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Heterosexual

Éramos nueve y hoy lo cambiaremos todo Capitulo 2

Erik: El abrazo que prometió cambiar.
El crujido de la madera rompió el silencio. Afuera, el cielo gris anunciaba el fin de la noche; dentro de la cabaña, todos dormían. Excepto Erik.

Sentado junto a una ventana rota, con el fusil sobre las rodillas, miraba los árboles difusos. No buscaba peligro. Buscaba otra cosa, algo sin nombre que dolía como una vieja herida.

Entre sus dedos giraba una hebilla metálica, ajena, de otro tiempo, de otra unidad.

Miró hacia donde Pilar dormía, envuelta en una manta mal doblada, el rostro tranquilo, los labios abiertos. Esos labios que, la noche anterior, se habían abierto vacilantes mientras la verga de Erick ingresaba en su boca cálida y húmeda.

Erik sintió miedo por primera vez en mucho tiempo.

No a morir, sino a volver a sentir.

En ese mundo, sentir era un riesgo.

Los estados habían caído, reemplazados por megacorporaciones. NeuroAndina, la más poderosa, controlaba su facción y la vida misma con capital, tecnología y control emocional.

Desde “la Caída”, una enfermedad que diezmó a los mayores, los jóvenes eran solo recursos: medidos, regulados, optimizados… y reciclados cuando dejaban de ser útiles.

Pilar era una de esas jóvenes, la palabra le quedaba grande a sus escasos 11 años.

Erik también había sido un recurso. Ya no sabía bien qué era.

Al-Zahir, donde se ocultaban, había sido una nación. Ahora era un experimento: vigilancia total, IA integrada al entorno, neurotecnología en todo. ¿Una cura o más control? Difícil saberlo.

En ese mundo donde algoritmos medían emociones y escáneres leían pensamientos, el sexo era refugio. Transgresión.

Erik se había prometido no volver a apegarse.

Pero Pilar… su boca, su recién desvirgada vagina.

Lo había desarmado sin necesidad de armas. No era amor. No aún. Era esa forma en que la cogió cuando ella no entendía nada. La misma mirada que había visto antes en Lena, en Valeri, hasta en Sara, su primera.

El sol comenzaba a trepar entre las ramas.

El día siguiente sería más duro. Siempre lo era.

Pero él no podía quitarse de la cabeza el calor de su cuerpo temblando en sus brazos. El recuerdo del abrazo de ella cuando su verga estaba en lo más profundo de su interior, que le había devuelto algo que pensaba perdido: la posibilidad, por ínfima que fuera, de no convertirse en piedra.

Erik se levantó en silencio, guardó la hebilla y echó un vistazo final a Pilar. Dormía con el ceño fruncido, como si soñara con pólvora. Sintió un tirón en el pecho. Lo ignoró.

La cabaña cobraba vida: toses, armas cargándose, pasos apagados. Afuera, el bosque húmedo esperaba bajo la luz gris del amanecer.

Dante dio la orden. Debían interceptar una caravana de suministros corporativos. El terreno era peligroso, plagado de sensores. Precisión o muerte.

Avanzaron en silencio. Lena al frente, Pilar y Nikolai en retaguardia, Erik al centro. No habló. No miró a nadie.

—Posiciones —susurró Dante.

Se dispersaron entre ruinas y árboles. Motores lejanos anunciaban la llegada del convoy. Todo iba según el plan.

Hasta que Erik desapareció.

Un instante. Un parpadeo.

Nadie lo vio irse. Nikolai notó el vacío.

—¿Erik? —llamó por radio. Nada.

Dante escaneó. Silencio.

Pilar sintió un hueco en el pecho.

—¿Qué está pasando?

—Rompe protocolo —dijo Sara.

—No. Erik no haría eso —murmuró Pilar.

Pero lo había hecho.

Ese día, el asesino más letal de su unidad se convirtió en prófugo. No habló. No pudo.

Pilar, rota por dentro, lo supo: Erik no estaba.

Y eso lo cambiaba todo.

Había estado ahí hacía unas horas. Su voz —grave, tranquila— seguía resonando en su memoria. El calor de su pene dentro de ella. Su respiración entrecortada cuando la penetraba. Su pene. No había sido un juego, ni un acto repetido en ese mundo extraño donde el sexo era parte del protocolo afectivo de una guerra sin alma. No. Eso había sido distinto.

Para Pilar, Erik había sido el primero en prometer algo. Y ahora, su ausencia era un vacío imposible.

El grupo avanzaba por un antiguo camino militar, devorado por la maleza. Lena abría paso, Sara discutía en voz baja con Dante. La tensión entre ellos era casi física.

—Erik no desertó por debilidad —susurró Pilar a Nikolai. Él no respondió, pero su mirada lo dijo todo: “no lo entiendes”.

Pero ella sí lo hacía. Había visto cómo él se rompía, en gestos mínimos, en el modo en que la tocó. Y ahora solo quedaba humo, rumor, interferencias.

Mateo decía que fue capturado. Nikolai, que seguía una pista. Sara solo veía traición.

En una hondonada, hallaron una avioneta caída. En su interior, documentos sobre un proyecto prohibido: transferencia neuronal. Copiar conciencias jóvenes antes de que “la Caída” los alcanzara.

