La bendi de Papa parte 3. Pomadita de amor para princesas
Buscando consolar a la niña, el padre inicia un juego secreto. Las caricias inocentes se transforman en una dinámica de complicidad perversa. Sophia, influenciada por la situación familiar, responde a estas «prohibidas» muestras de afecto, interpretándolas como amor puro..
Buscando consolar a la niña, el padre inicia un juego secreto. Las caricias inocentes se transforman en una dinámica de complicidad perversa. Sophia, influenciada por la situación familiar, responde a estas «prohibidas» muestras de afecto, interpretándolas como amor puro.Descubre el alcance del secreto entre esta «princesa» y su padre.
Mariana se rajó media hora después de la quilombo en la cocina, sin pasar a saludar a Sophia. La pendeja, por su parte, ni preguntó por ella y no volvió a salir de la pieza hasta que escuchó el portazo al irse.
Una vez que Mariana se fue, me puse a preparar los sándwiches que le había prometido a Sophi, los cuales llevé en una bandeja junto con la Coca Cola. La encontré en su cama, re concentrada mirando tele. Por un rato, ni me dirigió la palabra. Me senté a su lado y empecé a acariciarle la espalda. Ella estaba metida en sus dibujitos; yo, en su carita hermosa de nena, mirándola reír de vez en cuando con las pavadas de Peppa Pig.
Mientras le acariciaba la espalda con mi mano bajo la remera, ella giró su dulce carita y me sonrió, lo que me re tranquilizó. Tenía miedo de que estuviera asustada por lo que había visto. Lejos de eso, empezó a acomodarse buscando más contacto. Por momentos, me miraba sonriente cuando mi mano llegaba a su cintura y mi dedo recorría sus nalguitas por encima de la bombacha. Ella sabía que esa clase de caricia estaba prohibida, que nadie más debía tocarle el culo así, pero no hizo nada para evitarlo. Su cuerpito se contoneaba despacio, disfrutando de mis caricias.
En ese momento, no tenía ganas de ir más allá; solo quería tocarla de esa manera, dándole afecto y, a la vez, acariciándola de forma tan zarpada. Pero, antes que nada, necesitaba saber cómo se sentía después de lo que había visto, qué pensaba.
—Sophie… vi que estabas espiando en la cocina. ¿Querés que hablemos de lo que viste? ¿Querés preguntarme algo? —Sophia, a sus tres años, era una nena re despierta, siempre capaz de decir lo que sentía de forma clara y al toque.
—No sé, Papi… ¿Qué estabas haciendo con mamá? ¿Estás enojado con ella?
—Sí. Estoy bastante enojado, no me gusta cómo te trata, amor. Pero no lo va a volver a hacer así —Ella se levantó y se sentó en mis piernas, abrazándome fuerte.
—¿Verdad, papito? ¡Gracias! —Me dio un tierno beso en el cachete y se quedó abrazada a mí, soltando unos suspiros—. Papi… ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí, amor. Obvio…
—Mami no me quiere, ¿verdad? —dijo con lágrimas en los ojos.
—No, Sophie, no es así. Mamita te ama un montón, solo que no sabe cómo darte amor —intenté consolarla.
—Pero ella no me hace sentir bien como vos. No me da amor como hacés vos. Sé que me dijiste que es secreto, pero ella me reta todo el tiempo y nunca sé qué hacer para que esté contenta… —Siguió llorando cada vez más fuerte.
—Amor, ella no te va a volver a tratar mal, te lo prometo.
—Pero yo no la quiero más… Ella no nos deja jugar tranquilos, me grita, a vos también… Me puso contenta que le pegaras como ella hace conmigo —Me sentí re mal, no solo vio cómo la poseí, sino también cómo le pegué, y eso me dio cosa.
—Está bien, amor, entiendo que estés enojada, pero lo que hizo papá estuvo mal. No debería haberlo hecho, así como ella no tenía que pegarte a vos.
—No quiero que me pegue ni me grite más, papi… me pone triste…
—Lo sé, amor. Pero prometo que no va a pasar más. Vamos a buscar a alguien divertido para que te cuide cuando papá labure, y vas a estar mejor, princesita. Papi te va a cuidar siempre… —La abracé fuerte. Su piel me volvía loco, su olorcito a nena me enloquecía. Ella se amoldaba a mi abrazo como buscando el contacto—. Ahora dejá de llorar, amor. Vamos a disfrutar nuestra noche de pelis, ¿dale?
—Sí… uffhhh, sí papá. Gracias, papi, te amo… —sollozaba tratando de calmarse—. ¿Podemos ver Aladdín, papi?
—¿Otra vez? ¡Jajaja, la vimos la semana pasada!
—¡Síííí, quiero verlaaaaa! ¡Me encanta Jasmín!
—Jajaja, ¿y vos sos mi princesita Jasmín? —le dije dándole un besito en la nariz.
—¡Sí, sííí! ¿Puedo jugar a ser la princesa? —dijo, empezando a embalarse.
—¡Obvio, amor, vos sos toda una princesa!
Enseguida se levantó embalada y fue a buscar un vestido de princesa entre su ropa. Le quedaba hermoso. Cuando se levantó, pude ver esa bombachita apretando sus nalguitas hermosas, donde todavía había semen seco de mi corrida anterior. Se sacó la remera y se puso en cuatro buscando disfraces en un baúl, pero no encontraba el de la princesa Jasmín.
—¡Papi, no está mi disfraz! —dijo haciendo pucheros.
—Ay, amor. Pero no pasa nada. Podés ponerte otro…
—¡Pero yo quería ser la princesa Jasmín! —rompió en llanto.
Su llanto me estrujaba el corazón. Estaba ahí, en bombacha, mi pequeña queriendo disfrazarse. No sabía qué hacer. En ese momento, vi un vestidito corto con una pollera tipo tutú y un estampado de la Princesa Jazmín.
— ¡Sophi, mirá! Podés ponerte ese que tiene el dibujo de Jazmín. Sé que no es lo mismo, pero podemos jugar igual con ese vestido. ¿Querés? — La miré, sonriendo y tratando de sonar convincente.
—¡Síí! —dijo secándose las lágrimas.
Se puso el vestido sobre la bombacha, y me miró sonriente, dando una vueltita con la pollera para que viera lo linda que estaba. El tutú corto apenas cubría su culito perfecto, enmarcando la bombachita que se le metía en la raja.
No tardó en tirarse arriba mío, besándome el cuello.
—¿Me cuidás a la princesa, Papi? —me dijo, con su voz dulce de nena.
—Obvio, mi amor. Te cuido de todo —le dije, acariciándole la cintura por encima del vestido, sintiendo la tela suave. Mi mano bajó un poco más, rozando su glúteo mientras la tela fina del tutú se levantaba un poco.
Ella se recostó a mi lado, buscando mi mano para que la siguiera acariciando. Y allí estuvimos, los dos, mirando la película, yo con mi mano bajo su vestido, ella disfrutando de la caricia y de Aladdín.
El calor, sumado a la tela del vestido, permitía que me llegara su olor a niña; su pequeño cuello estaba húmedo a pesar del aire acondicionado. Empecé a besarla, saboreando lo salado de su piel. Ella, instintivamente, movió su colita sobre mí, acomodándose justo donde mi pija empezaba a reaccionar. Mi mano subió por sus muslos, rozando el elástico de su bombachita. Aunque seguía mirando la pantalla, su respiración gradualmente cambiaba de ritmo.
Su imagen en el baño volvió a mi mente: el sabor de su sapito, su hermosa y pequeña vaginita, ese olor a niña. Recordé cómo compartimos nuestro amor y mimos en secreto, y mi pene se endureció otra vez. Deseaba ver de nuevo su culito, como frente al espejo, masturbarme sobre sus nalguitas y darle otra vez mi «pomadita de amor». Quería dejarla completamente cubierta con mi leche.
—Papi… ¿me vas a dar otra vez tu pomadita de amor? —preguntó de repente, con esa dulzura que me derretía, sin dejar de mirar la tele.
La escuché, aturdido. Era la primera vez que lo decía así, abiertamente, desde lo del baño.
—¿Te gustó eso, amor? ¿Los mimos de papá?
—Sí… Los mimos secretos del baño me gustaron mucho. Me hacen sentir bien. ¿Me das uno ahora, Papi? —Su vocecita era un susurro sobre la mía, y mi mano, bajo el vestido, se detuvo, justo sobre el borde de su bombacha.
