Florencia, el padrastro y su hijo 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Tan inmenso como le había parecido en la penetración inaugural al sexo, a Florencia se le hacía imposible pensar que aquello pudiera penetrar en el recto y sin embargo, ayudado por la espesa capa de mucosas vaginales que actuaban como lubricante y en gran medida por la complaciente dilatación de sus músculos, el miembro fue penetrándola centímetro a centímetro hasta que el vello púbico de Pedro raspó los glúteos.
El grito estridente que había acompañado la introducción del glande, fue convirtiéndose en un murmullo de agradecimiento que, cuando su padrastro la aferró por las caderas para darse impulso, terminó en embravecidos rugidos de satisfacción por lo que la verga portentosa hacía sentir a su ano, mucho más intenso y salvaje que el coito vaginal.
Suplicándole que la hiciera acabar de esa manera, ella misma se dio envión para incrementar la fortaleza del acople, hasta que nuevamente sintió romperse los diques que contenían sus líquidos y el orgasmo escurrió y manó abundante por su sexo para escurrir por el interior de su muslos. Pedro no estaba dispuesto a que la niña quedara embarazada por algún espermatozoide suelto y tomándola por la corta melena, la hizo darse vuelta arrodillada frente a él para succionarle la verga.
Respirando afanosamente por las narinas dilatadas, Florencia abrió la boca y por primera vez sintió el sabor de sus jugos íntimos mezclado con el más ácido de la tripa. Tan enajenada como lo estaba el hombre al momento de la sodomía, masturbó reciamente la verga querida e hizo tan intenso el succionar de la boca que, casi inmediatamente, Pedro descargó la melosidad blancuzca del semen que ella deglutió con fruición hasta la última gota.
Atemorizado por el giro que había tomado esa relación en la que no planificara semejante profundización, Pedro se apresuró a socorrer a esa niña que había sido tan complaciente con él. Aunque exhausta., la chiquilina aun no tenía conciencia de que en esas dos horas había realizado cosas que mujeres adultas no llegan a hacer en su vida y recibió casi con burlona obediencia la preocupación de su padrastro, quien la hizo tomar un largo baño con sales para luego hacerla descansar en su cama. Obviamente, el resultado fue que durmió hasta bien entrada la mañana del sábado y cuando quiso dejar la cama, encontró que, tanto en lo interior como en lo exterior de su cuerpo, las carnes inflamadas y laceradas le provocaban profundos dolores que su padrastro mitigó por medio de calmantes y cremas desinflamantes, especialmente en el ano.
Inquieta pero por propia decisión, permaneció acostada todo el fin de semana e incluso, cuando el lunes se levantó para ir al colegio, las molestias de la entrepierna dificultaron sus movimientos. Con su prudencia acostumbrada, Pedro no la molestó en una semana y sólo cuando la propia Florencia entró a su cuarto, reinició las relaciones pero, por unos días se limitaron al sexo oral y manual mutuo, en el que el hombre la inició en distintas variantes, especialmente la de realizar distintos tipos de sesenta y nueves.
Paulatina y progresivamente, fue imbuyéndola de todo lo que es posible realizar sexualmente, de tal manera que la muchacha, ya devenida en mujer, los asimilara con tanta solvencia que su padrastro confirmó aquello de los genes, ya que Florencia superaba con su entusiasmo y fervorosa dedicación las prácticas más insólitas que realizara con su madre, quien, sin ser una prostituta, no había logrado superarse económicamente sino vendiendo su cuerpo a los favorecedores de turno.
Era tal la semejanza no sólo sexual sino también estética con su madre que, tácitamente, la muchacha ocupó un lugar permanente en la cama convertida en su pareja. De esa manera y salvo en las oportunidades en que Javier llegaba a la casa, vivieron con calmosa intensidad como si fueran un matrimonio, con esa lógica disminución en sus ardores amatorios que da la rutina de la cotidianidad.
Pedro sólo hacía valer su paternidad cuando la muchacha decaía en los estudios y así, con ella cursando los últimos años del secundario y él progresando ostensiblemente en su trabajo, asistieron a la graduación de Javier quien, tras el viaje de instrucción, sería destinado a una base naval en Mar del Plata.
