LA CASA DE LAS PERVERSIONES 3
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Cada vez que mis verga le entraba hasta lo más profundo de su chocho, podía escuchar aquel gemido intenso que me decía cuánto le estaba haciendo sentir comerse 17 cm de buena polla.
Su respiración entrecortada, su frágil cuerpo moviéndose tratando de seguir el ritmo de la cogida que estaba recibiendo.
Sus piernas totalmente abiertas en V, ella abajo yo arriba, entre sus piernas, en aquella improvisada “tienda de campaña” hecha con ramas y algún plástico.
Afuera podía ver a Miguel, mi cuñado.
Parado viendo hacia la calle, adentro yo dándole con todas mis ganas a aquella chica que todavía no estaba seguro de saber quien era en realidad.
Baja de estatura, tetas apenas en nacimiento.
Un chochito carnoso y sin vellos aun.
Su piel suave, de niña.
Nalgas en formación, sabía que me estaba merendando un verdadero bizcocho aunque no era yo el primero.
Aquella vulva era claro que había probado verga muchas veces antes.
Una y otra vez le penetraba aquella ardiente cueva, jugosa y que tanto placer me daba coger.
Los quejidos apagados de su boca eran el viagra del macho que sabe que su hembra está gozando de lindo, que disfruta que la claven, que le gusta sentir como le tocan hasta los intestinos.
Mmmmm mmmmm mmmmm mmmmm es todo cuanto sale de su boca.
Son mas de 15 minutos los que llevamos cogiendo como animales, la sensación de que voy a acabar me hace querer cambiar de posición.
Le saco mi manguera y mientras la beso en la boca la giro un poco.
Ella inmediatamente se da cuenta que ahora le toca de torito.
Se coloca de rodillas y manos en aquel viejo colchón que nos sirve de petate para follar, yo me acomodo detrás suyo agarrado a sus caderas y sin más le empuje los 17 cm hasta que no quedo nada fuera, un prolongado pujido se le escapo de su boca, aún en la oscuridad pude saber que aquella chica había enterrado su cabeza entre la sabana y el colchón.
La imagine mordiendo algo, intentando no delatar lo que verdaderamente hacíamos en una noche de acampada.
El aire corría como niño juguetón en las ramas del viejo árbol de mango, ese a cuyo pie estábamos.
Aquel a donde noche tras noche se iban los amigos de mi otro cuñado.
Era el confidente de sus charlas y porque no hasta de sus secretos, entre los que no podía faltar el sexo.
Porque en el mes y medio que llevaba de novio con Ester, había descubierto que los García en cuanto a ese particular eran muy abiertos.
La oscuridad era casi total adentro de la tienda de campaña donde estábamos.
Nos habíamos ido al fondo, en un principio para no ser obvios puesto que Miguel, mi cuñado tan sólo estaba a un par de metros de la entrada.
El momento cumbre había llegado, mi desconocida acompañante se movía al ritmo de mis embestidas sin dejar de emitir aquellos grititos de placer que no podían pasar desapercibidos por Miguel allá afuera.
Yo igual resoplaba cansado y con aquella electricidad recorriendo mi cuerpo.
El pene lo tenía duro, tieso y adormecido.
Las venas a punto de explotar, mis huevos columpiándose rítmicamente en sus bolsas, era evidente que mi leche estaba a punto de salir.
Ella, mi desconocida y candente compañera de sexo empujaba su cuerpo hacía atrás como si no le fuese suficiente al rabo que tenía adentro.
Yo aferrado a su culo hice mi más grande esfuerzo y le di las últimas embestidas, que importaba que mi cuñado me escuchara.
Total él me había cedido su lugar, porque había sido Miguel quien antes que yo había estado bajo las sábanas con aquella pequeña.
Estaban acampando me había dicho, las sábanas no dejaban ver pero era obvio que alguien sea estaba chupando.
Creí que era su novia, Rosa la del enorme trasero y por quien yo me había hecho más de alguna paja.
Con esa idea me había metido y es cuando me había encontrado con aquel cuerpo de niña, sin tetas y piel suave a quien ahora tenía al borde del orgasmo.
Acabe como un burro dentro de aquel chocho.
Sendos chorros, uno tras otro.
Podía sentir los espasmos y como aquella vagina soltaba grandes cantidades de aquel líquido caliente que me hacía cosquillas en la verga aún en erección.
Se vació entre gemidos y ayes de gusto ah ah ah ah mmmmm mmmmm mmmmm mmmmm.
Quizá con la emoción no le había dado importancia a quien era en realidad a quien me estaba follando.
Hoy al escucharla sentí escalofríos, creí reconocer aquel sonido de su voz.
Había esperado que fuese alguna otra novia de Miguel, una de tantas chicas que llegaban a la casa de Doña Refugio.
Pero sin temor a equivocarme, esa era Andrea su hermana menor.
La más chica, de tan sólo 12.
Aquella que tantas veces me había servido para mandarle recado a Ester, mi novia.
Quien según me habían dicho había ido a visitar a sus abuelos.
Que regresaba hasta la próxima semana.
– Ya esta cuñado -escuche preguntarme a Miguel afuera.
– Si – dije.
– Ahora ya no será sólo Yadira la que lo descreme – dijo divertido.
No dije nada.
– Que le pareció esa vagina.
¿Está apretada?
Otra vez guarde silencio.
– ¿O no le gusto?
– Si -dije secretamente
Andrea se había vestido.
Afuera de la improvisada tienda de campaña podía verla, ahora convertida en niña.
Vestida como niña.
Por un instante pensé que como era posible que aquella chiquilla se hubiera tragado mis 17 cm casi con todo y huevos.
Infantil como era, no dijo nada.
La vi alejarse hacía hacia la casa que no quedaba a más de 40 metros de donde estábamos.
A nuestros oídos llegaba el ruido de murmullos y gemidos.
Venían de las otras tres tiendas de campaña que había aparte de la de donde le había dado sexo a mi pequeña cuñada.
Era claro que estaban cogiendo.
Esas eran las lunadas en aquella casa.
Una especie de juego donde se jugaba a acampar, pero adentro de las improvisadas tiendas de campaña lo que se hacía era coger.
Seguiré contando….
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