Su suave y lampiña piel me enloquecía. Deslicé mi dedo lentamente dentro de su bombachita y acaricié con suavidad los labios de su vulva. Ella continuaba mirando la televisión, pero su mirada parecía ausente. Su respiración se aceleraba. Comencé a darle besos húmedos en su cuello, succionando el sabor salado de su transpiración.
—Qué hermosa es mi princesita Jazmín. ¿Dejará la princesa que papi le haga más cosquillitas de amor, de ese amor secreto que tenemos papi y princesita? —Mi voz era de pajero, pero ella disfrutaba de mi atención. Nuestra relación padre-hija era perfecta, una conexión natural.
—Sí, Papi… haceme muchas cosquillitas —gimió bajito, sin quitar los ojos de la pantalla, pero apretando su colita contra mi mano. Su cuerpito se movía un poco, buscando más roce.
Mi corazón latía fuerte.
—La princesa se está calentando con los mimos del papi —le susurré al oído, mientras mi dedo entraba un poquito más, apenas tocando su clítoris.
Ella arqueó su espalda, soltando un gemidito ahogado.
—Sí, Papi… me gusta mucho cuando me tocas ahí. Me pone contenta… ¿Vos me querés mucho, Papi?
—Más que a mi vida, mi amor. Siempre te voy a cuidar y te voy a dar todo el amor que necesitás.
—Entonces dame tu pomadita de amor, Papi… la quiero sentir en mi colita… —pidió con una voz de una dulzura e inocencia extremas, justo en el momento en que Jasmín comenzaba a cantar en la película. El simple hecho de escucharla pedir con esa inocencia que le llenara la cola de leche casi me hizo acabar; estaba criando a una pequeña monstruo sexual. Esa niña era todo lo que estaba bien, era mi bendi, mi hija.
—Papito, ¿a mami le pusiste pomadita en sus tetas? —preguntó de repente, en medio del juego y sin mirarme. Con esa pregunta, me confirmó que había visto toda la escena donde obligué a Mariana a usar sus tetas para sacarme la leche de la pija.
— Si hijita, le di también pomadita de amor. porque lo preguntas?.
.—Porque yo quiero que me la des a mí, Papi. A mí me pone contenta, no a Mami. Ella te pega a vos y me pega a mí, no quiero que le des nada que yo no pueda ver. Solo a mí, ¿sí, Papi? Prometeme que solo a mí me vas a dar tu pomadita y yo la voy a guardar muy bien —exigió, sin dejar de acariciar mi mano y con una mirada de dueña de mi secreto. —Y, Papi, ¿me la puedo poner en otras partes del cuerpo? Me acuerdo que en el baño me dijiste que podía probar.
—¿Querés, sí? ¿Te gustaría probar la «pomadita de amor de papi», princesita? Podés probarla y dejar que te la ponga donde quieras en tu cuerpo. ¿Vos me dejás a cambio volver a probar tu «jugo de amor»? —dije, mientras le acariciaba suavemente su conchita infantil por encima de la bombachita.
—Sí, Papi. Me encanta que me des tu amor y tu juguito. ¡Quiero que lo pruebes mucho! Y la pomadita me la voy a poner en el ombligo, como me dijiste, y en la carita, para que me quede linda como Jazmín. ¿Me la ponés vos, Papi? Dale… —dijo, dando una vueltita y sonriendo con picardía, mientras su vestido se levantaba, dejando su culito en evidencia.
— ¿Qué viste hace un rato, amor? ¿Fuiste testigo de lo que tu papi y tu mami estaban haciendo? — Quería saber si de verdad había visto a su madre chupándome la pija, o el momento en que la obligué a tener sexo. Quería confirmar si la pendeja había presenciado a su mami chupándome la pija y si, de ser así, eso era algo que deseaba. Nunca me había visto la chota, ni siquiera en el baño; solo había sentido cuando me la pajeé usando su colita, pero no me había visto. ¿Hasta dónde podía llegar la curiosidad en una nena de 3 años?
—Sí, Papi. Vi cuando le pusiste la pomadita en la boca a Mami. Ella no quería, estaba enojada y vos la obligaste. Tenía cara de asco, Papi. Y también la vi cuando le pegaste en la cola, como ella me pega a mí, y a mí me dio mucha bronca cuando me retó y me gritó. Pero después me puse contenta porque vos le pegaste a ella y la hiciste sentir mal. No quiero que me rete más, Papi.
Me sentí un poco incómodo con su sinceridad. Que se alegrara de la violencia que ejercí sobre su madre era un síntoma preocupante de cómo las acciones de Mariana la habían afectado.
—Mi amor, entiendo que te sientas así. Papi estuvo muy enojado porque Mami te hizo sentir mal y te pegó. Ella no debe hacer eso. Yo la obligué a tomar mi pomadita porque pensé que así me iba a querer más y que si ella me quería más, iba a ser más buena con vos. Quise que sintiera mi amor para que dejara de estar enojada.
—¿Y funcionó, Papi? —preguntó con inocencia, dejando de mirar la tele.
—No, mi vida. No funcionó. Mami sigue enojada, por eso hoy se fue. Así que no le voy a dar más mi pomadita. Solo te la voy a dar a vos, mi amor. Vos sí valorás mi amor. Te la voy a dar toda a vos, mi princesita. Y solo vos vas a guardar mi secreto y mi pomadita, ¿sí?
Ella volvió a sonreír, radiante, y me abrazó con fuerza.
—¡Sí, Papi! Solo a mí. Yo te amo mucho, Papi. Y tu pomadita me hace feliz. ¿Me la pones en la carita para estar linda como Jasmín?
— Por supuesto, mi princesita Jazmín, tengo mucha «pomadita», y ¿sabés qué? Te cuento un secreto: desde que naciste, papá siempre ha guardado «pomadita» para vos, y se muere por dártela toda — Dije mientras le daba besitos en el cuello y le acariciaba suavemente su colita y su conchita de bebota.
—¡Qué lindo! ¡Toda la pomadita para mí! —exclamó, riendo y buscando mi boca con la suya para darme un beso lleno de baba y ternura—. Entonces, Papi, ¿me vas a dar tu pomadita en la carita ahora? ¿Me pongo más linda?
— ¿Vas a ser más linda, princesita? Vas a ser la princesita más hermosa del universo — aproveché sus besos babosos y la besé en la boca, como si fuéramos novios. Ella se dejó llevar torpemente, recibiendo mi lengua en sus labios, sus dientes, su lengua y su carita. El beso fue muy baboso y lleno de morbo.
— Ay papi… me diste beso en la boca!! La seño dice que nadie tiene que darnos besos en la boca!!!- dijo con una mezcla de verguenza, y de diversion. Como si hubiera sido una travesura muy prohibida.
— ¿Vas a ser más linda, princesita? Serás la princesita más hermosa del universo — aproveché sus besos babosos y la besé en la boca, como si fuéramos novios. Ella se dejó llevar torpemente, recibiendo mi lengua en sus labios, sus dientes, su lengua y su carita. El beso fue muy baboso y lleno de morbo.
— ¡Ay papi… me diste beso en la boca! ¡La seño dice que nadie tiene que darnos besos en la boca! — dijo con una mezcla de vergüenza y diversión, como si hubiera sido una travesura muy prohibida.
—Ay, perdón, mi amor. ¿No te gustó ese besito? Yo no quiero hacer nada que te ponga triste..
—Sí, me gustó, Papi… Pero es un secreto. ¿Solo vos y yo, Papi? —dijo, sonriendo con picardía y abrazándome, buscando mi cuello con su boca otra vez.
—Solo vos y yo, mi amor. Nuestro secreto de amor. Y ahora, ¿querés tu pomadita en la carita? —le pregunté. Mi voz temblaba por la excitación, mientras mi pene se agitaba dentro del pantalón. —Pero sabés, si querés la pomadita, podrías sacarla de una forma muy divertida y rica, haciéndole mimos mágicos a papi.
— Si papi!!!! si quiero!!!. Como tengo que hacer?— Dijo moviendose encima mio tallando su conchita todavia cubierta con su bombachita. Esa nenita instintivamente estaba llevando esto mas lejos, nuestra coneccion padri hija iba cada vez mas alto.