—Los convertían en contenedores —dijo Lena.

Pilar sintió el abismo crecer. Erik no estaba. Y eso dolía más.

Dante guardó los archivos.

—Seguimos. Erik puede esperar.

Pero Pilar no podía. Pensaba en la noche anterior, en sus temblores, en lo que compartieron antes de que él desapareciera.

Los drones detectaron movimiento. Una caravana se acercaba. No era oficial.

—Intercepción prioritaria —ordenó Dante.

Pilar obedecía, pero por dentro aún peleaba con su ausencia.

—No te lo tomes personal —le dijo Lena—. Erik desaparece. Es lo que hace.

Pero ella no quería esa verdad.

—Tres minutos —anunció Mateo.

Pilar temblaba. Erik debería estar ahí.

La emboscada fue precisa. En tres minutos, capturaron el camión de carga. Al abrirlo, no hallaron armas, sino cápsulas.

—Esto es del proyecto Génesis —murmuró Mateo—. Podría ser la cura.

Silencio.

—¿A dónde las llevaban? —preguntó Pilar.

—No importa. Ahora las tenemos —respondió Sara.

La misión fue un éxito. Nadie mencionó a Erik.

Esa noche, junto al fuego, Pilar buscó su sombra entre las llamas.

No encontró presencia. Solo vacío.

Valeria se acercó en silencio. Llevaba una taza de metal entre las manos, aún humeante. Se sentó al lado de Pilar, dejando que el calor del fuego rellenara los huecos que las palabras no sabían ocupar todavía.

—¿Te duele? —preguntó en voz baja, sin mirarla directamente.

Pilar tardó un segundo en responder.

—Sí.

Valeria asintió despacio. No preguntó dónde ni cómo. No era necesario. La forma en que Pilar caminó ese día, con pasos medidos y un leve encorvamiento que antes no estaba, decía más que cualquier informe médico.

—¿Sientes que fue un error? —preguntó entonces, con la misma suavidad con la que se voltea una página.

Pilar tardó más esta vez. El fuego crepitó entre ambas.

—Al principio sí —dijo al fin—. Me sentí… usada, sentí que me lastimaba sin razón alguna. Y ahora no está. Me dolió lo que me hizo. Me dio miedo.

Valeria no interrumpió. La dejó hablar.

—Pero después… —continuó Pilar, con la voz más baja— después entendí que eso era lo que tenía que pasar. Que lo llevaba decidiendo desde antes de tocarme. Tal vez incluso desde antes de hacerme lo que me hizo. No fue impulso.

Hubo un silencio denso. Valeria se acercó un poco más, apoyando la taza entre sus piernas.

—Pilar… no estoy tratando de decirte que lo que hizo estuvo bien —comenzó, despacio—, a mí también me ocurrió, pero no fue tan violento como contigo. Él que me cogió a mi lo hizo solo esa noche y nunca volví a verlo. También sé lo que es despertarte con el cuerpo recordando a alguien que ya no está.

Pilar asintió, conteniendo algo en la garganta.

—Cada paso hoy fue como si él siguiera dentro de mí. Literalmente. Como si no pudiera caminar sin que me doliera mi vagina… aunque fuera tan poco tiempo haberlo tenido dentro de mí. Aunque haya durado tan poco.

Valeria giró la cabeza y la miró con atención.

—¿Todavía te duele ahí?

—Sí —respondió Pilar sin pensarlo—. Pero creo que es normal, ¿no? Debía doler. Mi vagina aún está abierta.

Valeria sonrió levemente. No una sonrisa de burla, sino de comprensión profunda.

—Sí. Debía doler. Y Erik no siempre es amable. Ni justo. Pero deja huella.

Pilar respiró hondo. El humo del fuego le rozó el rostro.

—Me asusta querer que lo haga de nuevo. Porque anoche…

Valeria le puso una mano en el hombro.

—No estás sola. Todos sentimos su ausencia. Aunque lo odiemos por irse así.

—¿Tú te lo cogías? —preguntó Pilar.

—No. Pero a veces deseaba hacerlo. Sería más fácil que con Dante, yo soy su puta, él también es muy violento y su miembro es más grande

La conversación se volvió silencio por un momento. El fuego seguía ardiendo, como si escuchara también.

—Valeria —dijo Pilar, sin apartar la mirada de las llamas—, ¿crees que va a volver?

Valeria no respondió de inmediato. Cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia el fuego como si pudiera leer respuestas en su calor.

—No lo sé.

Pilar tragó saliva.

—Me preocupa. No debería, lo sé. Pero lo imagino herido, solo…

—Eso no está mal —dijo Valeria—. Preocuparse no es una debilidad. Es la parte de ti que aún es humana.

Pilar sonrió, apenas.

—¿Y qué se supone que haga con esa humanidad?

—Bueno no estás sola, acá tienes a más compañeros. Y si puedes, usa a quien quieras.

Valeria se puso de pie con cuidado, tomó su taza vacía y la miró

—El dolor pasa. Lo que no pasa es la memoria.

El viento movía las ramas. Cerró los ojos, y asintió.

52 Lecturas/6 junio, 2025/0 Comentarios/por Ericl
Etiquetas: bosque, compañeros, mayores, militar, puta, sexo, vagina, verga
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