Fetén Capítulo 1 El Tarro De Galletas
Se un buen vecino..
Capítulo 1
El tarro de galletas
Arribaron en la mañana, era día del padre, lo recuerdo porque Estela me felicitó y le aclararé que no tenía hijos. La mudanza tardó unas seis horas en subir sus cosas hasta el último piso, eso provocó quejas en algunos inquilinos, situación que consideré de muy mal gusto. Sin saber siquiera quienes llegaban, decidí que era correcto darles la bienvenida y de paso ofrecer mi ayuda si la necesitaban; también servía para demostrarles que no todos éramos imbéciles en ese lugar. Ahí conocí a Estela, que como ya conté me felicitó erróneamente, después me presentó a sus hijos, Diana y el pequeño Juan. Finalmente me presentó a su esposo, que también, como el niño, se llamaba Juan. Traté de no juzgar, pero la asimetría en las edades era mucha. Ella no tenía más de treinta y él seguramente superaba los sesenta. Ayudé a subir algunas cosas y los cuatro se portaron muy amables. Cuando me despedí, Estela me miró y sonrió de una manera que nunca olvidaré, era como si me dijera: “nos veremos pronto.” Fue casi imperceptible, pero se convirtió en el hilo conductor de toda la historia que vendría después, de hecho, esa mirada fue tan sutil, que me hizo dudar si había existido o no esa intención, así que traté de no pensar mucho en eso.
Pasaron algunos días y olvidé casi por completo a los nuevos vecinos. Tenía que entregar un artículo para un par suplemento de cultura y eso me mantuvo absorto. Cuando estaba por dar una última revisión al texto sonó el timbre. Abriendo me encontré con Estela, noté de inmediato su belleza, era como un golpe que aturdía, no es que durante la mudanza no me percatara, pero entre tantas cajas, muebles, subir y bajar la mente está en otro estadío. Traía en las manos un tarro de vidrio lleno de galletas, con una hermosa sonrisa me saludó.
– Hola vecino ¿cómo estás?
– Hola, muy bien, ¿y tú? ¿Ya terminaron de acomodarse?
– Vamos un poco lento pero en un par de días terminamos.
– Las mudanzas suelen ser un poco tardadas. ¿No?
– En realidad son un fastidio, pero ni hablar, hemos de completarla. Te he traído un regalo.
Estela alargó los brazos ofreciéndome el tarro con galletas, lo único que podía hacer era recibirlo, agradecer e invitarla a pasar.
– Muchas gracias vecina. Pasa. Está un poco desordenado, pero no más que tu departamento, creo.
– Gracias. Difícilmente estará más caótico que el mío.
– ¿Tomas café?
– Si claro.
Le ofrecí asiento en el comedor. Ella lo aceptó comenzó a inspeccionar el lugar, observaba especialmente las paredes. Tenía recortes de mis primeros artículos publicados y algunos retratos de escritores y músicos que admiraba. Fui a la cocina a calentar el agua en la tetera y regresé para sentarme frente a ella, puse el tarro en la mesa y lo destapé.
– No te hubieras molestado en traerme las galletas.
– Primero pruébalas, tal vez la molestia sea quedártelas.
– No lo creo, se ven bien y huelen mejor.
– Pero no te las hice ni para que las veas ni para que las uses de perfume.
Me gustaba su mordacidad, las palabras eran agudas, pero las decía de forma tan amable que parecía que nos conocíamos de toda la vida. Eran como pequeñas bromas de viejos conocidos. Aún así me interesó más otra cosa:
– ¿Las cocinaste para mí?
– Te has portado increíble con nosotros el otro día, especialmente calmando a los vecinos.
– No fue nada, son unos idiotas. Solo hasta que vives el día a día en un edificio como éste, te das cuenta de los especímenes que trabajan en las oficinas, su psique es muy frágil. Muchos de ellos seguramente odian esos trabajos, y para ser sinceros, su vida en general.
