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Heterosexual, Lesbiana, Orgias

Fiesta de traje

Para la fiesta podíamos ir vestidos como quisiéramos, pero ya en ella todos estaríamos desnudos. También el vino y los bocadillos correrían por cuenta de ellas, pero sí deberíamos llegar con las bolas bien llenas, por ello nos pedían que no cogiéramos ni nos la jaláramos durante varios días previos..
Hace como medio año, me habló Lorena, una de mis amigas lesbianas. Ella vive con Rosalía, su pareja. Ambas están muy buenas. Aunque gustan de las mujeres, no son un desperdicio completo para el sexo masculino, pues estando calientes suelen ser misericordiosas con algunos hombres, yo entre ellos. Incluso, en dos ocasiones he pasado la noche con las dos juntas. ¡Son un torbellino solas!, imagínense teniendo a las dos compitiendo por un único palo…

El motivo de la llamada era invitarme a celebrar la formalización de su matrimonio, es decir, era una boda. Pero lo emocionante para ellas era querer compartir su noche de bodas. “Procura abstenerte de hacer el amor, o eyacular durante la semana previa”, fue la indicación restrictiva.

Llegó el día de la boda, acudimos al registro civil seis caballeros muy bien vestidos, cualquiera podría ser confundido con el futuro esposo, pero no, ellas eran quienes se casaban.

Una vez concluida la ceremonia, todos nos subimos a una minvan y llegamos a su casa, donde comenzaron los festejos con un brindis y un buen banquete. Al terminar la comida, los meseros empacaron todo y se retiraron. La barra quedó en manos del público, o sea, los seis invitados y ellas dos. Rosalía trajo un rack con suficientes ganchos mientras Lorena hablaba.

–Ya sabemos todos que lo mejor de la noche de bodas es coger, por eso los invitamos… Desnúdense, por favor, y procuren hacerlo al ritmo de la música –dijo Lorena y ella comenzó, una vez que Rosalía puso la música.

Ellas se desvestían con una coreografía ya estudiada para ese día. En verdad sabían lucir sus atributos al ritmo de música sensual pues, al estar en pelotas, todos traíamos la pinga estiradísima. La música cambió a un vals y ellas nos sacaron a bailar, un rato a cada uno, después cambiaban de pareja y escogían a otros. En todos los casos, no nos sacaban ofreciéndonos la mano, sino tomándonos de la verga, la cual la tallaban en su peluche antes de tomar la posición del vals (evidentemente, la mano que debería estar en la cintura, estaba en las nalgas). Algunos goteaban y ellas les embarraban el presemen en el glande.

Luego, aún con nuestra copa en la mano, nos pasaron a la recámara y, de dos en dos les hicimos sándwich por la vagina. Los últimos dos tuvimos que hacer el misionero con una de ellas. Fue alucinante estar moviendo el atole de los compañeros anteriores y, al menos yo, me vine pronto y abundantemente en Lorena porque dispuse también de sus tetazas. Me movía riquísimo estando prensado en la cintura por sus piernas, y mame que mame. ¡Cómo no soltar una gran carga en mi bella amiga!

–Vayan a reponerse a la sala mientras nosotras nos amamos –ordenó Rosalía y comenzaron a salir los caballeros tomando la copa que había dejado sobre la cómoda o el peinador.

Yo me hice menso y retomé mi copa, sentándome en el banco del peinador me puse a ver el show lésbico. Ambas me vieron y sólo sonrieron, mostrando su anuencia de permanecer allí. Rosalía se subió en Lorena, le plantó un beso donde las lenguas se enroscaban y sus montes de venus enredaban sus vellos masajeando un pubis contra otro. Al separarse hicieron unas tijeritas, besando una las piernas de la otra, mezclando la simiente que cada una traía y diciéndose cosas cariñosas, mezcladas con palabras sucias, tratándose entre sí de “esposas”. Casi media hora después, se acostaron bocarriba, descansando las piernas hacia arriba, recargadas en la cabecera de la cama. Besos y caricias, magreándose y mamándose las tetas, pero no bajaban las piernas. Al rato me dieron instrucciones de salirme. pidiendo.

