«especia halloween» La aldea en la niebla
Un equipo femenino en su regreso tras participar en un campeonato interescolar se pierde y… .
Buenas mis amigos, esto lo dije anteriormente pero: yo, al igual que mi compa Lobo85 publicábamos en una página que lamentablemente cerró. Esos relatos los he estado publicado aquí, por eso que algunos van más rápido, por el contrario, “Mi Amigo Lázaro” la estoy escribiendo recién, por ello, lamento la demora.
Ahora, mi estilo es el horror erótico y algo de gore, si eso te gusta, bienvenidos a los especiales de halloween
nos leemos.
LA ALDEA EN LA NIEBLA
Las jóvenes estaban cansadas.
Habían charlado, cantado, reído y gritado.
Era la primera vez que ganaban un campeonato interescolar y lo celebraron a lo grande.
Ahora, somnolientas dormitaban debido a lo monótono del paisaje y lo extenuante del viaje, mientras, el autocar continuaba su camino de regreso a casa.
Por el contrario Alicia, la entrenadora, permanecía tensa en el asiento delantero junto al conductor, era la primera vez fuera del país y tenía que cargar con la responsabilidad de cuidar a seis chicas jóvenes.
Antonio, entrenador del equipo de fútbol a quien le habían encomendado la tarea de conducir el autocar, no estaba mejor que ella. El GPS había fallado al inicio del viaje y ahora debía navegar por intuición y un par de indicaciones obtenida por Nadia, la enfermera del instituto, ella hacía las veces de interprete ya que conocía algo del idioma.
Antonio comprendió que se había extraviado al dar la segunda vuelta a la izquierda y no encontrar la laguna cristalina que vio de ida. Intentaba por todos los medios conservar la calma, sin demostrar el nerviosismo que aumentaba al pasar los minutos y ver como el sol se escondía peligrosamente en el horizonte. No entendía como se había perdido, la ruta no tenía grandes bifurcaciones y creyó en todo momento dirigirse al este.
—Nadia —susurro Antonio.
La enfermera se acercó con el mismo semblante de preocupación.
—Es definitivo, estamos perdidos —soltó Antonio con desgano—, necesito que me ayudes a traducir las señaleticas, busca si hay algún cruce, alguna carretera principal o un pueblo donde podamos pedir indicaciones.
—Esta bien —dijo Nadia—, haré lo mejor que pueda
—Como ocurrió? —preguntó Alicia aproximándose a ellos —, como nos perdimos?
—No tengo idea —afirmó Antonio—, seguí las indicaciones que obtuvo Nadia. El problema es que, el camino de vuelta no es el mismo que de ida, y de alguna manera pasé por alto la salida creo yo, la verdad es que no lo sé. Lo que si sé —continuó—, es que debimos pasar junto a una enorme laguna hace unos veinte minutos.
—Que haremos ahora?
—Tranquila Alicia, ya encontraremos el camino correcto —dijo Nadia—, recuerdo que Ferka mencionó que habían pueblos rodeando la ciudad.
—Si tenemos suerte, tal vez nos encontremos con alguno —acotó Antonio
Alicia apartó la vista apesadumbrada, sus temores se habían vuelto realidad, bajó los hombros y regresó a su asiento cuando.
—Eso! —Exclamó Nadia—, ese letrero dice que, a cincuenta metros a la izquierda hay un camino secundario que lleva a Carcosa.
—Carcosa, eso es un pueblo? —preguntó Alicia volteándose
—Algo es algo, no podemos ser quisquillosos —dijo Antonio señalizando la salida—, pueblo, villa o aldea, sea lo sea nos detendremos ahí.
El autocar viró por una tranquila calle recortada entre el espeso bosque. La vereda prosiguió por otros treinta kilómetros adentrándose entre la escarpada ladera montañosa.
Antonio encendió las luces del autocar y aceleró levemente, apresurando el paso sin que las mujeres se dieran cuenta, no quería alarmarlas más de lo necesario.
Unos seis kilómetros más adelante el autocar atravesó un estrecho y añoso puente de madera, el que colgaba precariamente sobre un rió de caudal medio y torrentoso, de sus orillas emanaba una densa niebla gris que cubría los tablones que hacían de piso.
Antonio avanzó con cuidado, reduciendo la velocidad al mínimo, adivinando si donde ponía las ruedas era la plataforma o el vació.