– Se les nota. La del primer piso come aparte. ¡Qué pesada es!
– Es la administradora, se siente dueña del edificio, pero es inofensiva, bueno, mientras pagues el mantenimiento.
– Lo tendré en cuenta. Tú no pareces frustrado. ¿Escribes?
– Así es. ¿Soy tan obvio?
– Vamos, que esos artículos en la pared te delatan.
– Lo sé. Pensarás que soy jactancioso, los he querido quitar, pero como fueron mis primeros, tengo especial cariño por ellos, además, no recibo muchas visitas.
– Por mí está bien, no creo que seas un pesado. ¿Sólo escribes artículos?
– Publiqué un par de libros y ahora mismo estoy preparando otro.
– ¿Un tercero? Supongo que les fue bien a los anteriores.
– El primero está olvidado. Si alguien quisiera leerlo tendría que ir a alguna librería de segunda mano. Si tiene suerte, podría encontrar una de las cuarenta y siete copias que se vendieron. El otro, es un thriller, que afortunadamente va por su tercera edición.
– ¿Por qué le fue mal al primero?
– Entre otras cosas, porque es una novela erótica. El erotismo sigue ofendiendo a mucha gente.
– A mí no.
Estela sonrío, su mirada era la misma que el día de la mudanza. Supe entonces que no había imaginado esa intención. Me acaloré un poco, esa mirada comenzaba a gustarme. Pero existía otra cosa intrigante. Había un acento que no era de esta ciudad, posiblemente ni de este país. No estaba seguro de preguntarle, las identidades pueden ser un tema delicado. Pero por otro lado, ella se mostraba como una persona franca y calculé que no la molestaría. Funcionaba también para cambiar de tema y no mostrar que su mirada me afectaba.
– ¿De dónde eres? Cuéntame algo de ti.
– Nací aquí, en esta ciudad. Pero se a que te refieres. Es por mi acento, ¿verdad?
– Si, suena a una mezcla de varios.
– Y lo es. Te explico. Mi madre es andaluza, mi padre es de Andorra, pero es más andaluz que ella. Mi infancia la viví aquí en México pero a los diez nos fuimos a Sevilla. Ahí, después de varios años conocí a Juan, él es argentino, así que cuando nos casamos me llevó a Buenos Aires, aunque vivimos un tiempo en Córdoba. Córdoba
Argentina, no Córdoba, Andalucía. Justo cuando decía Andalucía, la tetera silbó. Fui a la cocina a apagar la estufa y preparar los cafés. Regresé a la mesa para continuar con la plática, pero antes quería probar la primera galleta. Saqué una del tarro y le di una mordida, después tomé un pequeño sorbo de café.
– ¿Y bien? ¿Cómo me quedaron?
– ¡Deliciosas vecina!
– Creo que tendríamos que empezar a llamarnos por nuestro nombre. ¿No crees Leonardo?
– Tienes razón. Quedaron ricas las galletas Estela.
– Receta de mi esposo. Su abuela las hacía cuando era niño.
– Muy buenas. ¿Tú no quieres?
– Si.
Sacó una del tarro, cuando la mordió volvió a darme esa mirada, ahora sin sonreír. Era la tercera vez que lo hacía y en ésta, tendría respuesta. La miré de la misma forma y estuvimos varios segundos así, viéndonos y masticando galletas. En el crujir de cada masticada sentía aumentar la atracción entre nosotros. Ella le dió un sorbo a la tasa e interrumpió el momento.
– No solo vine aquí para darte éste frasco. Lo que realmente me interesa saber, es si mañana quisieras ir a nuestro piso y acompañarnos a comer.
Ni siquiera tuvo la intención de preguntármelo, lo dijo como si hubiera pensado en voz alta. Después de esos segundos de atracción, resultaba evidente lo que iba a responder. Pero yo tenía una pregunta más y ya no me importó la obviedad.
