KIRA (Amante 6yo). Capítulo 6. La Cremita del Doctor.
Esta es la sexta parte del inusual romance entre Gerardo, un viudo de 37 años, y Kira, su hermosa hijastra de 6 años, de cómo se conocieron, cómo se hicieron amantes, y sus primeros encuentros sexuales..
KIRA (Amante 6yo). Capítulo 6. La Cremita del Doctor.
Su cabello rubio brillaba reflejando los primeros rayos del sol que entraban por la ventana. Kira estaba en clase en la escuela resolviendo algunos ejercicios de matemáticas cuando escuchó la voz suave pero firme de su joven maestra exigirle —Kira, siéntate correctamente. Postura erguida, siempre—. Kira estaba sentada apoyando su peso solo a un lado del cuerpo, y cuando intentó sentarse normalmente, hizo un gesto de dolor. —¿Hay algún problema, Kira? Te sientes mal?— preguntó la maestra preocupada. —Es que ayer me caí en clase de natación— mintió la niña. El día anterior. Esta bella rubia de seis años había hecho algo impensable para su edad: había tenido sexo anal con un hombre y no solo una, sino dos veces. Tal vez suene como algo escandaloso, inapropiada y condenable en esta sociedad que ha determinado cómo se debe amar y ha condenado cualquier otra forma de afecto que se salga de esos límites, pero en realidad todo fue un acto del más puro amor. Kira disfrutó mucho todo lo que hizo. A pesar de haberse preparado por semanas para la penetración, Gerardo, su padrastro y amante, no se controló completamente durante el coito (ver capítulo 4 y 5) y la penetró con demasiado ímpetu. Si bien la niña estuvo en el paraíso durante la penetración, hoy tenía cierta incomodad niña en el anito y un poco de dificultad para sentarse. —Levántate, vamos a la enfermería— dijo la maestra. —No, estoy bien— respondió Kira nerviosa. La joven profesora frunció levemente el ceño y dijo —No te pregunté nada. Vamos a la enfermería—. Kira temía que se descubriera lo que realmente había pasado porque se metería en graves problemas que afectarían no solo su relación con Gerardo, sino que incluso podrían separarla de él definitivamente.
—Señorita Pérez, necesito hacer examinar a esta niña. Parece que se cayó y se lastimó— dijo la maestra a la secretaria de enfermería. —Por supuesto, maestra. El doctor Vargas está disponible y con gusto la atenderá— añadió la secretaria y contactó al doctor. —La paciente puede seguir. Si usted desea, maestra, puede regresar a su trabajo y nosotros le informaremos en unos minutos acerca del estado de la niña— dijo amablemente la secretaria. —Está bien. Kira, haz lo que el doctor te diga. Quedas en buenas manos. Nos vemos en clase— dijo la profesora y regresó a su salón.
Kira entró a la oficina y la saludó un hombre mayor que parecía Santa Claus y que estaba leyendo su expediente médico. Era un poco gordo, de medina estatura, y tenía el cabello, la barba y los bigotes bastante blancos, su rostro no parecía de un hombre de más de 50 años. La apariencia bonachona del médico hizo a la niña sentir tranquila. El doctor le sonrió amablemente y le preguntó acerca de su caída, buscando averiguar qué síntomas presentaba. Kira mintió lo mejor que pudo, pero el doctor era muy astuto y sabía que algo andaba mal. —Bien, vamos a hacerte un chequeo y revisaremos que todo esté en orden y puedas regresar a clase ¿Te parece bien?—. Kira asintió un poco intrigada por el médico.
