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Fantasías / Parodias, Heterosexual, Voyeur / Exhibicionismo

Karlita la puta de la gasolinera

Una pequeña se convierte en puta para sobrevivir, y Osvaldo es testigo de todos sus encuentros hasta que él mismo decide poseerla. .
Soy Osvaldo, un venezolano que trabaja como aseador de baños en una gasolinera local de Roraima. Mi vida aquí no es fácil, pero he aprendido a sobrevivir en este lugar donde las historias de los demás se entrelazan con la mía.

Hace unos meses, noté a una niña pequeña que solía venir a la gasolinera. Se llamaba Karlita, y tenía apenas 8 años. Era difícil no fijarse en ella; siempre parecía tan perdida y sola. Con el tiempo, me di cuenta de que no tenía un hogar. Era una niña indigente, y su única forma de sobrevivir era ofrecer servicios a los clientes que frecuentaban la gasolinera, especialmente por la noche.

Los clientes habituales eran taxistas nocturnos 🚕, chóferes de camiones 🚛, chóferes de buses🚌, y policías nocturnos 👮🏼‍♂️. Todos ellos, de una u otra manera, formaban parte de su vida, aunque de la forma más inusual. Karlita, con su inocencia robada, se veía obligada a chupar guevo en los cubículos de los baños… en un lugar que debería ser un simple punto de descanso para los viajeros.

A veces, cuando limpio los baños, encuentro rastros de su presencia: un Condon usado, un trozo con manchas de sangre y semen. Es como si su alma estuviera atrapada en este lugar, buscando una salida que nunca llega. La gasolinera, que debería ser un lugar de tránsito, se ha convertido en su hotel personal.

Karlita es delgada, con el cabello negro y liso que le cae hasta los hombros. Sus ojos, de un marrón profundo, siempre parecen alegres, como si aún disfrutará de su infancia a pesar de lo que hace. Su piel, bronceada por el sol, tiene algunas cicatrices y moretones que delatan su dura vida en la calle.

Cada noche, cuando los faros de los vehículos iluminan la gasolinera, veo a Karlita moviéndose entre las sombras, buscando a su próximo cliente. Es una visión que me persigue, una realidad que no puedo cambiar. Siento una mezcla de deseo y curiosidad, sabiendo que no hay nada que puedo hacer para liberarla de esto.

Karlita me recuerda a mi hijita Yurisledy, que dejé en Venezuela. Pero no siento remordimientos, solo deseo de ver y escuchar los encuentros. A veces, cuando estoy en mi rincón, limpiando los baños, escucho los sonidos que vienen de los camiones o de los coches.

«Más profundo, mi niña,» gruñe un chófer de camión. 🙋🏻‍♂️🚛🍆👄

«Así, así, sigue así,» le dice otro.

Los gemidos y los jadeos de los hombres se mezclan con el ruido de la gasolinera, creando una sinfonía macabra.

«Te gusta, ¿verdad, pequeña puta?» dice uno de los taxistas 🧔🏾‍♂️🚕, y Karlita, con su voz suave y trémula, responde, «Sí, señor Joao.» 👧🏻🫦

Es una profesional, a pesar de su corta edad. Ha aprendido a complacer a sus clientes, a darles lo que quieren, a cambio de unas monedas o un poco de comida.

A veces, los veo a través de la ventana empañada del baño. Karlita, con su pequeña boca llena, trabajando duro, sus ojos cerrados, como si estuviera en otro lugar. Los hombres, con sus caras de placer, agarrando su cabeza, guiándola, usando su cuerpo para su propio goce.

Cada noche llega una patrulla, siempre al rededor de las 2AM; Los policías son dos tipos grandes: Caio y Adriano 👮🏼‍♂️👮🏾‍♂️, con uniforme azul y gorras oscuras. Sus caras, duras y severas, se transforman en máscaras de lujuria cuando están con Karlita.

Uno de ellos, el más joven Caio, con el cabello corto y rubio, suele meter sus dedos en esa pequeña vagina mientras ella sigue mamando.

«Así, así, pequeña, sigue chupando,» le dice, y ella obedece, sin protestar, sin llorar.

El otro, más viejo, con barba y ojos penetrantes, observa, esperando su turno, con una sonrisa perversa en su rostro.

«Vamos, nena, trágatelo todo,» dice el joven policía, y ella obedece, sin protestar, sin llorar.

Es como si ya no tuviera sentimientos, solo una máquina, programada para complacer.

Otra noche, vi cómo el policía Adriano, de contextura fuerte y moreno la llevaba al último cubículo. La empujó contra la pared, levantándole la falda, y la penetró sin piedad con un miembro que parecía sacado de una película porno, unos 18cm de verga negra y gruesa. Los gritos de dolor de Karlita se convirtieron en gemidos de placer, y ella comenzó a moverse al ritmo de sus embestidas.