– ¿Juan estará ahí?
– Juan mi hijo si, Juan mi esposo no, él viajó a Argentina. Una emergencia familiar.
– Me encantaría ir.
– ¿Dependía si estaba mi esposo, tu decisión?
– Un poco.
– ¿Por qué?
– Por cómo nos miramos hace un instante.
Estela volvió a poner esa mirada, sonrió y se dirigió a la puerta. La acompañé y saliendo me dijo:
– Te espero mañana, comemos a las 4pm.
– No te tomaste tu café, sólo le diste un trago.
Se acercó a mi oído y como si me dijera un secreto susurró:
– A ese café no le di un trago. Me pasé la galleta, junté lo que pude de saliva y la escupí en la tasa para que tú la bebas. Ciao.
Se despidió con un beso cerca de la boca. Su aliento era cálido y con un dulce aroma a saliva, esa misma que me había dejado en el café. Luego desapareció subiendo las escaleras. Mi cuerpo reaccionó de inmediato aumentando su temperatura. Cerré la puerta y me senté frente a la tasa, frente a su saliva. Aún tenía ese olor en mi nariz. Sin pensarlo más, bebí esa mezcla de un solo trago, lento y calmado, tratando de percibir lo que su aroma prometía. Tristemente el sabor del café negro era muy fuerte, pero para mí, el saber que había tragado esa saliva, era suficiente. El resto de la tarde no pude pensar bien, escribir fue imposible, leer menos; entre cada párrafo recordaba su aliento y los siguientes cinco renglones solo repetía palabras sin entenderlas. Por la noche, no dormí bien. La incertidumbre que provocaba la atracción entre los dos, ocupaba todo pensamiento.
Al día siguiente, llegar a las cuatro de la tarde fue complicado, el único momento en que pude distraerme fue cuando decidí ir a la fonda argentina que estaba a unas cuadras para comprar el postre. Ya había comido ahí una vez y recordaba unos alfajores muy ricos. Lo más probable es que los niños hubieran crecido en Argentina, seguro los disfrutarían. Regresando a casa me di cuenta que casi era la hora. Estábamos en verano y aunque el sol pegaba, hacía algo de viento fresco, seguramente llovería en unas horas. Entré al departamento por una chamarra y subí. Toqué el timbre a la hora exacta, después de unos segundos Estela abrió la puerta. De inmediato sentí el calor del departamento, que lógicamente estando en el último piso, todo el día recibía la luz del sol.
– Hola, ya te esperábamos. Adelante.
– Hola, traje postre.
– No esperaba menos.
– Son alfajores, los compré en una fonda argentina que está a unas calles de aquí.
– ¡Uy! Ya con esto mis hijos te amarán. Siéntate voy a dejar ésto en el refrigerador sino se derriten.
Tomé asiento en el love seat de la sala, un sillón color rojo muy cómodo que me permitía ver a Estela alejándoselos y entrar a la cocina. Me sentí un poco ridículo en camisa de vestir y chamarra, el lugar era muy caluroso. Ella vestía solo una blusa con tirantes, unos shorts pequeños y tenis. Me pareció lógico su atuendo. El cuerpo era delgado, piernas con curvas pronunciadas y tobillos gruesos, realmente muy bellas. Me hacía pensar que en algún momento de su vida practicó ballet. Cuando ella regresaba a la sala, se lo pregunté, mientras se las miraba:
– ¿Hacías danza o ballet?
Ella se sentó a mi lado me subió una pierna y con una bella sonrisa me dijo:
– Es la manera más linda que alguien me ha dicho que le gustan mis piernas.
– Son muy bonitas.
Se acercó lentamente mirando mis labios y me dió un beso, apenas sacó la lengua para tocar la mía, casi como un reflejo acaricié la pierna que tenía encima desde el tobillo hacia el muslo. Ella terminó ese beso con otro pequeño beso en mi labio superior. Había sido un lindo primer beso y el calor en ese momento ya era insoportable.
