Es mi hijo, haría cualquier cosa por él.
Siendo mi culo tan apretado, él no duró mucho, rápidamente se corrió..
Soy hija de familia cristiana practicante. A la edad de catorce años le pedí a mis padres de llevarme a un convento de clausura voluntario. Por más de seis años no hable con nadie fuera de la monjas del convento. Tampoco tuve contacto con otros seres humanos, ni siquiera mis padres. Cuando cumplí los veinte años, el padre confesor se aprovechó de mi inocencia y me sedujo. Quedé encinta. Yo lo consideraba un milagro del señor, pero el obispo y la madre superiora no eran del mismo parecer, tuve que dejar el convento; no sabía donde ir. Pero el obispo me buscó una casa y me asignó una mensualidad para cubrir mis gastos, todo a cambio de que no lo denunciase ni hiciera escandalo público contra la iglesia.
Por muchos años me dediqué exclusivamente a cuidar a mi hijo, educarlo en buenos colegios católicos y a ser un buen cristiano creyente en la fe de Jesucristo, nuestro Señor. Mauricio es un muchacho muy bueno, pero bastante rebelde; nunca a querido asistir a misa ni observar las leyes de Dios. No puedo decir que sea un chico malo, por el contrario, es obediente, estudioso, afectuoso y un buen trabajador. Como todo muchacho tiene amigos y chicas que giran alrededor de él. No pude evitar el darme cuenta después de un tiempo, que había algo de extraño con él.
Sin querer ser mojigata, le había permitido recibir en su cuarto tanto a chicas como chicos. A su edad escuchaba a los chicos gritar y reírse mientras jugaban a la Play Station por horas. Pero cuando venía una muchacha los fines de semana, no había el mismo alboroto, lógicamente imaginaba que estaban intimando, a esa edad es del todo normal. Solo que las chicas no se quedaban por un tiempo prolongado, casi nunca más de media hora. Luego se iban un tanto conmocionadas, a veces enojadas, pero yo no sabía el porqué. Entonces me decidí a hablar con él.
—¡Mauricio! … ¡Hijo! … ¿Podemos hablar? …
—¿De que cosa, mami? …
—Tú deberías saberlo … he visto que no te van bien las cosas con las chicas, hijo … ¿por qué? …
—¡Ay, mami! … son ideas tuyas … va todo bien …
—¡No me mientas, Mauricio! … todas las chicas que vienen a verte se van casi de inmediato … lo sé muy bien por qué ellas vienen contigo … no soy ninguna estúpida … y sé que no hay nada de malo en ello … basta que las respetes … y creo que ese es el problema …
—¡Pero, mami! … yo las respeto … siempre … pero …
—Pero ¿qué? …
—Creo que no les gusta, mami …
—¿No les gusta? … ¿El sexo? … ¿No les gusta el sexo? …
—No, mamá … no les gusto yo … eso es … ahora lo sabes, ¿no? …
—No entiendo … si vienen a estar contigo es porque hay una atracción … es porque tu les gustas, ¿no? …
Algo me decía que el tema era un poco más complejo. Había algo que a las chicas no les resultaba atractivo. Pensando a las expresiones de ellas al momento de marcharse, me dije que debía ser algo muy serio, pero no lograba hacerme a la idea de que podría ser. Mi Mauricio es un chico bastante alto, musculoso, con un cuerpo apolíneo, muy guapo para su edad.
—Bueno … lo que no les gusta es mi … ¡ehm! … ¡hmm! …
—¿Tú pene? … y no me mires así … soy tu madre y te he visto muchas veces … veamos si es algo que puede solucionarse yendo al médico …
En realidad, después de los ocho años lo acostumbre a hacerse todas sus cosas en forma independiente y no había tenido oportunidad de seguir el desarrollo de su cuerpo, ni menos de sus partes masculinas íntimas.