Kira tuvo que entrar a un camerino, desnudarse completamente y ponerse una bata muy corta. El doctor empezó su examen. Todo parecía completamente normal. Sin borrar su sonrisa bonachona, el médico hizo los procedimientos típicos: revisó la cavidad bucal, la vista, el oído los reflejos, palpación abdominal, etc. pero todo era una distracción. Pero el doctor en realidad estaba haciendo tres cosas. Uno: sí, estaba haciendo un chequeo normal que reveló que la niña estaba muy bien de salud. Dos: estaba buscando síntomas de lo que él sospechaba que había ocurrido; y halló algunos moretones en sus piernas y que la niña tenía una pequeña incomodidad proveniente del recto y que debería inspeccionar de cerca, pero no parecía ser nada grave. Y tres: estaba manipulando a Kira mediante su lenguaje y el tacto. Con el lenguaje hacía como lo hacen lo magos, que te hacen pensar que te han leído la mente, pero en realidad es una idea que ellos ya han puesto en tu mente sin que lo notes; con el tacto despertaba otra serie de emociones en la niña. Siempre sonriente, con su trato amable, buen humor e interés por su bienestar se fue ganó rápidamente la confianza de la niña y la hizo sentir segura y relajada. —Acuéstate boca arriba en la camilla— le pidió el doctor. Luego hizo otras palpaciones abdominales y levemente incluyó ciertas caricias. Por ejemplo, al poner dos dedos sobre el vientre, trazada primero un semicírculo sobre su piel. Vargas percibía astutamente todas las respuestas de Kira y calculaba su siguiente paso. Y así siguió haciendo pruebas aparentemente necesarias pero que solo buscaban seguir excitando a la niña. Examinando la rodilla, le fue separando las piernas y notó que cedieron sin contratiempo. Le subió la bata y, tal como esperaba, notó la vulva de la niña hinchada y lubricada, con claros signos de excitación sexual, frutos de sus caricias y su lenguaje subliminal. El doctor examinó la vagina de Kira y confirmó que aún era virgen. Kira estaba cada vez más excitada y húmeda. —Dobla un poco las rodillas y recoge un poco las piernas; es necesario revisarte más profundamente. Abre un poco más. Eso— dijo le doctor y empezó a acariciarle el clítoris. Kira ya había olvidado su temor de ser descubierta porque estaba tan excitada que no podía pensar en nada. Kira estaba desnuda, acostada de espalda y con las piernas abiertas frente a un desconocido que le acariciaba su vaginita y le producía muchas emociones. —Agárrate las rodillas y súbelas, como tratando de tocarte las orejas— le indicó el doctor y Kira recordó el día anterior cuando su padrastro le puso las rodillas junto a las orejas y la folló delicioso por detrás. El doctor Vargas lo comprendió todo cuando vio el ano de la niña. Sabía que la habían sodomizado recientemente y que de ahí provenía su malestar, pero no era más que un poco de hinchazón y fricción que podía curarse con cualquier crema humectante. Además, la niña no parecía tener ningún trauma sicológico, por el contrario, se le veía feliz, segura de sí misma, y fuerte mentalmente, por lo que dedujo que la sodomía había sido consensual. Vargas dedujo todo correctamente, que Kira ya había tenido experiencias sexuales por puro placer y, más importante aún, que definitivamente él iba a poder disfrutar de la hermosa criatura y que había encontrado un nuevo talento. —Solo tienes una pequeña molestia en la colita un poquito. Te voy a aplicar algo que te hará sentir mejor— dijo el doctor sacando de su escritorio una crema. El doctor empezó a masajearle la vulva y poco a poco le aplicaba la crema en el ano. —¿Te empiezas a sentir mejor?