Estreno anal de mi amiga Esmeralda, de 16 años
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por EsteMex.
Mi nombre es Esteban, soy de México y actualmente tengo 24 años. Leyendo relatos en esta página me animé a contar algunas de las experiencias sexuales que he tenido desde que perdí la virginidad a los 14, probablemente publique varias pero por ahora voy a contarles esta, de cuando tenía 16 años.
En ese entonces estaba en segundo año de preparatoria. Yo nunca fui uno de esos tipos guapos que tienen a todas las chicas a sus pies, pero considero que feo no era. Era (y soy) alto, de complexión media, con cabello café corto. Siempre he procurado mantenerme aseado y con un corte de cabello y vestimenta presentables, nada extravagante, para verme normal y varonil. Eso me ayudaba mucho con mi imagen y por ello llegué a lograr meterme entre las piernas de más de una jovencita (hasta la fecha) de muy buen calibre.
De la que les voy a hablar hoy se llamaba Esmeralda, casi todos le decían Esme.
Yo a ella la conocía desde la secundaria, pero nunca estuvimos en los mismos grupos y no llegamos a tener más que algún rarísimo intercambio de palabras una o dos veces por estar por casualidad en una conversación grupal entre conocidos y amigos que teníamos en común.
Ella honestamente no era particularmente bonita; tenía labios gruesos, facciones suaves, ojos y cabello color café oscuro y piel oscura también. Se veía linda cuando se arreglaba para alguna fiesta, pero su atractivo no llegaba más allá.
Era chaparrita, de un poco menos de 1.60m (yo ya rondaba 1.80m en aquellos días, así que ella era muy pequeña en comparación), con el cabello siempre suelto o recogido en una cola de caballo, muy delgadita y con un pecho más bien plano (como a mi me gustan, aunque la mayoría prefiera los pechos grandes). Pero su punto fuerte se encontraba de su cintura hacia abajo.
Empezaba con la cintura misma, estrecha como si fuera de avispa. Con esto coronaba su atributo principal: un culo de ensueño, bien redondo y paradito, un par de grandes nalgas que parecían más grandes aún por el contraste que su figura delgada ofrecía. Lo sostenía con un par de piernas morenas bien torneadas, sin un gramo de grasa, producto de sus ensayos y prácticas en el club de porristas.
Todos en la secundaria estábamos muy familiarizados con el culazo de campeonato que se cargaba; todo el mundo la veía menearlo para allá y para acá cuando caminaba, y la cosa empeoró ya en la preparatoria. Esme parecía ponerse más buena a diario; creció algunos centímetros de estatura, su cintura se definía cada vez más, su culo se hizo más prominente, aunque siempre perfectamente balanceado con el resto de su cuerpo: era grande, pero para nada gordo.
La falda del uniforme se lo apretaba de un modo delicioso y se podía distinguir a través de la tela su short o ropa interior, dependiendo de lo que llevara debajo. Más de uno intentaba pasarse de listo y meterle mano o soltarle una nalgada, pero ella los mantenía a raya a todos, a cachetadas y gritos cuando era necesario. La mayoría nos conformábamos con fantasear con poseer ese delicioso par de nalgas; yo, honestamente, en un punto perdí la cuenta de cuántas pajas le había dedicado después de tanto tiempo.
Fue a los 16 años que la fortuna me sonrió al fin. Estábamos avanzando al segundo año de preparatoria y por casualidad, nos asignaron a mi y a Esme al mismo salón de clases.
Los primeros días la cosa se mantenía como siempre y no nos dirigíamos palabra, cada quien con su grupo de amigos y ya. Yo aprovechaba, ahora que la tenía más cerca, para verla tanto como podía; cuando caminaba entre las filas, cuando pasaba a exponer algún tema, cuando se apoyaba en algún escritorio y saltaba el culo, que formaba con sus piernas una especie de corazón que me ponía mal de caliente. Incluso alguna foto le llegué a tomar en secreto, y fantaseaba cada vez más seguido con lo que le haría a semejante delicia si tuviera la oportunidad.
Con el paso de las clases, sin embargo, comencé a convivir más con ella; nuestros apellidos comenzaban con la misma letra y como nos organizaban por orden alfabético, casi siempre terminábamos trabajando juntos. Todavía había cierta distancia entre nosotros, pero ella era muy amable conmigo, bromeábamos de vez en cuando y si bien no éramos todavía muy cercanos, definitivamente nos volvimos amigos. Esta amistad, por supuesto, no hacía más que intensificar mi deseo; a pesar de que, como dije, Esme no era muy bonita, la convivencia con ella me hacía tomarle cariño y empezaba a verla más guapa y a apreciar que, si bien no tenía una belleza clásica, sí que tenía una más exótica. Mi mente no dudaba en gritarme cada que la veía que esos labios gruesos se verían muy bien envolviendo mi verga, que sus ojos grandes y oscuros, bonitos de por sí, lo serían aún más si me estuvieran mirando desde abajo, y que su carita morena definitivamente se vería preciosa si la cubriera con el blanco contrastante de una buena descarga de semen.
