I-255
El bus de la ruta I-253 llegaba siempre a la misma hora, con su letrero parpadeante y los asientos gastados por cientos de pasajeros que iban y venían sin dejar rastro. Era solo un trayecto más en mi rutina, un tramo entre el trabajo y mi diminuto apartamento, donde nada extraordinario solía ocurrir.
Pero aquella noche, todo cambió.
Subí, como siempre, con los audífonos puestos y la mente en otro lado. No noté al principio nada extraño, me senté en los asientos de atrás, como siempre, y ahí levanté mi vista. Algo no iba bien.
El bus tomó un giro inesperado, desviándose de su ruta habitual. Fruncí el ceño y miré por la ventana, tratando de reconocer las calles, pero no me parecían familiares. Me incliné un poco hacia adelante y miré el cartel encima del conductor. I-255.
No I-253, la ruta que tomaba a casa.
Inmediatamente golpeé mis bolsillos y maldije en voz baja. No tenía más saldo en mi tarjeta para otro trayecto. Además, cada minuto que pasaba me alejaba más y más de mi camino. Pensé en bajarme en la próxima parada y buscar otra opción, pero al asomarme a la calle vi que estábamos en un sector que no reconocía bien. Oscuro, desierto a esas horas. No parecía una buena idea.
Respiré hondo y giré la cabeza, buscando a alguien que pudiera ayudarme. Había un hombre sentado un par de filas adelante, con el ceño relajado y los brazos cruzados. Parecía confiado en el trayecto, como si tomara este bus todos los días. Me acerqué y le toqué el hombro.
—Disculpa… creo que tomé la ruta equivocada. ¿Sabes a dónde va este bus?
El hombre me miró con un par de ojos cansados pero amables.
—Sí, va hasta el centro y luego baja por la avenida Lima. No te preocupes, si sigues hasta el final, puedes conectar con otras rutas. ¿A dónde necesitas ir?
—A San Martín.
El hombre asintió.
—Llegas, pero te va a tomar un par de horas. Da una vuelta más larga antes de cruzar hacia allá.
Suspiré. No tenía opción. Asentí con resignación y volví a mi asiento.
Mientras el bus avanzaba, apoyé la cabeza contra la ventana y observé las luces de la ciudad moverse en direcciones que no conocía. El vaivén del vehículo y el rumor de las conversaciones bajas de los pasajeros creaban una atmósfera extrañamente hipnótica. Nunca había prestado atención a este lado de la ciudad, nunca había tomado una ruta diferente.
Acostumbraba a dormir en el trayecto a casa, pero al no conocer la ruta decidí mantenerme despierto. El bus se iba llenando más y más en cada parada. Subía mucha gente, pero pocos bajaban. No recordaba haber visto un bus tan lleno en ese horario.
Después de un rato, noté que el hombre que me había dado las indicaciones se levantó. Cuando bajó, el bus ya estaba completamente abarrotado. Casi no se podía mover sin rozar a alguien.
En medio del gentío, una chica se paró frente a mí. Estaba intentando sostenerse del pasamanos cuando, en un vaivén del bus, perdió el equilibrio y me pisó accidentalmente.
—¡Ay! Perdón —dijo rápidamente, mirándome con una mezcla de vergüenza y nerviosismo.
Le resté importancia con un gesto de la mano.
—No te preocupes. Con lo lleno que está, es inevitable.
Ella sonrió levemente. Pude percibir que no dejó de mirarme luego de eso. Algo en su expresión me pareció extraño. Se quedó de pie frente a mí, sujetándose con fuerza.
Por un momento me sentí un poco atraído.
Era difícil no notarla. Tenía el cabello oscuro y liso, cayéndole por los hombros con un descuido que le daba cierto aire despreocupado. Su piel era clara, con un ligero tono cálido que contrastaba con la luz fría del bus. Sus ojos, grandes y expresivos, parecían debatirse entre la curiosidad y la duda. Llevaba una chaqueta de mezclilla gastada y una bufanda gruesa alrededor del cuello, lo que sugería que había pasado tiempo afuera, tal vez caminando antes de subir.
Había algo en la forma en que se sostenía del pasamanos, con los dedos ligeramente tensos, como si estuviera agotada después de un largo día. Sus hombros estaban levemente caídos, y su respiración era pausada, como si intentara recuperar energía en medio del ajetreo del bus.
Entonces noté algo más.
Creo que pretendía hablarme.