—Esa pomadita la podes sacar con tus manitos y tu boquita si queres. Tambien podes tomartela, porque la pomadita es lechita de hombre. Pero es re secreto, porque solo es para darsela a las mamis, y si se enteran que te doy a vos se van a enojar conmigo, y me van a separar de vos y dejarte solo con mammi.—¡Sí, pa! ¡Sí quiero! ¿Cómo tengo que hacer? —dijo moviéndose encima de mí, frotando su conchita todavía cubierta por su bombachita. Esa nena, instintivamente, estaba llevando esto más lejos; nuestra conexión padre-hija se intensificaba.
—Esa poepomadita la podés sacar con tus manitos y tu boquita si querés. También podés tomártela, porque la pomadita es lechita de hombre. Pero es un re secreto , porque solo es para dársela a las mamis, y si se enteran que te doy a vos, se van a enojar conmigo y me van a separar de vos para dejarte solo con mami.
—¡No, Papi! ¡No quiero quedarme con Mami sola! Yo quiero mi pomadita y quiero jugar con vos y que me hagas mimos —dijo, asustada, su carita de princesa llena de terror ante la idea de que la dejaran sola con Mariana.
—Entonces, mi amor, tenés que prometerme que es nuestro secreto más grande. Nadie, absolutamente nadie, puede saber de nuestra pomadita, ¿dale? Si alguien pregunta, vos no sabés nada.
—Sí, Papi. Lo prometo. Nuestro secreto —me dio un beso rápido y volvió a frotarse contra mi ingle, con la bombacha apretada contra mi pantalón.
Me desabroché el pantalón.
—¿Querés ver la magia, mi amor? Mirá qué lindo es.
Ella se bajó de mis piernas y se arrodilló entre ellas, su pequeño vestidito de Jazmín se levantó, dejando al descubierto su culito en bombacha. Su mirada se fijó en mi bragueta.
—¡Sí, Papi! ¡Quiero ver la magia! —dijo con la voz temblando de emoción.
Saqué mi pija dura, hinchada y llena de venas, y ella la miró con la curiosidad de una niña de 3 años, su pequeña boca abierta en una ‘o’ perfecta. Era la primera vez que la veía, y ella no se inmutó.
—¡Qué grande, Papi! —exclamó.
—¿Te gusta, mi amor? Esta es la que tiene la pomadita.
—¡Sí! ¿Me la das? —extendió su manito, y con la punta de su dedo índice, tocó suavemente la cabeza de mi pene.
El roce de su piel de bebota me hizo gemir.
—Mucha pomadita, mi amor. Toda para vos.
Ella no dudó. Se acercó más, su naricita rozó el glande, y luego, con la inocencia de quien prueba una paleta, metió la punta de su lengua, saboreándome. La excitación me golpeó como una ola. La tomé por la nuca, suavemente, guiándola.
—Así, mi amor. Con la boquita de la princesita.
Se dedicó a chuparme torpemente, pero con una concentración adorable, como si estuviera resolviendo un puzzle. Su pequeña boca apenas me cubría la punta, y yo disfrutaba de la mezcla de su saliva dulce y mi propia excitación desbordante.
—Qué rica sos, mi amor. La más rica de todas.
Ella sonreía, retirando la boca y mirándome con orgullo.
—¿Está saliendo la pomadita, Papi?
—Todavía no, mi vida. Tenés que seguir dándole mucho amor con tu boquita.
Y ella siguió, y yo aguantaba los gemidos, pensando en que la iba a llenar de leche, en su carita, en su pelo, en su culito.
—¿Disfrutas el sabor de papi? ¿Quieres saber cómo se llama esto que estás chupando, princesita?
Sacó el glande de su boca, e hizo algo que me volvió loco: olió mi pene. Sin que yo se lo pidiera, ella aspiró el olor de mi saliva y el de mi pene, como si fuera el perfume más exquisito de una flor.
—Huele muy rico, papi… ¿cómo se llama? —dijo, sin dejar de pasárselo por la naricita, sus ojos verdes miraban mi verga con fascinación, como si fuera un juguete prohibido, exclusivo para ella.
—Se llama Pija o Chota. Pero tenés que prometerme que no le vas a decir a nadie cómo se llama, ni que papá te enseñó a sacar su leche de amor con la boca… ¿Vas a prometerlo, no? Acordate, si se enteran, te van a dejar sola con Mami. —le dije, agarrándola suavemente de la barbilla, mientras tomaba mi pija y se la pasaba morbosamente por los labios y la nariz.
—Lo prometo, Papi. Solo para mí. Es nuestro gran secreto de princesita y papá —me dio un rápido beso en la punta y volvió a metérsela en la boca, succionando con más confianza ahora que sabía que me gustaba.
Yo me incliné hacia adelante, mis manos se apoyaron en su cabecita. Ella no dejaba de succionar, haciendo un ruido húmedo y delicioso, moviéndose sobre mi ingle. Su pequeño vestido se había arrugado a su alrededor, y podía ver su bombachita empapada por mi lubricación, pegada a su conchita.
—Así, mi amor. La princesita está jugando muy bien con la «Chota» de papi —le susurré, la voz ronca de excitación. Sentía mi cuerpo al límite, pero quería estirar este momento, quería que ella disfrutara aún más de su nuevo juguete.
De repente, ella se detuvo, sacó mi pene de su boca, y me miró con esos ojos verdes llenos de picardía infantil.
—Papi, ¿puedo tocarla con mis dos manos? —preguntó, con la punta de la lengua afuera, lamiéndose los labios.
—Claro que sí, mi vida. Tocála todo lo que quieras. Es tuya.
Ella se quitó las manos de la nuca para tomar mi verga con sus dos manitas. Su agarre era firme pero suave, envolviendo mi cuerpo en sus dedos pequeños. Empezó a frotarla, a acariciarla con la palma, con un movimiento descoordinado pero increíblemente erótico.
—¡Es suave, Papi! Y está dura —dijo, riendo con un sonido cristalino y puro.
—Está dura porque a papi le gusta mucho el amor que le das con tu boquita, mi princesita. Seguí dándole amor.
Ella volvió a acercar su cara a mi pene, y en lugar de meterlo en la boca, comenzó a frotar su mejilla contra el glande, como si fuera una gatita. Luego, con un movimiento deliberado, hundió su naricita en la base de mi pene, aspirando de nuevo.
—Me gusta cómo huele tu pija papi —dijo. Luego, volvió a meter la punta en su boca, jugando con el glande, probándolo con la lengua antes de succionar más profundamente.
—Me gusta olerte la conchita en el baño, igual que a vos te gusta mi olor… ¿Sabés? A Papi también le gusta tu olor, somos dos chanchitos, princesita. ¡Oink oinkk! —dije en tono juguetón, y ella se rió sin dejar de aspirar mi olor y pasarme la lengua—. Mmm, sí, mi amor, qué lindo lo que me hacés… ¿Querés que Papi te enseñe a hacerlo mejor?
—Sí, Papi. Dale, enseñame. ¿Cómo hago para sacar la pomadita? —preguntó, sacando mi pija de su boca otra vez y mirándome con una mezcla de inocencia y deseo por aprender.
—Mirá, mi amor. Poné tu boquita bien grande, como si fueras a morder una manzana re grande, y cubrí bien la puntita de la ‘Chota’ —le expliqué, y con mis manos, tomé su cabecita, guiándola de nuevo hacia mi erección—. Así, despacito. Y ahora, hacés como cuando tomás tu juguito con la pajita, ¿dale? Succioná, fuerte, como si tu boquita fuera una bomba.
Ella asintió, concentrada, y me succionó con más fuerza esta vez. El sonido de su pequeña boca húmeda al rodearme el glande me hizo apretar los dientes. Sentí que iba a explotar.
—¡Mmm, qué rico, mi amor! Sos una genia… seguí, seguí así. ¡Así sale la pomadita! —jadeé, moviéndome un poco hacia adelante, metiéndole más mi verga en su boca.
Ella no protestó; al contrario, su agarre con las manitas se hizo más firme, y succionaba rítmicamente, disfrutando de la transgresión. Podía ver el esfuerzo en su carita. Se separó un instante para respirar, con un hilo de saliva conectando mi glande a su boquita.
—¿Sigue sin salir, Papi? —preguntó, con la voz ahogada.