Yo de todos modos sólo la trataba con mucha cortesía y respeto, ocultando todos mis deseos y pensamientos y limitándome a actuar como un amigo más. Ella no parecía estar interesada en mi de cualquier forma más allá de una amistad; me trataba con amabilidad y amistosamente, pero con algo de distancia. Hasta cierto día.
Nos encargaron una tarea algo pesada, teníamos que hacerla ella y yo en pareja y era evidente que no podíamos terminarla en la escuela; yo me ofrecí a hacerla solo en mi casa, pero ella se rehusó.
-¿Y si voy a tu casa y la terminamos ahí? -me preguntó.
Me dolía rechazar la sugerencia, pero no era posible.
-Perdón, pero hay unos familiares de visita. No hay espacio para trabajar los dos ahí, y la verdad, mi familia es algo pesada. Pero yo podría hacerla en la noche, cuando se vayan ellos. Enserio no tienes que preocuparte.
-No, no. ¿Y a mi casa podrías ir? No te voy a cargar a ti todo el trabajo. No me voy a sentir bien si lo hago.
-Ok. De paso me libro de tener que lidiar con las visitas -le dije.
La idea me emocionaba mucho; a pesar de que no me hacía ilusiones de que fuera a pasar algo, me agradaba la idea de pasar una tarde con Esmeralda a solas, fuera del ambiente pesado de la escuela. Caminamos hasta su casa, bromeando y conversando en el camino hasta que llegamos a su puerta. Ella abrió con sus llaves y me hizo pasar; no era una casa muy lujosa, pero era grande y acogedora. Cruzamos una sala vacía y subimos una escalera. Yo subí detrás de ella con ciertas intenciones, pero debido a lo largo y apretado de su falda no logré mirar nada debajo por más que lo intenté.
-¿Hay alguien más en la casa? -pregunté.
-Mi mamá, pero creo que está dormida. Mi hermana todavía sigue en la escuela -contestó. Yo sabía desde antes que ella no tenía papá por conversaciones que escuché en la secundaria.
Llegamos al segundo piso y me guió por un pasillo hasta una puerta.
-Pasa, este es mi cuarto. Yo voy al baño a cambiarme y en un momentito vengo. ¿Ok? -dijo con una sonrisa.
-Va.
La miré alejarse a una puerta más adelante, y por un momento pensé en intentar espiarla mientras se cambiaba, pero la idea era muy arriesgada, y me limité a suspirar con desgana y entrar al cuarto.
Me esperaba una sorpresa adentro. El cuarto no era muy grande, y tenía una cama grande en el medio, con mesitas de noche a los lados y un closet grande en la pared contraria. La sorpresa estaba sobre la cama.
Sobre ella descansaba una pantaleta completamente blanca, algo arrugada, evidentemente usada, y una blusita blanca de tirantes. Me quedé de una pieza al verlas; probablemente Esme se las había quitado en la mañana antes de bañarse para ir a clases. Tuve el impulso de tomar la pantaleta y olerla, o lamerla incluso; me senté en la cama y la inspeccioné más de cerca, sin tocarla. Era demasiado pequeña para el culo del que Esme era dueña, y hacía juego con la blusita de tirantes; no pude evitar imaginarme a Esmeralda vistiendo el conjunto y mi verga comenzó a tomar fuerza, endureciéndose dentro de mi pantalón. Apenas estaba tomando valor para tomar la pantaleta y verla mejor cuando la puerta se abrió y Esmeralda entró, vistiendo todavía la blusa del uniforme, pero con unos jeans y sandalias. De inmediato voltee a verla, actuando tan casual como pude.
Ella iba entrando apenas cuando notó también la ropa interior sobre la cama, y pude ver que se enrojeció un poco de pena.
-¡Salte, salte! -me apresuró, riendo nerviosamente-. Pensé que estaba limpio el cuarto. En un minutito entras.
Yo sólo reí y me levanté; cuando me di cuenta, era demasiado tarde. Mi verga erecta se notaba demasiado en el pantalón y yo estaba de frente a Esmeralda. Rápidamente me giré, como para tomar mi mochila, preguntándome si me había visto. Usé la mochila para cubrirme despistadamente y salí del cuarto, sin perder oportunidad de voltear para verle el culo a Esme en esos jeans ajustados antes de salir.
El resto de la tarde transcurrió con normalidad: regresé al cuarto después de un momento, habiendo controlado ya mi erección, terminamos la tarea y comí con ella antes de volver a mi casa, ya entrada la noche.
