La consulta del cardiólogo terminó con la psicóloga
Debido a los frecuentes desmayos, todos ellos al culminar el acto sexual, lo consulté con el cardiólogo, pero, después del calentón que éste sufrió, terminé con la psicóloga..
Siempre me ha gustado el sexo y éste había sido excelente con mi marido, pero más o menos a los treinta años me volví adicta a los relatos eróticos y pornográficos. Me encontré algunos que me parecieron muy creíbles, y algunos de infidelidades me calentaron por la manera en que ocurrían y por la justificación que daban. Pero me fui haciendo a la idea de que “echar una canita al aire” no estaría mal, aunque no había otra justificación más que la calentura.
Leí relatos de varios autores, incluso seguí a algunos durante años. Particularmente a quienes sus relatos mostraban una consistencia a manera de saga o de su “día a día”. Me parecieron reales y pude contactarme con algunos de ellos (no sólo a través de los comentarios, sino también con mensajes privados en la primera versión de SST, y por correo electrónico posteriormente) y mi sorpresa fue que ¡eran relatos reales!, sí de personas de carne y hueso que habían escrito sus experiencias.
Me puse a soñar con lo que yo podría hacer en una situación así, y escribí mis primeros relatos fantasiosos. Los comentarios de mis amigos autores, me animaron a llevar mis fantasías a la realidad, ¡y lo hice! El caso es que, desde entonces, he tenido orgasmos muy intensos y, en algunos casos he sufrido pequeños desmayos. Aproveché mi visita regular con el cardiólogo, y le comenté sobre los desmayos.
–De unos meses para acá, he tenido algunos desmayos breves –le dije cuando me auscultaba.
–¿Cuántas veces? –preguntó después de volver a leer los análisis clínicos que suelo hacerme previos a la visita médica.
–Como seis o siete en cuatro meses –precisé y él abrió los ojos sorprendido. Me dio la bata y me pidió que me desnudara.
–Puede quedarse con su pantaleta y se acuesta allí –dijo señalándome la pequeña cama reclinable y se retiró.
A su regreso, me puso unos electrodos en el pecho, cerciorándose que las conexiones estuviesen bien colocadas, pero no sólo presionándolas sino que al quitar la mano de ellos la resbaló por mi teta y se me alborotó la hormona (también la de él, pues se tuvo que acomodar para que no se notara su erección). “Relájese”, me ordenó al ver los picos iniciales en el electro cardiograma que delataban mi estado. Al terminar esa parte, con sumo cuidado y lentitud me quitó los electrodos.
Pasó a hacerme un ultrasonido, untándome vigorosamente un gel para que el aparato resbalara bien. No fue muy “profesional”, más bien parecía la nano de alguno de mis amores cuando me soban las tetas. Se mantuvo atento a la pantalla mientras pasaba el sensor, pero me estaba calentando rico…
Después me examinó los ojos con su lámpara y me mantuvo acostada mientras me decía qué pruebas adicionales me haría. Yo seguía acostada, con mis tetas desparramadas hacia los costados gel tórax. “Recógemela y bésalas” gritaba en mi interior al ver la macanota que él ya no ocultaba.
Me tomo de la mano para ayudarme a levantar y me llevó a una andadera, me volvió a colocar electrodos y me hizo correr y brincar como si estuviese saltando la cuerda (pienso que excesivamente). Mis tetas brincaban y el pene del doctor quería escapar de sus ropas, entre la apertura de la bata, lo cual me hizo mojarme.
–¿Estas pruebas de esfuerzo incluirán “lagartijas”? –pregunté sinceramente y él sonrió evitando la carcajada.
–No, aunque sería interesante verla así –dijo cerrando el último botón de su bata para que no se delatará más el salto que había dado su pene cuando vio la humedad en mis pantaletas, mientras me quitaba los instrumentos de medición, particularmente el que medía la presión, pues rozó varias veces mis tetas–. Según todo lo anterior, usted está muy bien. Pediré que le hagan algunas tomografías, lo cual nos indicará si fueron algunos micro infartos cerebrales o no.
–Todos mis desmayos han sido al terminar un orgasmo –dije como aclaración–. ¿Eso da infartos cerebrales? –pregunté.
