La confesión de Ramiro.
Ramiro un señor del sur de México relata algunos episodios de su vida de los cuales ha llegado a arrepentirse en algún momento de su vida..
Soy del sur de México y por primera vez en mi vida me he decidido a escribir estos recuerdos que me atormentan. Pienso que si alguien más lo lee yo pueda quedar absuelto de mis pecados, aunque se que eso es poco probable. La mayor parte de este relato será contado por mí en primera persona, sin embargo, habrá momentos en que narré situaciones en donde yo no estuve presente, quiero aclarar que se esta información debido a platicas con los involucrados, así que espero su comprensión.
Como mencioné arriba yo soy del sur de México, de un pueblito, que tal vez ni a eso llegue, bastante pobre. Tenía 7 hermanos, sin embargo, 5 de ellos murieron a muy temprana edad debido a enfermedades y accidentes, por lo que yo crecí solo con mi hermana mayor, Fátima, quien me llevaba 10 años de diferencia. La verdad no la recuerdo mucho, ya que según lo que me contaron mis padres, un señor la raptó cuando tenía doce años, sé que quedó embarazada al poco tiempo, y que a los quince años partió rumbo a los Estados Unidos. Empero no sé si siga con vida.
Por lo tanto, se podría decir que crecí como hijo único, esto no ayudó en nada a mi situación financiara, ya que toda mi infancia estuvo marcada por las carencias, tanto económicas, como afectivas, ya que mis padres se amargaron desde el rapto de mi hermana, y muy pocas veces me prestaban atención. Esto me llevó a crecer en las calles de mi pueblo, volviéndome un niño bastante vivo y maldito, ya que, al carecer de todo, empecé a buscar la riqueza, sin importar de donde proviniese.
Este pensamiento se vio reforzado cuando conocí a Manuel, un vagabundo de mi pueblo, quien tenía el siguiente lema “si quieres algo, solo ve y tómalo”. Manuel se convirtió en una figura paterna para mí, me enseñó a robar, a estafar y a coger. Esto último fue cuando cumplí mis trece años, de alguna manera Manuel logró juntar el suficiente dinero para que yo tuviese mi primera vez con una de las prostitutas del pueblo. Marta era una señora de unos cuarenta años, algo gorda, pero su lado bueno es que tenías unas enormes tetas bien paraditas, las cuales eran un deleite de tocar.
Aunque me gustaría adornarme diciendo que en mi primera vez logré impresionar a Marta dándole la cogida de su vida, la verdad fue todo lo contrario, yo ni siquiera duré dos minutos en su vagina, cuando de la nada tuve mi primera eyaculación. Recuerdo que en cuanto me vine me dio muchísimo sueño, quedándome dormido en los brazos de marta por un par de horas (tiempo que Manuel había comprado). Cuando al fin me desperté, Marta me ayudó a vestirme y me dijo que si lograba juntar x cantidad de dinero (que era la mitad de su precio regular), me dejaría hacerlo otra vez con ella. Esto me puso muy contento, ya que supe que mientras yo consiguiese dinero, podría sentir aquella sensación tan rica de eyacular.
Cuando llegué con estas reflexiones con Manuel, él me regañó, diciéndome que solo los imbéciles pagaban por coger, pero como él sabía que sería muy difícil que yo encontrase novia en ese momento, decidió pagarme una prostituta para que agarrase el gusto por las mujeres y así no me hiciese puto. Yo le agradecí mucho por esto, ya que sin mentir el haber estado con Marta fue una de las mejores experiencias de mi vida, además, decidí que juntaría dinero para volver con Marta, a la vez que seguiría el consejo de Manuel y me buscaría alguna novia con quien coger.
Lo segundo fue bastante difícil, ya que yo no era muy atractivo, y como tenía (creo que ya no) comportamientos muy toscos, personalidad simplona, mala higiene y ropa harapienta ahuyentaba a todas las chicas de mi edad. Al platicarle esto a Manuel, me recomendó que no buscase mujeres de mi edad, ni mucho menos mayores, sino que me acercara con niñas menores que yo, ya que ellas eran mucho más fáciles de convencer, o en dado caso, forzar para que fuesen mías.