Fue muy agradable pasar así el día con ella, y a partir de ese día pude sentir que algo cambió entre nosotros. Ella me trataba con más familiaridad, nuestro contacto se volvió más físico: me saludaba de beso en la mejilla, me abrazaba mucho, me tomaba del brazo cuando caminábamos juntos, se sentaba junto a mi en clases y me buscaba durante los descansos para comer conmigo.
La gente empezaba a hablar, sugiriendo que había algo entre Esme y yo; ambos lo negábamos de buen humor, pero ella no hacía nada para evitar que hablaran, y a mi honestamente no me molestaba en absoluto que me emparejaran con una mujer con atributos de ese calibre. Era la envidia de muchos de mis amigos por mi cercanía con ella.
Y entonces, un buen día sucedió. Se acercaba ya el fin del semestre y tuvimos una ventana de días ligeros entre semanas de tareas y exámenes. Uno de esos días Esme se acercó a mi a la hora de salida, tomándome del brazo y plantándome un beso en la mejilla, un poco cerca de los labios.
-Oye, Esteban, ¿y si vas a mi casa hoy?
-¿Me invitas?
-Ajá -sonrió-, quiero repasar unas cosas de mate. ¿Me puedes ayudar con eso?
-Pues la verdad yo para las matemáticas soy malísimo.
-No importa. Los dos aprendemos entonces -me dijo, sin perder la sonrisa, en la que ahora creí percibir cierta malicia.
Fuimos hasta su casa por el mismo camino que la vez anterior. Abrió la puerta y pasé, viendo la sala igual de vacía que la última vez.
-¿Y tu mamá?
-Ah, está de viaje, se fue con mi hermana a visitar familia en otra ciudad.
-¿Y está bien si vengo de todos modos así?
-No se van a dar cuenta -me dijo, guiñándome un ojo-. Ven, vamos a buscar algo para comer.
-¿No íbamos a estudiar? -dije, soltando la mochila en el suelo y yendo hacia ella.
-Por supuesto que no. Hoy descansamos -dijo.
Al final nos decidimos por unas frituras y cosas similares. Llenamos un tazón y nos sentamos a comer, conversando sobre la escuela y nuestros compañeros, bromeando y riendo, criticando maestros, cosas de adolescentes. De pronto, Esme se puso de pie y entró a un pequeño almacén detrás de la cocina. Regresó con una botella de tequila en las manos.
-Hay que estrenar esta cosa. Saca la soda de toronja del refrigerador.
-¿Y eso de dónde lo sacaste, enana?
-Lo compré yo.
-Ajá, como si le vendieran a menores de edad.
-Una mirada bonita al de la tienda y me lo vendió sin discutir -me dijo con complicidad.
Añadimos el tequila con refresco al menú; me regalé una buena carcajada con las caras que ponía ella al probarlo, y yo, aunque ya había bebido antes, no quise arriesgarme mucho y sólo tomé algunos vasos.
-Vamos arriba -me dijo ella, un poco más suelta por el alcohol; se veía linda ese día, con un toque de delineador negro en los ojos y el cabello recogido en una cola de caballo-. Ponemos una película o algo.
-Va.
Subimos las escaleras, riendo al ver que ella tambaleaba un poco al subir, y entramos a su cuarto. Nos sentamos sobre la cama, y de pronto, ella comenzó a reír.
-¿Qué tienes, enana? -pregunté.
-Nada, nada -contestó, recuperando el aliento-. Me acordé de la primera vez que viniste.
-¿La ropa interior en la cama?
-Ajá. Qué pena contigo.
-No pasa nada -le dije, sonriendo. Entonces no me pude contener-. ¿Era tuya?
-De mi hermana. En esos días compartía cuatro con ella. Es una puerca, en todos lados deja su ropa.
-Ah, ya decía yo que no podía ser tuya.
-¿Y eso por qué?
Me decidí a jugármela, aprovechando que ella andaba suelta por el alcohol y de buen humor.
-Es que se veía muy chica para ti.
-¿Me estás diciendo gorda? -preguntó con voz dramática exagerada.
-Eres una ridícula -le dije.
-Ya, dime -me dijo, riendo-. ¿Me estás diciendo que estoy muy gorda para esa ropa?
-Pues gorda no, pero… tú sabes.
-No, no sé. Dime.
-Estás muy nalgona. Ni en chiste te queda.
-Claro que me queda.
-Eso dices tú.
-¿Quieres ver que sí?
La conversación ya tomaba el rumbo que yo buscaba.
-Claro. Como si fueras a robarle ropa interior a tu hermana para ponértela y enseñarme.
-¿Me estás retando?
Su tono estaba cambiando. Me miraba con malicia, alzando un poco una ceja.
-Ajá. Te reto.
Sin decir una palabra, se puso de pie y salió del cuarto. No me creía lo que estaba pasando. Me quedé sentado unos minutos, sin saber qué hacer, hasta que se abrió la puerta.