Tras unos minutos que, para el entrenador parecieron eternos, el autocar atravesó el puente, vislumbrando a lo lejos unas tenues luces amarillas, titilando entre la niebla que rehusaba a marcharse.
Tanto la neblina como el bosque circundante se despejaron de improviso, como si hubiesen atravesado una asfixiante cortina, dando paso a una villa medioeval.
Antonio detuvo el autocar cerca de la plaza pública: un descampado central adornado por una enorme fuente en donde se alzaba la escultura de una figura que, por la oscuridad no era posible definir.
El entrenador y la enfermera descendieron del vehiculo, asegurándose que nadie más bajase hasta que ellos investigaran, ya que la atmósfera del lugar daba un muy mal rollo. Antonio preferiría no haber llevado a Nadia pero, como ella entendía algo del idioma se vio en la obligación hacerlo.
— Ocurre algo? —preguntó Marcela, apareciendo por sorpresa tras de Alicia, quien se encontraba de pie junto a la puerta dentro del autocar.
La chica de quince años se había despertado por los bruscos movimientos del vehiculo y tras observar la conmoción, se le acercó preocupada.
— Donde estamos? —volvió a preguntar tras el silencio de Alicia.
- Más despacio —respondió la entrenadora—, nos perdimos, por fortuna encontramos este pueblo, el entrenador Fernández y la señorita Ilie fueron en busca de indicaciones.
- Pero?
- No levante la voz, no quiero que las demás despierten y se asusten.
- Si, entiendo —respondió susurrante.
- Es mejor que regreses a tu asiento, todo esta bien, no hay de que preocuparse.
Algo más calma, la joven de cabello caoba y rizado volvió a su lugar, mirando con curiosidad por la ventanilla a la oscuridad de la noche.
***
El entrenador deslizó su mano al interior del bolsillo derecho del pantalón, sintiendo con alivio el metal de la navaja que llevaba.
— Al menos tengo algo con que defenderme —se dijo.
Miró a su acompañante regalándole una sonrisa de falsa confianza, ella se la regresó pero, sus ojos revelaban un genuino sentimiento de seguridad, Antonio se atemorizo al creer que la mujer de 27 años, cabello negro, penetrantes ojos celestes y cuerpo esculpido, se sentía segura a su lado, trastabilló sin quererlo y trago saliva esperando estar a la altura de lo que esperaba de él.
El sol ya se había ocultado dando paso a unas rachas de viento frió, seco y cortante, volviendo la atmósfera cada vez más angustiante.
Decir que daba mal rollo era quedarse corto. Sombras siniestras danzaban invocadas por la escasa iluminación del lugar.
Solo unas cuantas farolas a gas alumbraban de forma aleatoria en algunos puntos de la plaza y las callejuelas aledañas, estas obviamente, no eran suficientes para repeler la oscuridad, además, el gas alumbraba lívido el entorno con un opaco color amarrillo.
Antonio se armaba de valor mientras caminaba por el empedrado húmedo y resbaladizo.
La pareja vagó por la plaza, las calles principales y las callejuelas contiguas, entre las antiguas edificaciones de piedra mohosas que se erguían dos o tres pisos de altura.
Los dos llamaban a todas las casas en donde vislumbraban por las ventanas fantasmagóricas luces ámbar descoloridas, dando la apariencia de estar ellas habitadas, sin embargo, nadie respondía.
Antonio se desmoralizaba a cada segundo, al darse cuenta que la villa era más grande de lo que aparentaba a simple vista y de la poca ayuda que esta ofrecía
— A este paso no acabaremos nunca —dijo mirando al rededor.
- Que hacemos? —preguntó Nadia contrariada.
- Tal vez, si nos separamos cubriríamos más terreno.
- Separarnos? —exclamó la mujer vacilante.
- Tampoco me gusta la idea pero —se detuvo—, que es eso?
Oculta en una callejuela se erguía una puerta de roble marrón franqueada por dos farolas.
- Un hostal? —preguntó Nadia.
- Eso parece, estará abierto?
- Vamos a ver.
La chica tiró de la cadena junto a la desgastada puerta, una ronca campanilla tintineo dentro.
—Ya voy, ya voy —sonó un voz lejana.