—No, mami … no es tan simple …
—¡Ah! … ¿No? … ahora veremos de que se trata, jovencito …
No quise escuchar más, lo tomé de un brazo y me lo lleve al baño donde le solté el cinturón de sus jeans y se los bajé hasta las rodillas; Mauricio intentaba débilmente de soltarse y reclamaba que estaba violando su intimidad. Cosa que era verdad, pero cómo madre me sentía con el derecho de saber que es lo que estaba sucediéndole. Con los pantalones abajo inmediatamente salto a mis ojos cual era el problema. Me ruboricé y mi coño sufrió de ligeras contracciones después de tantos años de no haber tenido un pene en su interior. ¡¡Esa cosa era gigantesca!! ¡¡Ni siquiera estaba erecto!! ¡¡Así en reposo eran más de veinte centímetros de verga!! ¡¡Dios Mío!!
Sin explicaciones rebuscadas deduje que esa polla no tenía nada de normal. Tanto menos para la edad de un adolescente. Lo tomé delicadamente en mi mano; se sentía caliente y afelpado, muy suavecito y agradable de tocar. El solo contacto con mi mano hizo que esa monstruosa polla comenzara a crecer y quedé estupefacta cuando se estiró hasta quedar oblicuo a su cuerpo apuntando el aire cual si fuese una potentísima arma pronta a disparar. Era un cañón de carne juvenil de más o menos unos veinticinco centímetros. Era tan ancho que mi mano no alcanzaba a rodearlo. No puedo dar culpa a las chicas que escapaban despavoridas de una polla tan generosa y abundante. Una jovencita de esas jamás lograría ser penetrada por una cosa de este tamaño.
Por días me dedique a buscar alguna solución para mi hijo, no puedo negar que, dado todo el trabajo y pensamientos de esa gorda y enorme polla de mi retoño, mi coño comenzó a vivir días muy húmedos y mojados, tuve que volver a usar un apósito para contener el caudal de fluidos. Me parecía que mi cara estaba roja perennemente y mí respiración afanosa, incluso toqué mis hinchados labios en más de una oportunidad. Ciertamente me avergüenza un poco confesar todo esto, pero es lo que sinceramente mi cuerpo me hacía sentir.
Consulté a un par de sexólogos, también a un urólogo. Paginas especializadas de la internet que pudiesen dar alguna ayuda para mi bebito. Pero no encontré nada que pudiese ser practico y eficaz. Hasta cuando no abrí un par de pagina porno. Ahí vi a otros hombres con polla casi del tamaño de la pija de mi pequeñito. Entonces como un fulmine caído del cielo, pensé, “Una profesionista”. Contentísima fui a exponer mi idea a Mauricio, se me quedó mirando como a una alienígena.
—¡Absolutamente no! … ¡No tengo ninguna intención de pagar por sexo! … ¡Si ninguna me ama como para aceptar a mi y a mi polla, entonces no hare nada! … ¡Quiero que me amen así tal como soy! … ¡No por dinero! …
—Pero, hijo … yo … ¡ehm! … pensé …
—¡Mami! … ¡Ya dije que no! … ¡Por favor, no insistas! …
Como buena madre no podía quedarme con su tozudez, así que no pasaba día en que no le insistía. Él me respondía que no cada vez más enojado. Noté que iba y se encerraba en el baño dos o tres veces en el día. Más de una vez me acerqué a la puerta sigilosamente. Por supuesto que yo sabía lo que estaba haciendo allí encerrado, pero me excitaba al escucharlo cada vez que eyaculaba con fuertes gruñidos y gemidos. Un día no aguanté más y decidí de tomar el toro por los cachos, solo que mi torito tenía un solo y enorme cuerno.
Un viernes después de cenar nos sentamos a ver un film en Netflix y al termino del mismo, Mauricio se despidió de mi y se fue a su cuarto a dormir. Esperé unos minutos que se relajara y luego me encaminé a su habitación. No puedo negar que me había convertido en una atado de nervios. Era toda la semana que imaginaba lo que tenía que hacer, pero una cosa es imaginarlo y otra muy distinto es hacerlo.
