KIRA (Amante 6yo). Capítulo 9. Tratamiento especial.
«lo que más le daba placer, era precisamente aquello a lo que su hombre le excitaba más; por eso, cuando sintió el glande abrirse paso en su esfínter, no opuso la menor resistencia y dejó que el miembro entrara hasta el fondo».
KIRA (Amante 6yo). Capítulo 9. Tratamiento especial.
Los rayos del sol se colaban por las ventanas del aula de primer grado, iluminando las caritas sonrientes de los estudiantes que jugaban y aprendían. Entre ellos se encontraba Kira, una preciosa niña rubia con ojos color miel que brillaban con inteligencia y dulzura. Su cabello, como hebras de oro fino, caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando su rostro angelical. Al verla con sus compañeros resolviendo ejercicios de matemáticas, a nadie se le ocurriría pensar que esta preciosa niña de 6 años, tan buena estudiante y tan alegre, hubiera despertado feliz y precozmente a la sexualidad y mucho menos que el amor pasional ya fuera una parte esencial de su vida.
Esa mañana, en la casa de campo donde vivía, a las afueras de la ciudad, Kira despertó desnuda en brazos de su padrastro. EL sol aun no descubría los colores de los jardines, pero ya había sacado de las sombras las siluetas de los amantes. Kira, enamorada de su hombre a pesar de la diferencia de edad, no podía cohibir sus propios impulsos. Tener junto a ella a su amado desnudo, casi indefenso, le resultó una tentación irresistible. Por eso no pudo, ni quiso, controlar sus manos, que, sin perder tiempo, empezaron a acariciarlo donde a ella más le gustaba consentirlo. Kira tenía una cierta obsesión por las bolas de su hombre. Le gustaba sentir sus manos llenas con esas cosas que producían su postre de leche favoritos. Casi inmediatamente después atraída por ese miembro que le daba tanto placer, Kira acercó su boquita despacio, ansiosa de desayunar con una fresca ración de esperma. Sus labios se posaron amorosamente sobre el órgano semi-erecto. Kira lo sintió tibio y suave, y pensó en alguna historia de un dragón dormido que al despertase volaría majestuoso. Incapaz de resistirse, Kira empezó a chupar. Todo el amor que sentía por su hombre lo expresaba con sus labios, que formaban una gran o alrededor del pene, con su lengua, que lo envolvía redescubriendo sabores, con sus glándulas salivales, que le humedecían la boca para que el órgano se deslizara suavemente, y con sus manos, que acariciaban con una mezcla de cariño y pasión. Apenas el día anterior, Kira había perdido su virginidad y estaba más ansiosa que nunca por explorar más. Esta había sido la semana más apasionada de sus vidas, llena de cosas nuevas y experiencias atrevidas. El hombre, aunque dormido, no pudo evitar una erección gracias a una exquisita sensación que se apoderó de sus sueños. La niña chupaba con amor y pasión, poseída por el olor a sexo y el sabor salado del líquido preseminal. El incontenible placer sacó a Gerardo de su sueño y lo trajo a una realidad mucho más fantástica. Gerardo despertó en el cielo al sentir la boca húmeda y golosa de su pequeña amante. El hombre contempló los primeros rayos del sol brillando en la cabellera dorada que subía y bajaba, como levitando mágicamente a la altura de su cadera. Sonriente, el hombre la saludó, aunque el placer casi no lo dejaba hablar —Buenos días, hermosa—. Kira lo miró a los ojos mientras seguía chupando, soltó los huevos y saludó a su amado moviendo los dedos. Luego, con la boca llena, balbuceó —Mmmmmuenos mmmmgdias, ammmmogr— y siguió saboreando el miembro y regresó la manito a su tierna tarea. Refugiado en la acogedora y cálida boquita, el órgano de su amado había alcanzado su