Chirrió una llave al girar en la cerradura. La puerta se entreabrió. Una vaga claridad desvaída asomó por la abertura desde donde emergieron unos ojos penetrantes, se fijaron inquisitivamente en las visitas.
— Que desea? —preguntó una voz agria.
—Buenas noches señora, tiene habitaciones disponibles? —inquirió Nadia con un acento horrible.
La mujer abrió la puerta.
—Siempre tenemos habitaciones disponibles, como pueden ver, el lugar no es muy turístico.
—Si, le entiendo —respondió Nadia mirando alrededor— me alegra saber que hay alguien en el pueblo después de todo.
—Descuiden, hablo su idioma —acotó la mujer—, los habitantes de Carcosa no son muy amigables por la noche.
—Que bueno que usted si —dijo Antonio sonriendo, ya que ahora podía entender lo que decía.
—Alguien tiene que atender a los visitantes extraviados —dijo la mujer adentrándose en el salón con rumbo al recibidor, en donde descansaba un viejo libro de registro—, demasiado supersticiosos ¿si me entiende? —Puntualizó—, no le abrirían la puerta a un extraño.
La mujer avanzó por un enorme salón decorado con mesillas donde descansaban ajadas figuras de porcelana, tres amplios sillones rodeaban un hogar de piedra pizarra, el fuego dentro chisporroteaba con fulgor. Al pasar bajo una lámpara de titilante luz ambarina Antonio pudo apreciar mejor la apariencia de su anfitriona: ella aparentaba unos sesenta años, su tez, a la luz de la lámpara a gas mostraba un extraño color grisáceo, sumado a su gruesa anatomía; el cabello negro, largo y grasoso, el anticuado ropaje y voz ronca le confería un aspecto pavoroso.
Antonio se estremeció al imaginarla como un antiguo espíritu en pena.
—Les prepararé una habitación —dijo la mujer alcanzando de la repisa empotrada a la pared, la llave de la habitación número siete.
—Dos habitaciones —corrigió Antonio— somos compañeros, a decir verdad, necesitaríamos más habitaciones, es que, estamos acompañados —informó—, ahora debo ir a buscarles y traer el coche.
—Más —recalco la mujer— cuantos más? No serán mujeres?
—Efectivamente —respondió Nadia—, somos una delegación estudiantil.
—Ya veo —musitó la mujer mirando el reloj colgado en la pared frente a ella—, Puede aparcar el coche en la calle lateral, dense prisa, son las nueve menos cuarto.
—Como?
—Deben estar hambrientas —prosiguió la anfitriona forzando una sonrisa.
—Gracias —respondió Antonio —, si, tenemos algo de hambre, sabe de un lugar donde podamos comer?
—Yo les prepararé unos bocadillos cuando regresen.
—Eso seria fantástico —agradeció Antonio— Nadia, será mejor que me esperes aquí.
—Si eso quieres.
Antonio se subió el cuello de la cazadora y volvió al autocar, el viento frió le golpeaba con fiereza y del turbulento rió emergía la espesa niebla que parecía querer tragarse el pueblo entero.
El entrenador avanzó deprisa por entre las húmedas callejuelas hasta llegar a la plaza centrar.
El frió se multiplico por veinte al encontrarse con la plaza completamente vacía,
sabía que la señorita Ortúzar no podría conducir el aparato, la chicas tampoco serían capaces de moverlo, mucho menos maniobrar hasta hacerlo desaparecer entre los estrechos callejones.
Miró en todas direcciones presa de un pánico creciente, por un segundo creyó haberse equivocado de lugar pero, las esperanzas se esfumaron al avistar la escultura entre penumbras. Nada, ni rastros, ni huellas. Como si el autocar y sus ocupantes hubiese desaparecido en el aire.
El entrenador se echó a correr por entre las callejas, por entre los edificios, buscándolas. Sin suerte terminó jadeante de nuevo en el centro de la plaza, las manos le sudaban, la boca seca, se detuvo, respiró; intentó serenarse, pensar con calma, de nada servia correr a tontas y locas sin saber la distribución del pueblo ni su tamaño.
—Volveré al hostal y buscaré a Nadia — pensó.
Antonio con ánimos renovados corrió sobre los legamosos adoquines haciendo alarde de su estado físico, si bien, estaba cerca de sus cuarenta, aún conservaba la agilidad de sus veinte.