En esos años, Florencia se había cuestionado esa reserva que le impedía hacer amigos, pero se fue dando cuenta de que le costaba compartir las mismas cosas con chicas y muchachos que, en comparación con ella eran bebés de teta, tanto en lo cultural como, muy especialmente, en lo sexual. Con todo y sin demostrar que su experiencia superaría fácilmente a las de todas sus condiscípulas juntas, compartía con ellas esos secretos que se confían las chicas luego de una fiesta o haber salido con un muchacho
Sin embargo, ya fuera por curiosidad o porque algo en su interior la compelía a ello, en más de una oportunidad y mientras se cambiaban luego de las clases de gimnasia, se encontró con la mirada perdida en la observación de unos senos o la vista se le desviaba subrepticiamente y sin que lo pudiera evitar a la búsqueda de algún triángulo piloso o la contundencia de unas sólidas nalgas.
No obstante ese interés casi “académico”, pasó la secundaria sin que se produjera incidente sexual alguno e inmediatamente Pedro la hizo ingresar a la carrera de Derecho. Allí el panorama cambió radicalmente, porque el alumnado era heterogéneo, social, económica y sexualmente, conviviendo hombres y mujeres ya adultos con chicas y muchachos que, como ella, estaban dando sus primeros pininos en la vida.
El sistema de estudios era diametralmente opuesto a la rígida severidad de las monjas y, cursando las materias que más le interesaban, tenía poca oportunidad de hacer amigos, cosa que por otra parte no le interesaba ya que toda su vida social pendía de los deseos de Pedro y con eso le alcanzaba.
De esa manera, esquivándole el bulto a reuniones e invitaciones a fiestas, transcurrió los tres primeros años sin mayores dificultades, encarando decididamente las materias que le permitirían obtener una pasantía antes de recibirse
No obstante su oposición a relacionarse y por el simple hecho de compartir información o realizar consultas sobre determinados temas, debió vincularse con varios muchachos y un par de chicas, desalentando rápidamente los avances masculinos con la simple enunciación de que vivía en pareja. Con las chicas era distinto, ya que solían reunirse en la cafetería de la Facultad y en tanto consultaban libros o apuntes, intercambiaban ese tipo de información básica a que son afectas las mujeres.
Así como ella les confirmó que transitaba una situación irregular con un hombre mayor – sin decir, naturalmente, que era su padrastro -, Alicia le contó de su dificultad por seguir una carrera que no le interesaba pero que debía cursar por una tradición familiar. En cambio Laura, era una aventajada estudiante que ya trabajaba en un estudio y, al conocer los deseos de Florencia por hacer lo mismo, le prometió que, si ella al recibirse conseguía el cargo que ambicionaba en un estudio más grande, la recomendaría con la especialista para quien trabajaba.
Eso no se convirtió en una verdadera amistad, pero Florencia vio en aquella circunstancia la oportunidad de conseguir una libertad e independencia que su padrastro no le negaba pero que, con su dominación masculina, la confinaba a una rutina hogareña que no le presagiaba un futuro demasiado feliz.
Dos años mayor, Laura era una especie de arquetipo de la mujer socialmente liberada y tanto por la forma informal de vestir como por sus desmañadas maneras de hablar con una desfachatez que desarmaba de los temas más ríspidos o íntimos la masculinizaban un poco, pero la feminidad que exudaba casi salvajemente su cuerpo esplendoroso alejaba cualquier presunción equivocada.
Pero cierta tarde en que Florencia necesitaba consultar un libro que la organización particular de la biblioteca le dificultaba encontrar, la exuberante Laura le dijo conocer en qué sección estaba. A esa hora, la biblioteca estaba prácticamente desierta y, más allá de las largas mesas en las que dos o tres personas se enfrascaban sobre los libros, los largos pasillos que formaban los anaqueles se perdían en una penumbra que no era propicia para encontrar nada.