—Un poquito más, mi vida. La pomadita es rebelde. Pero tu boquita mágica la va a sacar. Un poquito más de amor de la princesita.
Ella volvió a la carga, esta vez con una determinación total. Yo me hundí en el sillón, dejando que el placer me invadiera. Quería verla jugar con mi ‘Chota’ un rato más, verla disfrutar de esa travesura que solo nosotros compartíamos. Ella era mi pequeña, mi cómplice.
—¿Y si la toco con la lengua adentro, Papi? —preguntó, separándose de nuevo, con esa picardía que me enloquecía.
—¡Uf! Si la tocás con la lengua, Papi se vuelve loco, mi amor. Hacelo a ver si la volvés más loca a la ‘Chota’ y quiere darte la pomadita.
A pesar de su corta edad, Sophia se aferró a mi pito con la avidez de un ternero, sonriendo inocentemente, fascinada por el olor. A mí, sin embargo, esta situación me enloquecía. Siempre me atrajeron las mujeres que se desinhiben de esa manera durante el sexo, y ahora mi pequeño ángel, de solo 3 años, disfrutaba de mi pito como si fuera una golosina.
Ella volvió a la carga, lamiendo la punta de mi pija con su lengua. La sensación de su lengua suave y cálida sobre el glande fue demasiado. Sentí el pre-cum escurrirse, una gotita brillante en la punta de mi verga.
—¡Mmm! Papi, ¿qué es esto mojado? Sabe rico, a salado y dulce —dijo, sin dejar de lamer, absorbiendo el líquido espeso con una curiosidad encantadora.
—Esa es la «Pomadita Mágica», mi amor. Es el aperitivo para la princesita. Es la parte más rica, ¿te gusta el sabor? —le pregunté, con la voz apenas un susurro, lleno de morbo.
—¡Sí! Sabe a caramelo salado, papi. ¡Dame más! —exclamó, y antes de que pudiera responder, metió más de mi pene en su boca, succionando con entusiasmo para sacar más de ese «caramelo».
Con una determinación que me enloquecía, ella siguió lamiendo y chupando, asegurándose de atrapar cada gota de mi lubricación. Mi erección palpitaba. La saqué de su boca y la acerqué a su carita.
—Mirá, mi amor. La Chota te va a dar besitos en la carita para que te quede linda —dije, y empecé a frotar el glande húmedo con pre-cum contra su mejilla.
—Papi, ¿qué es Chota? —preguntó ella, con la mirada puesta en mi miembro que le rozaba la cara.
—Chota, mi vida, es otro nombre para Pija. ¿Ves? Es lo mismo, la que te da el juguito dulce y te hace cosquillitas. ¿Te gusta cómo te hace cosquillas la Chota de papi?
—¡Sí! ¡Me gusta la Chota, papi! ¡Hacé más cosquillitas! —chilló, y yo seguí frotando el pre-cum en su frente y en la punta de su naricita, esparciendo mi líquido sobre su piel.
Ella se rió, con esa risa cristalina, sintiendo el roce de mi miembro en su rostro. Su carita de princesa Jazmín estaba ahora salpicada con el «caramelo salado» de papá.
—¡Jajaja! ¡Me dejaste toda mojadita! —me empujó suavemente, buscando que mi pija volviera a su boca.
—Toda mojadita y hermosa, mi vida. Ahora, a ver si le das un beso a papi con toda esa pomadita mágica en la cara.
Me agaché un poco, buscando la boquita de mi hija que estaba cubierta con su baba y el pre-cum. Ella se acercó y me dio un beso inocente. Pero yo quería más.
—Así no besan los novios, mi amor. Mirá, así es —le dije, y esta vez, cuando mis labios se encontraron, deslicé mi lengua, enseñándole a Sophia lo que era un beso con lengua, profundo y húmedo, un «beso de novios», sintiendo el sabor salado y dulce de mi propia lubricación mezclado con la dulce boca de mi hija.
—Sí, Papi. Me gustó más el beso de novios. ¿Me das otro?
Me separé un poco para mirarla, su carita de nena, ahora manchada con mi líquido, me daba una mezcla de asco y excitación. Era tan hermosa y tan inocente.
—Por supuesto, mi amor. Todos los besos que quieras. Sos mi princesita y mi novia secreta —dije, y volví a besarla, un beso largo y profundo, saboreando el dulce y el salado.
Mientras la besaba, mi mano volvió a su cintura, deslizándose por el tela suave del vestido de Jazmín. La levanté un poco, sintiendo su peso liviano contra mi pecho, y la recosté sobre la cama. Mi mano siguió su camino por sus nalguitas, por encima de la bombacha empapada. Acaricié la raja de su culo con mi dedo, sintiendo la humedad que ya se filtraba en la tela de algodón.
Ella soltó un pequeño gemido en medio del beso, y se contoneó un poquito, buscando el contacto de mi mano.
—Mmm… Papi. ¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz entrecortada, una vez que nos separamos del beso.
—Te estoy dando más amor, mi vida. ¿Te gusta cómo te hace cosquillitas Papi? —dije, mientras mi dedo recorría la costura de la bombacha, justo donde se unía a su conchita hinchada.
—Sí, Papi. Me gusta mucho. Me hace sentir bien, como cuando me dabas la pomadita mágica —dijo, cerrando los ojos por el placer.
Deslicé mi mano, sintiendo la tela mojada. La bombachita estaba apretada en su raja, y yo quería ver su culito desnudo, quería sentir su conchita sin la barrera de la tela.
—Mi amor, ¿dejás que Papi te saque la bombachita? Para darte más cosquillitas y que sientas mejor el amor de Papi —le pregunté, con la voz suave, mientras mi pulgar rozaba la abertura de su vulva.
Ella abrió los ojos, mirándome con una mezcla de curiosidad y un poco de miedo.
—¿Me vas a pegar en la cola si me la saco? Mami me pega cuando estoy sin bombacha —dijo, la voz apenas un susurro.
—No, mi amor, ¡nunca! Papá te va a dar mimos y besitos en la cola, no te va a pegar. Tu colita es hermosa y Papi la quiere acariciar mucho. ¿Te acordás cuando te hacía mimos en el baño? El chanchito de Papi se acercaba y te olía, y te daba besos en el sapito. ¿Me dejás que el chanchito de Papi te dé besos otra vez en el sapito, mi amor? Seguimos con nuestros mimitos secretos —le sonreí, buscando tranquilizarla.
—Sí, Papi. Me gusta que el chanchito me dé besitos. Mi sapito está contenta cuando me lo tocás. Dale, sacame la bombacha, Papi… pero despacito, no me asustes —dijo, sonriendo con picardía y arqueando un poco la espalda, como ofreciéndome su culito a través de la tela mojada.
Mi corazón dio un vuelco. Ella lo pedía.
—Qué nena tan buena y obediente. Te portás muy bien con Papi, mi amor. Vas a ver qué rico se siente sin la tela —le susurré, mientras mis manos, temblorosas, desenganchaban el elástico de su pequeña bombacha de algodón, tirándola hacia abajo lentamente.
El vestidito de Jazmín se había subido hasta su cintura, dejando al descubierto su culito de bebé, de color canela, y perfecto. Mi respiración se aceleró al ver la raja desnuda. Era tan lampiña, tan virgen, y tan dispuesta. El aire acondicionado le erizó un poco la piel.
Acerqué mi cara. El olor que emanaba de su pequeña conchita infantil era embriagador; una mezcla dulce y suave, ahora con notas leves de orina fresca, sus propios flujos de niña excitada, y un rastro salobre de la saliva del juego en el baño. Y, bajo todo eso, reconocí el aroma acre y metálico del semen que quedaba de la diversión anterior. No pude evitarlo; aspiré profundamente, como si fuera el aroma más caro del mundo.
—Mmm… ¡Qué olor más rico tiene mi princesita! ¡El chanchito de Papi quiere lamerte toda! Sos la más linda y la más olorosa, mi amor —le dije, enterrando mi nariz un instante en el pliegue de su nalga.
Ella se rió, incómoda y excitada a la vez.
—¡Jajaja, Papi! ¡Me hacés cosquillas con tu nariz!
—Es que el chanchito quiere probar tu «jugo de amor», mi vida. ¿Me dejás que te dé besitos en el sapito?
Sin esperar respuesta, acerqué mis labios a su culito desnudo, dándole un beso suave, y luego un lametón lento a lo largo de su raja, sintiendo la tersura de su piel. Ella soltó un gemido ahogado y apretó las manos en las sábanas.
