Fantasía en tres actos
Como aclaración previa, en otros foros firmo como «Vaquita». Diré que soy casada, pero siempre he tenido ganas de tener aventuras extramaritales. Mi marido me trata bien en todos los sentidos y en mis sueños las he vivido..
1er Acto.
Últimamente, al leer los relatos de algunas damas de mi condición, me ha atraído aceptar las propuestas de coito, o al menos contar y recrear las fantasías que he soñado y otras con las que me he masturbado.
En este caso, el sujeto de mi calentura literaria es uno de mis admiradores con quien he tenido deliciosos roces y propuestas quien de muchas maneras, delicadas unas y otras muy lascivas, me ha confesado que le gustan mis tetas y que, al menos, le gustaría que lo dejara estrujarlas y mamarlas.
Él tiene más de 50 años, y yo 45. Me ha tomado muchas fotografías trabajando en la oficina, incluso me ha hecho acercamientos a mi rostro y a mi pecho cuando llevo escote. Una vez le envié por correo algunas fotos que tomé para mis trámites en la Universidad, desde los 18 años a los 22. “Así era yo” le dije. “Igual de hermosa que ahora”, me contestó, remitiendo el escaneo de su credencial de estudiante para corresponder. Yo siempre he sido algo llenita de la cara y mis bubis ya estaban crecidas desde los 14 años. Cuando le pregunté “¿Qué haces con mis fotos?”, me respondió “Las miro una y otra vez y me deleito imaginando muchas cosas”. “¿Qué cosas?”, insistí. “Mira, ven a mi máquina, dijo y metió una USB donde abrió una foto, obtenida de Internet donde estaba una mujer de mi porte, disfrazada de diabla, con un escote tremendo, y mi cara sobrepuesta, ¡parecía que era yo! “¿Te gusta mi vaquita?”, preguntó. Yo solté la carcajada y le dije “Seguramente tienes otras más atrevidas”. “¡Claro! ¿Recuerdas que te conocí embarazada? Tengo fotos de esa época, cuando tu primer embarazo, y también a algunas le hice su ‘tratamiento’ con algunas señoras de tu tipo que modelan desnudas y embarazadas”. Yo pongo cara de sorpresa y me confiesa mostrando una sonrisa lúbrica “En mi casa tengo una gran colección de tus fotos, para mi uso particular…”. Ya no pregunté más y me retiré dándole una sonrisa que capturó con su móvil.
Una ocasión, me regaló un calendario de una postal con un acercamiento donde está un bebé siendo alimentado por su madre; “Para que me recuerdes…”, dijo y me miró al pecho dando un suspiro, en seguida me dio el abrazo de Año Nuevo y deslizó una de sus manos al frente oprimiéndome una teta. Quedé estupefacta y ¡obviamente me calenté!, pues él no me es indiferente. Pero me separé sonriente, bajándole su mano. Esa tarde, decidí comenzar a escribir esta fantasía con Mario (así lo llamo aquí).
En la oficina, es la hora del receso para desayunar. Casi todos han bajado al sótano donde están las máquinas expendedoras de frituras, refrescos y pastelillos. Mario está descansando en una silla y me acerco por detrás hacia él. Lo tomo de los hombros y le restriego mi pecho en la cabeza, la cual inclina hacia arriba y me sonríe. Le beso la frente.
–¿Qué vas a hacer saliendo de aquí? –le pregunto con coquetería.
–Lo que tú quieras –me responde.
–¿Me puedes llevar a mi casa? No traje auto y mi marido no puede venir por mí.
–¡Con todo gusto! –responde moviendo su cabeza entre mi pecho y me comienzo a mojar.
Se oyen pasos y voces por la escalera, señal de que algunos compañeros regresan y me separo para colocarme al frente de Mario en la mesa de trabajo.
–Quiero tener la oportunidad de saber cómo mamas –le digo en voz baja y sus ojos se iluminan.
–¿A qué lugar quieres ir antes de llegar a tu casa? –me pregunta emocionado.
–A ninguno, sólo quiero que me dejes cerca de mi casa –le respondo y su cara deja ver un mohín de tristeza–, pero en el estacionamiento, sabré cómo mamas…–concluyo y su rostro se alegra.
A la hora de la salida, esperamos que se desocupe un poco la oficina y bajamos al estacionamiento. Nos abrazamos y viene el primer beso, así como el primer estrujamiento de chiches.
–¡Espera, aquí puede vernos alguien! –le digo y me suelta.
Llegamos a donde está su auto. Hay otros dos más un poco alejados. Aprovecho para soltarme el broche del sujetador, antes de subir al carro, mientras Mario me abre la puerta. Cuando él sube a su asiento, simplemente me subo el suéter ligero que porto y las copas del brasier, quedando mi busto al descubierto. Vigilo que no se acerque alguien y aprovecho que el respaldo del asiento nos oculta de posibles miradas.
–Muéstrame –le ordeno a Mario quien tiene una cara de enajenamiento mirando mis pezones, las líneas que en la parte superior de mis tetas ha formado la tirantez de mi volumen y la fuerza de gravedad con los años.
