Eres un verdadero cabrón (Parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Karla_patito.
Si alguien se enteraba de lo que habíamos hecho, no solo podía perder mi trabajo, sino que podía perder todo por lo que había luchado. Seguro que no iba a poner eso en peligro. Pero, carajo!!, lo que hizo fue casi violarme!!!.
Entré llevando una gabardina hasta la rodilla que ocultaba cualquier cosa que llevara debajo, me miraste fijamente mientras colgaba la gabardina en el closet y me sentaba en mi escritorio. Pude ver disimuladamente cómo abrías los ojos, sí, llevaba el vestido blanco que sabía te gustaba, con un escote bastante pronunciado que dejaba ver la suave piel de mi cuello y las clavículas y la tela blanca pegándose perfectamente a mis bubis; ese vestido sabía que podía ser la ruina de tu existencia, tu cielo y tu infierno en un envoltorio delicioso. La falda llegaba justo por encima de las rodillas que permitían ver unas delicadas y deliciosas medias en color caramelo que me encantan. No era provocativo en sí mismo, pero había algo en el corte y en ese exquisito color blanco virginal que sabía te iba a dejar loco prácticamente todo el día. Y siempre me dejaba el pelo suelto cuando me ponía ese vestido.
Como seguía sin hacerte caso, diste la vuelta y entraste como un tornado en tu oficina y diste el clásico e infaltable portazo. ¿Por qué seguías afectándome así? Ningún tipo me había distraído de esa manera y te odiaba por ser el primer hombre en conseguirlo.
Pasó el tiempo y no me llamaste para comprobar tu agenda para ese día. Yo tenía la versión más actualizada en mi compu y no me llamaste, así que me decidí a dar el primer paso de mi plan, estabas revisando un presupuesto cuando toqué a tu puerta. —Adelante — Arrojé a tu escritorio un sobre blanco que cayó de golpe, levantaste la vista y me viste mirándote con una ceja levantada insolentemente. Y sin decir ni una palabra me di la vuelta y salí de tu oficina.
Hubiera dado cualquier cosa por ver tu cara después, seguramente esperabas un acta acusándote y mi firma al final de la página. Lo que no te esperabas era el recibo de una tienda de ropa… y cargado en la tarjeta de crédito de la empresa. Escuché cómo te levantabas de tu silla de un salto y salías corriendo de tu oficina detrás de mí. Yo me dirigía hacia las escaleras. Bien!!. Estábamos en el piso 18 y seguramente nadie aparte de tu y yo iba a utilizar las escaleras. Podías gritarme todo lo que quisieras y nadie se iba a enterar. ¡Qué estupidez!
La puerta se cerró con un ruido metálico y mis tacones resonaron bajando los escalones y tus pasos justo detrás de mí.
—Señorita Ortega, ¿dónde demonios cree que va?
Seguí bajando sin voltear. —Es la hora del café, así que en mi calidad de “secretaria”, que es lo que soy según usted —dije entre dientes—, voy a la cafetería a buscarle uno. Usted no puede pasar sin su dosis de cafeína.
Me alcanzaste en el descanso entre dos plantas, me tomaste del brazo y me empujaste contrala pared. Entornaste los ojos despectivamente y con los dientes apretados, me pusiste el recibo delante de la cara y me miraste fijamente.
— ¿Qué es esto? Yo sacudí la cabeza.
— ¿Sabes? Para ser un pedante sabelotodo a veces eres muy pendejo. ¿Tú qué crees que es? Es un recibo.
—Ya me he dado cuenta —gruñiste arrugando el papel. Me picaste con una parte puntiaguda del recibo en la piel justo encima de uno de mis pechos; sentí que mi vientre se despertaba y solté una exclamación ahogada y vi como tus ojos se entrecerraban.
— ¿Por qué te has comprado ropa y la has cargado a la tarjeta de la empresa?
—Porque un cabrón me rompió mi pinche blusa favorita!!!.— Me encogí de hombros y después acerqué mi cara a la tuya un poco y te susurré: Y también las bragas….. Carajo!!.
Respiraste profundamente por la nariz y tiraste el papel al suelo, te inclinaste hacia mí y uniste tus labios con los míos mientras enredabas los dedos en mi pelo, apretándome contra la pared. Tú verga latía contra mi abdomen mientras sentía que tú mano seguía el mismo camino que la mía y te metías entre mi pelo para agarrármelo con fuerza. Me subiste el vestido por los muslos y gemiste dentro de mi boca cuando tus dedos encontraron otra vez el borde de encaje de mis medias hasta el muslo, tu mano se deslizaba delicadamente sobre la sedosidad de mis medias…. y sobre mi piel, encendiendo el fuego inquieto en mi vientre, con parsimonia y sin prisas, te tomaste tu tiempo y me estabas enloqueciendo. Lo hacías para atormentarme, seguro. Sentí que me pasabas la lengua sobre los labios mientras rozabas con los dedos la tela cálida y húmeda de mis bragas. De pronto las tomaste con fuerza y les diste un fuerte tirón hasta romperlas.
