Fuego en la Cámara Nupcial: La Historia de Isabella y Roland
En un reino medieval, Lady Isabella, una joven noble, se enfrenta a un matrimonio arreglado con un caballero ebrio. A medida que se desenrolla su historia, descubre el amor, la pasión y el poder en los brazos de su esposo, forjando un vínculo que trasciende sus expectativas..
Nupcias
Era una fría noche de invierno cuando mi padre me llamó a su estudio. Con el corazón palpitando, me senté frente a él, sabiendo que mi destino estaba a punto de ser revelado. La habitación estaba iluminada por la cálida luz de las velas, que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra.
«Hija mía, ha llegado el momento de hablar de tu futuro», comenzó mi padre con una voz grave y solemne. «Hemos recibido una propuesta de matrimonio de un caballero de alto rango, y creemos que es una oportunidad que no podemos dejar pasar». Mi corazón se aceleró al escuchar esas palabras, sabiendo que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
«El caballero en cuestión es Sir Roland, un hombre de gran prestigio y riqueza», continuó mi padre. «Es un guerrero valiente y experimentado, pero también es conocido por su afición a la bebida y su temperamento impredecible». Sentí un nudo en el estómago al escuchar la descripción de mi futuro esposo. Sabía que Sir Roland era un hombre temido y respetado, pero también había rumores de su comportamiento errático y su propensión a la violencia.
A pesar de mis temores, asentí con la cabeza, aceptando mi destino. La boda se llevó a cabo una semana después en la capilla del castillo. Caminé por el pasillo con mi padre a mi lado, sintiendo la mirada de todos los invitados sobre mí. Sir Roland me esperaba al final del pasillo, con una expresión impasible en su rostro marcado por la batalla.
La ceremonia fue breve y solemne. Cuando nos declararon marido y mujer, Sir Roland me tomó de la mano y me llevó a la cámara nupcial. La habitación estaba decorada con ricos tapices y una gran cama con dosel. Me sentí nerviosa y asustada, sabiendo que mi noche de bodas estaba a punto de comenzar.
Sir Roland cerró la puerta detrás de nosotros y se acercó a mí con una mirada intensa en sus ojos. «Eres hermosa», murmuró, pasando una mano por mi cabello. «He esperado este momento durante mucho tiempo». Su aliento olía a vino, y su cuerpo irradiaba una mezcla de fuerza y peligro.
Me tomó en sus brazos y me besó con pasión. Sus labios eran duros y exigentes, reclamando mi boca con urgencia. Sus manos comenzaron a explorar mi cuerpo, desabrochando mi vestido y acariciando mi piel desnuda. Sentí un cosquilleo de excitación a pesar de mis temores.
Sir Roland me llevó a la cama y me tumbó con cuidado. Se quitó la armadura y la ropa, revelando un cuerpo musculoso y marcado por las cicatrices de la batalla. Se acercó a mí, su pene erecto y listo para la acción.
«Quiero probarte», susurró, bajando su cabeza hacia mi pecho. Tomó uno de mis pezones en su boca y lo lamió y chupó con delicadeza. Bajó lentamente, dejando un rastro de besos en mi abdomen. Sentí su aliento caliente en mi sexo, y un cosquilleo de anticipación recorrió mi cuerpo.
Sir Roland separó mis piernas con suavidad y bajó su cabeza hacia mi centro. Lamió mis labios internos con su lengua experta, haciendo que mi cuerpo se tensara de placer. Chupó mi clítoris suavemente, haciendo círculos con su lengua. Gemí de placer, sintiendo oleadas de placer recorrer mi cuerpo.
«Eres tan dulce», murmuró, antes de introducir un dedo en mi vagina húmeda. Me movió con delicadeza, explorando mi interior mientras continuaba lamiendo mi clítoris. Sentí una oleada de placer que me hizo arquear la espalda y gemir su nombre.
Sir Roland continuó lamiendo y chupando mi sexo, llevando mi placer a nuevas alturas. Con su dedo, encontró ese punto mágico dentro de mí y lo masajeó con delicadeza. Mi cuerpo se tensó y me estremecí, sintiendo un orgasmo acercarse.
«Sí, mi señora», susurró, sabiendo lo que estaba a punto de suceder. «Déjate llevar». Con esas palabras, me empujó al borde del abismo, y me rendí a un orgasmo intenso que hizo que mi cuerpo se sacudiera. Sir Roland lamió mi esencia con deleite, saboreando mi placer.