Con este consejo en mente comencé a buscar alguna niña que me hiciese caso, empecé por Marisa una niña de unos ocho años que siempre pasaba por enfrente de mi casa. Ella era la hija de en medio de una familia de agricultores, la verdad es que no tenía nada especial, pero sabía que era bastante tímida, y que tenía pocos amigos, por lo que en mi mente pensé que, si hallaba la forma de acercarme a ella, no tendría problemas en hacerla mi novia.
Obviamente ninguna de mis técnicas más que patéticas funcionaron, por lo que terminé siendo rechazado por ella y golpeado por su hermano mayor, quien me dejó muy en claro que si me llegaba a ver cerca de su hermana no dudaría en golpearme hasta que quedase invalido. Yo no era tonto, y dejé en paz a Marisa.
Mi siguiente objetivo fue Julia, una niña de 9 años que tenía la fama de ser bastante coqueta, y lo que era mejor, se dejaba tocar y besar si le dabas monedas. Yo con algo de dinero que había podido conseguir por medio de trabajos ayudando en los sembradíos de la zona (y robando algunas ofrendas de la iglesia), me apresuré a ir con Julia, sin embargo, descubrí con amargura que estos rumores eran completamente falsos, ya que habían sido dispersados como venganza por otro niño que fue rechazado por ella.
De esta forma hubo otro par de niñas con las que tampoco llegué a buen puerto. Estaba a punto de darme por vencido con la opción de conseguir novia, cuando apareció ante mí Julieta, una niña muy bonita de unos cinco años, quien era sumamente amistosa conmigo, ya que no se por qué le interesaba mucho escuchar mis historias fantásticas que me inventaba como pasatiempo. La verdad al principio no me interesé en ella, ya que estaba muy niña, pero con tantos rechazos, pensé que ella podía ser la única opción viable.
Una tarde le pedí que me siguiera a un escondite a las afueras del pueblo. Ella aceptó con gusto, ya que para ella ir a ese lugar era como una aventura. Tras ponernos cómodos en mi escondite, fui directo al grano, diciéndole.
Yo. – Oye Julieta ¿Quieres ser mi novia?
Julieta. – ¿Qué es eso?
Yo. – Haber, ¿cómo te explico? Es cuando una niña quiere mucho a un hombre como yo. ¿Tú me quieres verdad?
Julieta. – Sí.
Yo. – Entonces tienes que ser mi novia.
Julieta. – Esta bien.
Para mí suerte ella era muy inocente, y cría fielmente en todo lo que yo le dijera. Por lo que me llenó de jubiló saber que ahora ya tenía novia, lo único que me incomodaba era que le fuese a decir a alguien más, por lo que le tuve que advertir que esto iba a ser un secreto entre nosotros, y que no podía decirle a nadie nada de lo que ella y yo hiciéramos, de lo contrario ya no jugaría con ella, y no la invitaría a mi escondite nunca más. Ella aceptó sin decir más nada, ya que no quería que yo dejará de jugar con ella, probablemente por qué era de los pocos en el pueblo que realmente le hacía caso.
Después de que ella aceptó y advertirla de no decir nada, le dije que ahora que éramos novios, ella tenía que obedecerme en todo, y no podía por ningún motivo decirme que no, o chillar, de lo contrario yo no jugaría con ella. Una vez más aceptó, por lo que procedí a darle la primera orden.
Yo. – Dame un beso Julieta.
Ella se quedó extrañada, pero siguió mi orden, acercándose a mí, dándome un beso en el cachete.
Yo. – ¡Pero en la boca, no en el cachete!
Julieta. – Pero eso solo lo hacen los grandes.
Yo. – No, eso también hacen los novios.
Julieta dudó un poco, por lo que tuve que presionarla. – ¿Lo vas a hacer o no? Si no ya no voy a jugar contigo.