—¡Ay, Papi! —gimió, contoneándose.
Me moví hacia adelante, sobre su conchita hinchada. Sus labios menores, pequeños y rosados, estaban ligeramente separados y brillaban con la humedad. Con la punta de mi lengua, empecé a lamer muy suavemente, sin presionar, solo acariciando el capullito de su clítoris. Quería que esto fuera puro placer para ella.
—Así, mi amor. Papi te está dando mucho amor. ¿Te gusta cómo el chanchito te lame el sapito? —le susurré, mientras continuaba con mis lengüetazos suaves y lentos, disfrutando del sabor dulce y salado de su excitación.
—Sí, Papi… Me gusta mucho… ¡Dame más, Papi! ¡Ahí, ahí! —dijo, su voz entrecortada por el placer, y sus caderas empezaron a buscar mi lengua con movimientos instintivos.
Mi mano se deslizó hasta su clítoris y lo acaricié con la yema del dedo, con la precisión de un cirujano, mientras mi lengua seguía explorando su vulva. Era una sinfonía de sabores y texturas: su piel suave, su olor a nena, la humedad creciente.
—Sos la princesita más rica de todas, mi vida. El sapito de la princesa está muy mojada, quiere más besitos de Papi. Sos tan chiquita y tan caliente, mi amor. Me volvés loco —dije, elevando el tono de mis gemidos para que ella sintiera el placer que me provocaba.
Ella estaba completamente entregada al placer. Sus piernas se separaron un poco, ofreciéndome un acceso total a su pequeña intimidad.
Me incliné y la succioné con más fuerza. Su «sapito» era un jardín de rosas dulces y húmedas, y yo era el jardinero hambriento. Hice un movimiento rápido con mi lengua, una caricia circular sobre el capullo, y ella arqueó toda su espalda.
—¡Ay, Papi…! ¡Sí, sí…! ¡Más, más…! —gritó con una voz aguda y temblorosa, agarrándose fuertemente de mis cabellos.
El olor se intensificó, volviéndose más almizclado, más a niña excitada al límite. Podía sentir el jugo de amor de mi princesita humedeciendo mis labios. Su clítoris, pequeño y duro, se movía bajo mi lengua. Era el centro de mi universo en ese instante. Aumenté la velocidad, succionando y lamiendo con pasión.
—¡Qué rica es mi princesita! ¡El chanchito te va a dar todo el amor que tenés guardado! —gemí, con la voz ahogada en su vulva.
Ella tembló, sus piernitas se apretaron contra mis orejas y soltó un grito que no era de miedo, sino de éxtasis infantil.
—¡Ahhh…! ¡Papi…! ¡Qué rico, qué rico…! ¡Me explotó el sapito! —chilló, y luego se quedó temblando, respirando con dificultad.
Se relajó sobre la cama, agotada, pero con una sonrisa radiante en su carita. Yo me levanté un poco, dejando un rastro baboso y brillante en su conchita, y la miré a los ojos. Estaban vidriosos, llenos de un placer que no debería conocer.
—¿Te gustó, mi amor? ¿Te gustó cómo hice salir jugo de amor de tu conchita? Tenés un jugo de amor muy rico, mi vida, que Papi quiere tomar todos los días —le pregunté, lamiéndome los labios con el sabor de su vulva.
—¡Sí, Papi! ¡Me encantó! ¡Se sintió como si me hicieras muchas cosquillitas que me hacían reír! ¡Quiero más! ¡Dale, Papi! ¡Lame más el sapito! —pidió con esa inocencia desarmante, empujando su pelvis hacia mí.
—Mmm… Papi está muy, muy contento de darte tanto amor. Pero sabés, mi vida, Papi también tiene mucha pomadita mágica para vos. ¿Querés probar a sacarla de nuevo con tu boquita, mi amor? Así te la pongo en la carita para que seas más hermosa.
Ella abrió sus ojos verdes, llenos de avidez.
—¡Sí, Papi! ¡Quiero la pomadita! ¡Quiero ser más linda! —dijo, intentando levantarse.
La ayudé a sentarse de nuevo entre mis piernas. Mi pija, dura y palpitante, se alzó en su cara. Ella no dudó. Inmediatamente, tomó mi pene con sus dos manitas y se lo metió en la boca, succionando con esa técnica que ya había aprendido.
El calor me subió al verla concentrada, sus ojitos verdes fijos en mi verga. Yo le acariciaba el pelo, la nuca, deleitándome con cada sonido húmedo que hacía al succionarme.
—¡Mmm, qué bien juega mi princesita con el juguetito de papi! Sos una campeona, mi amor. Mirá cómo la «Chota» de papi está contenta con tu boquita —le susurré, la voz casi un gemido.
Ella sacó mi miembro un momento, su boquita pequeña brillaba con mi pre-cum y su saliva. Me miró con esa mezcla de inocencia y picardía que me volvía loco.
—Papi… ¿vos le metiste esta pomadita en el sapito a Mami? Yo vi… —dijo, lamiéndose los labios sin dejar de mirar mi pija.
Me paralicé. No quería mentirle, no ahora que estábamos tan cerca.
—Sí, mi vida. Papi le dio mucho amor a mami. Pero a ella no le gustó tanto como a vos. A vos te encanta, ¿verdad? —le dije, acariciándole la mejilla.
—Sí, a mí me gusta más. Ella es mala. Papi, ¿a mí también me vas a meter la Chota en mi sapito como a Mami? —preguntó con la curiosidad más dulce y brutal que había escuchado en mi vida, y se acercó de nuevo para lamerme la punta de la verga.
La tomé por el mentón, obligándola a mirarme.
—Mi amor… sos muy chiquita todavía. Tu sapito es muy bebé. Si Papi te mete la Chota ahí, te va a doler, y Papi nunca quiere hacerte doler, ¿me entendés? Yo te doy mucho amor, pero sin que te duela. ¿Querés que te siga dando amor en tu sapito con mi lengua mágica? Cuando seas más grande, mi amor, cuando ya no seas mi bebé, tu sapito va a crecer, y tu culito también, y ahí sí, papi te va a dar todo el amor del mundo, con la Chota adentro, como a mami. Pero falta un poquito todavía, ¿sí? Ahora, solo con la lengua y la pomadita. ¿Querés que te siga dando amor con mi lengua? Y después, te doy toda mi pomadita en la carita, para que seas la más hermosa de todas las princesitas.
—¿De verdad, Papi? ¿Duele? Mami gritaba mucho… —dijo, asustada por el recuerdo, pero la avidez por el placer seguía brillando en sus ojos.
—Sí, mi vida, duele un poquito la primera vez, pero Mami gritaba porque estaba enojada con Papi, no por el dolor. Es como cuando te raspás la rodilla, duele al principio, pero es un dolor rico, un dolor de amor, y después se va enseguida. Papi no quiere que te duela nada, por eso te cuido el sapito hasta que esté listo. Pero no falta mucho, princesita. En cuanto crezcas un poquitito más, cuando ya seas una nena más grande, vas a poder pedirme que te meta la Chota de Papi en tu sapito y en tu culito, si querés. Y ahí no vas a gritar, vas a hacer gemiditos de placer, como los que hiciste recién cuando te di besitos.
Ella me miró, la curiosidad superando al miedo.
—¿Y va a ser rico, Papi? ¿Más rico que tu lengua?
—Mucho más, mi amor. Va a ser el amor más grande del mundo. Pero ahora, ¿qué decís si le sacas a Papi la pomadita? Tenés que ayudarme a sacarla para que seas la princesita más hermosa.
Ella sonrió radiante, olvidando el miedo y volviendo al juego.
—¡Sí, Papi! ¡Quiero la pomadita! —Y sin más, su pequeña boca se cerró de nuevo sobre mi verga, succionando con renovada energía.
Yo estaba parado, apoyado contra la pared de la habitación, las manos apretando el borde de mi excitación, la espalda arqueada por la tensión, sintiendo el aroma agrio de la excitación y un ligero dulzor infantil. Sophia, arrodillada frente a mí, con la carita roja, brillante por el sudor y mi pre-cum —que sabía metálico y levemente salado en el aire—, seguía succionando con un ritmo frenético que solo podía ser instintivo. Su aliento caliente y húmedo alrededor de mi miembro era una tortura deliciosa.
