KIRA (Amante 6yo). Capítulo 2.
Esta es la seunda parte del inusual romance entre Gerardo, un viudo de 37 años, y Kira, su hermosa hijastra de 6 años, de cómo se conocieron, cómo se hicieron amantes, y sus primeros encuentros sexuales..
KIRA (Amante 6yo). Capítulo 2.
Esta es la seunda parte del inusual romance entre Gerardo, un viudo de 37 años, y Kira, su hermosa hijastra de 6 años, de cómo se conocieron, cómo se hicieron amantes, y sus primeros encuentros sexuales.
—Te… quiero… mmm… mucho… mmm… mi amor— dijo como pudo Kira, la hermosa rubia de 6 años, con las bolas a Gerardo en la boca, su padrastro de 37 años. Kira estaba acostada en la cama, desnuda, boca arriba, con la cabeza en un borde de la cama. Lamía con pasión los huevos del hombre y se acariciaba su propia entrepierna. Su cuerpo se retorcía como víbora fruto de su excitación. Gerardo, parado a un borde de la cama, tenía las piernas separadas y las rodillas dobladas lo suficiente como para poner sus largos huevos en la boca de la niña. Chuuk, muuack, resonaban en el cuarto los sonidos de las chupadas de Kira. Recorría la lengua por un huevo, luego por el otro, después chupaba y halaba hasta que la el escroto no daba más y salía despedido de su boca. Después, daba mordiscos suaves en la piel. Halaba con los dientes, y se metía una bola en la boca. A Kira le gustaba consentir esas bolas, entre otras cosas, porque Gerardo le había dicho que ahí era donde se producían la testosterona y el semen: la primera es una hormona vital para los hombres y lo segundo, un líquido que podía crear vida. Así que Kira, comprendía que sus caricias de alguna manera mantendrían a su hombre saludable y lleno de vida, y también pensaba que entre más semen produjera, más querría estar con ella y más placer le daría. Gerardo miraba esa lengua aparecer y desaparecer lamiéndole los testículos y se mordía los labios mirando la vulvita sin un solo pelito, rosada, brillando con sus propios jugos, hinchada esperando que su lengua la llevara al cielo y su pene al infierno.
Gerardo alzó a Kira, y se abrazaron. Ella envolvió su torso con sus piernas y le pasó los brazos por atrás del cuello. —Yo también te quiero mucho, Kira— le dijo Gerardo, sosteniéndola de las nalgas, empezando a abrirse camino. Dieron vueltas fundidos ese abrazo, como bailando algún vals que solo existía en sus imaginaciones. Para ellos, el universo no era más que ese pequeño espacio compartido en el que experimentaban la sensación reconfortante de pertenecer, de encontrar refugio y placer en el cuerpo del otro. Pero ese abrazo aún no era perfecto.
Minutos antes, de rodillas ante él, la bella Kira le dio una exquisita mamada y como recompensa obtuvo 7 chorros de semen espeso y caliente. Gerardo eyaculó en la boca de la pequeña rubia sin sacarle el pene. Ella mantuvo los labios firmes justo detrás del glande para no perder una sola gota. Luego, el hombre de 37 años le pidió a la hermosa rubia de 6 años que abriera la boca y le mostrara su esperma. Kira obedeció y les mostró la corrida masiva que había recibido. Complacido al ver la boca de su nena llena de semen, Gerardo le dijo a la pequeña de ojos color miel que se lo tragara. Ella, encantada, de tres empujones acabó con todo. Gerardo la puso a mamar otro rato hasta que su miembro no tuvo ningún rastro de semen y salió fláccido de la boca caliente de la niña. Un tierno gesto de la niña, pegándose la verga a la mejilla y luego dándole algunos besos, pronto le devolvió la erección a Gerardo. Y ahora estaba abrazados, dando vueltas en la habitación, desnudos. Kira rodeaba con las piernas el torso de Gerardo mientras sentía la punta dura buscando alguna de sus entradas y las manos inquietas en sus nalgas anunciado que la entrada sería la más estrecha.