máximo tamaño y Kira, excitada, con su dulce vaginita pulsando de las ganas de tenerlo adentro, goteando, presintiendo el fuego que se acercaba, sabía que ya podía dar el siguiente paso. Más aves unían sus cantos para recibir el amanecer y el sol ya había penetrado en la habitación, descubriendo por completo los cuerpos unidos que celebraban el nuevo día. Kira empezó a cabalgar al hombre, como galopando a toda prisa por una pradera sin poder escaparse de su silla de montar. El canal de la nena, apretado, dulce, estrecho, caliente, húmedo, daba tanto placer que Gerardo temía vaciarse en segundos. El amanecer seguía revelando el esplendor de la mañana y Kira seguía empalándose en la verga de su amante hasta los huevos. La nena meneaba su cadera trazando un delicioso circulo, volvía a subir succionando con su estrecho canal, y volvía a caer enterrándose todo. Kira pudo seguir cabalgando hasta atravesar toda la pradera cubierta por un mar de sensaciones. Su orgasmo mandaba oleadas de placer que chocaban contra cada milímetro de su pequeño cuerpo. —Ya, ya. Chupa, chupa, que me vengo— ordenó Gerardo de pronto. Kira, lo desmontó y desapareció la mitad del miembro en su hambrienta boquita sin poder esperar por su recompensa final. Poco después, Kira recibió las mieles blancas y cálidas y las deslizó por su garganta, consiguiendo así una unión perfecta con su amado.
Rato después, Kira estaba lista para ir al colegio. Se había duchado, puesto su elegante uniforme escolar, su maleta estaba lista, y había desayunado un buen tazón de frutas que se complementaba perfectamente con la enorme dosis de proteína que le había dado su padrastro. Tenía que esperar algunos minutos antes de que pasara el bus escolar y Gerardo los aprovechó para devolverle el favor a Kira. La recostó bocabajo sobre el brazo de un sofá de manera que la cadera le quedó levantada. Le alzó la falda y le bajó la ropa interior, una tanguita rosada de encajes y semitransparencias. Kira sintió un par de caricias y todo parecía normal, pero de repente se sobresaltó cuando sintió la punta de la lengua de Gerardo penetrarle el ano. El hombre le dio una chupada de culo que la hizo estremecer y llorar de placer. Gerardo cada día se enamoraba más de su niña y quería darle no solo todo lo que necesitara, sino también todo el placer sexual que pudiera. Y así lo hizo. En pocos segundos, Kira no paraba de sentir emociones intensas recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Un dedo en lo profundo de su vaginita apretada le producía aún más excitación y en menos de dos minutos alcanzó otro orgasmo enloquecedor. A Kira le costó mucho controlarse y no despedazar su uniforme escolar. Gerardo le lamía el esfínter incansablemente, insaciablemente, mientras la follaba por delante con un dedo y con la otra mano se masturbaba. Kira era una chica tan especial, que lo que más le daba placer, era precisamente aquello a lo que su hombre le excitaba más; por eso, cuando sintió el glande abrirse paso en su esfínter, no opuso la menor resistencia y dejó que el miembro entrara hasta el fondo, introduciéndole no solo su miembro sino inyectándole placer sin igual con cada empujón. Kira se sentía completa; nada la llenaba tanto como su padrastro cuando la tomaba por detrás; nada le tocaba tantos puntos de placer como el miembro de su hombre entrando y saliendo de su recto. Gerardo no conocía nada tan exquisito como ese puntito rosado que devoraba todo su miembro. Los amantes disfrutaron varios hermosos minutos de sexo anal. Finalmente, el bus escolar se detuvo en frente de la casa y pitó, justo cuando Gerardo terminó de eyacular en la boca de su pequeña amada.