—¡Así, mi amor! ¡Así se saca la pomadita! La forma en que cerrás los ojos y concentrás toda tu pulpita… ¡Sos una genia, mi princesita! —jadeé, sintiendo cómo mi voz se rompía. Mi pene, grande y duro, latía con una furia gozosa dentro de su boca pequeña, cuya presión y el juego de su lengua eran precisos.
La miré, mi mirada cargada de adoración y lujuria. Ella alzó sus ojos, inocentes y húmedos, hacia mí por un segundo, buscando mi aprobación. En esa mirada se mezclaba la obediencia con un placer que ella apenas entendía, una complicidad oscura que me hacía temblar.
De repente, la sensación de pre-cum escurriéndose no fue suficiente. Necesitaba más de su olor, de esa mezcla dulce de nena, la acidez de la transpiración y el sexo. Con mi mano libre, busqué la bombachita que había tirado al costado de la cama, empapada por mi lubricación y el jugo de amor de ella. La tela estaba tibia y pegajosa.
—Mirá, mi vida —dije con la voz ronca, sintiendo cómo la excitación me apretaba la garganta, levantando la tela húmeda y pegajosa frente a su carita, sin que dejara de chuparme—. Mirá qué linda está tu bombachita. Está llena de la pomadita de papá y de tu jugo de amor… ¡Huele tan rico, mi amor! ¡Me encanta el olor de mi princesita! ¡Huele a sapito y a tu inocencia, mi chanchita!
Acercó su naricita, obediente, y mientras seguía metida en mi verga, aspiró el olor de su propia ropa interior.
—¡Huele a dulce y a vos, Papi! ¡Me gusta! —gimió, y succionó con más fuerza, la punta de mi pene raspando su paladar. La adoración por su propio olor, por su suciedad compartida, la había encendido.
—Sos la chanchita más rica de todas, mi amor. ¡Me volvés loco, carajo! ¡Me volvés loco con esa boca de pomadita! ¡Toda esta pomadita es para vos! ¡Quiero llenarte la cara, el pelito, tu sapito! ¡Quiero que seas la princesita más sucia de amor del mundo! —le gritaba, empujando mi pelvis hacia su boca, sintiendo el roce áspero de sus dientes pequeños en la base de mi glande.
Sentí el estremecimiento final recorrer mi cuerpo. Era una ola gigante. Apreté su cabeza con mis manos, guiándola, hundiéndola hasta que el aire le faltó por un segundo, aunque supiera que era demasiado, que iba a atragantarla. La culpabilidad se evaporó ante el éxtasis.
—¡Acá está la pomadita, mi vida! ¡Toda para mi princesita! ¡Sacála toda, mi amor! ¡Tragála!
Con un grito ahogado que no pude contener, exploté. El semen, denso y caliente como leche recién ordeñada, inundó su pequeña cavidad oral. Ella intentó tragar, forzando la garganta, pero era una cantidad brutal.
Se separó de inmediato, tosiendo, con los ojos llorosos por el esfuerzo y la abrumadora cantidad de líquido. Al sacarse mi pene de la boca, la eyaculación continuó con fuerza, chorreándole por toda la cara y la cabeza, empapándole el pelo y deslizándose por su barbilla y cuello. Su boca, abierta, estaba cubierta de mi leche espesa y brillante. El exceso se derramó inmediatamente por las comisuras de sus labios.
—¡Papi…! ¡Mucha pomadita! —balbuceó, el gusto a sal y a almendra de mi semen empastándole la voz. Se limpió torpemente la cara con el dorso de la mano, esparciendo mi semen sobre su mejilla y la frente como una pintura pegajosa.
Mi pene, ahora flácido y chorreando, se deslizó de su boca. Estaba bañado en su saliva y mi propia eyaculación, brillando bajo la luz.
Me reí, un sonido grave y satisfecho. Me acerqué, oliendo su aliento a semen y dulzura infantil.
—¡Sos una campeona, mi amor! ¡Sacaste toda la pomadita de papi! ¡Mirá qué hermosa estás! ¡Toda llena de mi amor, mi mamona de mierda! ¡La princesita más linda y más sucia de amor del universo!
Ella me miró, con el semen escurriéndole, pero radiante. Había una satisfacción palpable en sus ojos por haberme complacido.
—¿Ahora soy más linda, Papi? —preguntó con la voz pastosa y un hilo blanco y pegajoso de mi leche colgando de su labio inferior.
—La más linda de todas, mi vida. Ahora, dejá que Papi te termine de decorar la carita con la pomadita que te quedó.
Acerqué mi mano, cubierta de mi semen y su saliva, y le unté la frente, las mejillas, creando una máscara brillante de mi eyaculación, acariciando su piel suave.
—¡Listo! ¡Mi princesita Jazmín está lista! ¡Toda para Papi! —dije. La miré, con su vestido empapado y su carita y pelo brillante de mi semen. Saqué mi celular.—¡Y ahora, mi amor, mirá qué linda estás! Papi quiere sacarte una foto, ¿sí? Una foto de mi princesita llena de pomadita, para tener un recuerdo de lo hermosa que te ves. ¡Sos una obra de arte!
Ella asintió, sonriendo, con la cabeza y el rostro cubiertos de mi eyaculación. Le saqué varias fotos, capturando su mirada radiante y la suciedad de nuestro secreto. Guardé el celular, satisfecho. Y la abracé, atrayéndola a mi pecho, sintiendo el calor de su cuerpo exhausto y el pegajoso residuo de nuestro secreto sexual. La besé en la frente, probando el semen que había esparcido. Era nuestro pacto.
—Ufffff, Papi se va a hacer pis, mi amor. Me tengo que ir al baño un segundo, princesita, si no, se me escapa —dije, moviéndome incómodo. La excitación me había llenado la vejiga, y el semen chorreando no ayudaba.
Ella se aferró a mí, todavía radiante y pegajosa.
—¡No, Papi! ¡Quedate conmigo! —dijo con esa vocecita dulce, sin soltarme—. ¿Vos tenés que hacer pipí?
—Sí, mi vida. Pero acá no hay nadie que nos vea, estamos solos en la casa, mi amor. Y no nos vamos al baño, la vamos a hacer acá, en la cama, ¿dale? Por el morbo de Papi.
—Pero, Papi… ¿te acordás que en el baño probaste mi pipí? ¿Y me dijiste que estaba rico? —preguntó, con esa inocencia que te desarma, mientras me señalaba con el dedito cubierto de semen—. ¿Yo también puedo probar tu pipí, Papi? ¿Es como una pomadita de agua?
Me quedé helado por un segundo. Su inocencia no tenía límites, y mi morbo la seguía.
—¡Ay, mi chanchita! Te acordás de todo, ¿viste? Sos re viva —me reí, tratando de disimular mi excitación, que ya estaba en otro nivel—. La pomadita es la leche de Papi, mi vida. El pipí es el juguito de agua que sale de la Chota y a veces sale con la pomadita mezclada. ¿Vos querés probar mi pipí, mi amor?
—¡Sí, Papi! ¡Quiero probar todo lo que sale de vos! ¿Vos también vas a tomar el mío? ¿Mi pipí también es rico, Papi? Dale, si yo te doy el mío, vos me das el tuyo, ¿sí? Es nuestro secreto.
—¡Sos una picarona, mi vida! —le dije, dándole un beso en la frente, probando el semen que le cubría la piel—. Dale, mi amor. Papi te va a dar su pipí, acá en la cama, en la habitación, ¿dale? Así queda todo con olor a nosotros. Y si querés, Papi te va a mear encima, para que estés toda mojada y perfumada de amor, como una chanchita re pervertida que sos.
Ella aplaudió, emocionada. Su vestidito de Jazmín, empapado de mi leche, se arrugó a su alrededor.
—¡Sí, Papi! ¡Hacelo acá! ¡Quiero que me mojes toda! ¡Mo-já-me, Papi! —gritó, con la voz ahogada por mi semen.
Me saqué el pantalón por completo, ya no lo aguantaba. Me arrodillé sobre la cama, sobre las sábanas. La tomé en brazos y la recosté, boca arriba, en el centro de la cama, entre las almohadas. Mi chota dura, chorreando las últimas gotas de leche, se elevó. Su cuerpo pequeño, brillando con mi semen, se veía delicioso.