–Por favor, dile a los demás que, en media hora, todos vuelvan para la segunda cogida, donde harán lo mismo que en la primera, pero con la mujer que aún les faltaba –me explicó Lorena.

Regresé a la sala, y me preguntaron qué había pasado. Les dije que hicieron lo que ellas habían mencionado: hicieron el amor entre ellas y yo me quedé de voyeur. “En media hora vamos a volver a ayudarles con la noche de bodas”, dije, y repetí las instrucciones que ellas me dieron. Al parecer, todos estuvieron conformes, aunque había unos ansiosos que ya estaban recuperados y otros que les faltaba muy poco para estarlo, menos de media hora. Así que nos sentamos a brindar por las novias que requerían una segunda eyaculación de cada uno.

En la plática, hubo varios comentarios sobre los penes de cada quien, y con el pretexto de medirlos, unos toqueteaban a otros. Sí, había algunos bisexuales, casi todos de ocasión, y fue satisfactorio hacer caricias en los huevos de otro o jalarles el pellejo para “ponerlos en forma” mientras pasaba el tiempo. A quienes lo tenían más largo, los convencimos de que hicieran un duelo de espadazos, sin meter las manos, y se declaraba vencedor al primero quien diera tres estocadas en los huevos al rival. Lo interesante fue que varios se ofrecieron como masajeadores en los intermedios de un minuto entre una estocada y otra, para mantener la tensión. Se incluyó dar una mamada para reanimarlos, allí le entramos los otros como ayudantes. Yo ayudé en ambos bandos, limpiando huevos, a chupadas, donde quedaban las marcas de presemen. Al terminar la pelea –donde ganó el más vergudo y recibió las felicitaciones (caricia o chupada) de todos, incluido el vencido, quien también fue felicitado por el vencedor– fuimos a cumplir con la segunda parte de nuestro compromiso matrimonial.

Antes de comenzar, nuestras amigas preguntaron si alguien no se podía quedar a dormir. Dos compañeros dijeron que no. Ellas tenían seis papeles con los nombres de cada uno, de los cuales retiraron a los que no podían quedarse y el resto los doblaron y metieron en una caja.

–¡Ahora sí, amigos, a descargarse completamente! De la misma manera en la que lo hicieron, pero en la otra esposa. Además, quien lo hizo por delante ahora le tocará acomodarse atrás y viceversa –dijo Rosalía–. Vengan conmigo los que se cogieron juntos a Lorena– dijo tomándolos de la mano y Lorena tomó a los dos que a ella le correspondía.

En esta ocasión tardaron un poco más de tiempo en venirse que en la primera vez, lo cual fue mejor para las mujeres. Después, me tocó batir el atole que traía Rosalía y le saqué tres orgasmos, con los gritos y quejidos acostumbrados, antes de venirme y quedar sudoroso sobre ella quien estaba con los brazos y piernas abiertos de cansancio al terminar mi función.

–Déjenos descansar aquí. Ustedes llévense la caja y hagan un sorteo para saber quiénes dos se quedan a dormir con nosotras y nos atiende en el mañanero, a las dos. Buenas noches a los cuatro que se van y muchas gracias, a los seis, por participar en el sorteo. En una hora regresen esos dos ganadores del mañanero –dijo Lorena y todos salimos.

Me quedé pensando en lo que dijo Lorena: “muchas gracias, a los seis, por participar en el sorteo”, pues el sorteo sería entre cuatro solamente (pero lo entendí varios meses después), en fin, pensé que se trataba de agradecer a todos y no sólo a quienes concursábamos por una noche con ellas.

