Inició en el bus
Añado un amante más a mi lista, y ya tengo dos..
Ya era martes y mi esposo llevaba más de una semana trabajando fuera del estado y vendría hasta el sábado. Para mala suerte, el lunes no me vi con mi amante porque él estaba de vacaciones con su esposa. Así que yo andaba calentísima y con mal humor pues 15 días sin coger no los podría aguantar.
Me vestí con ropa de mi hija, falda más corta que las mías y me quedaba pegada, era para presumir mis piernas y mis nalgas. Fui al centro de la ciudad para ver aparadores, pero cada hombre que pasaba, lo imaginaba desnudo y pidiéndome hacer el amor. Pero ellos sólo me miraban y yo me calentaba más, así que decidí regresar a casa para ver unos videos y pajearme hasta quedar rendida.
No éramos muchos en la parada del bus. Un señor mayor, muy atractivo, un joven aún adolescente y yo, madura casi en los 50. Sin darme cuenta, empecé a sentirme más arrecha. Supongo que fueron las feromonas del chico quien no dejaba de mirarme lujuriosamente. También el maduro lo hacía, pero con mucha discreción, a ambos se les notaba la turgencia que abultaba el frente del pantalón. En la ciudad donde vivo, el servicio de transporte público es caro y desastroso. Después de casi media hora de espera, por fin llegó el bus. El joven subió primero, luego yo, pero al abrir mi monedero, me di cuenta que no traía monedas, pues era obligatorio depositar en la alcancía el monto exacto, ya que no dan vuelto si uno deposita más, y mis billetes no eran de baja denominación. El bus comenzó a avanzar “¿Tiene cambio de éste?” le pregunté al señor que subió tras de mí, percatándome que me veía las nalgas después de haberme pedido que pasara. Él tomó el billete y depositó en monedas lo equivalente a ambos. “Pase, por favor”, dijo y yo avancé, pero el chofer, por alguien que se atravesó, frenó intempestivamente y me fui de espaldas, quedando detenida por el pasajero que me cambiaría el billete, quien se afianzó al tubo más cercano. Traté de detenerme y cerré mi mano exactamente en la barra de carne tiesa del sujeto benefactor.
–¡Disculpe!, me iba a caer –dije como explicación, pero al darme cuenta de dónde estaba agarrada me subieron y bajaron los colores y, por mi arrechura, tardé en soltarle el miembro.
–No se preocupe, fue un lamentable accidente –dijo, pero de inmediato aclaró–. Bueno, para mí fue afortunado –y guiñó un ojo.
Nos sentamos juntos y las feromonas de ambos siguieron actuando. Él me regresó el billete y me dijo “No tengo sencillo. No me debe nada”.
–Gracias. De cualquier manera, cuando baje, habré de cambiarlo para tomar el segundo bus –dije guardando el billete.
–En dos paradas más me bajo. Voy a recoger mi auto, el cual dejé para cambio de aceite. Si usted acepta, lo recogemos y la llevo a donde vaya, no tengo algo más qué hacer –ofreció amablemente y yo asentí con una sonrisa.
Ni en el bus, ni posteriormente en su auto, disminuyó su erección, la cual yo miraba discretamente al principio, pero poco después ya lo hacía yo sin recato; por su parte, él no hacía nada para ocultarla, pero después, al subir las confidencias sobre nuestras vidas, la ostentaba sin pudor. Me enteré que él era viudo y jubilado; también que, después de morir su esposa, pocas veces practicaba el sexo y eso lo hacía sólo con dos amigas de la juventud, ahora casadas.
Cuando le conté que yo era casada, su erección disminuyó de golpe. “¿Qué pasó?”, pregunté asombrada y sin medir mi prudencia. “¿Qué pasó de qué…?”, replicó.
–Se apagó tu alegría de golpe –dije señalando con la vista a su regazo.
–¿Mi qué…? –preguntó azorado y orilló el auto para detenerse.
–Pensé que estabas feliz conmigo –dije y, sin recato alguno, le moví el bulto que se endureció a mis zangoloteos.
–¡Ja, ja, ja…! ¡Sí, y así estoy más feliz! –dijo abriendo las piernas para que yo siguiera.
–Es que esto se apagó de repente –dije apretando ahora con las dos manos–, pensé que el Viagra había perdido su efecto.
–Raras veces usaba Viagra para atender a mi esposa –aclaró Amado (así dijo llamarse)–. Es que, cuando dijiste que estabas casada, se me derrumbaron las ilusiones que me estaba haciendo… –contestó, y me di cuenta que mi olor y el suyo, hicieron que sobrepasáramos rápidamente los umbrales de la timidez.