—Acá está mi princesita, toda de Papi. Sos mi juguete más rico, mi amor. ¿Estás lista para que Papi te dé un baño de amor, un baño de oro?
Me paré sobre ella.
—Mirá, mi amor. Mirá cómo la Chota de Papi va a hacer pipí. Sos mi inodoro más lindo. Papi te va a mear toda la cara, la boca, el sapito… Te voy a bautizar con mi amor de hombre.
Ella me miró, con los ojos llenos de fascinación, y sonrió.
—¡Dale, Papi! ¡Meá la princesa! ¡Quiero el jugo de la Chota!
Me incliné sobre ella, abriendo un poco las piernas. El chorro de orina, caliente y de color amarillo fuerte, salió con fuerza. Apunté a su pecho, dejando que el líquido cayera sobre su vestidito pegajoso de semen.
—¡Así, mi vida! ¡Sentí el calor de Papi! ¡Te estoy dando mi esencia, mi amor, mi meo! ¡Sos toda mía, mi regalito de 3 años, mi mamona! —le gritaba, morboso, mientras el chorro ascendía hasta su cuello y su cara.
Ella cerró los ojos por un instante, luego los abrió, riendo y tosiendo un poco, sintiendo el líquido tibio en su piel.
—¡Jajaja! ¡Está calentito, Papi! ¡Y huele un poquito fuerte!
Moví mi cadera, dirigiendo el chorro para que le diera de lleno en la carita, y ¡zas! también le di en la boca. Ella abrió la boca, sorprendida, y tragó un poco de orina, mezclando el orín con mi semen en una pasta pegajosa y brillante. El olor a sexo, semen y orina llenó la habitación, un perfume que me enloquecía.
—¡Eso, mi amor! ¡Tomá el meo de Papi! ¡La princesa más linda y sucia de Papi! ¡Meás en la cara y en la boca de mi mamona de tres años! ¡Esto es amor, mi bombón!
El chorro cesó. Mi pene se relajó, chorreando las últimas gotas sobre su frente. Ella estaba completamente bañada, brillando. El semen se había mezclado con el orín, creando un brillo extraño en su pelo y su carita.
La tomé por la barbilla, levantando su rostro.
—¿Te gustó, mi amor? ¿Te gustó cómo te meó Papi?
—¡Sí, Papi! ¡Me encantó! ¡Ahora soy una princesa con perfume de pipí y la tomé! —dijo, riendo, limpiándose la cara con las sábanas.
—¡Sos una chanchita! ¡Sos mi chanchita de amor! Y ahora… mi vida, ¿tenés ganas de devolverle el favor a Papi? ¿Querés que Papi te chupe el sapito otra vez, para que saques un poquito de tu pipí?
Ella se movió, frotando su sapito mojado de orina y semen contra las sábanas, pero se detuvo.
—No, Papi… Ahora no tengo más pipí… Pero si querés, te doy un poquito más de mi jugo de amor. ¿Querés? Y después quiero que me des tu pipí en la boquita otra vez, Papi.
—¡Obvio que quiero, mi vida! —le dije, volviéndola a besar en la boca, sintiendo el sabor salado del orín, el dulce de su saliva y el acre de mi semen. —Y Papi te va a dar lo que pida mi princesita.
Nos quedamos en la cama, cubiertos de secreciones y con un olor intenso a nuestro amor prohibido. Y mientras yo me preparaba para volver a lamer su sapito bañado en mi meo, ella volvió a hablar, con esa candidez que me hacía perder la cabeza.
—Papi… ¿y si le doy un poquito de mi pipí en la boca a Mami, va a estar contenta? ¿Así como me das vos?
Me reí, un poco por la inocencia, otro por el morbo de la idea.
—No, mi vida. Mami no sabe jugar a esto. Esto es solo de vos y de Papi, nuestro secreto sucio de amor. Y ahora, dejá que Papi te lama toda, mi chanchita.
ahoahora
Me incliné sobre ella, con el olor a orina, semen y dulzura infantil llenando mis fosas nasales, una mezcla que me volvía loco, un perfume acre y dulce que me picaba la nariz y el deseo. Ella estaba rendida, empapada, pero con ese brillo de avidez en los ojos, un verde intenso bajo la luz tenue.
—Mi princesita chanchita… sos tan sucia y tan rica. No puedo creer lo mucho que le gusta a Papi tu juguito y tu pipí… —le susurré, sintiendo el gusto metálico de la excitación en mi boca. Mis manos temblorosas empezaron a desabrochar el vestidito de Jazmín, que ya estaba pegajoso y húmedo, con ese olor a cloro y almizcle.
—Sacámelo, Papi. Quiero que me toques más… —gimió, levantando los brazos para ayudarme, su cuerpito pequeño y bañado en mis secreciones era una tentación irresistible, caliente y salobre al tacto.
Le quité el vestido empapado, tirándolo a un costado. Ella estaba completamente desnuda, su piel de color canela, lampiña y brillante, como caramelo derretido. Mi semen, mezclado con su jugo de amor y mi orina, creaba un mapa de nuestra perversión sobre su cuerpo, un brillo aceitoso.
—¡Ay, mi amor, mirá qué linda sos! Sos un bombón, mi chanchita de Papi —dije, y empecé a besarla con voracidad, lamiendo la mezcla de líquidos en su pecho, su panza, saboreando el dulce azucarado de su piel, el salado y lo acre de la orina rancia y mi propia pomada. Ella reía, nerviosa, contoneándose.
—¡Jajaja, Papi, estás todo baboso! ¡Hacés cosquillas! —chillaba, sintiendo el peso pegajoso de mi lengua.
La tomé con suavidad. Me senté y la apoyé contra mi pecho, dándole besitos tiernos en la nuca y el pelo pegajoso, que olía a sudor de niña y mi aliento. Mi mano, sin embargo, se deslizó de nuevo hacia su pequeña vulva, masajeándola suavemente a través de la fina capa de jugos secos.
—Mmm… así, Papi… ahí… —murmuró, su voz volviendo a ser un gemido, más dulce que antes.
Me separé un poco para mirarla. Sus ojos verdes estaban cerrados, el rostro todavía brillante por mi pomadita y mi meo. La ternura se desvanecía ante la urgencia del morbo, el hedor de nuestros actos me embriagaba.
—Ahora, mi amor, Papi te va a hacer un juego. ¿Querés que Papi te mire toda y te dé más amor?
—Sí, Papi. Mirame toda. Dame mucho amor.
La giré con suavidad. Tomé una almohada grande de plumas y la puse en el centro de la cama, levantándola un poco.
—Acá, mi amor. Ponete en cuatro, como hace Papi con Mami. Pero vos sos más linda que Mami, ¿verdad? Vos sos la chanchita de Papi, mi mamona especial.
Ella, obediente, se puso en cuatro sobre la almohada, su espalda pequeña arqueada, su culito de durazno perfectamente redondo y levantado, ofreciéndose. El olor a fruta madura y humedad emanaba de su centro.
—¡Carajo, Sophie! ¡Sos una obra de arte! —jadeé, y la ternura se fue al carajo. El aire se sentía espeso con lujuria y el olor dulzón de su excitación.
El culito, lampiño y rosado, se veía tentador. La hendidura anal, marcada por mi orina y las últimas gotas de semen seco, era el centro de mi universo olfativo.
Me acerqué, enterrando mi nariz en el pliegue de su nalga, aspirando el olor a piel de bebé, pipí y mi propia pomadita. Era un cocktail químico que me hacía vibrar.
—Mmm… ¡Qué rico huele el culito de mi princesita! ¡Huele a sucio, a prohibido, a miel quemada! —gemí, y el juego tierno se rompió. Empezó el morbo.
Empecé a lamerle el culito, desde el centro hacia los lados, disfrutando de la tersura de su piel y el sabor salobre y ácido de su sudor y el meo. Sentía el temblor de su carne bajo mi lengua. Ella se estremeció.
—¡Ay, Papi! ¡Ahí no! ¡Jajaja! ¡Cosquillas! —dijo, intentando moverse.
—¡Quedate quieta, mi putita princesita! A Papi le gusta lamer tu culito. Saborear cada curva de este duraznito. Este culito va a ser la puta más rica de todas. ¡Sos la putita de Papi! ¡Mi chanchita caliente! —le espeté, usando un tono bajo y dominante, que la excitaba más que asustarla. El sabor a limpio y sucio en mi boca me enloquecía.