Me tomó en sus brazos y me besó con pasión, haciéndome saborear mi propio sabor en sus labios. Luego, con movimientos lentos y deliberados, se colocó entre mis piernas y entró en mí. Sentí un dolor agudo al principio, pero a medida que se movía dentro de mí, el dolor se transformó en placer.
Sir Roland me movió con fuerza, reclamando mi cuerpo como suyo. Sus manos agarraron mis caderas con firmeza, guiando sus embestidas. Gemí y me retorcí debajo de él, sintiendo una mezcla de dolor y placer. Su pene llenaba mi vagina, tocando lugares que nunca antes había sentido.
«Eres tan apretada», gimió, su voz ronca de deseo. «Me encanta sentirte alrededor de mí». Sus movimientos se volvieron más rápidos y frenéticos a medida que se acercaba a su clímax. Con un último empujón, gimió y se derramó dentro de mí, llenándome con su esencia caliente.
Me quedé tumbada debajo de él, sintiendo su peso sobre mí y su respiración agitada en mi cuello. Lentamente, se retiró de mí y se acostó a mi lado, su brazo rodeándome con posesión. Me sentí usada y poseída, pero al mismo tiempo, me sentí poderosa y satisfecha.
Pasaron los días, y Sir Roland y yo establecimos una rutina en nuestra vida matrimonial. Había momentos de ternura y momentos de pasión desenfrenada. A veces, cuando bebía demasiado, podía ser brusco y dominante, pero siempre me recordaba que era suya y que le pertenecía.
Una noche, después de una cena particularmente abundante, Sir Roland me llevó a la cámara nupcial con una mirada traviesa en sus ojos. «Tengo una sorpresa para ti», susurró, acercándose a mí con una sonrisa pícara.
Me tomó de la mano y me llevó a la cama, donde había preparado una variedad de juguetes y aceites. «Quiero explorar tu cuerpo de nuevas maneras», dijo, su voz ronca de deseo. «Quiero darte placer más allá de lo que has experimentado antes».
Sir Roland me tumbó en la cama y comenzó a besar y lamer mi cuerpo, tomando su tiempo para explorar cada curva y contorno. Sus manos expertas masajearon mis pechos, estirando mis pezones con delicadeza. Bajó lentamente, dejando un rastro de besos en mi abdomen y deteniéndose en mi sexo.
Lamió y chupó mi clítoris con habilidad, haciendo que mi cuerpo se retorciera de placer. Luego, introdujo un dedo en mi vagina y comenzó a masajear mi punto G con delicadeza. Sentí una oleada de placer que me hizo gemir y retorcerme.
«Ahora, mi señora, es el momento de explorar un nuevo territorio», susurró, mientras se movía hacia mi entrada trasera. Con cuidado y delicadeza, introdujo un dedo lubricado en mi ano. Sentí una sensación extraña, pero a la vez placentera, a medida que me abría a él.
Sir Roland introdujo un segundo dedo, estirándome lentamente. «Relájate, mi amor», susurró, besando mi cuello. «Confía en mí». Con cuidado, comenzó a moverse dentro y fuera, preparando mi cuerpo para lo que vendría a continuación.
Cuando me sentí lista, Sir Roland se colocó detrás de mí y alineó su pene con mi entrada trasera. Con un movimiento lento y firme, entró en mí, llenándome por completo. Sentí una sensación de plenitud y una mezcla de dolor y placer.
Sir Roland comenzó a moverse lentamente, reclamando mi cuerpo de una manera completamente nueva. Sus manos agarraron mis caderas con firmeza, guiando sus embestidas. Gemí y me retorcí debajo de él, sintiendo una mezcla de sensaciones abrumadoras.
«Eres tan apretada aquí», gimió, su voz ronca de deseo. «Me encanta sentirte así». Sus movimientos se volvieron más rápidos y frenéticos a medida que se acercaba a su clímax. Con un último empujón, gimió y se derramó dentro de mí, llenándome con su esencia caliente.
Me quedé tumbada en la cama, sintiendo una mezcla de agotamiento y satisfacción. Sir Roland me abrazó por detrás, su cuerpo sudoroso contra el mío. Me sentí poseída y dominada, pero al mismo tiempo, me sentí amada y deseada.
Con el tiempo, Sir Roland y yo exploramos todas las facetas de nuestra intimidad. Había noches de pasión desenfrenada, seguidas de mañanas de ternura y caricias suaves. A pesar de su temperamento impredecible y su afición a la bebida, encontré amor, pasión y poder en los brazos de mi esposo. Nuestra unión física trascendió lo que jamás imaginé, y juntos, creamos un vínculo que trascendió nuestras expectativas.
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