La desesperación y el temor inicial habían quedado atrás dando paso a una profunda ira, las chicas lo eligieron a él para cuidarlas y eso haría.
***
Antonio traspasó la puerta de roble marrón y corrió escaleras arriba de dos escalones a la vez.
- ¡Nadia¡ —nada —¡Nadia¡ —levantó la voz lo suficiente para no gritar.
Al no ver respuesta, el entrenador revisó las ocho habitaciones del segundo nivel una por una. Incluso, con la escasa luz que se filtraba por las ventanas pudo apreciar que, todos los cuartos estaban vacíos y sin señales de haber sido utilizados en mucho tiempo: telarañas revestían los esquineros y una gruesa capa de polvo reposaba sobre la cama y los escasos muebles.
- Mierda, que puta mierda está pasando aquí? —se preguntó.
Descendió, esta vez escrutando detenidamente el primer nivel. Entre la penumbra distinguió una figura sentada en un sillón frente al hogar. Avanzó en silencio.
A unos pasos restantes y gracias al resplandor del fuego, pudo percatarse que la figura era de la encargada, la vio: sentada, cabizbaja, lánguida. Antonio frunció el seño, se agazapó y cual felino se lanzó contra el cuello de la mujer atenazándolo con fuerzas.
- Ahora, me dirás que pasa aquí, donde están las mujeres?
- Demasiado tarde.
- Que mierda quieres decir con eso?
- Ellas han sido elegidas
- Elegidas para que? —no respondió, él apretó.
- Para ser bendecidas por Hastur —continúo la mujer gruñendo por la falta de aire.
- De que mierda estas hablando?
- Es demasiado tarde —sentencio la encargada carraspeando y proyectando una viscosa sustancia amarilla al toser.
La mano de Antonio se cubrió de la pestilente secreción, en un acto reflejo soltó el cuello y sacudió la mano violentamente. Desde la boca de la mujer brotaban profusos chorros de baba pastosa, bañando la pechera del vestido y escurriendo al sillón y al piso. Antonio retrocedió lentamente, como previendo algo que al fin ocurriría. La mujer lanzó un gutural estruendo acompañado por chorros de fluido amarillo, luego, se derritió dando espantosos alaridos delante de los ojos del turbado hombre, dejando tras de si, una pila de huesos viscosos.
Antonio, al borde del vómito no podía apartar la vista de aquel abominable espectáculo.
Pasmado por una suerte de malsana repulsión y miedo paralizante se limitó a observar con la boca abierta, pensando en las decenas de explicaciones racionales que podía encadenar sin encontrar ninguna que le convenciera.
Entonces, un lejano grito femenino le devolvió a la realidad.
- Espabila —se dijo agitando a cabeza.
Avanzó a la puerta y observó agudizando la vista. Aparecieron dos figuras corriendo entre las edificaciones, perseguían a una tercera, pequeña, una chica, una de sus chicas.
Se echo a correr, en una fracción de segundo Antonio aceleró hasta dar caza a los agresores, estiró la pierna provocando que uno de los individuos cayera y diera tres vueltas en el suelo, sin detenerse pateó la cabeza del perseguidor que yacía tendido, dejándolo fuera de combate. El segundo, que estaba a unos escasos metros de la joven recibió el violento embiste del entrenador, provocando que la cabeza del agresor rebotara en el empedrado.
- Estas bien? —preguntó Antonio
Marcela se abalanzó a sus brazos gimoteando.
- Entrenador, que alegría verlo.
- Que ha pasado? —inquirió Antonio— cuando he vuelto por ustedes ya no estaban.
- Fue horrible —respondió intentado contener las lagrimas—, todas, la entrenadora me ayudó… ellas.
- Calma pequeña, habla más claro, no te entiendo.
- Estábamos en el autocar…
***
— Ocurre algo? —preguntó Marcela, apareciendo por sorpresa tras de Alicia quien se encontraba de pie junto a la puerta dentro del autocar.
La chica de quince años se había despertado por los bruscos movimientos del autocar y tras observar la conmoción, se le acercó preocupada.
— Donde estamos? —volvió a preguntar tras el silencio de Alicia.
- Más bajo —respondió la entrenadora —, nos perdimos, por fortuna encontramos este pueblo, el entrenador Fernández y la señorita Ilie fueron a buscar indicaciones.
- Pero?