—No te sueltes, princesa— Le dijo Gerardo a su niña amante. Ella, colgada de su cuello, lo abrazaba fuerte con las piernas. Sin soltar a la hermosa niña rubia, Gerardo abrió un cajón y sacó el frasco de aceite lubricante. Lo destapó empezó, se embadurnó una mano y empezó a masajearle el ano a la bella Kira. —Mmm— suspiraba ella sintiendo el líquido frío y el dedo inquieto abriéndose paso por su esfínter hasta el fondo del recto. Kira le mordió un hombro cuando sintió otro dedo jugueteando con su clítoris. —Rico, amor— susurró la nena mientras Gerardo le metía y sacaba el dedo medio por el ano hasta donde le cupiera llenándoselo de lubricante. Gerardo dio otro paso, cargando a su hermosa hijastra, y se ubicó frente al espejo de cuerpo entero. Aún le parecía increíble verse haciéndole el amor con esta muñequita traviesa. Gerardo se embadurnó el pene con el líquido y buscó la entrada de atrás. —Ay, ay, ayyy— se quejaba suavemente la nena cuando el miembro se abría paso en su culito. Kira se deslizó hacia abajo, hasta que todo el miembro estuvo dentro suyo. Lo sentía profundo, como si quisiera tocarle el corazón, y también grueso, llenándole por completo su vacío. Ahora sí, el abrazo era perfecto.
Kira tenía 6 años y era la hija de Anita, una inmigrante ucraniana que había llegado a este país a los 27 años, huyendo de la guerra, en la que su esposo había muerto. Conoció a Gerardo, se enamoraron y pronto empezaron a vivir juntos. Gerardo vivía encantado con su hermosa esposa y su bella hijastra, a quien veía con ternura y llenaba de amor paternal. Anita era hermosa, inteligente, y habría sido su mujer para siempre si no hubiera sido por que una grave enfermedad se la llevó de su lado. Gerardo quedó viudo y a cargo de la pequeña Kira. La vida de Gerardo era muy triste, pero la compañía de la chiquilla le devolvía las ganas de vivir. Gerardo jugaba con ella sin la menor malicia, pero la niña tenía una gran curiosidad por el hombre. A veces parecía esperarlo a la salida de la ducha y sin el menor disimulo lo miraba semidesnudo. Cuando jugaban, ella siempre se sentaba en sus piernas y de alguna manera se la ingeniaba para tocarle el pene. A veces se metía un dedo de Gerardo en la boca y lo chupaba y otras se abrazaba sobándose la entrepierna con él. También le gustaba sentarse sobre él, de frente, con la pierna muy abiertas, y se sobaba como bailando. Gerardo pensaba que eran roces inocentes y no le daba importancia. Pero, con la ausencia de su mujer, el contacto con la niña empezó a despertarle otras emociones. Lentamente, las expresiones de afecto se hicieron más frecuentes y, sin darse cuenta, Gerardo estaba loco por la niña y decidido a llegar hasta donde ella fuera capaz. Por eso empezó a inculcarle algunas ideas sobre el sexo, como lo hermoso que es que una mujer le bese el pene al hombre hasta hacerlo eyacular y luego se beba su leche. También le hablaba de las ventajas del sexo anal. Pero todo esto lo decía de manera didáctica, y con picardía. Así se aseguró desde antes de cualquier contacto de que la niña deseara todo y supiera ya cómo iba a ser, si habría algún dolor, algún sabor extraño, o algún riesgo. Tardó poco en empezar a acariciarla durante los juegos. Le sobaba las nalgas, la vagina, le daba besos en el cuello. Pero volvamos al presente, que Kira está engullendo verga por el culo.
Gerardo tenía sus antebrazos debajo de los muslos de Kira. Así, la alzaba y la dejaba caer. El anito apretado abrazaba con el anillo del esfínter la verga gruesa de Gerardo y lo dejaba entrar y salir abrazando cada milímetro del potente invasor. Gerardo la alzaba y la dejaba caer y así desaparecía todo dentro del cuerpo de la nena. En ese momento, en el espejo, Gerardo solo veía sus huevos colgando debajo de las nalguitas blancas y redondas de la chica. La subía y veía salir su verga del culito de su nena brillante, untado de lubricante, y repetía la caída.
Kira era una buena estudiante, destacaba por su inteligencia y precocidad (en muchos sentidos). Con apenas 6 años de edad y un par de meses en la escuela, ya dominaba la lectura, superando con creces las expectativas de sus compañeros y maestros. La imagen de la estudiante aplicada y seria que todos conocían haría imposible creer que en este momento estaba hora desnuda, con una dosis enorme de semen en la pancita, abrazada a un hombre casi 5 veces mayor, sufriendo y gozando una buena follada por el culo.