Era una vista hermosa. Esme entró descalza, con las calcetas blancas de la escuela que llegaban hasta la mitad de sus pantorrillas, y con la blusita de tirantes puesta; sus pechitos, dos montes pequeños y firmes, lucían unos pezoncitos oscuros que se notaban a través de la tela. La blusa le llegaba un poco por encima del ombligo, y la pantaleta marcaba la línea de su sexo entre sus perfectas y torneadas piernas.
-¿Ves cómo sí me queda?
Yo estaba pasmado. Mi verga comenzaba a tomar dureza. Decidí que tenía que verla de espaldas, así que le hice una seña con mi dedo para que se acercara.
-A ver. Esto tengo que verlo de cerca.
Ella caminó, meneando las caderas discretamente, y se paró frente a mi. Por la diferencia de estaturas, al estar yo sentado y ella parada nuestras cabezas quedaban más o menos al mismo nivel.
La tomé de la cintura delicadamente pero con firmeza, sintiendo el calor y la suavidad de su piel en mis manos. Pasé el dorso de mi mano por su vientre, plano y liso, mientras miraba sus pequeños pechos. Ella sólo me miraba, ladeando la cabeza, medio sonriendo. Devolví mis manos a su cintura y la comencé a girar, pero ella se resistió.
-Hey, hey. ¿Qué haces?
-Ya te dije, enanita. Mirándote de cerca.
Sonrió con complicidad y dio la vuelta ella misma. No me podía creer lo que estaba viendo.
Su perfecto, grande y hermoso par de nalgas estaba frente a mi, redondito y bien parado, cubierto apenas por la pequeña pantaleta blanca de su hermana. Era como una segunda piel; la apretada pantaleta se metía entre su enorme culo en la parte de abajo. El color blanco le sentaba perfecto a su piel oscura.
-Pues me ganaste -le dije-, algo apretada pero te queda, y muy bien.
-Sí, ya me di cuenta de que te gusta cómo me veo -me dijo sin girarse pero volteando un poco la cabeza, mirando mi paquete, ya bien erecto debajo de mi pantalón, luchando por salir.
-Es normal -dije sin inmutarme, manteniéndome dueño de la situación-, con el espectáculo que me estás dando.
-Me habías imaginado así ya, ¿verdad? La vez anterior, cuando viste esta ropa en mi cama. Te pusiste así también, no lo niegues. Vi tu pantalón ese día. Estabas durísimo.
-¿Y qué hacías tú mirándome ahí abajo?
-No te hagas -me sonrió maliciosamente-, si tú siempre me miras aquí abajo también -dijo, llevando una mano hacia abajo y apretando un poco una de sus nalgas.
-¿Con estos atributos que te cargas? -le dije, dándole unas palmaditas atrevidas en una nalga- Obvio. Media escuela te mira.
-Hey, hey, confianzudito -dijo apartando mi mano con la suya y girándose para encararme-. Ahora te toca enseñarme a mi.
-¿Enseñarte qué?
-Quítate el pantalón.
-Va. Es justo.
Me desabroché el pantalón y lo deslicé hacia abajo, pateándolo a un lado y poniéndome de pie. Mi verga, desesperada por libertad, se notaba muy erecta debajo de mis bóxers.
-Wow. ¿De verdad así te pongo?
Se acercó a mi y tentativamente recorrió mi verga, que estaba apuntando hacia arriba bajo mi ropa interior, desde la base hasta la punta.
-¿No quedamos en que no se valía tocar, enanita?
Se giró, con el culo apuntando hacia mi, y lo pegó a mi verga, dejándola justo entre sus nalgas. El calor que despedía entre esos dos enormes pedazos de carne, aún con la pantaleta puesta, me estaba poniendo loco.
-Pues no sé tú -me dijo, separándose un poco-, si quieres mantenemos la regla de no tocar.
-No, por mi está bien -dije jalándola hacia mi verga de nuevo. Soltó una risita y empezó a subir y bajar, frotando mi verga entre sus nalgas de arriba a abajo, masturbándome con su delicioso culo. Yo me sentía en el cielo, con la verga más dura de lo que nunca la había tenido.
Pasé mis manos hacia enfrente, mientras ella seguía con sus movimientos, y las puse sobre sus pechos. Eran pequeños pero muy firmes y suaves. Sentí sus pezoncitos duros a través de la tela y los pellizqué un poco entre mis dedos. Ella cerró los ojos y comenzó a gemir despacito.
-¿No te estorban los bóxers? -me preguntó con voz débil-. Puedes quitarlos si quieres. Digo, para que estés más cómodo.
-Tendrías que quitarte esto tú también -le dije, bajando mis manos y metiendo mis pulgares en la parte superior de su pantaleta-. Para que sea justo.
Ella soltó una risita de satisfacción.
-Quítala.