- No levantes la voz, no quiero que las demás despierten y se asusten.
- Si, entiendo —respondió susurrante.
- Es mejor que regreses a tu asiento, todo esta bien, no hay de que preocuparse.
Algo más calma, la joven de cabello caoba y rizado volvió a su lugar, mirando con curiosidad por la ventanilla a la oscuridad de la noche.
Marcela frunció el seño y pegó el rostro al cristal. Al principio divisó una silueta pálida entre las sombras, dibujaba círculos alrededor del autocar, luego eran dos, tres, cuatro, al contar siete advirtió que las siluetas eran personas acechándolas.
- Señorita Alicia —susurró
- Que ocurre? —preguntó la entrenadora acercándose al asiento
- Afuera hay personas.
- Como? —respondió mirando por las ventanillas— no veo nada.
- Están ahí, esas sombras, son personas —indicó
- Estas segu… —no acabó la frase, los bultos se acercaron a la carrera estrellándose contra el vehiculo
Las paredes del autocar tronaron y se agitaron despertando a las jóvenes. Ellas gritaron y se revolvieron temerosas en sus asientos.
Las ventanas comenzaron a crujir astillándose y trozos de cristal cayeron sobre sus cabezas. Un pandemonio de llantos y sollozos se desató en el interior del vehiculo.
- Calma, por favor calma —exclamó Alicia
Afuera, una parte de la horda empujaba la puerta delantera, hasta vencer los cerrojos y lograr que un grupo de hombres, ataviados con largas capas terminadas en capuchas negras, ingresaran. Por encima de los gritos los captores atraparon a las chicas obligándolas a bajar. Mientras, Alicia era arrastrada del autocar por uno de ellos, la entrenadora logró mirar de soslayo, percatándose que Marcela y Julia quienes, venían tras ella estaban sin custodios, entonces, trabando la pierna derecha a un pasamano, giró, proyectando su peso contra el hombre que la escoltaba, lanzando a ambos por la puerta al empedrado exterior.
- Corran —gritó Alicia conteniendo con su cuerpo al agresor.
Marcela tomó la iniciativa y se echo a correr perseguida por dos hombre, Julia por el contrario, el miedo la paralizo, quedándose para ser atrapada.
***
- Entonces corrí y me oculté —relataba Marcela temblando—, logré ver cuando las separaron, a cinco las llevaron al otro lado de la plaza, no logre ver donde pero, a la restante la metieron dentro de una casa marrón —continúo—, en ese momento me descubrieron y tuve que correr, no se por cuantas calles hasta que me encontró.
- Pudiste ver a quien llevaron a la casa marrón?
- No, estaba muy lejos.
- No importa, podrás encontrarla de nuevo?
- Si, claro que lo haré.
- Esto es lo que haremos. —
****
Ocultos en la noche brumosa Marcela y Antonio se acercaron a la casa donde llevaron a la joven, la construcción era de dos pisos y paredes de mampostería marrón, una gruesa puerta de fresno con goznes expuestos de hierro, y tres ventanas cubiertas por postigos de madera conformaban la planta baja.
- Que hacemos —preguntó Marcela—, como entramos?
- Por arriba, hay una ventana abierta, espera aquí y no te muevas.
- Tenga cuidado entrenador —dijo la joven abrazando la cintura de Antonio.
- Descuida, lo tendré
Antonio saltó aferrándose a la parte superior del postigo, después, apoyó el pie en la pared y se impulsó por sobre la ventana hasta el alfeizar de la ventana del segundo nivel, se equilibró unos segundos y luego se incorporó ingresando por ella.
Miró en el cuarto vació, regresó a la ventana e hizo señas con la mano a Marcela, indicándole que todo estaba bien.
La joven asintiendo con la cabeza y se ocultó entre la penumbra de las jambas de piedra donde esperó.
Antonio se movió con sigilo entre los oscuros cuartos, tan oscuro como un armario cerrado. Giró hacia una escalera, su cuerpo tenso esperaba que surgieran entre las sombras. Todo despejado y suspiró aliviado pero, no podía confiarse. Descendió de puntillas, a cada escalón que crujía Antonio se detenía y esperaba, escuchaba, nada, continuaba.
Al llegar a bajo, vio una tenue luz que se asomaba entre las ranuras de la puerta al final del pasillo, ello le llamó la atención.