– ¿Por qué has venido con tu americana? ¿No te la quieres quitar?
– Urge. Muero de calor.
Con sus manos, deslizó la chamarra hacia atrás dejando que la gravedad hiciera el resto y me dió otro beso rápido en los labios.
– Así está mejor. Ahora vamos a comer, voy por los niños.
Quedé solo, fue mi turno para escudriñar su departamento. Era más grande que el mío, ya que tenía una tercera recamara y unas escaleras que seguro conducían al roof garden. Noté que la mesa para cuatro estaba puesta. Había cajas de cartón por doquier. En las paredes, aun faltaban los cuadros, que estaban envueltos en plástico burbuja. Llamó mi atención un trofeo junto a una lámpara, coronado por una patinadora sobre hielo en la cima. ¿Esa era la razón de sus espectaculares piernas? Empecé a escuchar gritos y risas de niños. Los tres llegaban a la sala. Cuando voltee, vi a Diana y a Juan con el torso desnudo y solo en calzoncillos. Traté de ocultar mi sorpresa, pero no pasó desapercibida por Estela.
– No quisieron vestirse, dicen que hace calor.
– Por mí está bien, no pasa nada. Sólo que no lo esperaba.
– Hola Leonardo, ¿Cómo estás? – saludó muy formal el pequeño Juan. Su tez morena clara era igual a la de su madre.
– ¿Qué tal Juan? ¿Cómo estás? – le dije mientras me levantaba para estrechar su mano.
– Hola, – interrumpió Diana, parándose enfrente -. nos dijo mamá qué traes alfajores.
– Así es. – respondí sonriendo. A diferencia de su madre, Diana tenía la piel muy blanca, pero con los mismos ojos verdes.
– ¡Oíste Juan! – volteó para comentarle, más bien gritarle a su hermano-. ¡De postre hay alfajores!
Los dos niños se pusieron a bailar y luego abrazados saltaban repitiendo sin parar el nombre del bocadillo, en lo que me pareció la reacción más exagerada de la historia por un postre. Estela me tomó del brazo y les dijo:
– Ya tranquilos, vamos a sentarnos a la mesa.
La pasamos bien durante la comida, Estela cocinó un par de platillos estupendos. Los niños fueron divertidos y ocurrentes, a la vez de ruidosos. Comieron lo más rápido posible para llegar al postre. Luego devoraron sus benditos alfajores y salieron corriendo a su cuarto. Estela y yo nos quedamos platicando durante un rato, principalmente sobre sus hijos.
– Se volvieron locos con los alfajores.
– Te dije. Desde hace casi seis meses que estamos acá, el mismo tiempo que tenían sin probarlos.
– ¿Son geniales? ¿Qué edad tienen?
– Diana acaba de cumplir once hace poco y Juan tiene siete, su cumpleaños es en un par de semanas.
– Quedé sorprendido viéndolos en chones, pero como juzgarlos, tu departamento es muy caluroso.
– Es un maldito horno, gracias a que venías nos pusimos algo de ropa, normalmente andamos desnudos todo el día. De seguro mis hijos ahora se han quitado esas trusas.
Pensé en los tres desnudos por la casa a todas horas, como si fuera un campo nudista, en este caso, una casa nudista. Me dió algo morbo estar aquí con ella todos los días desnudos. Estela me miraba fijamente, de esa forma que ya era habitual, esperando mi respuesta a sus enunciados. Tenía que arriesgarme. Así que dije:
– ¡Uf!, con este calor, de buena gana me quitaba la ropa también.
– Por mí está fetén.
– ¿Fetén?
– Si fetén.
– No entiendo.
– Que por mí está bien, de lo mejor.
– No conocía esa palabra
– Pues ahora ya.
– Ok. ¿Y tus hijos pensarán que está fetén?
– Por cómo los he educado, no creo que les importe.
– Entonces… fetén.
