ESE DULCE ESCALOFRÍO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por paquitochocolatero.
La velada empezó de lo más normalita, con las típicas preguntas y respuestas de cortesía (pero sentidas, no por compromiso), de dos personas que se preocupan la una de la otra y viceversa, para después seguir hablando de las mayores tonterías que te puedas imaginar, como si no quisiéramos quedarnos en silencio por si se nos pasaba por la cabeza que la velada terminara antes de lo que, por lo menos yo, quisiera.
Todo parecía de lo más cotidiano, como dos personas que se conocieran de toda la vida y tuvieran una gran compenetración, y con total naturalidad, intentabas apoyar tu cabeza sobre mí, cosa difícil porque, desgraciadamente para ciertos menesteres, no estoy blando, y parecía que, en vez de apoyarte en una almohada, estuvieras sobre un incómodo guijarro, mientras yo te rodeaba con mi brazo haciendo que te unieras más a mí.
Y ahí nos quedamos, como una parejita en el sofá viendo la tele, de vez en cuando hablando, pero ya dejando disfrutar del entonces magnífico silencio que invadía nuestras miradas interminables, como queriendo buscar algo más allá de nuestros ojos, intentando escrutar lo que te pasaba por esa cabecita y viceversa, sin tener ni idea de lo que estaban echando por la tele. Los dos juntos, en uno sólo, olvidándonos de las miserias y penurias del día a día y recargando nuestras energías más internas a cada latido de nuestros corazones acompasados.
Pero a partir de ahí empezaban los problemas (benditos problemas), saber que estás en la gloria, que estás como en una nube, con una mujer maravillosa de la que no quisieras desprenderte en muuuuuuuuucho tiempo, pero queriendo demostrárselo ya con hechos concretos, pero también sabiendo que, en ese momento estás sobre arenas movedizas, un movimiento en falso y podría ser el último.
Aunque, como toda la velada, si surgía, tenía que ser con total naturalidad, y nuestra situación invitaba a ello. Tú, apoyada en mí, empezabas a pasar esas alas de ángel llamadas manos por mi cuerpo, despacito, como quien no quiere la cosa, mientras yo, para que no pasaras envidia, te correspondía con la mía acariciándote desde ese precioso pelo tan liado que tienes hasta el final de tu espalda, provocando esas cosquillitas tan graciosas que no puedes controlar (pero sin pasarse), ayudado de vez en cuando con una mirada penetrante, clavada, como queriéndote desnudar con la mirada y ver lo que tu ropa deja intuir que hay debajo, el cuerpo de una diosa, a lo que tú, segura de ti misma, devuelves sin pestañear, como retándome y haciéndome entrever que no tienes miedo de mí (no deberías de tenerlo), y quedándonos en un quiero y no puedo.
Hasta que ya, era cuestión de un todo o un nada, coger y, en una de esas miradas, aproximarme lentamente a tu cara hasta conseguir que no se distingan una de otra, recorriéndola con mi nariz por un lado mientras tú haces lo propio por el otro (si fuéramos esquimales, esto hubiese sido un beso en toda regla).
Ya no había marcha atrás, o beso o palo, y afortunadamente fue beso. Al principio un poco reticente, porque bastantes cosas tienes en la cabeza como para que venga yo como un elefante sin miramientos queriendo hasta lo más íntimo de ti. Hasta que ya, sea por aburrimiento, placer, olvidarte por un momento de los problemas, o como si eran minutos pares en lugar de impares, accediste a entregarte a lo que todo hombre en su sano juicio desearía: tú.
Parecía que hacía tiempo que no sentías ese dulce escalofrío que se siente al sentir a alguien de esa manera, la verdad es que a mí me pasó lo mismo. Todo lo que antes era paz, sosiego y tranquilidad, de un plumazo, se había convertido en palpitaciones, respiración agitada y un buscarnos los labios con la intención de no separarlos en toda la noche, hasta que te volvían a rondar por la cabeza todos esos malos pensamientos que sé que terminarás eliminando, momento que indicaba que teníamos que hacer un alto.