Mario no pierde tiempo y se pone a mamar, le acaricio la cara y el pelo como si fuese mi bebé y se me escapa la frase clásica que le digo a mi esposo en esas circunstancias: “Mama, mi bebé, mama”. Él lo hace con mayor empeño, sigue mamando la teta izquierda, presionándola con una mano y estirando el pezón derecho con la otra, dándole giros para retorcerlo. Yo disfruto sus caricias y me mojo la pantaleta. “La otra, antes de que venga alguien”, le pido y Mario cambia de teta.
–Ya, viene alguien –digo y lo separo–, vámonos –le ordeno bajándome el suéter y el brasier.
–No llegará hasta aquí –me dice metiendo su mano bajo el suéter.
–Ya vámonos –insisto, sacándole la mano de mi ropa y él arranca el auto.
–¿Te gusto cómo mamo? –me pregunta mientras yo me abrocho el sostén.
–Sí, pasaste la prueba –le respondo acariciando su pierna y subo mi mano para apretar la turgencia–, pero aún faltan otras…
–¿A dónde vamos para la siguiente prueba? –me pregunta.
–Será algún otro día cuando te examine este aparatito, más bien: ¡aparatote! –exclamo dándole más estrujones en la zona del glande donde se ha mojado el pantalón.
–¡Qué rico hubiera sido que la prueba anterior me la hubieras puesto cuando estabas amamantando! –me expresó sin remilgos.
–Hasta crees… –le respondo–. Además, ahora ya está muy colgadas y bofas. ¿Qué te atrae de ellas?
–El tamaño, la forma y los pezones guindas. Cuelgan exactamente como deben. Su consistencia y suavidad es mejor después de los embarazos. ¡Están perfectas!
–Hasta ahorita las conociste, así que no inventes –le preciso.
–El tamaño y la forma no se pueden ocultar, más en verano, cuando traes ropa ligera. El color lo he visto, no sólo algunas veces que estabas agachada sobre la mesa de trabajo. Se movían generando ondulaciones sobre tu piel cuando estabas borrando algunas líneas del documento que elaborábamos. También, cuando traías una blusa blanca y un sostén de tela delgada, los pitones parecían ojos que me preguntaban “¿Te gusto?” –explicó detalladamente.
Y sí, a veces me vestía así, pero me ponía un saco, que después, por el calor me tenía que quitar. ¿O me lo quitaba sólo frente a él cuando trabajábamos juntos en la mesa? ¿Habrá sido plan con maña que ideé inconscientemente? Lo cierto es que desde hace quince años, en que nos conocimos, él me atrajo, y creció todo al mirar cómo le brillaba la mirada al bamboleo de mi pecho.
–¿Aún puedes embarazarte? –me suelta de golpe la pregunta y yo titubeo por la profundidad de las consecuencias.
–No, la fábrica se cerró en mi segundo parto, además, a esta edad sería peligroso –contesto, dándole a entender que en el siguiente examen no será necesario el condón–. Mi marido sí probó mi calostro y la leche.
–¡Qué afortunado! Eso es delicioso… –dijo entornando los ojos.
–Se quedó con la costumbre de dormirse como bebé: con la teta en la boca. También así es delicioso… –le digo y siento en mi mano el movimiento de su pene bajo el pantalón, el cual no he soltado, a pesar de que la humedad continúa creciendo.
–Por fin llegamos. Aquí me bajo –le digo y, cuando abro la puerta para bajarme, resbalo mi mano a lo largo de su monte como despedida.
El auto queda oliendo a sexo por mis flujos y su presemen, percibo la diferencia cuando bajo y me da el aire exterior. Camino hacia mi casa y siento humedad exagerada en mis bragas, incluida una pequeña gota de flujo que escapa de ella y resbala en mi entrepierna.
Esa noche, cuando mi esposo duerme, escucho el chasquido del pezón saliendo de su boca y me pregunto por qué les atraerán las tetas grandes a los hombres. Las mías ya están bofas, pero Mario se extasió con ellas. También mi marido las alaba, y las disfruta. Algunas nacimos agraciadas y con suerte, me digo y empiezo a acariciarme masturbadoramente antes de quedar dormida…
Al amanecer, mi marido me despierta como muchas veces antes de que suene la alarma: el pito crecidísimo adentro de mí, y su boca y manos ocupadas con mis tetas. “Mámame, bebé”, le digo y recuerdo a Mario. ¿Cómo será tener a la vez una boca en cada una…?
2° Acto.
Aunque en la oficina todos teníamos nuestro escritorio con computadora y había una sala para reuniones, cuando trabajábamos dos o tres simultáneamente en una tarea común, preferíamos utilizar alguna de las mesas de trabajo, y, como es frecuente entre Mario y yo trabajar en conjunto sobre algunos documentos, preferimos el uso de la mesa, relativamente alejada, aunque no separada de la zona de los escritorios. Allí, Mario se daba gusto acercándose para ver lo que yo tenía escrito, aunque lo que buscaba era ver mi escote, y a mí ponerme de pie y agacharme, supuestamente para señalarle algo, pero en realidad era para mostrarle más de lo que él admiraba. Varias veces me franeleó las tetas en las escaleras, o me besaba en el estacionamiento y me pedía que pasáramos a la segunda prueba.
