prisa. Mire la punta de su verga, sabiendo que aquella era la primera de muchas más veces por venir, y que lo que hoy parecía un simple encuentro, era en realidad el inicio de un camino que recorreríamos juntos, con todo lo que eso implicaba.
Me habían enseñado a ser educada, a mantener la compostura ante la situación, pero con Sebastián, esas reglas parecían desvanecerse en el aire. Mientras él hablaba, sus palabras bajaban a un susurro apenas audible, como un secreto que solo yo debía escuchar mientras movía sus caderas y sentía su pelvis chocar con mis nalgas, el roce de su verga en mi vagina comenzaba a mojarme más raído de lo que lograba hacerlo yo sola.
Sentía su aliento cerca, y cada pequeño gesto, cada movimiento sutil de sus labios al pronunciar esas frases suaves, me erizaba la piel. Mi corazón empezó a latir más rápido, pero no podía apartar la mirada de su verga; sus movimientos tenían una mezcla de misterio y sinceridad que me atrapaba sin remedio.
Mi cuerpo reaccionaba sin que mi mente lo ordenara. Los susurros de Sebastián no solo eran palabras, eran promesas veladas, retos silenciosos que me invitaban a bajar las defensas. Pese a la educación estricta que recibí, en ese momento supe que lo que sentía era algo mucho más poderoso que la cortesía o la formalidad.
Mis papás, aunque estaban en la misma habitación, parecían no notar ese intercambio invisible, esa corriente secreta que fluía entre nosotros. Yo trataba de disimular, de quedarme quieta y simplemente permitir que él hiciera lo que quisiera conmigo, de mantenerme seria, pero por dentro una chispa de rebeldía y emoción se encendía, haciendo que cada segundo a fuera tan intenso como inolvidable.
—Me gustas —dijo de pronto Sebastián, con la voz tan baja que casi parecía un suspiro.
El silencio en la habitación se hizo más denso, como si el tiempo se hubiera detenido un instante solo para que esas palabras calaran en mi piel. Mi corazón dio un salto; no esperaba que él fuera tan directo, ni que el momento tuviera tanta carga, tan inesperada y pura.
Sentí que la habitación se reducía a solo nosotros dos. No sabía qué decir al principio, pero su verga —tan intensa, tan honesta— me empujó a responder sin pensar:
—Yo también…
Fue como si, en ese instante, todo lo demás desapareciera: la formalidad, la timidez, incluso el miedo. Solo quedábamos Sebastián y yo, conectados por un sentimiento que acababa de nacer y que prometía cambiarlo todo. Me incliné un poco más, hasta que mi cabeza descansó suavemente en el respaldo del sofá, sintiendo cómo el mundo a nuestro alrededor se desvanecía en ese instante perfecto.
No tuve oportunidad de nada más; en ese instante lo sentí. Una mezcla intensa de emociones me recorrió el cuerpo, un torbellino que me atrapaba sin pedir permiso. Su vega, el calor que desprendía estaba adentrándose en mi y esa dureza que parecía destruirme se fue apoderando de mi interior… Era el comienzo. Y aunque mi mente intentaba racionalizar, mi corazón ya había elegido seguir ese camino, sin saber exactamente a dónde nos llevaría.
Sentía dolor, sí, un leve ardor que me recordaba que algo en mí estaba cambiando. Pero era innegable que me gustaba. Había una parte de mí —esa que siempre había sido paciente, esperando el momento justo— que por fin despertaba.
Quise sentirme, finalmente, parte de este mundo al que pertenecían mis padres, de sus reglas implícitas, de sus miradas largas y silencios cargados de intención. Sebastián no me hablaba, pero sus manos en mi cintura decían más de lo que cualquier palabra podría. Se detuvo por un segundo, como preguntándome sin voz si estaba bien, si quería seguir. Y yo no dije nada. Solo asentí, apenas con un gesto, mientras mis dedos se aferraban a la tela del sofá.
Había cruzado una línea. Y aunque no sabía aún a dónde me llevaría, lo que sí sabía era que no quería dar un paso atrás. “Buena chica”, comenzó a repetirme, mientras entraba y salía de mi interior. Lo hacía tan delicadamente y a la vez los movimientos le permitían acariciarme con suavidad mis nalgas.
Entonces siento que mi cuello es rodeado con algo. Al voltear veo a mi papi a mi lado, me ha puesto mi collar. “Lo estas haciendo muy bien perrita” me dice él. Del collar cuelga una gruesa cadena, la hala al tiempo que me ordena clavarme completamente la verga de Sebastián.
Obedezco, increíblemente el dolor que estoy sintiendo viene acompañado por una oleada de placer que me invade, siento la verga de Sebastián en mi panza. Me quedó quieta esperando las instrucciones de mi padre, pero no tiene que hablar más, hala de la correa hacia abajo, para hacerme ver que su verga esta libre, la primera verga que conocí en mi vida entra en mi boca hasta que mi propia mandíbula le impide avanzar más, llevo trabajando mucho en no hacerle daño con los dientes, pero su verga es demasiado gruesa y a veces eso es imposible.
Sebastián no se mueve más, su verga erecta descansa en mi interior mientras mi papi descarga una inmensa ola de semen en mi garganta. Cuando su verga sale de mi boca escupo lo que aún tenía sobre mi lengua, como le gusta a papi que haga, de manera que pueda ver su corrida en mi barbilla.
En ese momento siento un dedo acariciando mi ano, me excito mucho porque es mi lugar favorito. “Para más adelante”, le escucho decir a Sebastián. Mi vagina esta mojada, abierta, desvirgada. Parece que mi papi le permite volver a moverse y esta vez Sebastián lo hace mas rápido, ya no tan delicadamente. Pero ya no me molesta, lo he escogido muy bien. EL placer que siento pronto se convierte en mi primer orgasmo. Sebastián intenta venirse al mismo tiempo y me penetra violentamente.
Sebastián se corrió. No había necesidad de palabras. Todo lo que había pasado entre nosotros —las miradas, las preguntas, los silencios incómodos y ese atrevimiento que parecía haber cambiado la atmósfera para siempre— ya hablaba por sí solo.
Me acomodé de nuevo en el sofá, esta vez sin apuro, con esa mezcla extraña de nervios y calma que solo aparece cuando uno siente que algo importante acaba de empezar. Él tomó mi mano, con firmeza pero con cuidado, como si supiera que no era un simple gesto.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz ahora suave, casi un susurro.
Asentí. No sabía si estaba lista para todo lo que podía venir después, pero no quería detenerme. Porque por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba eligiendo algo por mí, no por expectativas, no por miedo.
Me reí, más por alivio que por otra cosa, y me acerqué un poco más.
Y ahí entendí que esto era para largo.
No un juego, no una ocurrencia. Era un comienzo. Y tal vez, solo tal vez, el primer capítulo de una historia que aún no sabía cómo escribir, pero que ya no podía —ni quería— evitar.
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