–Estoy casada, pero eso no me impide darme antojos… –contesté con coquetería, continuando el movimiento, a pesar de que la humedad del presemen en el pantalón era notoria.
–¿Cada cuándo te das los antojos? –preguntó tomándome con delicadeza el mentón.
–Al menos una vez a la semana con mi amante, con el cual llevo ya varios años –dije, y se acercó para darme el beso que estábamos deseando–. Vámonos a otro lugar, porque aquí pasa mucha gente, le pedí una vez consumado el ósculo.
–¿Quieres conocer mi casa o prefieres otro sitio? ¿Quieres que vayamos a un bar? –preguntó más específicamente acariciándome una teta, lo cual me puso en modo cogelona.
–A donde quieras, pero ya sabes para qué, pues ¡ya no aguanto más!, llevo muchos días en ayunas –confesé sin asomo de vergüenza, además, no acostumbro tomar.
–Vamos a mi casa, y aterrizamos en la recámara… –contestó volviendo a encender el auto, y yo asentí con la cabeza y una sonrisa.
Al llegar a su casa, metió el auto al garaje. Cuando se cerró la puerta automática abrió la de la entrada a su casa, me abrió la puerta del auto y, apenas bajé, me cargó para llevarme así a la recámara. Me acostó y se montó en mí. Así, vestidos nos abrazamos y empiernamos, haciendo los movimientos de coito mientras nos besábamos.
No podía creérmelo que yo me hubiese comportado con tanta putez. Seguramente Amado pensaba que yo era una puta, dada la facilidad con la que me comporté, pues me preguntó “¿Con cuántos has cogido?”. A lo que respondí: “Sólo tres. Con mi marido desde que yo tenía 18 años; con mi amante, desde los 33; y sólo dos veces con un amigo, este año (omití precisarle que la segunda vez fue en trío con mi amante).
–¿Cuántos años tienes? –me preguntó, mirándome a los ojos sin dejar de abrazarme.
–49 –contesté y su rostro delató asombro–. ¿Me veo más grande? –pregunté con tristeza.
–¡No! Al contrario, no creí que llegaras a los 40. Te ves y te sientes más joven –dijo magreándome las nalgas.
–Quiero ver en qué condiciones estás tú, cincuentón –le dije comenzándolo a desvestir, hasta que lo dejé peladito. Después que me aclaró que me llevaba más de veinte años.
Él se dejó hacer. Me maravillé porque nunca había tenido en mis manos una verga circuncidada. Sin poder contenerme lamí su capullo. “¡Qué rico lo haces, nena!”, exclamó poniendo en su cara un gesto de placer extremo. Su pene seguía soltando una deliciosa miel. “¡Espera!, aún no quiero venirme”, me suplicó cuando yo ya esperaba su leche, separando mi cara de su virilidad. “Ahora déjame encuerarte”, pidió y me puse de pie. Él también se levantó y, mientras me daba besos en el cuello, comenzó a desabotonar mi blusa. Besó las copas de seda donde se marcaban los pezones y los apretó con los labios. Me quitó el sostén y mamó las tetas con delicadeza que pronto se tornó en marcada euforia. En las últimas mamadas sus manos se fueron a bajar mi falda y mis calzones.
Su boca bajó a mi pancita y lamió el ombligo y las marcas que dejó el resorte. Después, él de rodillas y con sus manos en mis nalgas, frotó su nariz y boca en mi vello púbico, aspirando el aroma de mi vagina. No sé si él se sentiría más arrecho si yo estuviese cogida, pero cerraba los ojos para oler y sacó la lengua para lamer mi raja, donde metió la lengua para saborear los jugos que me comenzaban a escurrir. Me obligó a acostarme bocabajo para besarme toda la piel, iniciando en las coyunturas. Lamió mi raja, subió al periné y sentí a su lengua taladrar mi ano. Subió a mi espalda, la cubrió muy bien. Al llegar a mi nuca, sentí en mis pantorrillas la baba que salía de su pene.
“¡Métemelo ya, papacito…!”, dije y me volteé bocarriba abriendo las piernas. Sonrió, se acostó sobre mí, dándome un beso donde sorbí su lengua y con mi mano dirigí su falo hacia mis labios vaginales. Mí panocha devoró su tranca, de la misma forma en que mi boca se apoderaba de su lengua. Yo empecé a soltar los jugos al ritmo de mis orgasmos, pues me movía con la enjundia de una quinceañera que es desflorada, ciñéndolo con mis piernas y abrazándolo para que no se fuese a salir de mis entrañas.