Avanzó, se detuvo al filo del quicio y miró al interior: Paulina, una joven de catorce años, menuda y cabellos color miel yacía recostada sobre un sucio colchón, las piernas flexionadas por sobre sus hombros era follada violentamente por un hombre, otros dos la sostenían de las manos mientras le apretaban los pequeños y firmes senos, magreándolos con vehemencia; estrujando y pellizcando los delicados pezones, un último le obligaba a chuparle la polla introduciéndola hasta la garganta.
Antonio tragó saliva, por un momento su polla cobró vida, sintió envidia de no ser él quien estuviese allí, abriendo las prietas carnes aterciopeladas de la joven, gozando de su tierno agujerito, eso hasta que miró con atención a sus violadores.
Bajo la túnica negra se le veían extremidades purulentas, dedos huesudos que se aferraban a las tersas nalgas de la chica y de entre las piernas surgía un grotesco apéndice que entraba y salía de su ano haciéndola que chillara agónica.
Antonio se convenció que debía actuar, rescatarle pero, recordó a la mujer de la posada y como esta se disolvía ante sus ojos.
—Sí no son humanos, que tan fuerte pueden ser? —se preguntó—, los otros del
callejón no parecían tan fuertes, tal vez estos tampoco.
Una respiración rápida y se lanzó, corrió los metros que le separaban en fracción de segundos. Él primero, al que profanaba el ano de Paulina le propino un puntapié en la corva proyectándolo hacia atrás, inmediatamente lo tomó por los hombros y azotó contra el suelo, al siguiente, le dio una patada en el plexo solar dejándolo sin sentido. El tercero logró quitarle el pene de la boca a la joven y amagar un golpe, el cual fue bloqueado por Antonio contraatacando con la misma intensidad, el sonido de husos rotos alegró al entrenador, sabía que era suficiente para incapacitarlo. El último gruñó en un idioma incomprensible al tiempo que cargaba contra Antonio, el cual, con una finta le esquivó, y de inmediato le clavó la rodilla en el vientre rematándolo con un codazo el la nuca.
—Estas bien? —preguntó Antonio cubriendo a Paulina con su cazadora. La chica le
abrazó llorando sobre su pecho.
—Se lo traumático de lo ocurrido, se que debes llorar pero, no es el momento
—continúo Antonio—, ahora debes ser fuerte, estos cabrones aún tienen a las demás
y debemos rescatarlas, ¿me ayudaras?
—S…si —respondió la chica sollozando— lo haré.
****
Marcela abrazó a Paulina en cuanto la vio salir por la puerta, nunca fueron grandes amigas pero, se necesitaban una a la otra, ambas se quedaron aferradas hasta que Antonio les obligo a moverse.
—vamos niñas, debemos encontrar a Alicia y las otras.
Tenemos encontrarlas, rápido, Antonio era consiente de ello pero donde buscar? Dar vueltas al pueblo y hallarlas por casualidad era sin dudas imposible. Que hacer? Cavilaba Antonio avanzando por el empedrado húmedo sin dirección alguna, suplicaba en silencio por una pista, una señal.
—Antonio…Antonio —la señal llegó
—Nadia? —respondió el entrenador acercándose a las sombras donde surgía el
murmullo.
La enfermera emergió saltando a los brazos del entrenador.
—Antonio, que alegría, no sabes lo asustada que estaba.
—Pero, que ocurrió?
—En cuanto te fuiste aparecieron dos sujetos vestidos con túnicas negras —relataba
la mujer—, me tomaron y me llevaron arrastras hasta una especie de templo, de
alguna manera, no sé como, logre liberarme y golpearlos. Lo siguiente que recuerdo
es correr por los callejones y esconderme en una esquina oscura, hasta que te
encontré.
—Me alegro que estés bien —dijo el entrenador, cobijándola entres sus brazos.
—Antonio, antes de escapar…las vi.
—Como, que, a quien viste?
—A las niñas, estaban en ese templo.
—Verdad —dijo Antonio sobresaltado—, recuerdas donde te llevaron? Podrás
encontrar el camino?
—No muy bien pero, haré lo mejor que pueda.
—Pues que esperamos, vamos por ellas.
