Karlita a sus 7 años
Sus ojos azules brillaban con la inocencia de la infancia.
La siguiente narración es ficticia y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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Un día de primavera, mientras los rayos dorados del sol poniente se filtraban por las ventanas, arrojando un cálido resplandor por toda la habitación, me quedé hipnotizado por mi hija, Daniela de 7 años, sentada en el suelo con su colección de muñecas esparcida a su alrededor. Su largo cabello rubio y suelto brillaba como oro hilado, cayendo en cascada sobre sus hombros y captando la luz de una manera que la hacía parecer envuelta en la misma luz del sol. Cada vez que la veo, recuerdo el día en que nació; el momento en que la sostuve en mis brazos, mi corazón se llenó de un amor tan profundo que sigue creciendo más fuerte cada día.
Sus ojos azules brillaban con la inocencia de la infancia, centelleando con curiosidad y entusiasmo por la vida. Parecían contener galaxias enteras en su interior, invitándote a explorar las profundidades de su imaginación. A menudo me pierdo en esos hermosos ojos, maravillándome de cómo bailan de emoción cuando descubre algo nuevo o cómo brillan intensamente cuando ríe. Son estos momentos los que me recuerdan lo preciosa que puede ser la infancia y lo afortunado que soy de ser su padre.
Daniela tiene una sonrisa encantadora que ilumina instantáneamente una habitación, revelando una perfecta dentadura blanca que recuerdo que me preocupaba tanto durante sus primeros años. Cada sonrisa trae una oleada de calidez a mi corazón, una expresión llena de alegría genuina que parece borrar todos los rastros de los problemas del mundo exterior. Ya sea que esté disfrutando de un momento de risas con amigos o simplemente compartiendo un momento tranquilo conmigo, su sonrisa es similar a un amanecer radiante; ilumina mi día y llena mi corazón de una sensación de orgullo y afecto.
Más allá de su cautivadora belleza física, es su espíritu lo que realmente me cautiva. Posee una energía magnética que atrae a todos, una combinación de gracia y tonterías que encarna la esencia de la infancia. Su risa es como una música de la que nunca me canso, una melodía que suena en mi corazón y perdura mucho después de que el momento haya pasado. Admiro la forma en que ella abraza la vida, encarando cada día con entusiasmo desinhibido y un corazón abierto, recordándome cada día las alegrías simples que existen a nuestro alrededor.
Mientras veo crecer a mi hija, me invade una sensación agridulce de nostalgia. Hay momentos en los que desearía poder congelar el tiempo, para capturar la belleza de su infancia para siempre. Pero más que eso, me llena una inmensa gratitud por el vínculo que compartimos. La forma en que su cabello rubio baila con el viento, sus ojos brillando con picardía y su risa resonando en el aire están grabados para siempre en mi memoria. En toda su belleza, tanto por dentro como por fuera, ella es un brillante recordatorio de la forma más pura del amor, y atesoro cada momento que puedo presenciar su viaje a través de la vida.
Mi hija Daniela acaba de cumplir 7 años y ya comienza a tener inquietudes sobre su cuerpo. Yo le resuelvo algunas dudas pero no puedo evitar sentir un morbo y deseo sexual hacia mi hija a pesar de que sé que es algo incorrecto.
En una ocasión su madre me mandó a bañarla, según ella, aprovechando que yo me iba a bañar y ella tenía que preparar la comida. La mandó junto conmigo al baño y no pude evitar tener una erección que intenté combatir lo mejor que pude. Sin embargo, era algo inevitable. Su cuerpecito tan divino era exquisito ante mis ojos de hombre. Pero más exquisito era poder tocar su piel al estarla bañando. Su piel era suave y tersa estando seca, pero estando bajo la regadera o enjabonada, le sensación de su piel al tacto directo de mis manos era una verdadera tortura puesto que mi verga únicamente quería explotar y bañarla con mi semen caliente.
En esa ocasión tuve que conformarme con frotar suavemente todo su cuerpecito mientras ella jugaba con su patito de bañera. Yo disimulaba y fingía estar enfocado en enjabonar su hermosa cabellera y su bello cuerpecito. Pero mis instintos perversos me llevaban a acariciar indebidamente cada centímetro de su piel con la excusa de que debía enjabonarla bien para que oliera muy rico!
La sensación de poder tocarla sin restricciones fue algo indescriptible. Fue una pelea interna porque debía limitarme por lo mucho que la amaba al ser la mujer que más amaba sobre la faz de la tierra; pero era precisamente ese amor el que me hacía desearla con lujuria desenfrenada.
Me pregunté después de esa ocasión, existirá algún padre que no sienta estos deseos inadecuados hacia sus hijas?
Felices pajas, dedeadas y demás 😛 !!!
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