—Pues apunta que tienes que comprarte otras — dijiste y después me metiste la lengua dentro de la boca era un beso salvaje, nada romántico… pero súper caliente! Gemí profundamente cuando inesperadamente metiste dos dedos en mi interior, oh Dios!!! Estaba todavía más húmeda de lo que estaba la noche anterior, si es que eso era posible, ¡No mames! dije para mí; ahí vamos de nuevo, tus dedos nada delicados comenzaban a darme placer, inmóvil dentro de mi sentí como mi vagina se contraía en tus dedos empapándolos de mí abundante humedad, aceptándolos deliciosamente aaaaaahhh, que ricooooo!! Dejé de besarte y separé mis labios con una exclamación cuando empezaste a cogerme con los dedos, con fuerza mientras con el pulgar me frotabas con energía y ritmo el clítoris, en la madre!!! que rico me haces sentir!!!!. Me atacabas de una manera casi bestial y un río de fluidos que emanaban desde lo más profundo de mi empapaban tus dedos inmisericordes, aaaaahhh, siiiii, siiiiiii!!!
—Sácatela —te dije—. Necesito sentirte. Ahora!!
Entrecerraste los ojos, intentando ocultar el efecto que mis palabras.
—Pídamelo por favor, señorita Ortega.
—Ahora —dije con mayor urgencia.
— ¿Eso no es un poco exigente?
Te lancé una mirada que le habría minado la moral a alguien menos canalla que tú, no estaba para juegos!!!
—Tienes suerte. Hoy me siento generoso, dijiste, te quitaste todo lo rápido que pudiste los pantalones y los calzoncillos antes de levantarme a pulso y metérmela de una sin compasión, hasta el fondo… un ahogado ooooooh!! salió desde lo más profundo de mi alma. Dios, qué sensación!!!! Algo me decía que nunca me iba a hartar de eso.
—Maldita sea —murmuré.
Respiré con fuerza e hice todo lo posible para que me sintieras apretada. Mi respiración se había vuelto irregular, mordí el hombro de tu saco y te rodeé con una pierna cuando empezaste a moverte rápido y fuerte contra la pared, carajo, que rica verga tienes!! y lo mejor, la sabes usar muy bien!! Mis gemidos ahogados acompañaban cada estocada tuya, me volvías loca, mi vientre era un volcán en erupción, me llenas toda, completa, tus manos apretaban mis nalgas y cada embestida tuya era más salvaje que la anterior, aaahhhh!, me vuelves loca!!!. En cualquier momento alguien podía aparecer en las escaleras y descubrirnos, pero nada podía importarme menos en aquel momento. Necesitaba quitarte de mi cabeza cuanto antes.
Acariciabas mi pierna mientras entrabas y salías de mí salvajemente haciéndome gemir intensamente, entre ese mar de deliciosas sensaciones descubrí que te encantaba acariciar mis piernas enfundadas en unas delicadas medias y eso me prendía más, mi fetiche, mi prenda preferida también tenía un delicioso efecto en ti… cada embestida me llenaba inmensamente pero yo quería más, me frotaba salvajemente también, mi clítoris pedía a gritos un poco de atención, el placer era enooorme y me descolocabas tremendamente, quería que fueras más salvaje….
—Dame más!! — Te dije con voz grave y apreté mi pierna alrededor de tu cintura para acercarte y profundizar más—. Estoy muy caliente!!!
Enterraste tu cara en mi cuello y en mi pelo para amortiguar tu gemido al venirte dentro de mí con fuerza y sin avisar, me apretaste las nalgas con las manos y te saliste antes de que pudiera frotarme más contra ti, dejándome apoyada en el suelo sobre sus piernas de gelatina, inestables, como cervatillo recién parido.
Te miré con la boca abierta y los ojos en llamas. Las escaleras se llenaron de un silencio sepulcral. — ¿En serio? — te dije resoplando sonoramente. Eché la cabeza hacia atrás y golpeé la pared con un ruido seco.
—Gracias, ha sido fantástico. — Dijiste subiéndote los pantalones que tenías a la altura de las rodillas.
—Eres un cabrón!!!
—Creo que eso ya me lo habías dicho —murmuraste bajando la vista para subirte el cierre del pantalón.
Cuando volviste a levantar la vista, yo ya me había arreglado el vestido, aunque seguramente me veía hermosamente desaliñada te miré y estabas disfrutando con la furiosa insatisfacción que había en mis ojos.
—El que siembra vientos, recoge tempestades, dijiste.
—Pues es una pena que seas tan malo para coger —respondí con frialdad y algo despechada. Me volví para seguir bajando las escaleras, pero me detuve de repente y voltee para mirarte
— Y qué suerte que esté usando el parche. Gracias por preguntar, imbécil!!
Cómo demonios conseguí bajar esos escalones sin matarme es algo que no sabría explicar. Salí corriendo como si el lugar estuviera en llamas, dejándote solo en las escaleras con la boca abierta, la ropa desordenada y el pelo revuelto como si alguien te hubiera asaltado.
Pasé sin pararme por la cafetería y llegué a la última puerta que crucé de un salto (algo nada fácil con esos zapatos), abrí la puerta metálica y me apoyé contra la pared, jadeando.