– Si, fetén.
Empezamos a besarnos mientras nos quitábamos todo, principalmente lo que quedaba de nuestras inhibiciones; su lengua invadía mi boca mientras yo trataba de lamer cada comisura de la suya. Puse las dos manos en la redondez de sus nalgas y le enterré las uñas, eso hizo que me besara con más intensidad. La dureza de mi pene empujaba su vientre a la altura del ombligo; ella lo sujetó y me empezó a masturbar frenéticamente, como tratando de liberar la tensión sexual que acumulábamos esos días. Luego de unos segundos terminó el beso y me dijo con una calentura evidente.
– Vamos a mi cuarto.
Sin dejar de agarrarme por el falo, nos fuimos a su habitación, como si me llevara de la mano. Sus senos no eran grandes, pero tampoco muy chicos, los pezones tenían aureolas pequeñas pero la punta era gruesa y larga, probablemente por amamantar a dos bebes. Así desnuda, parecía de 21 años, claro que eso era improbable por la edad de sus hijos. Llegando al cuarto se sentó en la orilla de la cama; sin soltarme en ningún momento, abrió las piernas, mostrándome una hermosa vagina con muy pocos vellos y de labios morenos, completamente abiertos, listos para recibirme. Vi la puerta del cuarto sin cerrar y le dije:
– Olvidamos la puerta.
– Déjala.
– Los niños…
– No importa, están jugando en su cuarto. Ven.
Con un poco de preocupación intenté concentrarme. Verla desnuda frente a mí y dueña de la situación lo hacía más fácil. Suavemente guió mi pene hasta su entrada, en donde había un moco vaginal blancuzco que al contacto con mi glande se convirtió en lubricante. Comenzó a jugar con él frotándolo por toda su vagina, desde el clítoris hasta casi llegar al ano. Yo no podía más, sentía la cabeza marearse, hirviendo de tanta excitación. Estela tenía los ojos clavados en mí y adivinó esa agitación, puso el pene completamente lubricado en la entrada de su vagina, lo soltó y dejo que yo empujara hacia adentro. Cuando lo hice, ella soltó un ruido, que más que gemido parecía un suspiro de alivio. Moviéndome hacia adelante y hacia atrás, pronto los dos estábamos gimiendo y empapados en sudor. La tomé de la cintura para imprimir más velocidad y ritmo. Ninguno de los dos podría aguantar mucho más.
– ¡No puedo más Estela!
– ¡Yo me corro también!
– ¡Ah, aaah!
– ¡No te salgas!
Quedarme quieto y hasta el fondo, le indicó a Estela mi venida, eso la hizo acabar también; cerró los ojos volteó hacia un lado y contrajo repetidas veces la vagina mientras ahogaba sus gemidos(gritos) mordiéndose uno de los puños, supuse que trataba de evitar la alerta de los niños. Dejé que mi cuerpo cayera a su lado, ella giró y subió una de sus hermosas piernas encima de mi vientre. Todo había sucedido tan rápido, desde que la conocí en la mudanza, hasta este momento. Y sin embargo, todo parecía tan natural, como familiar.
– ¿Te preocupaba que nos vieran?
– ¿Tus hijos?
– ¿Quién más?
– Un poco.
– Yo diría más que solo un poco.
– Si bueno, podrían decirle a tu esposo.
– Lo dudo. Juan es un padre muy ausente. Mis hijos no llevan una buena relación con él. Esos alfajores que les diste, es más de lo que él traerá para ellos cuando regrese.
Su voz mostraba cansancio, hastío. No quise entrar en ese asunto, la relación entre padre e hijos no era de mi incumbencia, pero lo que si empezaba a interesarme era el tiempo que Juan estaría de viaje. Así, cambié de tema, sin que fuera muy evidente.
– Bueno, pero él tuvo una emergencia, probablemente no tenga cabeza para comprar algo para ellos. Y tal vez vuelva pronto.