En otra ocasión, yo estaba ante su escritorio y, agachada frente a él le mostraba algunas notas; claro, mi escote lo invitaba a ver lo que a él le gusta de mí. Noté que su mano derecha estaba oculta bajo la cubierta, pero tuvo que sacarla para tomar la pluma y firmar una autorización que le pedí. Percibí en la mano el olor de su presemen, el cual me prendió y no pude reprimir una pregunta.
–¿Qué estabas haciendo con la mano abajo? Tiene un olor característico de los hombres –precisé.
–¿Qué te imaginas que hacía al ver el movimiento de tus tetas y una pisca de la areola? se me paró y me puse a jugar con el pene, el cual me saqué del pantalón–contestó sin inmutarse; firmó y bajó otra vez la mano pero ahora hizo movimientos ostentosos de estarse masturbando.
–¡Mario, se van a dar cuenta los demás! –le dije en voz baja.
–Pocas veces tengo la oportunidad de verte así y acariciarme lo que provocas –dijo volviendo a sacar la mano, mojada por el presemen y la pasó sobre la mía.
Yo me llevé la mano a la nariz y luego me lamí la zona mojada, mirándolo toda arrecha y lamiéndome imaginando que se trataba de su glande.
–Creo que ya debemos pasar a la segunda prueba. ¿Hoy nos vamos temprano? –le urgí.
–De acuerdo, pero tú también traes auto –me hizo ver que lo podrían reconocer al entrar al motel.
–Vamos a los hoteles que están a la salida de la ciudad, yo dejo el auto en la plaza comercial Perisur y de allí partimos en el tuyo –le dije de inmediato, pues ya lo había pensado antes varias veces para cuando se diera el momento.
Así lo hicimos. Desde que me subí a su auto en el centro comercial, no pude resistir la tentación de acariciarle el pene, antes de que saliéramos del estacionamiento.
–A ver, sácalo como le hiciste en la oficina. Quiero conocerlo –le solicité y me sorprendí de mi petición y el, con muchos esfuerzos se sacó la verga pues ante mi solicitud ya le había crecido bastante–. Ahora jálatela, como le hiciste allá –le pedí y Mario, volviéndome a sonar irreconocible ante mí misma, y se puso a chaqueteársela.
Yo me lancé con la boca directo a probar el presemen que le goteaba. Mario se recargó en el respaldo y me dejó hacer los mimos que antes hacía su mano. En ese momento se estacionó un auto junto al de él y tuvimos que separarnos. Echó el auto hacia atrás para salir y nos perdimos de las posibles vistas indiscretas.
Nos metimos por la carretera libre a Cuernavaca, yo seguía acariciándole el falo. Tomó la lateral y entramos a un motel llamado Hol-ha. En la caseta Mario pidió una habitación sencilla, la más económica, pues las más caras, con alberca grande, costaban seis veces más.
–Al fin que sólo estaremos un par de horas, pero sí nadaré en tu cuerpo, a ver si no me ahogo en esas tetazas que tienes –me dijo divertido.
Nos señalaron el trayecto y entramos en una de las villas. La puerta se cerró y bajamos del auto. Subimos las escaleras y, al instante de entrar nos besamos con mucho deseo. Nos fuimos quitando la ropa el uno al otro besando y lamiendo cada centímetro de piel que quedaba libre. El sofá quedó cubierto con nuestra ropa alternando las prendas de uno sobre la otra. Lo último fueron mis pantaletas que quedaron sobre su trusa. ¡Al fin probaría un hombre distinto al de todos los días! Aún no sabía lo que me esperaba, pero yo me lo quería tirar para vencer todos mis traumas y prejuicios de un solo golpe. Encuerada me acostó en la cama y subiéndose en mí me besó en la boca y puso una mano en cada masa coronada por un pezón hecho piedra. Instintivamente, abrí las piernas y sus huevos resbalaron en mis muslos. Tomé su pene y lo dirigí a mi raja que estaba hecha agua. Mario me penetró de golpe pues el falo resbaló en la hendidura sumamente lubricada y se puso a mamar mientras se movía en el mete y saca.
–¡Así, papacito, ya me estoy viniendo, no pares! –grité y seguramente me escucharon en las villas contiguas.
Mario se movió más rápido y yo sentí muchos orgasmos seguidos, ¡Nunca me había ocurrido! seguí gritando, le dije “¡Mario puto, cógete mucho a esta puta chichona!”, yo estaba al punto del desmayo y no se detuvo hasta que sentí su fuego dentro de mí. Mario gimió y me apretó el pecho con mucha fuerza para lanzar el último chorro de la eyaculación. Sólo escuchábamos retumbar el corazón en nuestros pechos y los ruidos de las bocanadas de aire que tomábamos, así como los resoplidos al expelerlo.