Mientras nos poníamos de acuerdo cómo sacábamos a los papeles con los nombres de los dos premiados (los dos primeros, los dos últimos, o uno sí y otro no, etc.), en lo que sí hubo acuerdo fue en que los dos que no tenían papel en la caja debían ser quienes sacaran los papeles. Fue divertida la discusión, pues para llamar la atención con una propuesta, interrumpíamos a quien tenía la palabra moviéndole el aparato. Yo mismo quedé con varias salpicaduras de semen en las manos.

Otra propuesta, salida de quienes ya se iban, fue que ayudáramos a los vencedores a que se recargaran fácilmente dándoles masaje, o dejándolos limpiecitos del pene, a mamadas, claro. Para eso ejemplificaron, de bulto, con quien mejor les pareció. Entre trago y trago, reíamos de las ocurrencias: “No se vale sacarles el semen a los ganadores, ese es para ellas”. “¿Podemos sacárselo a mamadas a alguno de los perdedores?” “Yo creo que sí, aunque seas ganador”, y muchas guarradas más. Ya, hagamos el sorteo. Por mayoría de votos quedó que los premiados para dar el mañanero serían el primero y el tercer papel.

¡Quedé en primer premiado! De inmediato dije “Aquí estoy para recibir sus felicitaciones antes de que se vayan” y abrí las piernas. “¡Uh! Esa oruguita arrugada cabe en cualquier boca”, dijo uno de los otros y se fue a demostrarlo con tantas ganas que pronto se le salió mi pene de la boca, y é seguía con el masaje en las bolas. “¡Ya!, recuerden que a los ganadores no hay que ordeñarlos”, dijo otro retirándolo cuando empezaba a hacerme una chaqueta.

“Va el segundo papel. Acuérdense que éste también se va” y sacó el segundo nombre. “A éste si lo puedes ordeñar”, le dijo a quien me había mamado. “No, ya no quiero, sólo felicito a los ganadores”, replicó. “Bueno. Yo sí lo quiero consolar bien, dije y me puse a mamar a uno de los más vergones, pero me cupo en la boca porque estaba muy usada y en reposo. Sin embargo. Le pasó como a mí: le creció mucho y dudé en dejarla dentro horadándome la garganta, sólo para ver que se sentía, o hacerle una chaqueta con masaje de huevos para saborear el semen. Ganó la segunda opción, y, aunque fue poca la leche, estaba rico el colágeno. Hubo gritos y risas cuando me escurrió un poco de leche. El vergudo me lo agradeció con unos jaloncitos de huevos.

Vino el tercer papel y Edgar, el ganador, de inmediato se sentó con las piernas abiertas para recibir las felicitaciones. De casi todos, los ganadores recibimos jaladas o mamadas del resto de los compañeros

–Bueno, compañeros de bodas, ya va a ser la hora de que nuestros amigos se vayan a hacer “la meme”, echémonos la última y nos vamos. ¡Salud! –“Salud!”, le respondieron todos y vaciaron los vasos.

Se vistieron y nos dejaron felicitarnos mutuamente. Nosotros fuimos a la recámara, donde las mujeres reposaban con las piernas levantadas hacia la cabecera

–Ya los escuchamos con su chorcha –dijo Rosalía–. A ver queremos ver un 69 entre ustedes, pero sin ordeñas, ésas van aquí… –concluyó, girando sobre las nalgas para sentarse en la cama.

–¡Sí, dejen que primero se los paremos! –exclamó Lorena y se puso a mamarme la verga a mí y Rosalía se fue sobre la de Edgar.

Sí saben mover la lengua muy bien, pasándola por el meato, además de dar jalones de tronco y escroto. ¡Se nos puso enorme! “Ahora entre ustedes”, ordenó Lorena. Edgar y yo sonreímos al ver lo crecidos que nos dejaron los penes y nos acomodamos para darles la función.

–¡Mira cómo se lamen el capullo! –exclamó Rosalía.