Antes que nada, me despojé de todos mis vestidos antes de entrar silenciosamente en su dormitorio y me subí a su cama, a su lado. Él me vio de repente, se sobresaltó:
—¡¡Mamá!! … ¿Qué estás haciendo aquí? …
—Hago lo que tengo que hacer como madre … si las chicas no quieren yacer contigo y tu no quieres una profesional … entonces hay que ser prácticos y encontrar la solución más plausible que tengamos a mano … encontrar una mujer dispuesta a todo por ti … esa soy yo tu madre, haría cualquier cosa por ti … no puedo ver que estás enloqueciéndote a pajas … debemos hacer algo, ¿no? …
—¿Algo? … ¿Y que te vino en mente, mami? …
—¡Lo sé que soy tu madre y te quiero mucho! … quiero que tu seas feliz y quiero verte feliz … haré todo lo necesario para que lo seas …
—¡Sí! … pero …
—No hay “pero” que valga … sabes que la Iglesia y la sociedad prohíbe ciertas cosas … no disturbemos a nuestro Señor … ¡Cállate! … déjame hacer lo que tengo que hacer …
Mientras le hablaba y lo miraba con una cierta severidad, mi mano se había deslizado sobre su potente verga y comencé a acariciarlo lentamente. Estaba tan excitado que en segundos su pija estaba dura como el granito. Me sorprendió y quedé atónita por las dimensiones y la reciedumbre de su hombría. Jamás pensé que ser humano pudiese tener una polla semejante. Pero es mi hijo y era mi deber ayudarlo.
Lo hice levantar y lo llevé al único sofá de su cuarto. Sería más y fácil y cómodo para mí. O por lo menos eso fue lo que pensé. Una vez que se sentó, me arrodillé delante a él. Acaricié amorosamente su pija y me incliné para pasar mi lengua por toda la longitud de él, mi cuerpo tembló por entero. Se lo chupé con ternura y firmeza, me dolían las mandíbulas de tanto esfuerzo por hacerlo caber en mi boca, pero al menos engullí su cabezón glande y mi lengua rodeó toda su majestuosa corona. Sentí vibrar a mi bebito. Se esforzaba por respirar. Tomó mi cabeza y me metió más de su polla en mi boca. En sus ojos había algo de salvaje, mi coño estaba rebalsado de fluidos y sentí que él estaba por correrse.
La punta de su polla estaba tocando el fondo de mi garganta, mis lagrimas fluían espontaneas de mis ojos por el esfuerzo de tener una parte de su pene en mi pequeña boca, dado que la mayor parte de este restaba fuera. Así que me ayudé con las manos. Con ambas manos. Creo que no le estaba haciendo una simple mamada, más bien él estaba follando mi garganta, le estaba haciendo una paja con mi garganta. Pero ya no podía detenerme, ni tampoco podía hacer mucho más que eso. Mí hijo temblaba de placer, gruñía salvajemente y yo continué brindándole el máximo de placer posible. Luego de violentas embestidas contra mi tráquea, él se corrió, casi me ahogo tratando de tragar su abundante esperma, me llenó la boca, comenzó a salir por la comisura de mis labios y un poco a la desesperada me lo arranqué de mi boca, él continuó eyaculando sobre mis senos. Cuando todo termino me levanté en silencio y me fui a mi dormitorio.
Tenía abundante semen de Mauricio en mi boca. Me subí sobre mi cama y arrodillada me froté mi túrgido clítoris furiosamente pensando a su enorme pene llenándome la boca, su esperma embadurnándome los senos y que ahora escurría libremente sobre mi vientre y mis piernas. Pensé en todos los años en que había estado sin sexo. También me sentí un poco compungida y avergonzada de haber encontrado placer sexual con mi hijo, pero estaba segura de que no existía al mundo otra polla que pudiese hacerme feliz.