–¿Seis o siete veces ha tenido orgasmos en estos cuatro meses? –preguntó, dejando ver que eran pocas veces.
–No, he tenido muchos y muy bellos en este tiempo, tanto con mi marido como con otro amigo –dije, dándome cuenta que metí la pata al declararme infiel–. Pero sólo en unas pocas me ha pasado lo de los desmayos.
–Antes de ese tiempo, ¿había hecho el amor con su amigo u otra persona que no fuera su marido? –preguntó directamente
–No –dije brevemente.
–¿Los desmayos han sido sólo con el amigo? –preguntó.
–No. Con ambos, pero iniciaron con mi marido –dije, pero ante su silencio y su mirada fija en mis ojos, tratando de inquirir cómo, le conté cómo iniciaron.
La verdad, es que al principio me sentí cohibida, pero luego me deslengüé y conté con detalle las otras veces en los que me ocurrió. El médico me escuchaba fascinado apretándose eventualmente el monte de una manera discreta y terminó diciéndome que esperaría los resultados de las tomografías, pero que anticipaba que al parecer el asunto no era fisiológico.
Después de llevarle las tomografías indicadas por él, las miró detenidamente y me empecé a aflojar los botones de la blusa porque pensé que volvería a auscultarme. Él se dio cuenta y miró cómo me abría la blusa. “¿Qué tiene?”, me dijo sin dejar de ver mis pezones pues la tela del sostén tenía cierta transparencia. “¿No me va a examinar?”, pregunté. “Créame que me fascinaría verla como en la cita anterior, pero no es necesario para la consulta”. “Bueno”, dije, pero no me cerré la prenda. “Gracias, así está bien”, dijo y me guiñó un ojo, por lo que ya no me abotoné, yo también estaba caliente al ver sus reacciones.
Me dijo que no había nada anormal en mi masa cerebral, «Quizá sólo sea la emoción nueva» (la de estrenarme como infiel) y que, como no podía saber qué cosas me ocurrían con esta novedad en mis costumbres, aunque sospechaba lo qué más motivaba a mi amigo, me recomendaba acudir con un psicólogo, aunque quizá no fuera necesario. Le pedí que me remitiera a alguien competente “Sé que a veces tardan meses o años”, dije con desgano. “Eso ocurre cuando hay traumas graves y el paciente no coopera mucho”, señaló. Al terminar de darme los datos me cerré la blusa y le di las gracias. ¿Tendré algún trauma tan oculto que ya lo olvidé?, me pregunté recordando a Tita con “El día de mi boda”.
En mi primera cita con la psicóloga, acordamos sesiones diarias de 50 minutos, mientras pudiéramos. Me advirtió que, además de notas, grabaría las sesiones, mientras yo reposaba en el diván. Esa vez, ella se detuvo más preguntándome por la manera en la que me trataba mi marido. Además, le di la dirección donde podía leer mis relatos. En la segunda, después de preguntarme si lo que yo había escrito era cierto, o había exagerado algo. “Es cierto, salvo las fantasías que tenían sólo algunos rasgos y datos que tomé como anclaje para dar juego a mi escrito, así como a las personalidades de mi marido, mi amigo, y, la hermana y el amigo de mi marido para que sus respectivos personajes tuviesen coherencia”, contesté. Regresó a las notas que ella traía y se centró más en mis reacciones con lo que me sucedió al ver a mi esposo haciendo el amor con otra mujer. En la tercera cita volvió a abordar sobre mis sensaciones al imaginar lo que hizo mi esposo con Laura. Además, preguntó por qué no me había referido a lo sucedido entre ellos esa noche en el relato, como sí lo hice cuando ella lo invitó a comer; le contesté que sí lo supe por ellos, pero no quise escribirlo para no enojarme más. Luego abordó lo del enojo con preguntas que sólo admitían respuestas mías muy cerradas.
–Señora, los desmayos que usted tenga por esa causa, son completamente normales –me señaló en la cuarta sesión.
–Pero antes no me había ocurrido… –dije tratando de refutarla.