Con esa seguridad que da el saber que hacer, Laura la condujo hasta un confín laberíntico y allí, empujándola sorpresivamente contra los estantes, la dominó con el peso de su cuerpo y mientras la asía por la mandíbula con insospechado vigor, aplastó su boca en la suya con un húmedo y voraz beso, llevando la otra mano a levantar el ruedo de la corta falda para alojarse sobre la delicada tela de la bombacha.
Aunque su cuerpo estaba magníficamente modelado por el manoseo y el ejercicio del sexo, Florencia no era alta ni corpulenta, en contraste con Laura que, aparentado ser delgada por su estatura que superaba fácilmente el metro con setenta y cinco, tenía proporcionalmente un peso que apabullaba a la desorientada muchacha. La sorpresa no la dejaba reaccionar y ante su actitud, la otra joven devoró su boca con apasionados besos en los que la lengua cobró una activa participación mientras su mano había trascendido la frágil resistencia de los elásticos y dos dedos escarbaron reciamente la vulva.
El inútil movimiento para deshacerse del cuerpo de Laura y una vana protesta que no podía articular por la forma en que la boca de la mujer se aplicaba sobre la suya como una ventosa, le hicieron comprender que sus esfuerzos serían infructuosos; en una fracción de segundo, cruzaron por su mente las imágenes esbozadas de aquellas golosas miradas al cuerpo de sus condiscípulas diciéndose que, por la intensa variedad del sexo con Pedro, el lesbianismo era el único camino que aun no había transitado.
Por otra parte, la mano ya no contentaba con acariciar la vulva sino que los dedos había separado los labios para internarse sutiles al húmedo óvalo. Relajándose para dar a entender a Laura su aquiescencia, dejó que sus labios y lengua respondieran los embates de la boca invasora y, mientras un brazo estrechaba la cintura de su compañera, la otra mano sobó, aun por encima de la remera, la mórbida masa del seno femenino.
Separando la cabeza por un instante y con una espléndida sonrisa iluminando su bellísimo rostro, con voz enronquecida por el deseo, la mujer le dijo que la haría suya. Los dedos hurgaban premiosos en las crestas de los labios menores que los años habían transformado en elásticos colgajos arrepollados. La caricia era semejante a las de Pedro, pero los dedos femeninos tenían una consistencia muelle y maleable que exacerbó rápidamente su deseo y, en tanto separaba un poco las piernas flexionadas para facilitar la tarea de la mano, levantó la remera de Laura para encontrar que los senos, libres de sujeción alguna, se le ofrecían como dos largas peras colgantes en cuyos vértices unas aureolas grandes y planas se veían cubiertas por gruesos gránulos sebáceos, haciendo de cuna a la excrecencia puntiaguda de los pezones.
Seducida por ese espectáculo inédito para ella, bajó apenas la cabeza para depositar pequeños besos al seno de la alta muchacha. Con esa sabiduría innata que tienen las mujeres para lo sexual, los cuerpos parecieron acomodarse y, en tanto Florencia lamía y chupeteaba intensamente las aureolas y pezones, ayudándose con las manos para someter los senos a recios estrujamientos, la mano de la mujer estregaba fuertemente al crecido clítoris.
Y así, sumidas en un vórtice de placer, se dejaron estar por unos momentos hasta que Laura hizo lugar para que dos dedos de su otra mano palparan la ahora dilatada a la vagina, introduciéndose con suave prepotencia. Florencia había remontado con exceso la colina del deseo y toda ella estaba pronta para la batalla final que la conduciría a satisfacer el urgente reclamo de sus entrañas.
Gimiendo quedamente, le exigió a la mujer que la llevara al orgasmo y, mientras su boca y manos se esmeraban en refocilarse con aquellas deliciosas carnes, Laura clavó el filo de sus uñas en el clítoris en tanto tres dedos ejecutaban un vehemente ir y venir en la vagina hasta que, sin poder contener el bramido que el clímax ponía en su garganta y mordisqueando con saña los pezones de la mujer, volcó la riada de sus jugos sobre los dedos que la socavaban.
«el miembro fue penetrándola centímetro a centímetro hasta que el vello púbico de Pedro raspó los glúteos»
Amo! Quisiera ver una niña cogida así sonándole el culo y que ambas nos veamos cogidas de rutina 👧🏻🍑🍆🤤