Ante mis palabras Julieta una vez más se acercó a mí, dándome un beso en los labios bastante rápido. En esta breve interacción pude percibir que de ella provenía un aroma a leche, probablemente su desayuno.
Yo. – Dame otro, pero ahora abre la boca y no te muevas.
Hizo lo que le ordené, abrió su boca y yo hice lo mismo, para después meter mi lengua en su cavidad bucal, saboreando de esta forma la leche que había olido. Este beso duró bastante, ya que la abracé con el fin de evitar que se despegara de mí. La verdad me encantó poder besarla de esa forma, cosa que se reflejó en una erección la cual Julieta notó.
Cuando al fin se despegó de mí, me preguntó. – ¿Qué es eso en tus pantalones?
Yo. – Es mi pene, y te lo voy a meter en tu cuevita.
Julieta. – ¿En mi cuevita?
Yo. – Si. Acuéstate y levántate la falda.
Julieta. – Pero me da pena.
Yo. – No me importa, haz lo que te digo.
En cuanto se acostó, noté que no traía calzones, por lo que le pregunté cuál era el motivo.
Julieta. – Es que no alcancé a ir al baño y me hice pipi. Me los quite para que no me regañara mi mamá.
Yo. – Esta bien, así esta mejor. Bueno, ahora abre tus piernas.
Julieta se resistió ante mi orden, por lo que yo tuve que abrirle las piernas con mis manos. Para mi sorpresa ella hizo mucha fuerza para impedírmelo, pero al final lo logré. En cuanto abrí sus piernas, pude ver su diminuta vagina ante mí. La verdad dudé durante algunos instantes si mi pene podría entrar en ella, pero ya tenía tantas ganas de coger, que me valió. Me quité mis pantalones y calzones, y apunté a su vagina.
Esta estaba bastante apretada, y en cuanto trate de meterle mi pene por su orificio, ella soltó un grito y se empezó a retorcer. Por este motivo tuve que poner mi mano en su boca, mientras que, con la otra mano, sujeté sus brazos, ya que trató de escaparse de mí. No sé cómo lo hice, pero al final logré meter la cabeza de mi glande en su interior. Al hacer esto sentí un gran ardor en mi pene, ya que su vagina estaba extremadamente apretada, pero también sentí rico como cuando estuve con Marta, por lo que con mi lujuria al tope decidí insertarle de un tirón el resto de mi pene (el cual realmente no es muy grande).
Julieta se retorció del dolor en cuanto le empecé a meter mi pene. Pero no me esperaba que al llegar a lo que ahora sé era su himen, me mordería. Esto me hizo soltar un grito de dolor, generando que se me zafara de los brazos. Al ver que intentaba golpearme para alejarse de mí, yo me enojé y le di un golpe en el estómago, lo cual la dejó sin aire, pero también generó que su vagina me apretara aún más, generándome así mucho placer.
Tras el golpe, Julieta dejó de moverse, limitándose a llorar. Yo por mi parte comencé a moverme torpemente, generando que a los pocos minutos eyaculase. Como mi primera vez, sentí una sensación sumamente placentera al venirme, la cual estuvo seguida de una gran pesadez en mi cuerpo, por lo que salí del interior de Julieta y me tumbé a su lado. Ella no se movió y parece que también se quedó dormida.
Cuando desperté, me asusté al ver que de su vagina había salido sangre, por lo que la desperté, y con mucho cuidado la llevé a un rio cercano, en donde la ayudé a limpiarse. Ella parecía estar ida, por lo que seguía todas mis ordenes, aunque si que rechisto cuando sintió el agua en su vagina, ya que me dijo que le ardía mucho. Además, noté que caminaba raro, por lo que le dije que tenía que aparentar caminar normal, y que, si alguien le preguntaba por que caminaba así, dijera que se había caído, de lo contrario le iba a volver a pegar.