La vista se me nubló por la hiperventilación y me incliné para que su cuerpo cayera a la cama y pudiera yo respirar libremente. Sentí algo de frío cuando se evaporó el sudor que me cubría desde el pecho hasta las piernas. Volteé a ver a Mario para decirle “Gracias, lástima que ya no puedas preñarme porque sería una excelente culminación” y lo vi cubierto de sudor que le escurría en la cara, el pecho y el abdomen, estaba con sus ojos cerrados y seguía respirando sonoramente, pero agarrado de una de mis chiches.
Sentí escurrir desde mi panocha hasta mis nalgas el semen de Mario. Con una mano tomé lo más que pude y me lo metí a la boca. Me supo más rico que el de mi marido, quizá porque ya estaba revuelto con mis jugos.
–¿Cómo te sientes, garañón? –le pregunté a Mario, quien sólo sonrió.
–¿Por qué “garañón”? – me preguntó segundos después, sin abrir los ojos y decidí explicárselo con una acción.
–Por todo esto que me diste –le contesté poniéndome con las rodillas a los lados de su cara, dejando que le escurriera en la boca su propia lefa.
Mario se desconcertó al principio, pero cuando abrió bien los ojos y sintió mis bellos en su rostro, acicateado por el olor a sexo consumado se puso a abrevar lo que me escurría y luego me chupó con fruición exagerada, sorbiendo mis labios interiores y el clítoris. No aguanté más y lancé un grito muy agudo al tener sorpresivamente un orgasmo extra.
–¡Puto, me vas a matar de placer! –grité más fuerte al sentir los paseos de su lengua y el vacío que su boca hacía con los pliegues de mi sexo, mientras sus manos me sujetaban de las nalgas para que no me separara. No resistí más placer y me dejé caer de espaldas.
Estuvimos más de quince minutos descansando con los cuerpos encontrados, solamente acariciándonos y dándonos jalones de vellos. Bueno, yo también recibí besos y chupadas en los pies.
Mario sacó del frigobar un par de botellas de Caribe Cooler de durazno, me pasó una y nos sentamos en el sofá, sobre la ropa.
–Por lo visto te gusta hacer el sexo oral, te sale delicioso –le comenté.
–También me gusta recibirlo… –retobó, y caí en cuenta que yo no se lo había hecho–. ¿Se lo haces a tu esposo?
–Sí, y él también a mí, pero tú lo haces mejor. Nunca me había venido tan rápido. ¿A tu esposa le gusta hacerlo?
–No, sólo cuando está muy caliente ella me chupa, pero sí le gusta que yo se lo haga. Te voy a confesar algo: nunca me he venido en la boca de alguien –dijo y sonreí porque lo entendí como una petición– y tu hermosa boca me gusta para eso… –dijo y me dio un pequeño beso en los labios.
–A ver si lo logramos al rato que vuelvas a cargar baterías y combustible, porque me dejaste la vagina inundada –le contesté regresándole el beso y acaricié sus huevos–. No sé cómo sea el caso de tu matrimonio, pero según lo que me han platicado algunas amigas, a ellas no les gusta mamar verga pues sienten arcadas, y, aunque a veces lo hacen, lo que no soportan es que la pareja se venga en su boca y escupen el semen de inmediato. Por otra parte, algunas me dicen que sus parejas (así, en plural) a veces se tardan más de media hora en venirse de esa manera.
–Aunque así sea, me gustaría que lo intentáramos, y en un 69 para que tú también te mantengas en el deseo –expresó.
Platicamos más sobre nuestros cónyuges y las fantasías de ellos. Su esposa Lina me pareció con más limitaciones que yo. Le conté que mi marido fantasea, cuando me coge, que otro me estuviera dando su pene para que se lo mamara, o viceversa. Yo lo ayudo diciéndole que me gustaría estar en medio de un sándwich con él y otro de verga grande y Miguel, mi esposo, se pone más arrecho. Pero ya nada se retoma fuera de esos momentos.
También, alguna vez Miguel me confesó que en su adolescencia le gustaba esconderse para ver a su hermana cuando ella se bañaba o se cambiaba de ropa, y él se masturbaba, a veces hasta la eyaculación. Cuando me coge y lo siento desganado, le digo “Haz de cuenta que te estás cogiendo a tu hermana, dale más duro”, y entonces se excita mucho, haciéndome venir bastante antes de explotar dentro de mí.
–¿Tú alguna vez has deseado a un familiar? –le pregunté y quedé sorprendido con la respuesta.
–A veces cogemos mi hermana y yo, desde niños jugábamos escondiéndonos pues sabíamos que era malo. Cogimos ya jóvenes, después que la desvirgó su primer novio –dijo sin mayor rubor.
–¿No pensaron en que podrían arrepentirse por un embarazo? –pregunté azorada.
