Esa constante fascinación
por años tuvo el deseo morboso de experimentar el sexo anal, pero no se trata de eso, se trata de a quién deseaste y dónde lo hiciste.
Alguna vez la medí, así como ella lo hizo conmigo: yo usé una huincha; ella, una regla. Resultado: 100 cm de cola, 70 de cintura , 75 de pecho. Por mi parte, pene promedio, 16,5 cms, el diámetro no lo midió, solo se excitó y espantó con lo grande de mi cabeza; tenía un pene de sangre , no uno de carne, esos penes que pueden reposar en las más absoluta reducción, pero bombeados convertirse en una sorpresa y una certeza: «cúanto , me calienta que alcance esa dimensión», pensaba no solo la mujer que inicia este relato, sino que varias que pasaron después.
9 Años y pese a tener el mejor culo de toda la carrera, de usar los calzones más diminutos e instar a sus amigas a ir a la tienda en donde remataban los hilos dentales que todas terminaron usando (doy fe de ello porque a cada una de esas 4 perversas mujeres, alegres, simpáticas e inteligentes , por lo de más, se los vi asomado en alguna ocasión), jamás pude tener sexo anal. No sé si eran las dimensiones de sus glúteos que acaricié, masajeé y golpeé consentidamente con las manos que tanto deseaba Andrea, pero ni hubo caso, a pesar que en las juntas con sus amigas ninguna de las que lo ptracticaba tuviese el más mínimo pudor en contar cómo había sido esa experiencia.
9 años duró ese romance. Uno tortuoso tuve después y luego una sequía de meses. 18 para ser exactos.
Tras la depresión que me dejó la relación tortuosa estuve oliendo a fracaso, a incompetencia sexual, hasta que una mujer, compañera de trabajo, puso sus ojos en mí. No sé que extraña complicidad, más de la de permanecer varias horas juntos la hizo mirarme con otros ojos. Pese a lo alejado del sexo que estaba , ella me miró con deseo, e inventó una serie de situaciones llegando el final de año para que nos empezáramos a acercar más (¿Qué habrá más excitante que fantasear bajo los efectos de la mota?). Dos días a la semana después de finalizada la jornada, nos íbamos a fumar mota juntos, empezamos a detallar en nuestras aficiones y empecé a atar cabos: ella bailaba y sus piernas tonificadas lo evidenciaba. Yo escribía, y mis palabras la excitaban, probablemente pensó que tan bien como movía «la pluma» de mis palabras, movería mi lengua cuando leía lo que escribía. Y así fue. Doy un buen sexo oral, no hay chica que no me lo haya dicho y la intuición de Camila acabó siendo cierta, así como la mía sobre lo tonificado de sus pierna sus glúteos y el recio espacio que me dejaba para lamerla y enloquecerla. Su mano en mi nuca no dirigía mis movimientos, solo era la obligación que tenía de no dejar de palpar y agitar ese clítoris pronunciado que escaba de entre sus labios, de no dejar de morderla, de apretar sus labios con mis labios como si la estuviese besando. Con ella entendí lo que era la multiorgasmia. Tras ese ritual en el que se me adelantaba 5 o 6 orgasmos , podía hacer con ella lo que quisera, ponerla en cuatro con penetración vaginal, poner sus tobillos a la altura de mis orejas, moverme violentamente, permitirle que me montara. Siempre quería más. No solo gemía despacio, a veces soltaba palabras tiernas que no reproduciré, pero todas eran indicios de orgasmos. Mi ex de largo tiempo, esa de los hilos diminutos tenía una cola maravillosa que nunca pude penetrar; unas carnes más sueltas, apetitosas. Las de esta morocha eran enormes y tersas, no imaginé sino meter mi pene entre sus nalgas.