También le dije que a partir de ahora me la iba a coger cada que yo quisiese, y que no importaba que estaba haciendo, ella debía seguirme cada vez que yo le ordenase. Julieta solo asintió con lagrimas en sus ojos, después se acomodó el resto de su ropa, y se fue a su casa. El resto del día tuve miedo de que ella fuese a decirle algo a sus papas, y que ellos fuesen a golpearme, o incluso intentasen matarme, pero para mi suerte nada de esto pasó, Julieta siguió mis ordenes, y a pesar de que su mamá le preguntó por qué caminaba raro, ella dijo las mentiras que yo le había ordenado.
Para evitar que sospecharan algo de mí, no llamé a Julieta por unos tres días. Pero al cuarto yo ya estaba más que caliente, y quería cogerme a mi novia. Por lo que fui a buscarla, para mi sorpresa no la pude encontrar fácilmente, ya que ella trató de ocultarse de mí. Sin embargo, yo la pude encontrar y me la llevé a mi escondite. Ella se resistió un poco en seguirme, pero al final me siguió al ver que levantaba mi puño contra ella.
Una vez en nuestro escondite le ordené una vez más que me besase, a lo cual ella obedeció. Cuando le ordené que se tumbase para cogérmela, Julieta se negó, diciéndome que le dolía mucho su cuevita, y que incluso le había salido sangre de ella. Yo no le creí, por lo que la tumbé a la fuerza, levanté su falda, le quité sus calzones y le separé las piernas, momento en que vi que efectivamente su vagina estaba algo roja. Al tratar de tocarla, ella se retorció del dolor y comenzó a llorar. Traté de sujetarla para así poder penetrarla, pero nada de lo que hice funcionó para tranquilizarla, por lo que terminé por dejarla en paz.
El problema es que yo tenía muchas ganas de eyacular, por lo que en una idea fugaz pensé que tal vez le podría meter mi pene por su ano, pero luego pensé que de allí saldría mucha popó. Luego recordé que Manuel me había dicho que las mujeres también te podían chupar el pene, cosa que se sentía igual o mejor que meterlo en sus vaginas.
Ante esto, yo le dije a Julieta que como no podía usar su cuevita, ella tendría que meterse mi pene en su boca. Ella trató de negarse, pero yo no dejé que se escapará, por lo que la jalé de los pelos y la guie a mi entrepierna. Pero ella no abría su boca, por lo que decidí taparle la nariz, cosa que funcionó a la perfección, ya que abrió su boca, permitiéndome meter mi pene en su interior.
Julieta al sentir mi pene en su boca, la cerró de golpe, lo cual me generó muchísimo dolor, llevándome a darle un fuerte golpe en su vientre. Una vez más comenzó a llorar, pero se volvió a portar dócil, en cuanto volví a guiar su cara a mi entrepierna, le ordené que abriera su boca, y que por nada del mundo me moridera de nuevo, que si no la iba a volver a golpear. Ella obedeció, dándome así mi primera mamada. Fue bastante torpe, pero se sentía maravilloso, Manuel no había mentido, su boca era sumamente calentita, sus labios eran muy suaves y su saliva hacía que mi pene entrase y saliese con facilidad. No duré mucho hasta que eyaculé dentro de ella.
Julieta al sentir los chorros de semen en su garganta trató de alejarse de mí, pero como yo la tenía sujeta de su nuca, no pude moverse. Esto ocasionó que me vomitase encima. La verdad me dio mucho asco, y estuve a punto de golpearla nuevamente, pero me contuve ya que no quería que sus padres sospecharan. Me separé de ella y una vez más fuimos al rio a lavarnos. Julieta durante todo el trayecto lloró, pero al final se calmó, yo la volví a arreglar y la mandé a su casa con la misma advertencia de no decir nada.
————————————————————-Continuara——————————————————————————
Espero les guste este relato. Me ayudan muchos sus comentarios y retroalimentaciones. También espero poder continuar con los otros dos relatos que ya publiqué, gracias por su paciencia.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!