—Qué culito tan rico tienes, mi vida— decía Gerardo con voz entrecortado. Estaba agitado y sudaba y podía agradecer a la vida por permitirle follar tan exquisito manjar. —Ay, sí. Qué rico por ahí. Me gustaaa— replicó la nena cabalgando la verga de su amado. Kira meneaba su cabellera rubia al subir y bajar. Su vaginita húmeda pulsaba presagiando un orgasmo. Y un par de clavadas después, apretó las piernas con todas sus fuerzas alrededor de Gerardo y el orgasmo le recorrió todo el cuerpo. La niña temblaba y Gerardo la sostuvo, extasiado también por darle un orgasmo anal.
Sin sacarle la verga, Gerardo se acostó de espalda en la cama con la niña encima enterrándose el pene hasta el fondo, mientras se recuperaba de su orgasmo. Gerardo se quedó quieto hasta que ella empezó a cabalgarlo. Kira se movió lento, luego moderado, y pronto con bríos de vaquera en rodeo. Cada galope era una explosión de sensaciones que recorrían desde su recto hasta la punta de sus diminutos pezones. Subiendo y bajando, sus cabellos claros flotando en el aire mientras su estrecho esfínter recorría cada pulgada del miembro. La niña se lo metía todo y chocar los dos cuerpos, su clítoris se rozaba con el pubis de Gerardo, lo que le producía otra cosquilla deliciosa a la rubia traviesa.
Kira nunca sospechó que su curiosidad la llevaría a tales extremos de placer. Al comienzo, ella solo quería tocar el cuerpo de Gerardo y tal vez verlo desnudo. Pero su curiosidad despertó fuertes pasiones no solo en ella, sino en él, quien se dejó caer en su juego y de paso la sumergió a ella en un remolino de pasiones del que no hubo forma de salir. Un poco más avanzados en sus juegos, cuando llegaba del trabajo, tomaba una ducha y luego, envuelto en una toalla, jugaba con Kira. Ella se sentaba en sus piernas y acomodaba el anito junto encima del pene de Gerardo. Gerardo le decía en broma —Cuidado con mis bolitas, amor. Si me lastimas, me tienes que dar besos para que ya no me duela—. Kira se reía y se dejaba caer sentaba sobre él. Gerardo fingía estar lastimado y le decía —Ay, ahora me tienes que curar—. La primera vez, Kira le dio un beso sobre la toalla. —No. No me diste bien el besito. Mira acá— dijo él y se quitó la toalla. Kira estaba muy excita. Gerardo agarró sus huevos en la mano y le indicó donde besar. Kira le dio un besito tierno. —Dame más besitos; aún me duele—. También ella aprendió a pedir besitos y así, como se podía esperar, sus primeras experiencias sexuales fueron orales. Gerardo la preparó para el sabor del semen. Le mostraba videos animados de princesas y hadas dando sexo oral y tomando semen. Él le explicó que el sabor no era realmente tan rico como parecía, pero que beber semen era un acto de amor que hacía que los hombres se enamoraran y fueran muy felices. Por eso a Kira le encantaba jugar con el pene de Gerardo. Le encantaba chuparlo y verlo crecer. Le sorprendían los huevos, tan grandes y peludos. Y como Gerardo la preparó tan bien para tomar semen, pues fue lo primero que aprendió a hacer. Todas las tardes, al llegar del trabajo, jugaban desnudos. Se hacían cosquillas. Se hacían bromas. Se tocaban, y en algún momento, o él le chupaba el coñito o el anito hasta darle un buen orgasmo o la niña resultaba mamando y él eyaculando en su boca.
Esa tarde, después de eyacular en su boca y hacerla tragar semen, como ya era costumbre, Gerardo le dio por el culito hasta causarle un orgasmo. Luego ella lo cabalgó hasta lograr otro orgasmo anal. Finalmente la puso en cuatro y se la culió por ese ojete rosado hasta fracciones de segundos antes de eyacular. Se lo sacó rápidamente, dejándole el ojete redondo, se paró frente a ella, y puso la verga a pocos centímetros del rostro.
Acá dejamos por ahora a Kira, nuestra amante de 6 años, en cuatro patas en la cama, con el ano abierto recién culiado, y un hombre de 37 años a milésimas de segundo de lavarle la cara en semen.
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