–Si no fuese mi hermana, la pude haber embarazado porque cuando estábamos muy calientes ella intentaba quitarse el condón para sentirme completamente, pero la convencí de que tomara anticonceptivos para que sintiera eso conmigo. Ahora ya no es necesario. Por cierto, a ella tampoco le gusta hacer el oral, Pero, ¡cómo disfruta que yo se lo haga! –dijo cuando ya habíamos terminado las bebidas.
–Pues imagínate que soy tu hermana –le dije y lo tomé de la mano para llevarlo hacia la cama donde nos acomodamos para paladear nuestros sexos.
¡Se vino rapidito! Después de eso salimos pronto para llegar a nuestras casas a la hora acostumbrada. “Ya nos bañaremos en casa”, le dije, pensando en que llegaría antes que mi marido.
–¡Hola, mi amor! –le dije a mi marido, extrañada de verlo temprano en casa–. ¿Por qué llegaste antes? –pregunté.
–Para saber a qué hora llegabas tú –dijo bromeando–. ¿Cómo te fue? –dijo dándome un beso en la mejilla y me separé de inmediato pues temí que yo aún tuviera fragancia de sexo.
–Me fue muy bien, cogí mucho, pero aquí estoy, a tiempo para que no sospeches de mí –dije continuando la broma, aunque era real lo que dije.
–Llegué antes para evitar que hicieras la comida ya que quiero llevarte a un restaurante.
–¿Así como estoy? Déjame arreglar y cambiarme de ropa –supliqué.
–No. Yo quiero ir ya, pues debo regresar al trabajo, insistió.
–¡Ah, ya salió el peine! Pensé que me querías agasajar… Vamos, sólo déjame lavar las manos –pedí para lavarme también la cara y evitar que pudiera descubrirme.
En el restaurante recibió una llamada donde le indicaban que ya no era necesario su regreso al trabajo. Así, nos relajamos, pudimos pedir bebidas de más y calentarnos con caricias bajo la mesa.
3er Acto.
Cuando estábamos en los postres, saboreando café y coñac, mi marido, bajo el mantel, metió su mano bajo mi falda y yo, calentita, le abrí las piernas para que me dedeara, ¡y lo hizo! Un minuto después, sacó los dedos húmedos y se puso a olerlos un poco antes de lamérselos.
–Creo que ya nos tenemos que ir a casa. Hueles a putita que quiere verga y ya se me paró –dijo y le apachurré el pene sobre el pantalón para ver qué tan duro estaba, y sí…
Solicitó la cuenta y yo fui al sanitario. Cuando me bajé las pantaletas para hacer pis, me entró de golpe al olfato el olor de mi panocha. ¡Eso era lo que había puesto arrecho a mi esposo! ¡Yo seguía con aroma a fornicación! Recordé que no pude asearme al llegar a casa como preveía en el hotel donde cogimos Mario y yo.
Me entró pánico. Antes de levantarme me tallé muy bien esa zona con papel higiénico, incluso metiéndolo en mi raja lo más hondo posible. Cada trozo de papel salía baboso, lleno de flujo y lefa. Al ir a lavarme las manos, tomé dos trozos de toalla de papel y los humedecí muy bien en el lavabo para irme al privado a limpiarme lo mejor posible los pelos de la cuca que seguramente también traía pringosos. y volví a repetir la operación limpieza con el papel higiénico.
–¿Por qué tardaste tanto? Ya pagué, estaba a punto de pedir ayuda para que alguna empleada te fuera a buscar al sanitario –dijo.
–¡Qué exagerado eres! –expresé con una sonrisa.
Al llegar a casa, lo primero que hizo fue magrearme las bubis y llevarme a la cama para encuerarme. Chupó las tetas y continuó encuerándome y encuerándose. Cuando bajó la pantaleta, el olor de mi panocha lo hizo lamer, primero delicadamente, pero luego me chupaba con fogosidad, metiendo y sacando la lengua lo más que podía.
–Sí que estás caliente, putita, el flujo te sale a chorros –me dijo mientras absorbía lo que salía– Además está más sabroso que otras veces –dijo, y yo recordé ese sabor
Mi marido se refería a la mezcla de mis jugos y el semen de Mario, el del líquido que pocas horas antes me había escurrido desde la vagina y el cual tomé para probarlo. ¡Le gustó!, no había duda. Se quitó la ropa, aproveché para subirme en él y cabalgar un poco. Me separé para colocarme en 69.
–A mí también me gusta chupar paleta… –le dije antes de meterme su pene en la boca.
Sí, la pátina del amor consumado entre Mario y yo, sabía deliciosa en el pene de mi marido, y éste seguía disfrutando en mi cuca el mismo sabor que yo. También se puso a lamer mi entrepierna, el periné y la parte inferior de mis nalgas, todo el lugar que su olfato le indicaba el olor a sexo. Al poco tiempo me acostó bocarriba y me penetró; me abrazó con pasión enfebrecida y se movió dándome muchos orgasmos antes de venirse abundantemente. Volví a sentir que el escurrimiento llegó a mis nalgas, ¡lo mismo que unas horas antes! Se bajó, se puso en la posición que acostumbra dormir: prendido de mi teta y yo acariciándole la cabeza como a un bebé. Quedamos dormidos.