A las 9:25 am, se escuchó un suave golpeteo en la puerta del aula. Era una de las enfermeras del colegio, una joven amable y con una sonrisa cálida. —Kira, es hora de tu tratamiento médico— la llamó su maestra con voz suave, indicando a la niña la puerta con un gesto de la mano. Kira se levantó de su silla con una leve sonrisa. Su andar era grácil y ligero, como el de una bailarina en miniatura. Al llegar a la puerta, la miró con sus grandes ojos color miel y preguntó con voz dulce —¿Ya es hora?— —Sí, cariño— respondió la hermosa enfermera, extendiendo su mano hacia ella —Vamos, te acompaño—. Kira se acomodó la corbata de su uniforme escolar, un gesto que realizaba con naturalidad y gracia, como si fuera una pequeña dama en miniatura. Luego, estiró un poco su vestido azul marino, asegurándose de que todo estuviera en orden. Con paso firme y decidido, siguió a la enfermera fuera del aula, dejando atrás los juegos y las caras alegres de sus compañeros.
A pesar de su corta edad, Kira era una niña madura y responsable. Por azares del destino, nuestra hermosa rubia ganaba experiencia sexual a pasos agigantados. Su corta edad no la definía bien. Tras su rostro juvenil y sus facciones finas y elegantes, se ocultaban perfectamente unos incontenibles deseos sexuales que la habían llevado a descubrir el erotismo y disfrutarla a tan temprana edad. Kira era una niña alegre y con buenos dotes intelectuales. Destacaba por su elegancia al andar y por su rostro precioso. Además, luego del fallecimiento de su madre a causa de una mortal enfermedad, el amor de su padrastro la había llenada de confianza en sí misma y la hacía muy feliz. Por eso siempre tenía una sonrisa para los demás; aunque aprendía rápidamente a dar mucho más que sonrisas. Gracias a su curiosidad sexual, ya tenía algunas habilidades en el sexo, pero solo unos pocos afortunados habían podido disfrutar de ella. Sus experiencias sexuales habían sido siempre consensuales, por eso nunca tuvo ningún impacto psicológico negativo, por el contrario, el sexo la hacía muy feliz. Kira era una niña especial, llena de luz y alegría, de pasión y encanto, y que además poseía un deseo sexual que la llevarían a explorar muchos extremos y vivir muchas aventuras.
A las 9:30 am. Kira y la enfermera ingresaron al consultorio. –Kira, mi hermosa niña ¿Cómo estás?– dijo el doctor, sonriente como siempre, mientras la niña corrió a abrazarlo. El doctor Vargas era el dueño del colegio, pero fingía simplemente ser el médico. Era un hombre muy rico, con una pasión verdadera por apoyar talentos, por eso su colegio era tan apetecido; siempre motivaba a sus estudiantes a perseguir sus sueños y gracias a su poder económico, pero sobre todo a sus conexiones, lograba conseguirle becas y apoyar los sueños de todos sus estudiantes. Su equipo además estudiaba las historias de las estudiantes en incluso hacía seguimiento mediante vigilancia y espionaje para identificar chicas predispuestas al sexo desde temprana edad. Vargas se oponía a cualquier acto que no fuera consensual, aunque tan pronto ponía manos en una chica, gradualmente la llevaba hasta sus límites. Kira era su descubrimiento más reciente. Sabía que compartía la cama con su padrastro y que tenía una gran energía sexual, entre otros detalles. Vargas ya la había follado analmente una vez, la había hecho tomar su semen dos veces, y la había hecho mamárselo a un amigo suyo llamado Jean Luc, a quien le debía un favor. Hoy quería pagarle varios favores a Santorini, un amigo y socio suyo. El doctor Vargas usaba las niñas para su propio placer y para que le ayudaran a hacer negocios con sus socios ¿Quién luego de tener a varias nenas lindas mamándole la verga podría dejar de hacer negocios con el viejo doctor? A cambio las niñas recibían placer y cuanto quisieran. Vargas siempre las motivaba a buscar el éxito por sus propios medios y, de hecho, las apartaba del sexo, en parte porque crecían y no era lo que a él le interesaba y en parte porque genuinamente quería ayudar a todos sus estudiantes. Vargas le iba enseñando a ver el sexo como una parte bonita de su vida, no como un fin o un medio para conseguir sus metas. Algunas habían ido a las universidades, otras crearon empresas, otras se convirtieron en deportistas o artistas reconocidas, otras consiguieron becas, en fin, que cada quien ganaba mucho; las chicas obtenían placer y muchos beneficios y los hombres cumplían sus fantasías y hacían buenos negocios.