«Pero ¿qué acaba de pasar?» ¿Acabo de coger con mi jefe en las escaleras? Solté una exclamación y me tapé la boca con las manos.
¿Y le he ordenado que lo haga? «Oh, Dios.» Pero ¿qué demonios me pasa? Alucinada me aparté con dificultad de la pared y subí unos cuantos tramos de escaleras hasta el baño más cercano. Comprobé todos los cubículos para asegurarme de que estaban vacíos y después cerré con llave la puerta principal.
Cuando me acerqué al espejo del baño hice una mueca. Mi pelo era un desastre. Todos mis rizos tan cuidadosamente ordenados eran ahora una masa de nudos salvajes. Al parecer te gustaba que llevara el pelo suelto. Tendría que recordarlo.
«Un momento… ¿Quéeee?» ¿De dónde había salido eso? No tenía que recordar nada, ni hablar!! Golpeé la cubierta de los lavabos con el puño y me acerqué más para evaluar los daños.
Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido. El vestido estaba dado de sí y prácticamente me quedaba colgando; una carrera en la media….. y otra vez me había quedado sin bragas.
«Hijo-de-puta.» Ya eran las segundas. ¿Qué hacías con ellas?
Cuando llegué esa mañana tenía un plan. Iba a entrar allí, tirarte ese recibo a tu atractiva cara y decirte que te lo metieras por donde te cupiera!!!! Pero estabas tan tremendamente sexy con ese traje color gris y el pelo tan bien peinado hacia arriba, como un anuncio de neón que pedía a gritos que lo despeinaran, que simplemente había perdido la capacidad de pensar con claridad. Patético. ¿Qué tenías que hacías que el cerebro se me convirtiera en papilla y me humedeciera de esa manera?
Realmente eres un genio del mundo de la hotelería; toda tú familia lo era. Y esa era otra. Tu familia. Cuando empecé como recepcionista mientras estaba en la universidad, tu padre fue muy bueno conmigo. Todos lo habían sido. Tú hermano Héctor, era otro directivo y el hombre más amable que había conocido nunca. Me encantaba toda la gente de allí, así que renunciar no era una opción.
El mayor problema eran las prácticas. Necesitaba presentar mi informe sobre la experiencia en la empresa a la junta de la beca antes de terminar mi máster, y quería que mi proyecto final fuera brillante. Por eso me había quedado en el Hotel
Tú padre me ofreció la cuenta Pfizer que era un proyecto mucho más grande que el de cualquiera de mis compañeros. Cuatro meses no eran suficientes para empezar en otra parte y encontrar algún proyecto interesante con el que poder lucirme… ¿verdad?
No. Definitivamente no podía dejar El Hotel. Tomada esa decisión, sabía que necesitaba un plan de acción. Tenía que seguir siendo profesional y asegurarme de que entre tú y yo nunca, jamás volviera a pasar nada, aunque «nada» fuera el sexo más caliente y más intenso que había tenido en mi vida con un hombre, incluso aunque me negaras los orgasmos. Cabrón!!
Le sonreí a mi reflejo en el espejo y repasé el conjunto de recuerdos recientes que tenía de ti:
Sintiendo mi determinación renovada, me arreglé el vestido, me coloqué el pelo y me dirigí, sin calzones y llena de confianza, a la salida del baño. Tomé el café que había ido a buscar y volví a mi oficina, evitando las escaleras.
Abrí la puerta exterior y entré. La puerta de tu oficina estaba cerrada y no llegaba ningún ruido desde el interior. Tal vez estuvieras apunto de salir. «Qué más quisiera.» Me senté en mi silla, abrí el cajón, saqué mi neceser y me retoqué el maquillaje antes de volver al trabajo. Lo último que quería era tener que verte, pero si no tenía intención de renunciar, eso iba a suceder en algún momento.
Cuando revisé el calendario recordé que tenías una presentación para los demás ejecutivos el lunes. También tenías una convención en Monterrey el mes que viene, lo que significa no solo que iba a tener que estar en el mismo hotel que tú, sino en el mismo avión, el coche de la empresa y también en todas las reunionesque surgieran. No, seguro que no había nada incómodo en todo eso.
Saliste y evitaste mirarme. Te habías arreglado la ropa, llevabas el saco colgado sobre el brazo y un portafolios en la mano, pero todavía tenías el pelo totalmente despeinado.
—Estaré ausente el resto del día —dijiste con una calma extraña—. Cancele mis citas y haga los ajustes necesarios.
— Licenciado —dije y te detuviste ya con la mano en la perilla de la puerta —. No olvide que tiene una presentación para el comité ejecutivo el lunes a las diez.
—Y, Licenciado —añadí con dulzura—, necesito su firma en estos informes de gastos antes de que se vaya.
—No me desvíes las llamadas —casi me escupiste a la vez que firmabas apresuradamente el último comprobante y aventabas la pluma sobre el escritorio
— Si hay alguna emergencia, contacta con mi hermano Héctor.
—Cabrón —murmuré entre dientes mientras te veía desaparecer.
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