Pero esto era como los tiempos muertos en los partidos de baloncesto, un minuto, e incluso de vez en cuando menos, para volver a fundirnos en un beso profundo, sentido, que nos llegara hasta lo más profundo de nuestros seres, con nuestras manos describiendo todos los contornos del cuerpo que teníamos enfrente, como dos ciegos que se conocen por primera vez, y ya no separarnos, como si nos fuera la vida en ello, consiguiendo que, con cada movimiento de nuestras lenguas entrecruzadas, nuestros corazones y respiración se vuelvan cada vez más bruscos.
Hasta que llegamos al punto de no retorno, ya no se podía dar marcha atrás, no se quería dar marcha atrás. Con las fuerzas de un potro en celo, me levanté, y a ti conmigo, levantándote y poniéndote sobre mí, a lo que tú respondiste rodeándome con tus piernas sobre mi cintura, sin separar nuestras bocas ni un momento, y buscando desesperadamente el camino hacia tu dormitorio. Ahí ya no había miramientos, nuestra excitación era tal que ya no pensábamos, sólo dejábamos que nuestros instintos más básicos afloraran en todo su esplendor, en vez de quitarnos la ropa, parecía que nos la queríamos arrancar toda de un solo movimiento, deseando que nuestros cuerpos se tocaran físicamente, sin ropa de por medio, y poder sentir tu tersa piel acariciando mi cuerpo.
En un momento estábamos los dos desnudos, fundidos en uno sólo, disfrutando de nuestros cuerpos entrecruzados y deseando que tanta lujuria contenida se desatara de una vez por todas, por lo que parecía que estuviéramos peleando en vez de disfrutando. Hasta que ya, aprovechándome de mi mayor corpulencia y físico, lograr “dominarte”, y conseguir que me dejaras hacer, primero disfrutando de ese cuello tan sutil, para seguir por esos labios que en pocos segundos ya echaba de menos, para disfrutar seguidamente de tus pechos, pequeños, pero firmes como nunca había visto, con unos pezones que invitaba a jugar con ellos, y que tus gemidos así confirmaban, para continuar haciéndote un poco sufrir disfrutando de los espasmos que tus mil cosquillas te producen, pero que, en ese momento, ayudan a eliminar las pequeñas tensiones que, por si acaso, pudieran quedar, para después, convertir esas risas en gemidos cada vez más profundos conforme me adentro con mi boca y lengua en tu sexo, besándolo, acariciándolo, chupándolo, haciendo todo lo que se me pueda ocurrir y más, viendo que, por lo menos, mal no lo estoy haciendo. Sigo y sigo mientras tus movimientos se van haciendo más bruscos, percatándome entonces que tu momento álgido está a punto de llegar hasta que, después de un gemido ahogado, mudo, desde lo más profundo de ti, logras alcanzar el clímax, dejando que todas las sensaciones placenteras que recorren tu cuerpo fluyan libremente por él.
Todavía estás reponiéndote cuando escalo las curvas de tu cuerpo hasta ponerme a tu altura, entonces vuelves otra vez a encenderte y a volver en ti para seguir por donde lo habías dejado, pero esta vez, tomando las riendas del asunto y, con un movimiento muy sutil, lograr colocarte encima mío para que, al mismo tiempo, seas tú quien me domines, y yo pueda admirar tu cuerpo desde otro punto de vista: tu melena tapándote ligeramente la cara, aunque dejando entrever la satisfacción reflejada, tus curvas, perfectas, ni más ni menos, y tus pechos, que ahora los tengo a tiro de mis manos y boca, y cuya oportunidad no desaprovecho, mientras tú acaricias mi cabeza y me la aprietas aún más contra ti.