Mis jadeos, y el mar de los líquidos que me salía como como ría inundada por los orgasmos, exigían su simiente, la cual llegó en cálidos chorros de amor. “¡Te amo, nena!”, gritó en el último estertor de su eyaculación. Sabía que era absurdo que eso tuviese sentido o veracidad, pero yo sentí lo mismo y respondí “¡Ámame, Amado, que yo lo haré también con todo mi cuerpo y mi alma!”, lo que confirmé con mi perrito involuntario que exprimía su tronco para aprovechar ese amor que aún le quedaba, deseando quedar preñada…
Ya en el reposo, donde las caricias en el cuerpo y los besos en la cara, compensaban el esfuerzo con el que nuestros cuerpos se habían deshilvanado, volvieron las palabras para hacer preguntas que debieron ser previas.
–¿Aún puedes quedar embarazada? –preguntó Amado esperanzadoramente.
–Aún me visita la Luna con regularidad. Pero lamento en este instante que me haya operado para evitarlo –dije con sentida tristeza, más aún cuando Amado me había contado que no tuvo hijos–. De lo contrario, con tanto sexo con mi esposo, tendría más críos que una coneja.
–¿Cogen mucho? –preguntó moviendo su dedo en mi clítoris mojado.
–Sí, más los fines de semana… –y le conté lo que pasaba cuando Ramón, mi esposo, llegaba borracho; también lo lechudo que era y cómo aprovechaba esta cualidad con Bernabé, a quien le gusta el atole que hago con mi cornudo.
–¡Qué puta eres, nena! –exclamó.
–Sí, con su amor, y sus vergas, me tienen hecha una puta –asentí– ¿A tu esposa te la cogías, así como lo hiciste conmigo? –pregunté suponiendo que sí
–A mi esposa la amé mucho. Fuimos novios desde la secundaria hasta la universidad. Ya casados, decidimos controlar la natalidad con la píldora durante algunos años para desarrollarnos profesionalmente. Nos fue bien, pero después, cuando decidimos ser padres, no pudimos. Lo intentamos de muchas formas en una constante peregrinación por las clínicas de fertilidad, pero, al parecer, ella ya no podía. Después, antes de cumplir medio siglo, la atacó el cáncer y luchamos contra él por varios años, hasta que nos ganó –dijo con los ojos rasos de llanto.
–Perdóname por haberte amargado con esos recuerdos –dije apesumbrada, besando una mejilla y acariciándole la otra.
–No, perdóname tú, yo me desvié al responder tu pregunta. A ella le gustaba que yo le hiciera sexo oral, pero no le gustaba hacérmelo a mí. Me daba unas cuantas mamaditas y me decía “Ya”. Tampoco a mis amigas les gustaba chuparme la verga ni los huevos, pero sí les encantaba que yo las chupara antes de coger. Por eso, inconscientemente te pedí que suspendieras tus mamadas, porque ya me iba a venir y no quería que, al sentir mi semen, te causara una molestia –explicó.
–¡Ja, ja, ja! No, a mí sí me gusta la leche en biberón de carne –le dije y me acomodé en posición de 69.
Estuvimos chupándonos como veinte minutos, antes que Amado soltara un pequeño chisguete. Es que en la cogida me había vaciado todo lo que traía en sus huevos. Él, por su parte, además de sentirse feliz por eyacular de esa manera, me dijo “Sí, cogida sabes más rica, por eso tu amante te pide que llegues así”.
–Ahora entiendo por qué mis amigas unas veces me sabían mejor que otras, era el sabor de la cogida previa con el marido –dijo volviéndome a chupar– Oye, ¿puedo tomarte unas fotos desnuda? –preguntó algo cohibido.
–Sí, pero sólo para tus ojos –le contesté y se levantó por una cámara, justificando la pobre resolución de su teléfono celular–. También yo te tomaré unas con tu cámara, quiero recordar este bello momento y tu cuerpo de cincuentón, aunque dices ser más grande.
Amado pidió comida a un restaurante cercano y sonó mi celular. Era mi marido y afortunadamente no era video llamada. Le conté que estaba en el centro y buscaba un lugar para comer pues mis hijos se habían ido con mis padres a una fiesta de los primos, le pedí que en la noche me hiciera una video llamada para pajearnos juntos. Amado se había retirado para no importunarme y recibir en bata la comida. Comiendo desnudos, y con muchos choques de copa con vino rosado, continuamos conociéndonos. Más tarde nos masturbamos mutuamente y me unté en el pecho la crema de amor que le extraje.
–¡Qué festejo adelantado de cumpleaños me estoy dando! –externó.
–¿Qué tan adelantado? –pregunté.