Me volví a sentar sobre la cama y deslicé su pantaleta hacia abajo lentamente. Su culo parecía hacerse más grande mientras se desnudaba, y finalmente quedó libre por completo. Sus nalgas, amplias y morenas, parecían gritarme que me las comiera completas. Esme se dio la vuelta, permitiéndome ver su vagina completamente depilada.
Se quitó la blusa, sin perder la sonrisa, dejando al descubierto sus pezoncitos, tiernos y oscuritos.
-Ahora te toca a ti -me dijo, poniéndose de rodillas frente a mi.
Yo arrojé mi camisa a un lado y miré mientras Esme bajaba mis bóxers despacio, descubriendo lentamente cada centímetro de mi verga. No era de un tamaño demasiado descomunal, pero tenía en ese entonces un poco más de 16cm de largo y era bastante gruesa.
-Qué guardadito te lo tenías, Esteban.
Rodeó la base con su pequeña mano y empezó a subir y bajar, masturbándome de forma espectacular. Eché la cabeza hacia atrás y suspiré, dejándome llevar por el placer.
-¿Te gusta?
-Me encanta.
Incrementó la intensidad de sus movimientos, apretando un poco más su mano. Acaricié su cabeza suavemente y fijé la vista en sus gruesos labios sonrientes.
-Quieres que la chupe, ¿verdad?
-¿Tú qué crees?
-Nunca lo he hecho antes.
-¿Me vas a decir que eres virgen, enanita? No te lo voy a creer.
-Hace años que no lo soy -me dijo con voz orgullosa-. Lo hice varias veces con un ex.
-¿Y nunca te pidió que se la chuparas?
-Lo hizo pero nunca acepté. Me daba asco.
-¿Asco?
-Ajá. Pero la tuya está más grande y se ve más linda, ¿sabes? Hasta se me antoja probarla… -susurró mirándola mientras acercaba lentamente su cara.
La miró de cerca, recorriéndola de arriba a abajo con la vista, masturbándome todavía. Retiró su mano y bajó la cabeza un poco más, posando su lengua sobre la base y subiendo hasta la punta. Se sentía suave y calientita.
-Pues tan mal no está -me sonrió.
-Pruebala más, para que te convenzas.
La lamió así unas cuantas veces más, y entonces le dio unos lengüetazos a la cabeza y la rodeó con sus labios, chupándola con delicadeza. Tenía razón antes; esos suaves y gruesos labios se veían más que perfectos con mi verga adentro de ellos.
Empezó a tomar más confianza y a meterse más carne dentro de la boca, chupando de forma inexperta y alternando entre chuparla y lamerla. Se notaba que era principiante y me lastimaba un poco con los dientes, pero yo no me quejaba; cualquier mamada se siente bien, y esta era Esmeralda, la chica con quien hacía cinco años que fantaseaba, comiéndose mi verga. La pura idea era suficiente para sentirla como la mejor mamada de mi vida.
Después de un rato se la sacó de la boca y la empezó a masturbar con su mano otra vez.
-Ahora quiero probar esto -dijo, bajando más su cabeza.
Empezó a lamer mis bolas mientras me masturbaba; eso sí lo hacía de maravilla. La sensación de su lengua recorriendo mis testículos y su mano en mi verga me estaba haciendo casi alucinar, y tuve que detenerla después de un rato.
-Me vas a hacer terminar haciéndolo así de bien, Esmeraldita -le dije, deteniendo su mano y apartando su cabeza con mi mano-. Ahora me toca comer a mi.
-¿Y qué se le antoja al caballero? -me dijo susurrando con voz sensual.
Le hice una seña de que se pusiera de pie y la recosté boca arriba, poniendo su culo al nivel de la orilla de la cama, de modo que pudiera ponerme de rodillas en el suelo para comerme su cosita.
Me arrodillé y separé sus piernas. Fijé la vista en su mojada panochita, sin un solo vello, pequeña y bien cerradita. Ahora casi no le creía que no fuera virgen.
-¿Y esto te lo habían hecho antes?
-Tampoco. Eso le daba asco a él.
-¿Enserio le daba asco? -pregunté yo, y le pasé mi lengua desde abajo, en su entrada, hasta arriba, llegando a su clítoris y haciéndola estremecerse y soltar un sonoro gemido. Al hacerlo, algunos de sus jugos se recogieron en mi lengua. Tenían un sabor riquísimo.
-Eso decía él.
-Pues para mi sabe delicioso -le dije, reanudando mi ataque.
Lamí su conchita tanto como pude, bebiéndome sus jugos, jugando con su clítoris con mi lengua, metiéndola en su entrada, metiendo un dedo y luego dos mientras lamía su clítoris con la punta de mi lengua. Las chicas con quien lo había hecho antes me decían siempre que era muy bueno comiendo sus panochitas, y al parecer Esmeralda no era la excepción; gemía muy fuerte, apretaba mi cabeza entre sus piernas y la tomaba con sus manos, empujándola más hacia ella, como no queriendo que dejara de darle placer oral.