Y así estamos, los dos sentados, tú encima mío, yo debajo tuyo, hasta que logro penetrarte suave, lento, contando como cada centímetro de mí se introduce en ti, sintiendo cómo tu cuerpo se eriza conforme te voy penetrando, hasta que ya sí que somos uno sólo, dos cuerpo fundidos en un abrazo interminable, y conmigo explorando tus secretos más íntimos, mientras nuestras lenguas disfrutan de nuestras bocas y cuerpos. Al principio, y por falta de entendimiento, un poco haciendo la guerra por su cuenta, pero poco a poco, logrando acompasar nuestros movimientos. Tú me coges, yo te abrazo, nos movemos sincronizadamente como dos patinadores sobre una pista de hielo, hasta que vuelvo a sentir la agradable sensación de que vuelves a llegar a tu momento, el cual gozo casi de la misma manera que tú, viendo tus fluctuaciones, gemidos, tu todo dejándote llevar.
Vuelves en ti, pero ya tendida sobre la cama y conmigo encima. Mientras sigo penetrándote lentamente, te das cuenta que mis brazos te tienen aprisionada, como si fuesen dos barrotes de acero que no quisieran dejarte escapar, a lo que tú respondes clavándome las uñas por toda la espalda, surcándola de principio a fin dejando un rastro de fuerza y entrega, la misma que yo mientras haces que mi cuerpo se arquee al son de tus manos, para después convertirlos en suaves caricias que logran mitigar el castigo que me has infringido, y yo, como respuesta, te muerdo literalmente el cuello, a lo que tú accedes, como si fuese la señal que hace un perro cuando demuestra sumisión. Y sin darme cuenta, me percato de que has vuelto a irte, a disfrutar tú sola de la manera que sólo un orgasmo es capaz de hacer, y yo intento, desde mi posición privilegiada, alargar todo lo posible ese momento de placer que ahora veo en todo su esplendor que estás teniendo.
Pero ahora era mi turno, me tocaba a mí, llegaba mi momento de disfrutarte a mi manera, egoísta, pero haciendo que tú disfrutaras por lo menos de igual manera. Para ello, te tumbé de lado, conmigo detrás de ti, abrazándote para que supieras que no te iba a dejar escapar a ningún sitio, aunque no creo que hiciera falta, para así poder seguir con mis movimientos acompasados, ésta vez ayudados por mi mano, la cual quedaba libre y se permitía el lujo de recorrerte todo tu cuerpo, jugueteando con tu sexo mientras que tú, con tu cuerpo arqueado como el de una bailarina, y yo, cual toro bravío entregado a la lujuria y pasión que habías desatado en mí, nos besábamos de tal manera que ya parecía que nos estuviéramos comiendo de hambre del uno por el otro. Y esta vez sí que tocaba acompasar mis movimientos, mi mano, mi sexo en el tuyo, nuestras bocas, era una sensación tan embriagadora que ya no podía por más tiempo de mantener, por lo que, cual presa que está a punto de reventar por el exceso de la presión, y tiene que abrir sus compuertas antes de que se rompa del todo, llegué a un clímax digamos que bestial, enorme, como de película, con fuegos artificiales, agarrándote de tal forma que casi te dejo sin aliento, mientras que tú lograbas al mismo tiempo llegar a los mismo fuegos que yo, para después…….. el silencio, la calma, la paz.
Ya no hay pelea, ya no hay gemidos, ya no hay lujuria, ya no hay nada, sólo dos cuerpos abrazados unidos en uno, conmigo besándote suave y delicadamente tu nuca y hombro, mientras que una sonrisa cómplice tuya indica que, por lo menos, no he suspendido el examen, a lo que yo respondo con un gesto de satisfacción del que saca matrícula de honor en el examen de final de carrera, para así dejar que tranquilamente, vuelva la tranquilidad a nuestros cuerpos y corazones mientras dejamos que lo que queda de la noche nos envuelva con su suave manto de dulces sueños.
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