–Un día
–Pues mañana lo celebraremos de la misma forma querido Amador, y también a los “Niños Héroes” (en alusión al festejo patrio de ese día) –contesté antes de meternos a bañar.
Por último, después de secarnos uno a la otra y viceversa, además de besarnos el cuerpo, nos vestimos e intercambiamos correos y teléfonos y le aclaré que “Las fotos me las envías por correo, por WhatsApp no, porque podrían verlas mis hijos o mi marido…”. Claro, al día siguiente pasamos la mañana juntos. Le llevé un pastel que le hice donde mi rebanada la tomé con leche… ¡Ahora sí, el biberón funcionó rápido y hubo abundancia de leche! Así, Amado aceptó ser mi amante, y entró a una lista de dos. Ya les platicaré como recibió esta noticia Bernabé, mi primer amante. Obviamente, mi marido no lo sabe ni lo sabrá, espero…
¡Ándale, sólo te faltaba «talonear»! La verdad es que así, de repente, te salen algunas personas desconocidas que se convierten en grandes amistades con las que compartes simbiontes de tus queridos. Voy a escribir sobre uno de esos casos. En realidad, tengo escritos varios, sólo es cuestión de corregirlos, es decir, cambiarles los nombres verdaderos, recortarles cuestiones personales y cosas así.
Ya llevas cuatro vergas en tu panocha, amiguita, a ver cuántas juntas al llegar al medio siglo. ¡Felicidades!
¡No salí a «talonear»!, al menos no lo hice de manera consciente, pero sí se me antojaban muchos de los hombres que veía. No dudo que varios de ellos me veían como si fuera una puta, porque las ganas deberían notarse y mis nalgas y piernas son atractivas.
Aunque te envidio, no trato de tener una corte de machos, ni un hato de burros lecheros, como tú. Mi marido ni lo permitiría y lo amo mucho. Pero si, de repente pasa alguien que me gusta y me ensarto en su palo, no lo veré mal…
¿Vas a «darle servicio» regularmente a Amador? Dirás que fue casual, pero te vestiste como puta, seguramente también traías el maquillaje característico, incluidos los labios color «rojo puta» y, caliente (es decir lanzando feromonas) saliste de casa a buscar amor. Dices «ellos sólo me miraban y yo me calentaba más», quizá no era hora de diversión para ellos, o sabían que no les alcanzaría el dinero para proponerte algo. Afortunadamente, tu anzuelo de puta sí capturó a un maduro.
Me pregunto qué habría ocurrido si arreglada así, le hubieses pedido a tu papá que te fuera a arreglar algo a tu casa. ¿No se te ocurrió? Bueno, ahora ya tienes una estrategia para «papito»…
Sí, ya se lo dije a Tita, quizá fue inconsciente. Lo bueno es que regresé a mi casa bien cogida y con un nuevo amante. Amador y yo nos queremos y nos «daremos servicio», mientras sea posible.
¡Vas de nuevo con la tentación! Sí me hubiese gustado ir a tentarlo, pero con mi mamá cerca, no sería posible coger. No se me ocurrió tu estrategia, pero no sería mal que, en un momento de emergencia como el que pasé, la pusiera en práctica.
Pues sí que te comportaste como puta, no creo que haya sido accidental el lugar donde te agarraste fuertemente al frenar de manera abrupta el bus. Tú traías ganas de coger y el viejito te pareció un ejemplar satisfactorio para eso. Lo demás, es muy fácil viendo a una mujer tan bella e incitante como tú. Me imagino su cara cuando terminó de desnudarte, ¡como la mía cuando fue así!, aunque ya había yo visto fotos tuyas, no es lo mismo que percibir el olor y la textura de tu piel…
¡Quién, que te haya probado una vez, no deseará volver a visitar el nirvana en tu compañía!
Lo de querer asirme a algo en el frenón fue instintivo, y lo sentí bien después de darme cuenta de lo que hice.
Vieras que sí, la cara de Bernabé, la tuya y la de Amador, eran la misma, parecían bobos que nunca hubiesen tenido a una mujer desnuda ante ustedes.
¡Sí, quiero más con cualesquiera de mis cuatro hombres! Me han tratado muy bien todas la veces.
¡Bravo! En las pocas líneas que escribiste, se nota que nació el amor entre ustedes dos. Mantennos informados, porque esto se parece a lo que le pasaba a Tita en su juventud. ¡Qué emoción!
Sí, Vaquita, ambos sentimos que es amor. No estoy segura que se trate a la enfermedad que padeció Tita, pero sí es cierto que no quiero que dejen de cogerme.
Claro que estoy escribiendo lo que siguió, pronto estará listo.