No lo pensó dos veces, guiados por Nadia se adentraron entre las estrechas callejuelas. Antonio era un hombre tranquilo, pocas veces se enfado en su vida, mucho menos perdió el control pero, ahora estaba furioso, al punto de querer matar a todo aquel que se cruzase por delante.
Los cuatro atravesaron la plaza con su escultura y su siniestro perfil negro y sin forma. Continuaron por el costado de una casona de cuatro niveles de color rojo bermellón, y se adentraron a través de tres angostos callizos cubiertos por una perpetua oscuridad, Nadia indicó a la esquina más lejana: una enorme construcción con reminiscencias barrocas, dos imponentes figuras que aparentaban grotescas gárgolas colgaban flanqueando el pórtico.
—Es esa, me ingresaron por una pequeña puerta al costado.
El grupo se dirigió sigilosamente bordeando la esquina, hasta divisar una puerta cubierta por una gruesa capa de hollín, al fondo del callejón se encontraba el autocar aparcado.
—Esto es lo que haremos —dijo Antonio susurrando—, revisaré la entrada, sí no
hay problema les haré una señal, Nadia irá al frente, las
demás le seguirán prestando atención a la retaguardia ¿entendido?
—Si —respondieron al unísono
—Nadia, me sentiría mejor si llevaras esto —dijo el entrenador entregándole la
navaja.
—Pero.
—No lo pienses, si es necesario, entiérrala con todas tus fuerzas, no creo que sean
humanos después de todo.
****
Antonio abrió la puerta con demasiada facilidad, una sensación le recorrió la espina como sudor frió; la sensación de ser una mosca adentrándose en el nido de una araña.
El entrenador apretó los dientes e hizo la señal, las chicas se le acercaron en silencio.
El pasillo era largo, angosto y cubierto del mismo hollín que la puerta, la escasa luz que se filtraba imposibilitaba ver bien donde se pisaba y un persistente murmullo inundaba el lugar como un molesto ruido blanco. Antonio recorrió la pared con la mano para orientarse, volteando de vez en cuando para cerciorarse que sus compañeras le siguieran. Tardo en acostumbrase a la oscuridad pero, cuando lo logró, diviso un leve resplandor al final del pasillo.
Entre más se acercaban, el murmullo iba aumentando su intensidad hasta hacerse audible, eran decenas de voces orando en un idioma incomprensible, siniestro, profano. Al llegar al borde Antonio se refugio en la penumbra y miró: cosas ataviadas en capas negras rodeaban una plataforma octogonal que se elevaba uno centímetros del resto. Cosas, eso eran; una mezcla entre bestias deformes, repugnantes y bípedas que daban la apariencia de seres humanos pero, ciertamente no lo eran. Gorgojeaban un horrible cántico y se contorsionaban como presas de un frenesí demencial. En el altar, las cinco mujeres estaban desnudas y de rodillas, formaban un círculo alrededor de un profundo foso horadado en el mármol del piso.
—Bendecidas por Hastur —pensó Antonio recordando los dichos de la mujer—,
son un puto culto de depravados.
Antonio empuñó las manos y respiro hondo.
—Nadia, necesito que conduzcas el autocar, rodees la esquina, golpees la puerta
principal y luego te largues —planeaba Antonio sin voltear, no quería perder detalle
de la ceremonia—, la conmoción me dará la oportunidad de entrar y ver como
rescato a las chicas de estos maniaticos.
—No podemos —respondió Nadia—, no podemos interrumpir, Hastur emergerá
pronto.
—De que estas habla… —un dolor punzante y ardiente le inundo la espalda,
Antonio se echó la mano al costado y en cosa de segundos se le empapó de sangre,
supo enseguida que su propia navaja le había perforado un riñón — tú, tú lo…
El entrenador se desplomó apoyado a la pared, incrédulo veía como Nadia se agachaba junto a él y le hundía la navaja en su cuerpo, tres, cuatro, cinco veces. Antonio intentaba defenderse dando manotazos fútiles, sin embargo, la navaja continuaba perforándolo sin piedad; hasta que sus ojos se apagaron, estirando su mano lánguida, como intentado alcanzar algo inalcanzable, se desvaneció.
Cuatro criaturas capturaron a las niñas y las llevaron delante de la enfermera, quien las desnudo lentamente.
—Hija de puta —gritaba Marcela forcejeando—, has matado al entrenador.
—Por favor… por favor —, repetía Paulina mientras la desnudaban, consiente de
lo que vendría.