Fue después de un buen rato que decidí lanzarme por mi verdadero objetivo: prepararla para que recibiera mi verga en el agujero con el que más había fantaseado en las pajas que le había dedicado.
Me puse de pie, me recosté poniendo mi cuerpo encima de ella, sintiendo sus duros pezoncitos rozando con mi pecho, y le planté un largo beso en la boca, mordiendo su labio inferior y haciendo nuestras lenguas bailar. Sentía su tibia saliva en mi boca, excitándome aún más de lo que ya estaba. Ella sólo me abrazó a la altura del cuello y se dejó hacer, entregada a mi mientras me comía su boquita de dientes blancos y labios gruesos.
Comencé a morder y lamer su cuello, y subí lentamente a su oído, haciendo lo mismo con el lóbulo de su oreja. Su cuello y su cabello tenían un aroma dulce y embriagante.
-Ponte en cuatro -le susurré al oído, y la escuché soltar una risita de satisfacción.
-Ya te estás muriendo por verlo, ¿verdad?
Tomó mi cara entre sus manos y me pasó la lengua por los labios, lamiéndolos muy despacio. Mi verga estaba palpitando como desesperada. Mordió mi labio y me miró, divertida. Entonces me soltó, me empujó suavemente hacia atrás y se giró, apoyándose en sus codos y rodillas con el culo bien levantado, apuntando hacia mi.
Podía ver perfectamente las curvas desde su espalda a donde comenzaba su cintura y cómo desembocaba en su enorme par de nalgas, bien redondas, morenas y firmes. Lamí una, causándole cosquillas, y le di un ligero mordisco a ambas; eran cálidas y muy suaves, deliciosas.
Entre ellas se encontraba mi objetivo: su culito, bien cerrado y apretado, el principal objeto de mis fantasías con ella. Sin avisar, le acerqué mis labios y le planté ahí un besito que la hizo dar un pequeño salto.
-Hey, hey -me dijo riendo-, eso es muy abajo.
-Muy arriba en esta posición -dije yo, dándole ahora un lengüetazo que la hizo estremecerse y gemir levemente.
-Ajá, muy arriba… -susurró.
Le di una lamida más, recibiendo la misma reacción.
-¿Algún problema con eso?
-Pues no -dijo débilmente-, ya que estoy experimentando…
Esa fue mi señal. Comencé a lamer, chupar y meter mi lengua hasta donde podía, haciéndola gemir súper fuerte, casi gritar.
-¡Hmm! ¡Ahh! ¿Por qué se siente así?
-¿Cómo? -le pregunté, apenas separándome de su agujerito para hablar y volviendo al ataque inmediatamente.
-Tan… rico… como un cosquilleo… hmm…
Bajó más la mitad superior de su cuerpo, pegando sus pechitos a la cama, saltando y levantando más el culo. Pasó sus manos hacia atrás y se separó más las nalgas, dándome mejor acceso a su agujerito.
-Sí… sigue…
Me pasé un largo rato ahí, con la boca entre sus nalgas, comiéndome sin parar su culito y haciéndola gemir y moverlo como desesperada. Su panocha estaba inundada y su culo bien dilatado.
-Oye… -me dijo con voz baja, entre gemidos.
-Dime.
-¿Y si me… hmm… y si me metes algo ahí?
-¿Cómo dices? -le pregunté, pasando una mano por debajo para acariciar su clítoris y lamiendo su anito con la punta de la lengua. Ella soltó una risa de satisfacción mezclada con un gemido.
-Méteme algo, un dedo. Quiero saber cómo se siente tener algo adentro.
Pensé en comenzar con el meñique, pero ya la había dilatado suficiente y mi lengua parecía entrar bien, así que le metí un poco la punta de mi dedo medio en la vagina para mojarlo con sus jugos, y sin previo aviso lo saqué y lo metí de golpe en su culo e hice un movimiento de meter y sacar, cogiéndola con mi dedo.
Ella sólo gimió más fuerte y se aferró con fuerza a la cama. Estaba calientísima por dentro y apretaba demasiado mi dedo, pero aún así se deslizaba de adentro hacia afuera con facilidad. No tardé mucho en añadir un dedo más, abriéndole más el culo y masturbándome con la otra mano. Ya no aguantaba más; tenía que hacerla mía, y decidí que no la iba a tomar por la vagina primero de ninguna manera.
Saqué mis dedos de golpe, y sentía como su culo se estiraba, como no dejándolos ir, y apoyé mi verga erecta entre sus nalgas. Ella entendió mi plan al instante; giró la cabeza y me miró, nerviosa pero ansiosa, abriéndose las nalgas todavía con las manos, sudada, rojita de las mejillas y jadeando.
-Empieza despacito, ¿sí? -me dijo con voz baja.
Un botón se activó dentro de mi al escucharla dispuesta. La tomé con firmeza de la cintura con ambas manos, puse la cabeza de mi verga en la entrada de su culito y empecé a empujar despacio.