Ella gimió, su respiración agitada. La inocencia se transformó en pura excitación.
—¡Sí, Papi…! ¡Duro, duro ahí, sabés tan rico! —balbuceó, sin entender las palabras, solo la excitación de mi tono y el placer intenso.
Moví mi lengua hacia adelante, lamiendo su sapito hinchado y mojado, succionando con fuerza su clítoris, que sabía a sal y almizcle. Al mismo tiempo, le metí un dedo mojado en su pequeño ano, haciendo que sus nalguitas se abrieran y se exhibieran más. El olor fecal y dulzón me golpeó.
—¡Mirá qué abierta estás, mi putita de tres años! Sos tan chiquita y tan dispuesta. Abrí bien ese sapito, que Papi te va a lamer hasta que chorrees jugo de amor para mí. ¡Tu sapito va a ser la putita de mi lengua, mi chanchita más sucia! ¡Vas a ser mi putita personal, mi amor, mi postrecito de vainilla y mierda! —dije, sintiendo la textura de su pequeña mucosa.
Ella estaba temblando, sus manitas agarraban las sábanas con fuerza. El placer era demasiado intenso para responder coherentemente, solo gemidos.
—¡Sí…! ¡Papi…! ¡Mi sapito…! ¡Qué rico, no pares! —sollozaba, su voz mezclada con gemidos y un sonido húmedo.
Aumenté la presión, metiendo y sacando el dedo de su culito, que ahora se sentía más flojo, mientras mi lengua trabajaba su vulva. Sus nalgas se contraían y se relajaban con mis movimientos, ofreciendo más de ese olor a sucio delicioso.
—¡Este culito es para la Chota de Papi, mi amor! ¡Huele a tu vicio, a tu placer! ¡Un día la Chota de Papi te va a hacer sentir todo! ¡Te voy a llenar de amor, mi putita de amor! ¿Querés que Papi te llene de besos el culito, mi mamona sucia?
—¡Sí, sí, Papi! ¡Dame…! ¡Dame todo…! ¡Dale, Papi, quiero más! —gritó, su voz apenas audible, mezclándose con el ruido de mi boca húmeda.
La excitación era tan grande que su pequeño cuerpo no la aguantó. Sentí un chorro de líquido caliente, más espeso y fuerte que la orina, en mi cara y boca, mezclado con su orina y mi semen anterior. Eran sus fluidos de niña, un auténtico torrente de jugo de amor infantil, con un sabor ligeramente dulce y un regusto amargo.
—¡Ahhh…! ¡Papi…! ¡Chorreo! ¡Mojé todo! —gritó, su voz estrangulada por el placer.
Me separé, completamente bañado en el jugo de amor de mi hija, que me escurría por la barbilla. Su sapito estaba goteando, las sábanas se mancharon con un círculo oscuro y caliente. Sus tres años no habían impedido un orgasmo chorreante y violento.
La miré. Estaba exhausta, en cuatro, temblando, su carita llena de una satisfacción aterradora.
—¡Carajo, mi princesita ! ¡Me hiciste chorrear toda! ¡Sos una chanchita sucia y caliente, mi amor! ¡Sos la más rica, la más mamona! —jadeé, lamiéndome los labios con el sabor de su jugo de amor.
Ella solo pudo jadear, sin palabras, su pequeño cuerpo relajándose sobre la almohada, su sapito aún goteando. La misión estaba cumplida. Había creado a la princesita putita perfecta.
Me recosté a su lado, atrayéndola a mi pecho, sintiendo el calor de su cuerpito agotado y pegajoso contra mi piel. Ella se acurrucó, el olor a semen, orina y su dulce aroma infantil llenándome. Le acaricié el pelo, quitándole las hebras pegajosas de semen, y le di un beso tierno en la coronilla.
—Mi amor, mi chanchita hermosa. Sos la nena más linda de todo el universo. Gracias por darle tanto amor a Papi. Sos mi princesita especial, mi mamona favorita. Siempre te voy a dar todo el amor que necesitás, todo el que Mami no te da —le susurré al oído, con la voz suave y llena de una falsa ternura.
Ella suspiró, agotada por el juego. Mi mano se deslizó por su espalda, llegando a su culito desnudo, que aún goteaba sus jugos. Lo acaricié con la palma, sintiendo la piel de durazno bajo mis dedos, y luego, con la yema, masajeé suavemente la hendidura anal, donde mi dedo había estado.
—Este culito es solo para Papi, mi amor. Es el culito más rico y más caliente. Siempre vas a ser mi bebé, mi mamona de tres años, mi muñequita —continué, las palabras suaves, casi inaudibles, un arrullo perverso.
Ella se aferró a mí, gimiendo apenas, ya medio dormida. El masaje en su colita la relajaba por completo. Mi dedo seguía el contorno de su anito, una caricia circular que la hacía suspirar.
—Mmm… Papi… te amo… —murmuró, su voz ya pastosa por el sueño y el placer extremo.
—Y Papi te ama más que a nadie en el mundo, mi vida. Sos mi secreto, mi amor. Dormí, princesita. Papi te cuida.
Seguí acariciando su culito hasta que su respiración se hizo profunda y regular. Sophia se había dormido, rendida, con su carita manchada de mi semen y mi orina, y su cuerpo cubierto con el mapa pegajoso de nuestro amor sucio. Yo me quedé despierto un rato, observándola, sintiendo la satisfacción de haberla poseído completamente, de haber creado una conexión irrompible basada en el placer y el secreto. Ella era mía, la bendi de Papi, y su inocencia era el lienzo perfecto para mi morbo.
Me quedé observándola un rato más, mientras su respiración se volvía cada vez más tranquila, el eco de su orgasmo y mis gritos de lujuria aún resonando en el silencio de la habitación. Era una paz post-coital perversa, teñida por el olor dulzón de la orina, el semen y su aroma a niña.
Mi mente vagó a los inicios, hace tanto tiempo, cuando todo era a escondidas, solo yo, observándola dormir, con mis manos temblorosas acariciando su piel de durazno, manoseándola con culpa pero con una excitación incontrolable. ¡Una bebita! Me reía con el recuerdo, de cuando tenía que cambiarle los pañales, ese olor a talco y dulce, a leche. El contraste era enfermizo: ese olorcito de bebé que tanto me atraía, ahora mezclado con el hedor del sexo, con mi semen y su orina. Yo era el que la chupaba en secreto, el que se masturbaba sobre ella para ensuciarla de semen, sintiendo que estaba profanando un templo, pero incapaz de parar. Ella, mi bendi, solo un objeto de mi morbo más oscuro, inconsciente de los rituales sexuales que yo hacía en su cuerpo dormido o inocente.
Y ahora, la realidad era infinitamente más deliciosa. Ya no era un monólogo de mi perversión; ella me correspondía. La inocencia se había fusionado con el placer, con la avidez de lo prohibido. Era ella quien pedía mi pomadita, ella quien se arrodillaba, ella quien se ofrecía en cuatro, con su culito empapado, esperando mi lengua, mi semen, mi meo. Su deseo, puro y brutalmente honesto, había abierto un mundo nuevo de sexo y lujuria para nosotros dos.
Ya no era solo el padre pervertido; éramos cómplices. Éramos el secreto más sucio y delicioso de la casa. Y al sentir su calor y su pegajosidad contra mi pecho, supe que no había vuelta atrás. Ella era mi creación, mi princesa putita, y apenas tenía 3 años. Lo mejor, o lo peor, recién comenzaba.
Tenía que resolver un detalle, algo que la distrajera cuando yo no estuviera. Ahora, más que nunca, tenía que buscar la niñera para que no se quedara más sola con Mariana. La madre la rechazaba demasiado, y la niñera sería la excusa perfecta, un par de ojos extra que no mirarían lo que no debían, que no se darían cuenta de la sutil humedad que a veces quedaba en su ropita interior. Con ese pensamiento en mente, incliné mi cabeza, dándole un beso en el culito suavemente, justo donde terminaba la curva de su espalda. Luego, la abracé fuerte, oliendo el olor a sexo de su piel mientras la acomodaba para dormir.
Me encantaría conocer sus opiniones y experiencias. Les dejo mi correo para ello, y por supuesto, ¡si les interesa escribir algo juntos! [email protected]


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