«Así, así, pequeña puta, muévete,» le decía él, y ella obedecía, con los ojos cerrados, perdida en su propio mundo de sufrimiento y placer.

«Quiero partirte en dos pequeña hija de puta, te gusta verdad?.. Como te estoy partiendo por dentro»😎👮🏾‍♂️ – le decía Adriano mientras continuaba metiendo su verga en esa pequeña vagina.

«Me duele mucho señor policía» 🥺👧🏻💧 – decía Karlita mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.

«Querías verga no?.. Aguanta verga ahora» – les respondió Adriano, soltandole una cachetada al mismo tiempo.

La verga de Adriano empezó a palpitar y soltar litros de leche dentro de Karlita, y Adriano dejó soltar un grito de extasis…. Al sacar su verga dejó ver una vagina destruida, totalmente abierta y con una mezcla de leche y sangre. Se subió los pantalones, y le tiró un billete de 10 Reales, y se marchó.

Después de meses de observar, finalmente me animé a hablarle a Karlita. Ella casi no habla español, pero entiende lo que quiero.

«Cómo estas pequeña, quieres ganarte un dinerito extra?» – le digo, «Si señor» – responde casi inmediatamente.

Dentro del cubículo, ella misma baja el zíper de mi pantalón y saca mi pene, de 16 cm, grueso, negro, venoso y con una cabeza grande y roja. Con sus labios rosados y pequeños, se lo lleva a la boca y lo chupa, agarrándome por la base con sus delicadas manitas.

OH si pequeña! – exclamó, cerrando los ojos y dejando que ella haga lo que sabe hacer mejor.

🌬️🍆👄👅

Escupo mis dedos y los llevo a su vaginita, que ya se siente abierta por las penetraciones de los demás.

«Vas a ser que me venga, ahh» – sigo diciéndole, mientras ella con sus dos manitos toma la base de mi guevo y se lo mete más profundo hasta su garganta.

Salimos del cubículo y la subo a los lavamanos. Con cuidado, pongo mi pene en esa vaginita y poco a poco lo meto. Ella llora y gime, hasta que finalmente entra todo. Mis huevos chocan con su culito y la culeo sin parar por casi media hora. Los gritos de ella resuenan y sus piernas y manos se envuelven, aferrándose a mí, mientras yo la tomo por los hombros y la presiono hacia mí para que no se escape y le entre más profundo.

«Geme, pequeña puta,» le digo en un susurro. «Geme para mí.» Y ella obedece, sus gemidos llenan el baño, mezclándose con el ruido del agua que corre y el olor a desinfectante. «Así, así, pequeña, sigue gimiendo,» le digo, y ella continúa, sus ojos cerrados, perdida en su propio mundo de dolor y placer.

«Me gusta, Osvaldo,» dice ella en un portugués entrecortado. «Me gusta mucho.» Y yo, sintiendo una mezcla de lujuria y poder, continúo moviéndome dentro de ella, sintiendo cómo su cuerpo se tensa y se relaja con cada embestida.

«Eres una buena niña, Karlita,» le digo, y ella sonríe, una sonrisa triste y resignada. «Gracias, Osvaldo,» responde, y yo siento una satisfacción perversa al saber que la he complacido, que he saciado mi deseo con su pequeño cuerpo.

Después de dos meses, Karlita quedó embarazada. No sabía de quién era el hijo, pero no me importaba. La llevé a vivir a mi pequeño cuarto, y desde entonces, la culeo todos los días. Su cuerpo, ahora más lleno y curvilíneo, sigue siendo un placer para mí. La penetro con fuerza, sintiendo cómo sus paredes internas se ajustan a mi pene, cómo sus gemidos se vuelven más intensos con cada embestida.

Un día, nació el bebé. Era rubio, con ojos claros, y supe enseguida que no era mío. Era del policía, del que tenía el cabello corto y rubio. Pero no me importó. Lo crié como si fuera mío, dándole de comer y cambiando sus pañales. Karlita, aunque joven, se convirtió en una madre dedicada, cuidando de su hijo con una ternura que nunca había visto en ella.

Años pasaron, y Karlita tuvo dos hijos más, ambos míos. Ahora, Karlita tiene 17 años y tres hijos: uno del policía y dos míos. Su vida ha cambiado, pero sigue siendo la misma niña perdida y sola que conocí en la gasolinera. A veces, cuando la miro, veo en sus ojos la misma alegria inocente, la misma resignación. Pero también veo una chispa de vida, una fuerza que la ha mantenido viva en este mundo cruel.

42 Lecturas/29 septiembre, 2025/0 Comentarios/por Yorg77
Etiquetas: baño, culo, hija, hijo, hotel, madre, semen, vagina
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