Entonces decidí ofrecerle mi silla.
Le hice un gesto con la mano y me incorporé ligeramente.
—Si quieres sentarte… —dije, señalando el asiento.
Ella me miró por un segundo, como si estuviera evaluando si aceptar o no. Luego sonrió con gratitud y asintió.
—Gracias —murmuró mientras se sentaba.
Se acomodó con un suspiro leve, como si realmente necesitara ese descanso. Yo me sujeté del pasamanos frente a ella, sintiendo el vaivén del bus en cada giro.
Pasaron unos segundos de silencio, hasta que finalmente levantó la vista y, con cierta timidez, dijo:
—Eres muy amable.
Su tono de voz me parecía muy atractivo, aunque no sabría decir por qué. Tenía una suavidad envolvente, una calidez que contrastaba con el bullicio del bus.
La miré profundamente, casi sin darme cuenta, como si intentara descifrar algo en su expresión. Ella lo notó de inmediato y, con un leve rubor en las mejillas, bajó la mirada, quizás sintiéndose intimidada.
Por un instante, me pregunté si había sido demasiado evidente.
Ella acomodó la bufanda sobre su regazo con un movimiento lento, casi calculado. Al hacerlo, su blusa cedió ligeramente, dejando ver su escote. La tela, suave y ligera, se amoldaba a su piel de una forma que parecía invitar a la mirada, realzando la curva natural de sus pechos con cada sutil movimiento del bus.
Intenté mantener la vista en otro punto, en las luces que parpadeaban afuera, en los anuncios borrosos de la calle. Pero mi atención volvía a ella, atraída por la forma en que su pecho subía y bajaba con su respiración pausada, por la delicadeza con la que sus senos enmarcaban aquel espacio de piel expuesta.
Ella no parecía ajena a mi lucha interna. Su postura se mantuvo relajada, sin buscar cubrirse, como si supiera exactamente el efecto que causaba. Sus dedos jugaban distraídamente con la orilla de su blusa, rozando sus senos, deslizándolos entre ellos, mientras su cuerpo se balanceaba levemente con el vaivén del bus.
No había palabras entre nosotros, solo el sutil intercambio de miradas robadas, la tensión latente de dos desconocidos compartiendo un instante que, sin previo aviso, había tomado un matiz distinto. En un momento note que sonreía, estábamos jugando un juego que ambos estábamos disfrutando. Se inclinó ligeramente hacia adelante, lo que me permitió definir por un segundo el tamaño real de sus senos. Cuando cayo nuevamente en el espaldar de la silla me miro y esta vez sonrió sin dejar de mirarme, estaba coqueteándome directamente y en medio de una gran cantidad de gente.
El vaivén del bus, sumado al constante flujo de pasajeros, hacía inevitable que mi cuerpo rozara el suyo. Alguien pasó a mi lado apresurado para bajar en la siguiente parada, empujándome apenas, lo suficiente para que mis piernas se enredaran con las de ella.
No se apartó.
El contacto se mantuvo junto a nuestras miradas, que sentía con una claridad punzante. Sus muslos desprendían un calor constante en mis piernas a través de la fina tela de su pantalón, y su respiración pareció detenerse por un segundo.
Ella bajó la mirada, pero no con incomodidad. Sus dedos jugueteaban nuevamente con el borde de su escote, pero ahora miraba directamente a mi pene, erecto para ese momento, mientras sus labios se entreabrían en un gesto apenas perceptible.
Lo noté y en una jugada arriesgada, me pasé la mano por el contorno de mi pene, lentamente para que ella lo notara, se mordió el labio inferior y apretó uno de sus pechos. A ninguno parecía importarle que alguien más nos viera.
No estaba seguro de hacia dónde me llevaba todo aquello. La sensación de su cercanía, el roce de nuestras piernas, la forma en que había apretado su pecho dejaba entrever apenas lo suficiente para avivar mi imaginación… Todo parecía flotar en un limbo de expectativa.
El bus seguía su marcha, y a medida que más pasajeros descendían, el espacio a nuestro alrededor comenzó a ampliarse. Sin la presión de la multitud, me vi obligado a distanciarme ligeramente de ella, rompiendo por un momento la conexión silenciosa que se había formado.
Fue entonces cuando, casi sin pensarlo, le pregunté a dónde se dirigía.
—A San Martín —respondió con naturalidad.
Su voz tenía un tono sereno, pero en su mirada aún quedaba el rastro de la tensión compartida.