Era algo de otro mundo. Su culo se abría lentamente, dándole la bienvenida a mi miembro, como si se lo comiera con ansias. Era una delicia verlo en medio de esas nalgas, perdiéndose entre ellas y desapareciendo poco a poco dentro de ese pequeño agujerito. Esmeralda no paraba de gemir y jadear de dolor y placer a partes iguales; esperaba que me dijera que me detuviera, pero al parecer la curiosidad le ganaba y no se quejó ni una sola vez mientras era perforada de ese modo por primera vez.
Me apretaba delicioso, y su interior estaba tan caliente que pensé que mi verga se iba a derretir. Después de un rato, logré meterla por completo; sentía sus amplias nalgas pegadas a mi cuerpo y su panochita tocando mis testículos. Me mantuve en esa posición unos segundos y la comencé a sacar lentamente, acariciando la espalda de Esmeralda con una mano, y cuando sólo faltaba sacar la cabeza la volví a meter despacio hasta el fondo. Esme soltó un suspiro junto con un gemido de placer cuando la sintió de nuevo dentro de su culo.
Me incliné hacia ella y pasé mi mano de su espalda a su cabeza, acariciando su cabello con cariño.
-¿Cómo te sientes, linda? -pregunté con suavidad, reanudando un mete y saca muy lento, para que su interior se acostumbrara al tamaño y forma de mi verga y a ser penetrado así.
-Bien… se siente muy rico -me sonrió.
-¿Te lastima?
-Digamos que vale muchísimo la pena el dolorcito que da -me dijo con una sonrisa pícara.
Le devolví la sonrisa, apretando con la mano con que la acariciaba para sostener bien su cabello, jalando su cola de caballo hacia atrás, y quitando la que tenía en su cintura para cruzar sus brazos sobre su espalda, a la altura de la cintura, y sostener sus muñecas, sometiéndola totalmente. Sus rodillas estaban sobre la cama, su cola pegada a mi con mi miembro dentro y la mitad superior de su cuerpo suspendida, horizontal, en el aire, con los brazos en su espalda y su cabeza inclinada hacia atrás por el jalón que le daba.
-Pues prepárate, porque ya viene lo bueno.
Comencé a meter y sacar en esa posición, cada vez más rápido, manteniendo un ritmo firme y dejando mi verga ir hasta la base cada vez. Ese culo estaba hecho para ser cogido. Se abría con facilidad, dándome completo acceso hasta lo más profundo de ella, apretando mi verga mientras me movía y enviando olas de placer por todo mi cuerpo.
Esme estaba como poseída, gimiendo con la boca abierta y su lengua ligeramente salida. Sentía cada cierto tiempo espasmos en todo su cuerpo que hacían que me apretara más fuerte, haciendo que poseer ese culote con el que tanto había fantaseado se sintiera aún mejor.
Después de un buen rato sentí estar llegando a mi límite; jalé su cabello con fuerza, forzándola a reincorporarse hasta quedar arrodillada, con su espalda y sus nalgas pegadas a mi cuerpo y mi verga penetrándola con todas mis fuerzas.
-Voy a acabar -le dije al oído, mordiendo el lóbulo de su oreja-. Voy a acabarte adentro. Te voy a llenar toda, Esmeraldita, te voy a llenar completita.
Ella apenas atinó a asentir con la cabeza, gimiendo desesperadamente como estaba. Sentí una onda eléctrica recorrer todo mi cuerpo y mi verga explotó en un orgasmo en el punto más profundo que alcanzaba a tocar.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco chorros de caliente y espeso semen salieron disparados de mi verga. Asumo que Esmeralda tuvo un orgasmo al sentirlo también, pues tuvo intensos espasmos en el culo y todo el cuerpo que parecían querer exprimir hasta la última gota de mi pene.
Al fin solté su cabello y sus muñecas y cayó rendida, soltando al fin mi miembro, tendiéndose boca abajo sobre la cama, con la cola un poco alzada. Podía ver su ano bien abierto, rojo y dilatado, con una fina línea blanca comenzando a fluir hacia afuera.
Me incliné y comencé a besar sus piernas, subiendo lento, besando y mordiendo y lamiendo, llegando hasta sus nalgas, su cintura, su espalda, sus hombros, su cuello. Sentí su agitada respiración calmarse lentamente a medida que subía; cuando llegué a su cuello ya tenía todo mi cuerpo encima de ella, con mi verga semi flácida descansando entre sus nalgas. Ella las levantó y movió un poco, frotándomela con ellas, queriendo seguir sintiendo ahí mi pedazo de carne.
-Dios, Esteban. ¿Tú dónde aprendiste a hacer esas cosas?
-Práctica -le susurré, riendo.
