Infidelidad: Recién casada se entrega a mi (el bartender)
Trabajar de bartender en un resort en Roatán, Honduras, me ha dejado ver de todo. Parejas en crisis que se besan para la foto, solteros buscando excusas para pecar, turistas aburridos que se enamoran del clima y se olvidan de sus promesas. Pero Verónica… ella era otra historia..
Trabajar de bartender en un resort en Roatán, Honduras, me ha dejado ver de todo. Parejas en crisis que se besan para la foto, solteros buscando excusas para pecar, turistas aburridos que se enamoran del clima y se olvidan de sus promesas. Pero Verónica… ella era otra historia.
Llegó desde Albuquerque con su esposo, James, en lo que supuestamente era su luna de miel. Tenían 21 y 22 años. Demasiado jóvenes, demasiado serios. Ella se notaba inquieta desde el primer día: esa forma de mirar todo como si estuviera atrapada, como si esperara que alguien le abriera una puerta secreta en medio del paraíso.
Era blanca como la leche, de estatura baja —unos 1.53 metros, tal vez—, pero con unas caderas anchas que se movían como si tuvieran su propio lenguaje. El pelo lacio y negro le caía por la espalda como tinta derramada. Sus ojos miel brillaban cuando tomaba, y cuando se reía, sus labios gruesos parecían demasiado grandes para su rostro angelical. Hermosa de una forma que dolía mirar mucho tiempo.
La noche que todo cambió, llegó sola a la barra. Se había pasado de tragos y se notaba.
—Hazme uno fuerte —me pidió—, pero que no sepa a trago.
Le preparé algo con ron, fruta y un poco de picante. Lo bebió de un solo trago y pidió otro. La música de la discoteca al aire libre rebotaba en las paredes, caliente y lenta.
Raúl, el instructor de snorkel, apareció poco después. Él era todo músculos y piel oscura, de 31 años, con esa actitud que siempre parecía estar al borde de meterse en problemas. Medía menos que yo, pero su presencia ocupaba espacio. Y él también la había notado desde el primer día.
Ella nos miró a los dos, con esa media sonrisa que mezcla desafío y juego.
—¿Quieren que les baile?
Ni Raúl ni yo respondimos. Sólo nos quedamos allí, mirándola mientras se subía a un pequeño espacio de madera junto a la barra. Comenzó a moverse con la música tropical que llegaba desde la discoteca: lenta, ondulante, sensual. Su vestido blanco pegado al cuerpo, sus caderas amplias marcando el ritmo, su boca entreabierta, los ojos medio cerrados.
Se acercó primero a Raúl. Le acarició el abdomen firme, como admirando el trabajo de sus años bajo el sol. Lo miró a los ojos y lo besó de frente, con hambre. Raúl no dudó: la tomó por la cintura, apretándola contra él.
Yo me acerqué por detrás. Puse mis manos en sus caderas, la acerqué a mi pecho y le besé el cuello. Ella tembló entre los dos. Luego llevó una mano hacia atrás, acariciando mi abdomen y pecho peludos, explorándome con curiosidad. Fue como si ya nos conociera, como si no tuviera miedo de nada.
La llevamos por un pasillo estrecho que sólo el personal del hotel conoce, detrás de los depósitos donde no pasan huéspedes. Allí, bajo una lámpara tenue y el eco lejano de la música, ocurrió.
Raúl la besaba con fuerza, mientras yo le abría el vestido por detrás. Ella jadeaba, perdida, pero completamente consciente. Entre los dos, la elevamos contra la pared, sus piernas rodeando las caderas de Raúl mientras mis labios volvían a buscar su cuello, sus hombros, sus pechos suaves y blancos.
Quiero ser poseída, quiero ser su Amante, quiero ser libre… — exclamó Verónica mientras se bajaba de los brazos de Raúl y se arrodillaba frente a nosotros.
Todo fue piel, sudor, aliento. Las manos de ella recorriéndonos como si tratara de memorizarnos, nuestros cuerpos enredados con el suyo en una mezcla de deseo y descontrol. Ella nos guiaba sin palabras, y nosotros la seguíamos sin pensar. Fue salvaje. Fue íntimo. Fue inevitable.
Bajando mi short mi miembro estaba duro como una roca, ligeramente ladeado a la izquierda y negro, de 17cm lleno de venas y pelos — Abriendo su bocas y perdiendose en sus labios rojos he visto como empieza a chuparmelo como una profesional.
Anda no me dejes con las ganas, sacamelo — le ordenó Raúl y sin titubear, bajó su zipper dejando entre ver un miembro de apenas 15cm pero con un grosor de 13cm, con una cabeza de hongo qué difícilmente ella podía meterse a la boca.
Metete los dos a la boca mi amor — le dije, mientras aún estaba transportado al otro mundo. Sus pequeñas y blancas manos hacían contraste con nuestros miembros grandes y gruesos, con un amplio historial en complacencias sexuales con otras damas.
Raúl se tuvo que sostener de la pared pues Verónica con sus 2 manos tomó su miembro y a un ritmo diabólico hacia que mi colega se rezara para no venirse antes de tiempo.