A mí ya me andaba por volver a coger con Mario y se dio la oportunidad pronto. En la oficina se haría un inventario-auditoría para la cual sólo estábamos requeridos en el inicio del día con el fin de dejar archiveros y escritorios abiertos. Así como la relación de documentos. Por lo demás, era un día libre, pero no se lo comenté a mi marido, Mario y yo teníamos otros planes.
En la noche previa, le hice una rusa a mi marido y me unté bien las tetas, dejé a mi marido agotado con todos los juegos previos y durmió de corrido, pero esa mañana me desperté con él encima y me dio una cogida excelente. Se vino bastante y se metió a bañar porque debía llegar muy temprano a su despacho. Yo me puse mi bata y fui a prepararle el desayuno. En los preparativos del desayuno, me empezó a escurrir su semen en las verijas, de inmediato supe lo que haría al rato con Mario, así que decidí no bañarme.
Al legar a la oficina, ya había compañeros administrativos dando instrucciones sobre lo que deberíamos hacer. Fue sencillo y quedamos liberados.
–¿Quieres que vayamos juntos a otra parte…? –le dije a Mario.
–Dime a dónde –contestó alegre.
–Por el mismo camino que la vez pasada, pero vi un motel antes –le dije recordando uno que lo pasamos y yo pensé que allí se metería.
–Dime cuál, porque hay como cuatro o cinco antes –y recordé que sí, pero sólo se me quedó el nombre de uno.
–El primero, se llama “Costa del Sol” –contesté.
–Vamos a ése, pero el primero en la carretera se llama “Villa Nueva” –me enmendó.
–¡Uy, qué conocedor…! ¿Cuántos conoces? –pregunté.
–Sólo unos cuantos, a donde vamos mi hermana y yo –precisó.
–Quiero uno con yacusi, yo pago el excedente porque no me bañé hoy y hay más tiempo para retozar, incluso en el agua – me apresuré a contestar con doble intención: que no fuera a creer que yo quería aprovecharme de su calentura, y dejarle ver que iba a encontrarse con un sabor extraño.
–El que mencionaste tiene habitaciones con yacusi y otras con alberca, tú dices.
–Lo que cueste menos. Nos vemos en el estacionamiento de Perisur, sígueme – contesté al separarnos para subir cada quien a su auto.
Al llegar a Perisur, dejé mi auto y me subí al suyo y continuamos charlando. Yo tenía curiosidad de que él tomara muy naturalmente que cogiera con su hermana, además de platicármelo sin pisca de rubor.
–¿Alguno de tus familiares o amigos sabe que ustedes, tu hermana y tú tienen relaciones sexuales? ¿Cuántos años tiene ella? –pregunté con suma curiosidad.
–Bertha, mi única hermana, tiene tres años menos que yo, acaba de entrar a la menopausia. Tiene un hijo, del cual no se quiso hacer responsable el novio cuando la embarazó. Nadie sabe que cogemos, sólo tú –me dijo en tono de advertencia.
Al notar mi interés, siguió contándome del asunto. Me confesó desde la juventud estaban enamorados uno del otro, al grado de que, cuando desapareció el novio, Mario desistió de casarse y dedicarse a cubrir las necesidades de ellos, pero ella no lo permitió y lo animó a continuar el noviazgo, que pronto concluyó en matrimonio. Por su parte, Bertha le dijo que ella no vería a nadie más, pero que sí le encantaría que siguiera cubriendo sus necesidades sexuales. “Por dinero no hay problema”, me dijo, pues Bertha ha ganado lo suficiente, además de que los padres estipulan en su testamento que, salvo una propiedad que será para Mario, todo lo demás será para ella. Ella vive con sus padres, en su casa y prácticamente ahorró todo su sueldo, que no era poco, e invirtió una parte en un negocio que ahora administra su hijo. “Me gusta hacer el amor con ella”, insistió. “También con mi esposa y con esta chichona” señaló apretándome el seno cuando llegamos al hotel.
Entramos a la villa asignada, al bajar del auto él tomó una botella de vino blanco y dos copas que traía en el auto. Subimos las escaleras y comenzaron los besos cuando descorchó la botella.
–¿Me dejas bañar? –le dije abriendo la llave del yacusi al tiempo yo que me quitaba la ropa y él servía las copas.
–Primero lo primero –dijo, al quitarse la camisa y ofrecerme una copa– ¡Salud, por la chichona más hermosa! –dijo y chocó mi copa con la suya. Mario continuó quitándose su ropa y mostrando toda su turgencia.
–¡Salud! –contesté y tomé el primer trago–. ¡Está frío!, ¿a qué hora lo enfriaste? –pregunté y me quité la última prenda.
–Estuvo toda la noche en la nevera y lo traje en una bosa para cosas frías –Me dijo, y apuró todo el contenido. Yo hice lo mismo y dejamos botella y copas sobre el buró.