Seguimos en la dinámica de la marihuana y la cerveza; tras eso al motel. Un día fue ella la que se pasó de copas, estaba desenfrenada, cada desliz de mis manos en su cuerpo los cuales siempre acababan en esos enormes y duros glúteos, se animaron a explorar más abajo, al punto de provocar orgasmos al roce de mis dedos y al de sus piernas caminando rumbo al motel donde pasaríamos la noche. Aquella vez me dijo que quería ser penetrada por todos lados «¿por todos lados?» «Sí, papito, por donde tu quieras». El alcohol nos lo impidió aquella noche, sin embargo, la idea quedó concertada para un nuevo encuentro.
Hay un trascendido varonil antiguo que señala que as mujeres casadas y aquellas que han sido madres, entregan la cola, lo vuelven parte de su repertorio. Yo no quise extender la analogía, pues ella tenía un hijo que se había ido con su abuela por el fin de semana a la playa y había dejado a Camila a merced de sus deseos. Mi hermano y mi padre tampoco estarían en aquel depto donde viví un par de meses y del cual aún conservaba la llave. Sábado. Ese iba a ser el día, ambos lo sabíamos. Esa penetración que nos quedaba pendiente y que me había ofrecido tras mi pregunta, tenía fecha y lugar. Nos juntamos en el metro, pasamos al supermercado a comprar un poco de provisiones y mucha cerveza. Seré sincero: mi pene había tomado unas dimensiones descomunales para mi anatomía y lo único que quería era llegar pronto al departamento. Camila hizo una pausa ecnómica: quería saber qué era lo más convenente, yo solo quería volver a tirar con ella y hacerle de una vez por todas la cola, esa cola dura que tenía y que ya me había ofrecido. Me relajé , hicimos las compras y rápidamente caminamos al departamento. La scervezas al refri, las manos lavadas y me senté en el futón dejando a su vista mi envergadura. Sonrío la Camila, y como ya había aprendido a mear con el enterito puesto que dejaba asomar parte de sus nalgas, lo corrió junto con su calzón y se aprovechó de la dureza de mi verga, saltó desenfrenadamente, gritó, gimió y se volteó a mirarme pues empezó a sentir como mi semen se escurría por sus piernas. Tras eso, el paso de rigor al baño, prender un caño, fumar un pucho y besarnos, jamás sin dejar que mis manos no se deslizaran ór su cuerpo ni que mis labios olvidara que debía , en secreto, recordarle lo que nos faltaba hacer. Me dijo que sí luego de tomar mi pene nuevamente erecto por debajo de mis pantalones. Me sonrió perversa, tomó el futón, se levantó el vestido, pues había decidido cambiarse ropa por un tema de facilidad para ser penetrada y me miró nuevamente «Ven, aquí estoy ¿Quieres colita? con la voz más tierna y caliente que pudo poner. No tardé en arrodillarme, tomar mi pene y empezar a rozar sus nalgas antes de asestar el golpe de dolor y placer que esperaba, el del aintroducción de mi cabeza enorme y del resto de mi carne en su ano. Gritó despacito, me dejó moverme, lo que la hizo gemir más siempre despacio, le di nalgadas , le hablé sucio y se detuvo: apretó su cola como quien ahorca momenténeamente a alguien y me dijo que se lo siguiera metiendo, pero que ni las nalgadas ni mis guarradas le agradaban. Supieran cómo se movió luego y cómo me hizo acabar. No pidió penetración más que anal. Solo mis dedos y mi lengua pudieron estar en su vagina durante un sábado que se hizo eterno. El domingo solo penetración vaginal, intentamos un anal en donde gritó desesperada que se lo sacara. Nos besamos , volvimos a encender el fuego y todo el resto del día follamos por su vagina. No sé si fue la mejor práctica porque se le empezaron a escapar «los mi amor, me encanta tu pico» «quiero ser tuya y que solo tú me lo metas». Le dí un par de nalgadas ante las cuales no protestó. Sabía que se estaba pasando rollos. Su cola penetrada era lo que ambos deseábamos, la fantasía que nos faltaba cumplir.
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