–Hola, doc. Estoy muy bien. Feliz de volver a verte– respondió la nena besándolo en la mejilla. –Estás tan hermosa como siempre, mi bella Kira— dijo el hombre mirándola con ternura, y añadió —Te presento a mi gran amigo Santi– dijo el médico acercándola a Santorini, un hombre alto y apuesto de mediana edad. –Es un placer conocerte– dijo el hombre cortésmente. –Me han hablado mucho de ti– dijo el hombre dándole un beso en la mejilla. –Encantada de conocerlo, señor Santi– respondió la niña sonriendo amablemente. –Santi nos ayudará hoy con tu tratamiento– le informó el doctor. Kira se sonrojó, agachó un poco la cara sonriendo traviesa, mirando discretamente el bulto entre las piernas del hombre; por un momento en qué consistía su tratamiento. Los dos hombres pudieron ver cómo la niña se mordía el labio. –Vamos a cambiarnos y a empezar la sesión. Señorita Vergara, lleve a Kira al vestidor. Allá encontrará el atuendo necesario para el tratamiento y regrese inmediatamente, por favor–. La enfermera asintió, guio a la niña al vestidor, le dio algunas indicaciones, y regresó donde el médico. Kira entró al vestidor y lo que vio le sorprendió enormemente. La enfermera le había dicho que se vistiera con las ropas que estaban sobre una especie de tocados. Kira se quitó su uniforme escolar, se desnudó, se miró en el espejo, se vistió con las prendas “necesarias para el tratamiento”, y se contempló largamente en el espejo. Aunque su padrastro le había comprado varios trajes que ella usaba en casa (uno de gatita, otro de zorrita, de enferma, etc.) nunca antes se había visto así.
Kira salió del vestidor hecha un bombón. Tenía puestos unos hermosos tacones negros, no muy altos. sus piernas estaban cubiertas casi por completo por unas sensuales medias semitransparentes suspendidas de su cadera con un liguero. Una tanguita diminuta semitransparente apenas cubría su vulvita y por detrás se metía provocadoramente entre sus nalgas. Un precioso corsé cubría desde poco más arriba de su ombligo hasta unos dos centímetros arriba de sus pezones, y su hermosa cabellera estaba recogido en una sola cola. Kira irradiaba sensualidad y ternura.
Y si los hombres casi pierden el aliento al ver al bomboncito rubio, sexy y dulce, no menor fue la sorpresa de ella al ver a los dos hombres desnudos y a la enfermera en medio de ellos chupándoles los sendos pollones.
–Pero, Kira. Mira qué guapa te ves. Eres toda una modelo– Dijo el médico, mientras la enfermera seguía haciendo su trabajo, chupando alternativamente una verga y pajeando la otra. Kira sonrió e hizo un gesto coqueto de agradecimiento. –Wow, Kira. Te ves lindísima. Ven, únete a la fiesta– le dijo Santorini indicándole que se hiciera junto a la enfermera. Kira, un poco tímida la comienzo, pero motivada por su precoz e intenso deseo sexual, se acercó como hipnotizada por la escena que veía. La enfermera, que chupaba al doctor Vargas y masturbaba a Santorini, detuvo la mano y le ofreció a la niña el miembro del empresario. Tampoco la enfermera fue ajena a la belleza y sensualidad que irradiaba la pequeña.