– Es mentira.
– ¿Qué? No entiendo. ¿Qué es mentira?
– No tuvo ninguna emergencia familiar
– ¿Por qué mentiste?
– No mentí. Yo repetí lo que Juan dijo. Pero es una mentira. Lo que no sabe, es que estoy enterada desde hace varios años de su otra familia. Por eso vive casi la mitad del tiempo con ellos y la mitad con nosotros. Y no sería extraño que élla, que no es otra cosa, más que mi par en la estupidez, lo sepa también.
– Bueno, lo de: “tu par en la estupidez”, solo sería posible si ella lo sabe, sino, estarías sola en esa categoría.
Estela echó a reír y yo la acompañé con una sonrisa maliciosa, pero sin llegar a la burla. Luego se acercó y me dijo:
– Nadie me había insultado tan graciosa y gentilmente.
– No podía dejar pasar la oportunidad.
– Nunca la dejes pasar.
Cortó mi sonrisa con un beso, lleno de ternura y suavidad, con la cantidad exacta de lengua y de saliva. Su pierna bajo hasta tocar mi pene para frotarlo, yo reaccioné casi en seguida. Entre besos me decía:
– ¿Cómo te gusta que le digan?
– ¿A qué?
– A tu amigo.
– Nunca le he puesto nombre.
– Claro que no, eso solo lo haces si eres un gil narcisistas. Me refiero a: verga, pito, palo, vara, etc.
– No se, ¿tú cómo le dices?
– Yo polla, o verga. A Juan le gusta pija…
– Esa última, la podemos descartar.
Estela sonrió.
– ¿Entonces Leo, cómo te gusta?
– Como tú quieras, como lo sientas, como te ponga más caliente.
– Perfecto.
La pierna dejó de frotarme, su trabajo era ponerme duro y lo había logrado. Estela se incorporó para quedar encima de mi, pasó una mano detrás de su cuerpo, agarró mi pene, lo puso apuntando a su vulva y dejó caer sus caderas para enterrarlo hasta el fondo.
– La puerta… tus hijos…
– No te preocupes, ahora deben de estar haciendo la siesta.
– Ok…
– El tamaño es perfecto.
– ¿De qué?
– De tu verga.
– Qué bueno que te gusta.
– Me… me encanta. Apenas entró y ya me quiero… correr.
Lo decía con voz entrecortada y con tanta calentura, que yo me perdí. La tomé de la cintura y le dije:
– Anda, vente ya, quiero sentir tu humedad hasta mis huevos.
Inició un movimiento lento de atrás hacia delante, que poco a poco se hizo más rápido. Con mi pene totalmente dentro, por momentos sentí rozar lo que supuse sería el comienzo de su cervix. Tenía ganas de apretar fuerte sus senos, estiré los brazos y lo hice. Eran suaves, salvo el pezones que gracias a la acción de mis manos se ponían cada vez más duros. Los movimientos de Estela se volvían violentos, sentía como tocaba cada una de las paredes internas con cada embestida que daba. Preparando el final, aflojó las caderas, realizando movimientos más lentos y largos. Después paró y sentí como desde el útero mojaba mi sexo hasta llegar a la entrepierna. La cara que ponía al tener ese orgasmo, totalmente entregada, me excitó tanto que empecé a soltar chorros yo también en su interior. Ella abrió sus hermosos ojos verdes dándose cuenta que mi semen la inundaba y empezó a moverse rápido otra vez.
– ¡Si, lléname, no pares!
– ¡Si, así, muévete!
– ¡Qué polla tan rica tienes!
– ¡Ah!
– ¡Aah!