Por varias semanas repetimos lo mismo. Por los primeros días me iba a mi cama, pero comencé a dormir con él. Nos gustaba a ambos y funcionaba. Él siempre eyaculaba y, ¡Dios Santo! ¡Que manera de expeler una cuantiosa cantidad de esperma! Pero él no estaba del todo contento y yo sabía lo que le faltaba. Mi boca no le bastaba, no era el lugar donde el quería seguir eyaculando, por lo que inevitablemente sabíamos lo que iba a venir.
Una noche me lo llevé a mi cama que era más grande y le pedí que probara a follarme. En un primer momento me dijo que no lo haría. Entonces lo hice recostar y yo intenté de subirme a su polla que estaba dura como un palo, pero no fui capaz de hacerlo deslizar dentro de mí. Volví a recostarme y él se puso entre mis piernas abiertas tratando de enfilar su pene dentro de mí estrecha panocha mojada abundantemente. Todavía no logro creerlo. Esa gigantesca cosa casi no entraba. Mi coño estaba enteramente dilatado, empapado y yo estaba más que deseosa de sentirlo en mí. Luego de un largo rato mi anillo vaginal cedió y la punta penetro mi ardorosa conchita. Me dolía y solo entró la mitad de su polla, comenzó a moverse y yo apreté mis dientes aguantando sus embistes furiosos. Me apretaba y empujaba su polla dentro de mí, pero no lograba hacerlo entrar todo en mi estrecho coño.
Comenzamos a hacer vida de pareja. Dormíamos juntos todos los días. Me follaba dos o tres veces en el día. Se había vuelto de mejor carácter, parecía que finalmente mi hijo estaba feliz. Pero el problema subyacía y no lograba metérmelo todo.
—Mauricio … cariño … he hecho todo lo posible, pero no te veo realmente contento … sabes que podemos tener sexo todas las veces que puedas y que quieras …
—Lo sé, mamá … pero no es eso lo que me tiene así …
—Ya sé … te gustaría hacerlo con una muchacha de tu edad, ¿verdad? …
—¡Por supuesto que no, mami! … no quiero a nadie más que a ti … deberías saberlo …
—Entonces … ¿Qué es lo que te aflige? …
—Me da miedo causarte daño … y cada vez que lo hacemos me debo controlar mucho …
—¡Ah! … pero yo soy como soy … no puedo ser más grande …
—Lo sé, mamá … pero …
—Pero … ¿Qué? …
—Habría otro modo, mami …
—¿Otro modo? … no logro imaginar cuál … me parece que lo hemos hecho en todos los modos que conozco …
—¡Sí! … probablemente sí … esta noche te haré ver y te explicaré todo … si tu quieres …
Por él estaba dispuesta a todo, pero no me venía en mente como podríamos hacerlo en modo de darle todo el placer que él deseaba. Habíamos ya probado todo. O al menos eso es lo que yo pensaba. Cenamos y nos fuimos a mi dormitorio. Él estaba verdaderamente ansioso y yo intrigada e irrequieta. Nos abrazamos, nos besamos, nos acariciamos íntimamente, ambos estábamos muy excitados. Él estaba aprendiendo muy bien cómo hacer feliz a una mujer. Su pene se puso duro inmediatamente y de enormes dimensiones, cosa que era normal en él.