-Pues conmigo puedes seguir practicando cuando quieras -me dijo, riendo también. Soltó un suspiro de satisfacción y continuó, subiendo una mano y acariciando mi mejilla con
ella-. Te juro que nunca me habían hecho sentir así. Sentía que me iba a desmayar en cualquier momento. Estaba babeando.
Sin contestarle, le di la vuelta, colocándola boca arriba sobre la cama y poniéndome sobre ella. Miré su carita, sus brillantes ojos cafés y sus gruesos labios, en los que le planté un largo beso. Sus pezones bien parados y duritos se frotaban contra mi pecho y nuestros cuerpos compartían calor mientras nuestras lenguas bailaban y mordíamos con suavidad los labios del otro. Mi verga, aún cansada, no tardó en volver a tomar dureza. Esme abrió los ojos como platos cuando la sintió, bien dura y palpitando sobre su vientre.
-¿Todavía? -preguntó, mordiéndose el labio inferior y tomándola con una mano para masturbarme, viéndome fijamente a los ojos.
-Te dije que así me ponías. ¿Dónde la vas a querer ahora? -le pregunté.
Ella me miró con picardía y puso un dedo en mi pecho, empujándome hacia atrás; quedé de rodillas frente a ella y ella abrió bien las piernas, separándolas poniendo sus manos en la parte interior de sus rodillas y poniéndolas casi a la altura de sus hombros.
-Por ahí de nuevo, porfi -me dijo, con voz perrísima-, pero despacito. Después de lo que me acabas de hacer creo que ya nunca la voy a querer por otro lugar.
Sin más, alinee mi verga con su culito y entré nuevamente. Entraba ya muy fácil, estando tan dilatada como estaba y deslizando con los restos de mi semen que quedaban dentro, igual de apretada y caliente todavía.
-Ya no duele -me sonrió-… Enserio no sabía que pudiera… Hmm… Sentirse así de bien… Así de rico…
Esta vez la cogida no fue tan violenta, pero sí igual de firme y profunda. Bajé la mitad superior de mi cuerpo para quedar en posición de misionero penetrándola analmente, metiendo mis manos por debajo de su espalda para abrazarla y besándola lentamente. Saboreé sus labios y su húmeda lenguita tanto como quise, y por momentos ladeaba mi cabeza para besar sus hombros y su cuello. Ella enredó sus piernas alrededor de mi y rodeó mi cuello con sus brazos, dejándose hacer, gimiendo sonoramente y con los ojos cerrados.
Sólo aceleré mi ritmo cuando sentí que estaba por terminar, y justo antes de correrme la saqué de ella, esa última fricción siendo el estímulo final que necesitaba, y vacié toda mi lefa sobre su moreno y plano vientre.
Esmeralda suspiró y me plantó un beso en los labios mientras me venía.
-Qué lindo se ve -dijo, sonriendo, mirando las líneas blancas regadas sobre ella.
Llevó un dedo a su vientre y jugueteó un poco con mi semen. Era espeso y todavía bastante abundante. Lo miró con curiosidad y recogió un poco con las puntas de sus dedos.
Cerró los ojos y llevó su mano a su boca, abriéndola y poniéndolo todo en su lengua. Lo saboreó por unos momentos y lo tragó; luego comenzó a lamer y chupar sus dedos y a recoger más de su vientre, hasta terminar de comérselo todo.
-¿Y eso tú de dónde lo aprendiste?
-Me dio curiosidad -me dijo burlona, con inocencia fingida-. Está saladito y espeso, y muy calientito. Qué desperdicio tirarlo ahí. La próxima vez dámelo adentro, o en la boca -me dijo, súper perra, mirándome a los ojos y relamiéndose los labios.
-¿Cómo es eso de "la próxima vez"? -le pregunté en tono burlón también.
Ella sonrió y me besó. Dudé un momento por lo que acababa de hacer, pero no me importó al final y correspondí el beso.
-Porque lo vamos a hacer otra vez, quieras o no -dijo finalmente.
-Pues si tanto insistes.
Estuvimos acostados besándonos un buen rato más, hasta que se hizo tarde y tuve que irme. Me vestí con mi uniforme mientras ella sacaba de su closet un short chiquito, una blusa azul pegadita y unas pantaletas. Fui hacia ella y le quité la ropa de las manos; ella me miró con curiosidad, ladeando la cabeza.
-Déjame vestirte yo.
Sonrió y alzó las manos para que le pusiera la blusa. Besé sus pechitos y mordisquee sus pezones mientras bajaba; hice lo mismo con sus piernas y nalgas y le di un beso en su panochita antes de subir su pantaleta. Era un fetiche mío enorme vestir a las chicas con quienes tenía sexo después de terminar de hacerlo.
Subí su short y la besé un rato más, manoseando mucho sus paradas y duras nalgas todavía, y finalmente me acompañó a la puerta y me fui a mi casa caminando, satisfecho por haber cumplido al fin una de mis mayores fantasías.
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