Estela tenía un tercer orgasmo, segundo consecutivo, y yo tuve el más largo que podía recordar. Los dos estábamos exhaustos y nos quedamos dormidos por horas, uno al lado del otro. A mitad de la noche desperté, sin abrir mucho los ojos. Estaba incómodo, como si ya no hubiera tanto espacio para moverse. Resultaba extraño, pues recordaba que la cama era king size. Entre sueños dudé, pues siendo la primera vez que me acostaba ahí podía equivocarme de tamaño. Casi enseguida volvía quedarme dormido, solo para tiempo después volver a despertar. Comencé a percibir un cosquilleo en la boca, que pasaba por mi nariz y terminaba haciendo círculos por toda mi cara. En un principio creí que un mosco rondaba para comer de mi sangre, luego los cosquilleos se volvieron más intensos, como si alguien con un pedazo de terciopelo tallara fuertemente mi rostro. Un segundo antes de despertarme, me di cuenta que era piel, una muy suave.
Abrí los ojos, y me encontré con otro par de color verde observándome, pero no eran de Estela esos ojos. Diana dió un salto hacia atrás del susto; totalmente desnuda sobre mi, aun tenía sus manos apretando sus diminutos senos. ¿Esos habían sido los pedazos de piel que restregaba por mi cara? Me senté en la cama, también asustado, Diana al verme de piedra, salió corriendo de la habitación. Voltee hacia Estela, por fortuna aun dormía, fulminada boca abajo, al borde de la cama. Dudaba que hacer, ya no tenía ganas de dormir, es más, ya no podía dormir ahí esa noche. Salí del departamento de Estela, disculpándome con una nota en el pizarrón de la cocina. Llegando al departamento me tiré en el sillón. Por horas pensé en lo sucedido: ¿Fue un error no cerrar la puerta del cuarto? ¿Tuve que haber despertado a Estela cuando Diana salió corriendo? ¿Debí correr tras de ella para confrontarla? Estela me gustaba mucho, habíamos pasado un día genial. Pensar en ella me tranquilizaba, parecía una persona abierta, seguro entendería un comportamiento así de su hija. Decidí que le contaría y no habría ningún problema. Me quedé dormido entre más certeza que incertidumbre. A la mañana siguiente Diana tocaría a mi puerta, trayendo consigo una carretada de nuevas dudas.
Leí rápidamente los otros escritos, así que los volveré a leer como Dios manda. Este me ha gustado. Salvo que personalmente no me gustan los «anglicismos». Existiendo la palabra azotea, o terraza, no me gusta «roof garden», aunque supongo que cada país tiene sus costumbres. Sobre el texto, en sí, me parece muy correcto, muy excitante, con unas situaciones agudas, y que creo que deberías escribir la segunda parte, pues ya me ha quedado la duda. Diana va a la cama de «motu propio» o inducida por Estela? Espero segunda parte….
Acá del otro lado del Atlántico, estamos llenos de anglicismos. Y muchos de ellos los hemos normalizado. Específicamente con roof garden, no significa lo mismo en México que azotea o terraza: El roof es una area de recreación al aire libre; azotea es casi exclusivamente para tender o en su defecto tener un centro de lavado y terraza es algo un poco más grande que un balcón.
Gracias por tus comentarios sobre el texto, y si, Diana va por su voluntad. el problema es que la segunda parte se alejó un poco del sexo o el erotismo, pero quiero escribir un relato alterno para esta pagina.
Una acotación. Me gusta el uso de la palabra FETEN. Soy de Madrid (España), concretamente del barrio de Chamberí. De donde son los castizos, castizos madrileños. Y la palabra FETEN, es una de las más castizas, casi en desuso. Significa algo así como de lo bueno, lo mejor. Una chica está fetén, un coche es fetén. Tomamos un guiso de carne fetén….y asi. Gracias por rescatarla del olvido.
Desde que la oí y de quien la oí, siempre me pareció una palabra hermosa. Soy un adicto de las palabras. Me da gusto que, sea para ti una palabra entrañable. Me parece fetén.
Excelente muy excitante espero la continuación pronto.
Gracias chein13 por tu comentario, espero no tardar mucho con la siguiente parte. Saludos.