–Sí, Ellos saben cómo les gusta, es similar a nosotras, las mejores chupadas que recibe una mujer son de otra mujer… –. Parecen espejo. Uno le agarra las bolas y el otro también le hace lo mismo, uno la chaquetea y el otro también –explicó Lorena.

–¡Hey, deténganse! –gritó Rosalía cuando la frecuencia del viaje de las manos aumentó mucho y nuestras caras mostraban arrechura extrema–. Nada de venirse fuera de nosotras –dijo al separarnos.

–Sí, échenos los mecos en la pepa –pidieron obligándonos a subirnos en su cuerpo.

Al momento de penetrarlas, automáticamente cerraron el candado de sus piernas en nuestras nalgas. Las besamos y nos movimos frenéticamente hasta llegar a la eyaculación. Lorena me exprimió muy rico el tronco con su perrito y, supongo, Rosalía hacía lo mismo con Edgar, ya que fueron cuatro “¡Ahhh!” que se escucharon en coro. Nos bajamos de ellas, nosotros hacia la orilla y dormimos cansados, pero muy satisfechos.

Al amanecer, cuando se escucharon los trinos de las aves, Rosalía me chupaba los huevos y me daba jalones muy rápidos. El presemen comenzó a actuar y ella me lo limpió deliciosamente. Lorena también preparaba a Edgar de la misma manera. Lo que siguió fue una cabalgata muy caliente. Ellas saltaban sincronizadamente y se besaban magreándose las tetas. Por fin se soltaron y aumentaron la velocidad. Las tetas bailaban hipnotizando nuestras miradas y se las apretamos bastante antes de eyacular, después de un par de orgasmos gritones que tuvieron ellas. Rosalía quedó durmiendo sobre mí, con mi pene adentro. Cuando salí de ella, la deslicé poco a poco hacia el colchón para poder dormir yo también.

A las dos horas todos despertamos con las campanadas del templo cercano.

–Ven, putito, te toca conmigo –dijo Lorena mesándome el cabello–, y tú súbete en mi esposa– le dijo a Edgar dándole un breve codazo.

La verdad, el cuerpo de Lorena, y su calentura, reviven a cualquier verga recién usada. Se la acomodó fácilmente en la entrada de la vagina y comenzó el ritual del mañanero por segunda vez. Yo la abracé y la besé a placer, sintiendo sus manos en mi espalda. Las uñas enterradas repentinamente, me señalaron que Lorena tenía un gran orgasmo, así que le di más rápido y me vine yo también.

Ahora fueron ellas quienes nos rodaron al colchón, quedando los hombres hacia el centro. A ambos nos escurría un hilillo de semen. “Por favor, límpiense con la boca el falo uno al otro”, dijo Rosalía. “Sí, queremos ver el 69 otra vez…”, suplicó Lorena Tomándome del brazo para que me acomodara correctamente. Obviamente a mí me agradó la idea, el semen de Edgar me gustaba y, además, brillaba por el flujo de Rosalía, ¡todo un manjar!

–Vamos a bañarnos para ir a desayunar –dijo Rosalía cuando terminamos de chupar sin que se nos volviera a parar a ninguno de los dos.

Una vez que terminamos de desayunar, salimos del restaurante, nos dejaron en nuestros respectivos domicilios y se fueron a su luna de miel.

Ya transcurrieron seis meses de la boda y ambas lucen una barriga de embarazo. Ayer las fui a saludar a su casa y pregunté quien era el padre de los críos. “Aún no sabemos, hay seis posibilidades en cada caso. Quizá lo sabremos cuando nazcan”, dijo Lorena. “¿Te interesaría saber si tú fuiste alguno de los ganadores del sorteo?, preguntó Rosalía.

26 Lecturas/19 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Chicles
Etiquetas: amiga, amigos, mayor, padre, semen, sexo, viaje, voyeur
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