Me jaló hacia la cama, donde él se acostó antes y me monté en su pene de un sentón. Me inclinó hacia él para mamar mis chiches, abriendo la boca enormemente. “¡Qué rica estás!”, me dijo y siguió mamando a gusto.
–¿Te está gustando? –pregunté para saber si había notado el sabor.
–¡Son divinas estas tetas, claro que me gustan! ¡Qué bueno que no dejé que te bañaras antes! –Expresó solo dejando de mamar cuando hablaba.
–Es que son tetas con crema… –dije y miré para observar su reacción, pero él siguió lamiendo con mucha glotonería.
–Bienaventurado tu marido que sabe usarlas muy bien –dijo al soltármelas– Nunca había probado este postre, ni con mi crema… –expresó moviendo su pubis– También me encantó la mamada que me diste la vez pasada, ¿lo harás otra vez? –preguntó y di varios sentones en su tronco.
Me levanté para cerrar la llave del agua pues el yacusi comenzaba a desbordarse y regresé a la cama, directamente a chupar su falo. “De una vez quiero probarte”, dije. “Yo también, antes de que te bañes”, expresó sabiendo que se iba a encontrar al hacer el 69.
–¡Qué rico exprimiste a tu marido! ¡Estás con los pelos pegados y las piernas chorreadas! –gritó y se puso a chupar y lamer con mucho ahínco.
–¡Ah, ah, ah…! –decía yo a cada orgasmo, pero continué haciendo lo que Mario quería.
–¡Qué puta tan experta! –gritó al venirse y siguió lamiendo hasta que me dejó limpia.
Serví otras copas de vino, mientras Mario estabilizaba su respiración. “Puta”, dijo al chocar su copa con la mía. “Puto”, le respondí. Sentados, recargados en la cabecera y acariciándonos, se terminó la segunda copa. Mario sirvió la tercera y nos pusimos a platicar.
–Sólo recuerdo haber tomado atole de flujo y semen cuando mi hermana andaba de novia, y me gustó mucho. Pero nunca había probado las tetas con crema, también me gustó el sabor, más en estas que tienen la suavidad precisa para adaptarse a toda la cavidad bucal –dijo saboreando el vino y jalándome un pezón.
–Y yo que quería bañarme para no molestarte –dije mintiendo vilmente –¿Entonces sí se nota el sabor del semen en la vagina? –pregunté, recordando que Miguel me chupó muy rico tres horas después que Mario se vino en mí.
–¡Claro que se nota la diferencia!, te dije que venías muy cogida, con los vellos pegados y las piernas chorreadas… ¡No me digas que la vez pasada…! – se quedó mirándome con gesto de interrogación.
–¡No!, la vez pasada sí me había bañado en la mañana, y pasaron cuatro o cinco horas después que mi marido me cogió –le informé.
–Pregunto por él, mi vaquita. ¿Te mamó? –aclaró.
–Pues sí, no tuve tiempo de bañarme porque me llevó al restaurante apenas llegué, pero ya había pasado tiempo, eso fue cuando regresamos a casa –expliqué, tratando de disminuir su temor–. Además, en el restaurante me limpié lo mejor que pude con papel sanitario y toallas mojadas –concluí.
Pues las toallas habrán limpiado tus pelos y las chorreaduras, pero el sabor no se va fácilmente, menos con la cantidad que me ordeñaste –aseguró incrédulo–. ¿Te dijo algo al chuparte? preguntó curioso.
–No, pero sí me chupó más gustoso que otras veces… –aclaré.
–Es que tú sabes muy rica, y venida, sabes más rica –dijo entornando los ojos–, y no me refiero a la venida de otro, sino a la tuya. Pareces río cuando te vienes.
Continuamos cogiendo, platicando y chapoteando en el yacusi, hasta que se acabó la botella y nos retiramos a la hora acostumbrada. Por si las dudas, yo me tallé muy bien para quedar limpia.
Al llegar a mi casa, terminé de hacer la comida que inicié a preparar desde la noche anterior, como es frecuente, y me puse a esperar a mi marido, como buena ama de casa hacendosita.
Ya en la cama, al parecer, yo aún andaba con las feromonas libres pues mi marido se fue con la nariz directamente a la vagina. Yo abrí mis piernas y su lengua entró a explorarme. ¡Me calentó! Le tomé la cabeza y me tallé la concha con su cara para pajearme recordando las chupadas que me dio Mario.
–¡Ya cógeme! ¿O es que necesitas otro más para eso? –le grité y me penetró dándome un beso.
Antes de abrazarme se metió una teta a la boca y se movió hasta venirnos. Quedamos sudados. Apagué la lámpara y me abracé a Miguel.
–Tu panocha olía y sabía riquísima. Ya me la imagino cómo la dejé ahorita, mañana en la mañana quiero chupártela. También imagino cómo te quedaría con dos o más leches distintas –confesó.
–Eso de que me coja otro sólo me lo has dicho cuando me estás cogiendo, y supongo, porque quieres calentarme con la calentura que en ese acto tienes, pero en este momento, me suena extraño. ¿De veras quieres que me coja otro junto a ti? –pregunté azorada.