—Ponte a lo perrito, mami …
—Como quieras, bebé … pero no sé si así va a ser mejor … yo …
—Déjamelo todo a mí, mami … no digas nada … por favor …
—Como quieras, cariño …
En esa posición, mi coño y mi culo estaba expuestos a lo que él quisiera hacerme. Comenzó a acariciarme desde abajo hacia arriba, pasando la punta de su pene entre los labios de mi panocha, el agujerito de mí culo y apoyándolo sobre mis nalgas. Lo hacía muy lentamente y me estaba llevando al borde del orgasmo. No sé cual es su magia, pero últimamente apena penetraba mi coño con la punta de su polla, yo me corría en forma espontanea y sin preaviso. Cuando mi cuerpo comenzó a convulsionar en espasmódicas olas de placer, sentí algo muy duro empujando mí ojete anal. Solo entonces comprendí lo que Mauricio quería de mí. Pensé en protestar, pero todavía mi cuerpo estaba sintiendo un infinito placer.
El dolor. Nadie puede imaginar el dolor que se siente la primera vez que te meten una gigantesca cosa en el culo. No tuve tiempo ni siquiera para respirar y su enorme cabezota ya había vencido la estrechez de mi esfínter y empujaba. Sentí que se rajó mi culo. Lloré y grité hasta perder las fuerzas. Mis lágrimas mojaban las sábanas, me dolía hasta la garganta de tanto gritar. Por todo este tiempo él no tuvo ninguna misericordia. Me clavó. Me enterró su pene hasta el último. Sentí que sus bolas se estrellaban con los hinchados labios de mi panocha.
Mis manos estaban agarrotadas aferrando las sábanas. Miré mi vientre e increíblemente pude ver su glande inflando mi estómago. Un enorme bulto moviéndose en mis entrañas. Me sentí mal. Esta era la primera vez que mi hijo metía su entera verga dentro de mí. Era como sentir el fuego del infierno quemándome por dentro.
Siendo mi culo tan apretado, él no duró mucho, rápidamente se corrió. Sentí cada borbotón de semen explotando dentro de mí. Su lechita rebalso mi recto y la sentí correr por mis muslos. Ya no había puesto para nada dentro de mi esfínter. Cuando termino de eyacular no lo sacó de inmediato. Se quedó dentro de mí, yo ya no sentía el dolor del principio. Mi culo estaba insensible, como adormecido. Pienso que mi cuerpo se defendía del dolor y del trauma bloqueando mis sentidos. Cuando por fin lo sacó, su lechita comenzó a afluir de mi abusado agujero y resbaló por el largo de mis piernas. Caí hacia adelante exhausta y llorando. Sentía mi culo demasiado abierto. Me besó, me abrazó, me llenó de amor y caricias de afecto. Pero yo no podía parar de llorar.
Desde entonces mis días fueron pasar recostada boca abajo. En cualquier lugar. En mi cama, en el sofá. Casi no podía caminar ni sentarme en el modo normal. Afortunadamente, él se hizo cargo de todas las tareas de la casa. Siguió estudiando con mayor ahínco y me cuidó amorosamente. Ahora me folla siempre tres o cuatro veces al día, pero por lo menos un par de esas lo hace a su modo, como a él le gusta más. He aprendido a aguantar y ahora el dolor es mucho menor, incluso un par de veces estuve a punto de correrme masturbándome con su pene que inflaba mi abdomen.
A veces pienso que Mauricio no tiene suficiente placer a solo follarme, sino que a él le gusta verme gritar y llorar de dolor. Ha iniciado a darme palmetazos en mi culo y cada día más. Me golpea con todas sus fuerzas y más de una vez se corrió abundantemente mientras me daba de nalgadas.
Estoy enamorada de mí hijo sádico. Mi hijo, mi bebé, mi retoño, pero es un sádico. Y me gusta tanto, que haría cualquier cosa por él.
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El regalo más preciado de quien escribe es saber que alguien está leyendo sus historias. Un correo electrónico, a favor o en contra, ¡Tiene la magia de alegrar el día de quien construye con palabras, una sensación y un placer!
Ojalá la mayoría de las mujeres tuvieran una mente tan abierta como la tuya para atreverse a sentir y a hacer feliz a los que le rodean.
Hola, que buen relato, desconozco su veracidad, pero es un buen relato y bien escrito.
Te felicito.
Petie tienes watsap