—¿San Martín? —repetí con algo de sorpresa—. Yo también voy para allá.
Ella sonrió apenas, como si la coincidencia no le resultara del todo inesperada.
—Sí, casi siempre tomo la I-253, pero hoy… bueno, me equivoqué de bus.
Ella rió suavemente.
—Parece que la equivocación no salió tan mal —comentó, lanzándome una mirada fugaz antes de volver la vista hacia la ventana.
La conversación fluyó con naturalidad mientras el bus continuaba su trayecto. Hablamos de lo monótono que podía ser volver a casa a esas horas, de lo impredecible del transporte y de lo poco que en realidad conocíamos de la ciudad a pesar de recorrerla a diario.
A medida que los pasajeros descendían en cada parada, el ambiente se fue volviendo más silencioso. Pronto, en la parte trasera solo quedábamos nosotros dos.
Aproveché el espacio vacío para sentarme a su lado. No protestó ni pareció incómoda, solo inclinó ligeramente su cuerpo hacia mí, como si el cambio hubiera sido algo natural.
—¿Vives por el centro de San Martín o más hacia la zona residencial? —pregunté.
—En la parte residencial —respondió—. Vivo con mis padres y mi hermana menor.
—Debe ser agradable volver a casa y tener con quién hablar después de un día largo.
Ella inclinó la cabeza, pensativa.
—A veces sí… pero a veces es agotador —admitió con una leve sonrisa—. Mi hermana es un torbellino y mis padres pueden ser un poco sobreprotectores.
—Bueno, al menos tienes compañía —dije, mirando por la ventana—. Yo vivo solo.
Ella giró el rostro hacia mí con un destello de curiosidad en los ojos.
—¿Y te gusta? —Su voz era suave, casi un susurro.
La miré de reojo. Había algo en su tono que no era simple curiosidad.
—A veces. Hay noches en las que se siente demasiado silencioso.
Ella asintió lentamente, como si entendiera exactamente a lo que me refería. Luego, en un gesto deliberado, deslizó los dedos por el borde de su escote.
—El silencio puede ser sofocante —murmuró.
Mi mirada descendió, atrapada por la sutil curvatura de sus senos iluminada por la tenue luz del bus. Entonces, lo hizo.
Con la misma lentitud con la que uno tantea un terreno peligroso, dejó caer su mano sobre su propio pecho y hundió un dedo en el espacio entre sus senos, justo donde su blusa se abría levemente, apretando
—¿Te gustó lo que viste? —preguntó, sin apartar la mirada de mí.
El aire pareció volverse más denso entre nosotros. No era una pregunta inocente. No era una provocación superficial.
No respondí de inmediato. Observé cómo sus labios se curvaban apenas en una sonrisa contenida, como si estuviera disfrutando del peso del momento.
—Parecías… atento.
Tragué saliva, sintiendo el latido en mi garganta.
—Es difícil no notarlo —dije al fin, mi voz más grave de lo que esperaba.
Ella sonrió, un destello fugaz en su expresión, y retiró lentamente el dedo, dejando la piel apenas descubierta.
Pasé mi mano por detrás de ella y la derecha la llevé hasta su rostro, acaricié su mejilla y ella cerró sus ojos, dejándose tocar. Luego giró, suavemente su cabeza y beso la palma de mi mano. Luego colocó una de sus manos en mi muslo y apretó suavemente, luego comenzó a levar sus dedos mientras su otra mano también acariciaba mi mejilla y su pulgar rozaba mis labios.
Sin más aviso, te acercaste y me besaste, tus dedos se enredaron en mi cabello, parecía un beso de urgencia mientras su lengua entraba profundamente en mi boca. Pasaba su otra mano por mi pecho y sentía como intentaba acercarse más, montarse sobre mí. Bajo su mano y la sentí sobre mi pene. Despego el beso, miró hacia adelante, un par de personas aún permanecían en el bus, pero estaban adelante, abrió el cierre de mi pantalón y sacó mi verga, inmediatamente después se agacho y la metió en su boca.
Chupaba, moviendo su cabeza hacia arriba y hacia abajo, los movimientos del bus hacían que cuando bajaba la verga entrara casi hasta su garganta. Agarré su cabello, para que mi pene nunca saliera de su boca y comencé a follarla sin contemplación, en ese momento pensé que solo era una desconocida puta y me propuse en tratarla como tal.
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