–Sí, he imaginado verte cogiendo con otro, y que después de que te deje cogida, meterte la verga y resbalarme en tu pepa para darte toda la carga de mis huevos –contestó mientras me dedeaba la panocha.
–¿Y ya has pensado en quién te va a dar ese gusto? –dije jalándole el pellejo del falo.
–Sí, pero no sé si tú quisieras a alguien en particular –preguntó, abriendo otra posibilidad.
–¿Ya has hablado con el que tú pensaste? –pregunté asombrada.
–Aún no, pero si tú quieres, sugiéreme a alguno de mis amigos, o de los tuyos… –expresó.
–Mañana sábado, después de que te tomes tu atole, seguimos platicando –dije y le di un beso en la nariz, reseca por los jugos que abrevó.
Tres actos y tres (¿o más?) jaladas de mi parte. A mí también me gustan chichonas. Me gustaría verlas, aunque sea en foto, porque hay algunas que merecen limpiarlas con la boca, después de haber trabajado en una rusa y esparcir el amor cpmpleto que han sacado. «Vaquita» es un buen nombre. Te imagino en época de lactancia.
Puta y chichona… Así me las recomendó el doctor, y si son nalgonas está mejor. ¿Eres nalgona? A lo mejor yo puedo hacer el papel del hombre, distinto de tu marudp, que quieres que te apachurre…
Yo me apunto para que te entrenes en poner cuernos, Vaquita,
Sí le he hecho unas rusas a mi marido, pero me baño antes de dormirme para darle su teta. Mis ancas están apetecibles, dice mi marido cuendo me da amor por allí, además de acompañar su néctar con nalgadas.
Además del atractivo que yo no conozco, pero sí les has compartido a otras en foto, ¿qué otras gracias tienes?
Quiero con Mario, si este año no se me hace, te prometo que lo consideraré. ¿Puedo pedirle a Mar tu catálogo?
Pues cuando yo me decidí a echarme un palo fuera de casa, fue por calentura. Pero el sujeto hizo más, encendió otros deseos que yo no había probado, quedé atada a él. Ya no lo solté, de eso ya son 15 años…
Así que ya sabes para dónde vas si Mario te da sorpresas positivas. Sí, mi marido salió beneficiado, cogemos mejor y da más leche.
Vas muy bien en la fantasía. Calientas bien. A ver si te animas a llevarlo a la práctica, con las variantes que la realidad imponga. Tienes con qué.
¡Sí que imaginas rico! ¿Qué tal si fuera verdad?, lo que nos contarías…
Me encanta leer cómo le das «tetas con crema» a tu amante; así, en mi fantasía, le preparé ese rico bocado a Mario. La verdad, tengo temor a varias cosas que mis prejuicios dicen que está mal hacerlas, pero si se da, a ver qué resulta. Quizá no pase de un simple acostón para calmar la calentura sexual…
Yo no voy a empezar. Sí le seguiré dando cinito privado, pero yo no le voy a decir «Vamos a coger», así que no es entrenamiento.
Hazla realidad.
Esta obra fantástica considérala como una planeación de algo que llevarás a buen término en la realidad. Si Mario resulta ser lo que parece, mal harías en no tenerlo de amante de planta. Ten la seguridad de que tu marido también saldrá beneficiado, los cuernos no son tan malos. Escucha esta canción de Ana María Drack titulada «Los cuernos»:
https://www.youtube.com/watch?v=ynhB5Hrk3LI
¡Ja, ja, ja! Canción muy chistosa. Busqué en Google y dice que es de 1976, y que en 1978 sacó otra titulada «Está prohibido» que hace loa del adulterio. A juzgar por las fechas, y por tus publicaciones, ella debió servirte de inspiración para exhibir tu ninfomanía.
Yo no padezco ese mal, pero a veces siento unas ganas tremendas de que me apachurre otro cuerpo distinto. Ese amigo Mario se acerca demasiado para aminorar mis inquietudes.
En mi caso, pienso mucho para pasar de mis fantasías a la realidad, quizá mi marido no merece que lo engañe.
¿Qué será que las tetas jalan mucho?, también las nalgas, no sé a qué se deba. Y lo mejor: te sirven para escoger a quién dárselas, junto con todo lo demás…, claro. ¡Anímate! Me gustó tu fantasía, está muy caliente. Ahora, pasa a la acción con Mario.
Estoy animada, sólo espero que Mario lo pida. Los ejemplos de ustedes me indican que hay mucho que ganar.
Casada. Aunque siempre he tenido ganas de tener aventuras extramaritales, las he calmado, no sólo porque mi marido me trata bien en todos los sentidos, sino porque en mis sueños las he colmado. Últimamente, al leer los relatos de algunas damas de mi condición, me ha atraído aceptar las propuestas de coito, o al menos contar y recrear las fantasías que he soñado.
Mi nike en otros foros es «Vaquita», porque soy tetona y uno de mis admiradores con quien he tenido deliciosos roces y propuestas así me dice de cariño.