Kira estaba excitada desde que entró al consultorio, pero cuando sus manos se posaron sobre ese nuevo pene, la niña lubricó hasta por detrás. Kira apretaba y aflojaba su esfínter rítmicamente mientras se lo chupaba al empresario. Santorini se sorprendió por la pericia de la niña que a tan temprana edad era ya bastante muy buena dando sexo oral. Kira devoraba ese miembro encantada y trataba de imitar lo que hacía la enfermera, pero el placer solo de duró un minuto porque el médico dijo –Señorita Vergara, le aplicaremos la primera medicina a Kira–. La enfermera, se sacó el grueso miembro de la boca y sonrió, alegre, como si fuera otra chiquilla haciendo travesuras. La enfermera tomó de la mano a Kira, le quitó la tanguita y la hizo acostar sobre la camilla. El doctor sacó su crema y empezó a aplicarla en la vulva de la niña. Vargas deslizó sus dedos sin problema en la vagina húmeda de la niña y fingiendo no saberlo dijo –Pero, chica. ¿Hiciste el amor con tu padrastro ayer? Felicitaciones– Los tres aplaudieron y la niña se sonrojó. Kira se preguntaba cómo supo el doctor acerca de lo que había hecho con su padrastro, pero también se alegró por la actitud del pequeño grupo, que celebraba la pérdida de su virginidad como si hubiera ganado competencia.
El empresario estaba embelesado viendo a la niña acostada con las piernas abiertas, excitada, haciendo gestos de placer mientras le doctor le aplicaba su crema. –Estimado, Santi, nuestra querida Kira está impaciente– dijo el doctor al empresario indicándole entrar en acción. Santi sonrió y se ubicó cerca de la cabeza de la niña, levantó una de sus largas piernas y la pasó por encima de Kira. Puso el pie en un lado de la camilla y la cabeza de Kira quedó justo en medio de las piernas del hombre. Santorini se acuclilló un poco hasta depositar sus testículos directamente en la boca de la niña. Kira no se hizo rogar y empezó a lamerle los huevos como una diosa y las dos manos le acariciaba el pene. Mientras tanto, el doctor le seguía aplicando crema en la vagina y el ano de la niña mientras la enfermera le mamaba la verga. El doctor empezó a masturbar a la niña por ambos agujeros y la tenía lista para la penetración. –Eso, hermosura. Lame esos huevos. Siii, rico, son todos tuyos, amor– Le decía Santorini motivando a la pequeña. Kira disfrutaba como si chupara un helado, motivada también por los dedos ágiles del doctor que le entraba y salían a toda velocidad por ambos agujeros.
–Kira, ponte en cuatro patitas para que Santi te lo haga por detrás. Es como más te gusta ¿cierto?– dijo el doctor. Kira sonrió un poco sonrojada, sorprendida sobre cómo el médico sabía más cosas íntimas de ella. La nena le dio un beso sonoro en las bolas al empresario y obedeció sin pensar más. Santorini estaba ya a punto de explotar, pero al ver la niñita en cuatro patitas, ofreciendo el culito, casi eyacula ahí mismo.
Un gritito de dolor marcó el comienzo de la deliciosa tortura de Kira. Sin mucho más preámbulo, Santorini se lo metió a la niña por el ano. Su cadera chocó contra el traserito en forma de durazno de la niña y le sacó el aire de los pulmones. Kira jadeó fuerte y miró hacia atrás con el ceño fruncido y un gesto de dolor, pero eso fue como espolear un caballo brioso. Santorini empujó una y otra y otra vez en el estrecho agujerito y sentía como la presión en sus huevos aumentaba rápidamente. La enfermera se inclinó contra la camilla pusa la cabeza junto a la de la niña y con una mano le sobaba el clítoris a la chiquilla. El doctor se acomodó detrás de la enfermera y la empezó a follar por el ojete como maniático, dándole a toda máquina. Kira se agarraba fuertemente de la camilla tratando de mantener el trasero en su sitio y resistir las deliciosas penetraciones del empresario. Las dos chicas jadeaban casi una en el oído de la otra mientras los dos sementales no dejaban de bombearles el recto. El anito de Kira era una máquina de placer: abrazaba el miembro que lo penetraba y enviaba ondas de placer directo al alma de la niña.