Sin darme cuenta la he tomado de sus piernas, y subido a mis hombros, llevándome su hermoso sexo directo a la cara.
Está hermosa! — no evité decir, pues su vagina era muy pequeña y rosada, con apenas vello púbico, y labios de un tono rosa intenso.
Sin más palabras hundí mi rostro en ella y con mi lengua empecé a explorar cada milímetro de ella. Haciendo guardia Raúl solo miraba la escena y seguía masturbándose. En cambio yo, estaba en el cielo, temía agarrar muy fuerte su cintura, pues Verónica se veía tan delicada y tan blanca…. Sin embargo, con sus muslos se retorcía e intentaba evitar a toda costa qué dejara de pasarle mi lengua por su vagina.
Eres Virgen aún ?… — pregunté algo intrigado y mirando esos hermoso ojos de ángel, que parecían mentir sin decir una sola palabra — Si lo soy.
Raúl me tiró una mirada, como de cómplice de lo que iba a ocurrir… Esta mujer estaba recién casada y ni su esposo la había probado aún.
¿Alguien tiene condones? – pregunté, pero Raúl solo me tomo por el hombro y me quitó del camino — yo seré el primero — dijo mirándole directo a la entrepierna de Verónica y lamiendose los labios.
Subió a Verónica sobre unas cajas, y dirigió su miembro gordo directo a la entrada de ella. Verónica cerrando los ojos solo esperaba por sentirse mujer. Sin medir palabra, la cabeza de Raúl entró en ella y abriendo los ojos Verónica se dió cuenta que le dolería más de lo que pensaba.
No ya para, no puedo! — exclamó casi gritando Verónica pero ya era muy tarde, Raúl estaba dispuesto a desvirgar a esa recién casada, él estaba dispuesto a hacer lo que el marido no había querido hacer antes.
Vamos nena, tienes que aguantar — le dijo al oido mientras metía más de la mitad de su miembro dentro de ella — Era como ver a un Rottweiler follandose a una Chihuahua, parecía imposible, hasta que finalmente el abdomen áspero y velludo de Raúl se topó con la delicada piel de ella.
Al sacar su miembro dejó ver una estela de destrucción en medio de las piernas de Verónica pues esa linda y pequeña vagina ya no existía, en cambio Raúl había dejado una cavidad enorme donde ahora solo hay sangre y pecado.
Me toca! — exclamé, como si alguien más estuviera esperando turno. Tomé mi verga por la base y la hundí sin piedad en ella — Esto es lo que querías?, sentir 2 verdaderos hombres dentro de ti? — Le susurré al oído mientras la embestida sin piedad.
Veronica lloraba desconsoladamente, era una mezcla de dolor, excitación, y culpa… Pero aunque con sus tiernas manos intentaba apartame, sus manos en mi pecho solo me hacían aumentar la velocidad de la culeada qué le estaba dando.
La tomé de las cajas y colocando sus piernas en mi cintura, me la lleve hacia la pared, donde en ningún momento saque mi miembro de ella, como un verdadero catracho. La continúe follando por casi 15minutos hasta sentir como explotaba dentro de ella.
Me dejaste bien lubricada a la morrita — sin siquiera dejarla respirar, Raúl volvía a meter su miembro en ella — Ay me partes! — gritó mientras aun lloraba.
Cuando terminó, ninguno dijo nada. Ella se acomodó el vestido, se pasó los dedos por el cabello como si nada hubiera pasado, y se fue descalza por el pasillo oscuro.
Raúl y yo nos miramos. Él se encogió de hombros. Yo… no podía dejar de pensar en ella.
A la mañana siguiente, estaba limpiando la barra cuando la vi acercarse. Llevaba gafas oscuras y un pareo largo. Parecía más pequeña, más vulnerable.
—Necesito hablar contigo —dijo, sin rodeos.
Fuimos al muelle trasero, donde nadie va a esa hora. Se quitó las gafas. Tenía los ojos hinchados, las mejillas aún rojas.
—Lo de anoche… no soy así —murmuró, con voz temblorosa—. Fue un error. No digas nada. Por favor.
Asentí, pero algo en su mirada me decía otra cosa. Me acerqué un poco. Ella no se movió. Solo me miró.
—No puedo dejar de pensar en ti —le dije, sin saber por qué.
Ella se quedó en silencio, hasta que me besó. Esta vez fue diferente: más suave, más lento, más íntimo. Terminamos otra vez en el mismo pasillo, pero ahora sin apuros. Le quité el pareo despacio, besando cada centímetro de su piel blanca. Ella me tomó de la barba, me besó profundo, y me hizo suyo otra vez.
Cuando se fue, esta vez me miró una última vez, larga, como si supiera que esto ya no era una aventura de una noche. Que esto iba a doler. Que esto no se podía esconder para siempre.
Y tenía razón.
Porque hay pasiones que no entienden de anillos, ni de votos, ni de reglas. Y Verónica… es el tipo de mujer que te arrastra al fondo del mar aunque sepa que no sabes nadar.
Y yo… ya no quiero salir a flote.
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