***
En el templo, las llamas de las antorchas de aceite danzaban exaltadas al compás de los enloquecidos cánticos. Un círculo de engendros rodeaba a las cinco mujeres, mientras, en un rincón, Marcela y Paulina eran violadas sin descanso.
Las dos chicas folladas por el coño y el culo sentían como las tumorosas pollas entraban y salían acompasados entre si.
—Por favor, suéltenme, déjenme ir —, pedía Paulina intentando empujar a sus
violadores.
Marcela no tenía la suerte de suplicar, tres enormes pollas ocupaban sus agujeros con desenfreno, solo podía apretar los puños y dejarse hacer deseando que acabasen pronto.
—Por favor, se los suplico, no nos hagan daño —rogaba Alicia entre lágrimas—,
no sé lo que pretendan pero, por favor suéltennos.
—Soltarlas? —repitió Nadia con sorna—, por qué las soltaría? después de todas las
molestia que tomamos para traerlas. Además, son las elegidas para ser bendecidas
por nuestro señor Hastu, ustedes son las elegidas para llevar su semilla.
—Nadia, pero, que dices?
La enfermera se detuvo entre las mujeres y el pozo, estiró los brazos y se quitó la capa negra que para ese momento llevaba puesta, quedando de esa manera completamente desnuda. Luego, se acercó a la entrenadora, tomándola del mentón le apretó la mandíbula y se inclino junto a ella, la mano libre de la enfermera recorrió la suave piel de Alicia; desde la mejilla, descendiendo lentamente por el pecho hasta llegar a sus turgencias, levantando el seno derecho lo mordió cruelmente hasta que de el brotó un hilillo de liquido carmesí, el grito de la entrenadora fue opacado por los cánticos que aumentaron de intensidad.
Con la sangre en la boca, Nadia se acercó al pozo y escupió el líquido dentro.
—Despierta mi señor de amarillo, despierta y toma tus ofrenda, para que tu linaje
perdure por los eones —ordenó Nadia.
La incredulidad llenó los corazones de las mujeres, ante ellas una forma, una gigantesca masa amorfa de decenas de fauces, tentáculos y carne purulenta emergió del pozo y se alzó hasta tocar el cielo abovedado.
Los numerosos tentáculos, cada uno con sus bocas, colmillos y lenguas se agitaban y revolvían desordenados.
Nadia dio una orden y las cinco jóvenes fueron volteadas, dándoles la espalda a la criatura, luego, las inclinaron, aplastándoles el rostro al mármol y dejándoles el culo en pompa.
Las chicas comenzaron a llorar, gritar y suplicar al percibir como los tentáculos se aproximaban, las rodeaban y se restregaban en ellas. Intentaron forcejear, luchar, escapar pero, todo fue en vano, yacían bien aferradas por los acólitos de Hastur quienes las sostenían aseguradas al piso. Otra señal y los engendros clavaron sus uñas a las nalgas de las jóvenes separándolas, dejando expuestos, sin pudor los tiernos agujeros de las mujeres.
Cinco alaridos atronadores retumbaron entre las paredes de aquel templo maldito, cinco gritos guturales, brotaron de las gargantas de las jóvenes al momento que los apéndices se abrían paso a través de sus carnes.
—Ya basta, me estas destrozando —bramaba Alicia apretando los dientes.
—Es demasiado, no lo soporto —gritó Alba, una menuda niña de catorce años
cuando, dieciocho centímetro de tentáculo ingresó por su coño.
—Deténganse, se los ruego —chillo Mónica golpeando el piso con el puño, al
tiempo que, dos tentáculos horadaban sus orificios sin compasión.
Las cinco mujeres, folladas violentamente soportaban las bestiales acometidas de la criatura que, no paraba de dilatar sus coños y culos más allá de posible.
Desesperadas gritaban, suplicaban y gemían bajo las risas histéricas de Nadia que alentaba a su señor a continuar con mayor ahínco.
Los segundos dieron paso a minutos y los minutos a horas y la bestia continuaba profanando las magulladas entrañas de sus ofrendas; sin piedad, eyaculaba, cambiaba el apéndice y continuaba la salvaje penetración: adentro y afuera, adentro y afuera y así una y otra vez. Hasta que en sus vientres germinase la semilla de Hastur.
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