— preguntó con seriedad. —Mmjummm. Si, señor, un poco— respondió la niña excitándose más y más. El doctor Vargas ya sabía qué tan lejos podría llegar en esa sesión con la pequeña, por eso le estaba aplicando una crema calmante y excitante que le ayudaría a sanar las pequeñas lesiones que hubiera y a disminuir la hinchazón y que también la excitaría tanto que no impediría sus avances. Vargas le siguió aplicando la crema a la niña y acariciando el pequeño el clítoris, duro y enrojecido estaba duro. Luego estuvo un rato dándole besito alrededor de vulva los labios vaginales. Por ahora, debía conformarse con lamer esa vaginita, por más tentadora que fuera. y el ano con la crema. Vargas sabía que por más que quisiera no podría desvirgar a la niña, Según el expediente de Kira, solo habría un posible compañero sexual: su padrastro. Así que, si la niña aparecía desvirgada, él se daría cuenta y la situación se complicaría. Pero lo que Vargas sí podría hacer e iba a hacer era penetrarla analmente. Los dedos del médico poco a poco encontraron su camino al interior del recto de la niña. El hombre siguió con su masaje un par de minutos más. Rozaba con habilidad el pequeño clítoris y metía y sacaba sus dedos gruesos en el recto de la chica y la daba todo el placer que podía con la lengua. La agilidad del viejo doctor y la excitación de Kira resultaron en un exquisito orgasmo de la niña. Cuando las vibraciones del orgasmo se extendieron por su cuerpo, Kira no pudo evitar atrapar con sus piernas la cabeza del doctor, que no paró de lamer la rica vulva de la niña. El anito dilatado de Kira parecía morderle los dedos. La vaginita emitió chorros por primera vez. El doctor, con los bigotes y las barbas untadas de líquido vaginal, no podía sentirse más orgulloso de su trabajo, ni más excitado. Con paciencia, el doctor la acarició hasta que su orgasmo disminuyó. La niña no podía tener el anito más dispuesto, más lubricado, más dilatado, y más ansioso de ser penetrado, todo a las caricias expertas del doctor y a su poderosa crema.
El doctor giró la niña 45 grados y ella quedó con el trasero al borde de la camilla. El doctor Vargas se desnudó rápidamente. Bajo su mediana barriga apareció un portentoso miembro que hizo brillar los ojos color miel de la niña. Kira solo había tenido un hombre, Gerardo, y no era excepcionalmente dotado. Kira había tocado otro pene, el de su instructor de natación, pero no había hecho con él nada más que pajearlo debajo del agua en la piscina. También había rozado el miembro de su profesor de inglés varias veces, pero él no se daba por enterado y creía que eran accidentes. Kira sonreía y se le hacía agua la boca mirando ese miembro largo y grueso cómo se curvaba hacia arriba, luciendo unas gruesas venas de daban un aspecto amenazante. Todo tan opuesto a las formas delicadas de la niña, una criatura a la que el cielo, aparte de haberla hecho con tanto esmero, dotó de ardientes deseos sexuales. Kira se mordía los labios mientras el miembro se abría paso en la florecita de atrás niña. Kira, completamente sumisa luego del orgasmo, sentía cómo el hombre llenaba completamente su capullo. Ese anito tierno, como una rosita en primavera, se abría al extremo con la entrada triunfal del doctor. Kira sentía que le tocaban lugares muy profundos y que la transportaban a mundos de sensaciones infinitas.
El doctor aplicaba más crema en su miembro la empujaba hasta lo más hondo del intestino de la niña. Lentamente metía y sacaba, disfrutando pulgada a pulgada el firme abrazo del joven esfínter. Kira nunca había gozado tanto. Se retorcía sobándose el pecho, las caderas, el cabello, como si le ardiera todo el cuerpo. Ella misma busca enterrarse el portentoso miembro del doctor. Gemía, lloraba de gusto, jadeaba, y cerra los puños con fuerza mientras el hombre aumentaba la velocidad. Los chasquidos del culito de Kira se intensificaron. La camilla chirreaba, y Kira jadeaba, incapaz de comprender tanto placer. Gracias a las cremas misteriosas del doctor, Kira estaba en un gran estado de placer. A pesar de lo nuevo e inesperado, cada penetración la hacía ver el cielo.
