La casa de los deseos (2)
Luciana descubre el cuerpo viril y joven de un hermoso fantasma.
Capítulo 2 – Luciana y el joven del jardín
Luciana había sentido algo desde el principio.
Un cosquilleo constante, como si la casa la rozara con dedos invisibles. Una sensación tibia entre los muslos cada vez que pasaba cerca de ciertas habitaciones, o cuando se detenía frente a las ventanas del ala este.
Luciana tenía 40 años. Elegante, segura de sí. Su cuerpo maduro era una obra refinada: caderas anchas, cintura estrecha, busto generoso, piernas torneadas por el yoga que practicaba religiosamente. Su piel era suave, con ese tono dorado que atrapaba la luz. Su mirada, cuando quería, era capaz de desarmar.
Esa tarde, decidió explorar el jardín trasero.
El sol caía bajo y cálido. Llevaba un vestido liviano, blanco, que apenas le llegaba a las rodillas, con tirantes finos que dejaban sus hombros al descubierto. Caminó descalza por el pasto, disfrutando el silencio, cuando algo —alguien— llamó su atención.
Un joven estaba de pie, junto al rosalero.
Alto, de hombros anchos y torso firme, vestía una camisa blanca abierta hasta el pecho y pantalones de lino sueltos, como de otra época. Su pelo oscuro le caía en ondas sobre la frente, y tenía una mirada intensa, casi insolente.
—Hola —dijo él, como si la conociera.
Luciana se detuvo, desconcertada. No había visto a nadie entrar o salir.
—¿Quién sos?
—Podés llamarme Eloy. Este jardín era mío… hace mucho tiempo.
El corazón de Luciana dio un salto. Pero el joven sonreía con ternura. No era un ladrón. No era un loco. Era otra cosa. Algo que la casa ya le había empezado a revelar con sus susurros y reflejos.
—No pareces un fantasma —dijo ella, con media sonrisa.
—Y vos no parecés una mujer que duda de lo que desea —le respondió, acercándose.
Luciana no retrocedió.
Él levantó una mano y le rozó el hombro. Su dedo era cálido, aunque apenas tocaba la piel. La mirada de Eloy la desnudaba con una mezcla de reverencia y lujuria. Ella no se sintió acosada. Se sintió adorada.
—Sos hermosa… —dijo él, con voz ronca—. Nunca vi algo como vos, ni en mi tiempo ni en este.
Luciana sintió cómo su piel se erizaba. Un calor le subió por el vientre.
Lo deseaba. Y no recordaba cuándo había deseado a alguien con tanta fuerza.
Esa noche, mientras se bañaba, lo vio de nuevo.
En el espejo.
Parado detrás de ella, con el torso desnudo. Su abdomen definido, su mandíbula firme. Y los ojos… clavados en su cuerpo.
Ella se giró. El baño estaba vacío.
Pero cuando volvió a mirar, estaba dentro de la ducha con ella.
El vapor no lo disipaba. Se acercó sin hablar, y apoyó su mano en la pared, al lado de su cabeza. La otra le tomó el rostro. La besó. Fuerte, profundo, joven, impaciente. Su lengua la buscó como si ya la conociera.
Luciana gemía suave contra su boca, su cuerpo pegado al de él, sintiendo la presión de su erección contra su vientre.
Sus manos recorrieron su espalda, bajaron por su cintura, y se aferraron a su trasero. La levantó sin esfuerzo y la apretó contra la pared caliente de la ducha.
El agua corría entre ellos como un río de deseo.
—Nunca imaginé que podía tocar a alguien como vos —susurró Eloy—. Quiero quedarme en vos. Quiero sentir lo que olvidé cuando morí.
Luciana lo envolvió con las piernas y lo guió dentro de ella.
El placer fue inmediato. Crudo. Palpitante.
Se movían como si el tiempo no existiera.
Como si esa casa los hubiera estado esperando desde siempre.
Ella gritó su nombre con una mezcla de éxtasis y libertad.
Y cuando el clímax la sacudió, él se desvaneció en el vapor, como si se derritiera en su orgasmo.
Luciana quedó temblando, sola en la ducha, con el agua tibia cayéndole por la espalda.
Y en el espejo, escrito con vapor, un mensaje:
“Volveré cuando me desees de nuevo.”
Un nuevo capitulo de esta historia de fantasía y lujuria, los mellizos tambien deberían tener sus encuentros de otro plano?
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