Kira sentía si como una cascada burbujeante la recorriera por dentro, mientras el miembro le recorría el desde el fin de su aparato digestivo hasta algún lugar debajo de las costillas con una insistencia demencial. Un cosquilleo electrizante se propagaba por su cuerpo, provocando una mezcla de incomodidad y alegría que la hacía estremecer de pies a cabeza. Sus ojos se cerraban con fuerza, tratando de contener la explosión de emociones que amenazaban con escapar de su control. La bella carita de la niña estaba enrojecida, reflejando el fuego que se extendía desde su ano hasta sus mejillas. La verga entrando y saliendo de su recto como un taladro automático no solo estimulaba millones de terminaciones nerviosas, sino que también le causaba una sensación de vulnerabilidad que a la vez la hacía sentir extrañamente conectada con su amante.
Era un momento de placer incontrolable, las preocupaciones y el estrés del empresario no existían. Su mundo en ese momento no era más que el cosquilleo de ese esfínter estrecho sobre la piel de su miembro y el abrazo perfecto de ese recto juvenil. Una sonrisa radiante se dibujaba en el rostro del hombre; esa era la verdadera alegría de la vida.
Por varios minutos, se escuchan jadeos, quejidos, nalgadas, y chasquidos, hasta que de repente Kira meneó su cabellera rubia, anunciando su primer orgasmo. El placer la sacudió como un terremoto. Los músculos de su cara de debatían entre expresar alegría o sufrimiento. El orgasmo de Kira crecía más y más gracias al compás de los sonidos de placer que emitía la enfermera casi en su oído y de los vergazos fuertes y profundos del empresario. Kira expulsaba fluidos vaginales con cada empujón del hombre. La niña arqueaba la zona lumbar y se meneaba engullendo en su recto todo el trozo del hombre. Por fin, el empresario no pudo aguantar más el placer que le daba ese anito tan deliciosamente estrecho.
–Rápido. Kira– le indicó el médico jadeando detrás de la enfermera. –Bájate de la camilla y párate frente a Santi para que te dé tu primera dosis de medicina– añadió sin dejar de gozar el ano de la hermosa enfermera. Le pequeña amante obedeció, aun estremeciéndose por los corrientazos del orgasmo. La enfermera resistía las embestidas mientras la niña, de pie frente Santorini, abrió la boca y sacó la lengua para recibir su medicina. Kira cerró rápidamente los ojos cuando vio el primer chorro salir. Escuchó una serie de gruñidos de placer y, pocos segundos después, tenía la cara cubierta y la boca llena de semen. Kira se tomó su medicina rápidamente y mientras de relamía los labios escuchó la voz del médico decir –Quédate quieta y abre la boca que sigo yo–. En seguida, Vargas se vació en la boca y la hermosa carita de la niña.
Kira reconoció el dulce sabor de la medicina del doctor y lo diferenció del anterior, más salado, pero menos espeso, y feliz se tomó esa segunda dosis de medicina. Nuevamente, lo hombres y la enfermera la aplaudieron. Kira sonreía empapada en esperma mientras los hombres la felicitaban y la elogiaban. Kira sintió un beso en la frente. La enfermera le lamió la cara como una gatita limpiando la leche del plato. Cada vez que recogía una cantidad considerable de esperma, besaba a la niña en la boca y las dos lenguas batallaban y jugaban sumergidas en el semen. Así lo hizo hasta limpiarla completamente.
Kira regresó a clase sonriente y un brillo especial en sus ojos. Sin duda su tratamiento estaba funcionando maravillosamente. Retomó su clase con la misma alegría y entusiasmo de siempre. Era una niña preciosa, por dentro y por fuera, que llenaba el mundo de luz y esperanza.
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