Desde que fundó el colegio, hace unos 30 años, había disfrutado de cientos de niñas. Pero el doctor no era ningún tipo de abusador, solo era excepcionalmente bueno detectando chica que tuvieran deseos sexuales fuertes y por supuesto que era bastante bueno complaciéndolas. Además, el doctor apoyaba para que consiguieran sus metas. Así lograba formar chicas profesionales brillantes y que además disfrutaban al máximo su sensualidad. A cambio, las niñas le daban al doctor todo el placer que quisiera y a veces le ayudaban a pagar favores a sus amigos, a convencer a alguno que otro político, y a cerrar negocios importantes. Muchas egresadas que hoy triunfan en sus carreras (doctoras, artistas, abogadas, deportistas, científicas, etc.) pasaron horas en su consultorio y a veces pasan a saludar al doctor, extrañando el legendario miembro del viejo, su generosidad como amante, y el inusual sabor de su esperma.
Kira seguía siendo enculado y gozando de lo lindo la follada del hombre. Afuera de la oficina, la secretaria escuchaba los chirridos de la camilla y los jadeos de la niña y sabía que su jefe estará de buen humor hoy. En el salón de clase, la maestra sabía que la niña ha tardado mucho y que eso significa un bono en su cheque a fin de mes. Ambas sienten algo de celos, recordando que cuando eran niñas el doctor también las “atendía” en su consultorio.
—Mmmmmm— suspiró Kira al tener otro orgasmo, seguido de una serie de contracciones que terminaron por lavarla la panza al médico con fluidos vaginales. Luego de varios minutos después de gozar tan exquisito manjar, el doctor le sacó el miembro y le dijo —Te voy a dar un jarabe que te hará sentirte aún mejor— y giró a cabeza de la niña hacia la orilla. —Abre la boca y di “Ahhh”— ordenó el doctor. —Aaaahhh— obedeció Kira. Vargas le puso la punta de miembro en la boca y expulsó todo su esperma sin perder una sola gota. Desde afuera se escuchaban los gemidos del viejo al eyacular y la secretaria no podía ocultar una sonrisa, recordando aquellos tiempos en que ella iba a “consulta” hasta dos veces al día; ahora solo entraba a mamárselo al doctor un par de veces por semana cuando estaba aburrido. Kira se tomó toda su “medicina” de un solo golpe y exclamó —Aajjj— como un sediento que acaba de beber un vaso de agua, y se relamió los labios, buscando alguna gota de leche extraviada. —Te encanta ¿verdad?— preguntó el doctor y se sorprendió al ver cómo la nena súbitamente le agarró el miembro y se lo chupó hasta dejarlo limpio. Kira solo había probado esperma de Gerardo, que era acido y espeso, pero la del doctor le resultó incluso dulce y más fácil de beber porque no se le pegaba tan fuertemente en la boca tanto como la de Gerardo. Cuando no sintió más rastros de esperma, Kira le dio un fuerte beso en el glande. —Mmmmmuackk— sonó en la habitación seguido de una traviesa risa infantil.
Kira salió de la oficina del doctor feliz, lamiendo un helado, y con una orden médica para asistir a terapias de rehabilitación dos veces por semana durante el siguiente mes. Kira entró al salón, se sentó tranquilamente en su puesto, sin muestra de ningún malestar, y continuó con sus tareas. —¿Todo bien con el doctor Vargas? — preguntó la maestra fingiendo preocupación y no saber nada de lo que había ocurrido allá adentro. —Sí, señorita López— respondió Kira con lo ojos brillante. —Mi lesión está mucho mejor. El doctor me revisó, me hizo algunos ejercicios, y me dio medicina. Debo cuidarme y no hacer movimientos bruscos por 24 horas, y debo asistir a terapias algunas veces por semana— añadió la niña alegremente.
Vaya! una delicia de novela que me engancho, disfrutare de los capitulos anteriores en este fin de semana y espero el capitulo 7.
que delicia de relatos, ya espero el siguiente capitulo!!