–Quizá sí le ocurrieron, pero se quedó profundamente dormida al concluir el coito. Sin embargo, la vez que le sucedió dos veces seguidas con su esposo, fue la primera vez que se dio cuenta. Esto debido a la angustia que le causaba contarle a él lo que había pasado con su amante y seguir el mismo “guion” tan apegado a lo ocurrido el día anterior.
–¿Angustiada? –pregunté con extrañeza porque nunca me sentí incómoda.
–Se trata de una reacción inconsciente: el deseo versus lo que está correcto. Un enfrentamiento de sentimientos y sensaciones contra prejuicios que no ocurrió de manera violenta, pero que estaba latente –señaló–, aunado a las sensaciones altamente satisfactorias que tenían ustedes en el momento de llegar al clímax –concluyó y me pareció buena la explicación.
–¿Y cómo explicar lo que me pasó cuando mi amante me hizo el oral?, allí no encaja la ansiedad, pero sí la satisfacción –dije tajantemente.
–Es lo mismo, sus celos la provocaron sin que usted fuera consciente de ellos. Estaban latentes y pensaba internamente que Laura sintiera algo así por parte del marido suyo, “suyo”, de usted –precisó–, en ese preciso momento –y fue convincente para mí, pues, aunque yo no lo escribí en el relato, siempre tuve presente a mi marido y a Laura.
–¿Qué debo hacer para no desmayarme? –pregunté con preocupación.
–Ya terminó su tiempo y tengo que atender a otro paciente. Pero no se preocupe, seguramente terminaremos mañana. ¡Ah!, y si se desmaya otra vez así, disfrútelo… –me dijo guiñando un ojo y se levantó para que yo hiciera lo mismo.
En la quinta sesión ya no hubo diván, me ofreció una silla. Ella sentada al otro lado del escritorio, en cuya cubierta estaban varios documentos: mis relatos impresos, con cifras y letras manuscritas en el margen superior, parecían claves, y partes subrayadas en distintos colores; hojas de su libreta con frases en una caligrafía rápida y al término, con una letra calmada, había anotadas sus conclusiones y las preguntas pendientes.
–Esto es lo que tenemos hasta este momento y será archivado mañana a más tardar junto con una memoria de las grabaciones. Le comento, porque será material, junto a otros casos, para elaborar un “paper” –explicó sin ambages.
–¿Por qué debe hacer el “paper”? –pregunté extrañada.
–Un paper es un artículo científico para una revista especializada, en este caso de psicología y lo hacemos para exponer casos que puedan servir a otros colegas –precisó didácticamente–. Su caso se incluirá, anónimamente, con otros más que estamos analizando para explicar el cambio de las conductas sexuales en la sociedad.
–¿Soy un caso raro? –pregunté con preocupación.
–No, nada de eso –dijo sonriendo–. Ustedes cuatro van en una tendencia natural a muchos otros. Lo interesante es que en su caso es diáfano el motivo del cambio de conductas. Me encantaría entrevistar a Laura, pero me temo que no es conveniente.
–¿Eso daría más luz para evitar mis desmayos? –pregunté asombrada.
–¡Ja, ja, ja…! No, los desmayos de placer no podrá evitarlos. Es más, son envidiables… –dijo y pidió perdón por su risa, “No lo pude evitar”, señaló–. Tenemos un nervio, llamado nervio vago, que parte del bulbo raquídeo y se extiende hasta el tórax. Al estimularse el nervio vago, se reduce la frecuencia cardíaca y se dilatan los vasos sanguíneos. Pero, al disminuir el ritmo del corazón también baja la cantidad de sangre que llega al cerebro y se produce el desmayo. En el caso de usted, el desmayo en el coito, ya se lo expliqué, fue causado por la ansiedad y el placer.
–Sin ansiedad, ¿no me darán desmayos?
–Si es en el orgasmo, ¡bienvenido!, será por el placer extremo, en su caso. Porque el cardiólogo aseguró que usted está saludable –dijo, y recordé que el doctor no me dijo “saludable”, sino “Muy bien” y me miró al pecho para reiterarlo: “Ese corazón y su envoltura están muy bien”.
–¿Entonces, ¿no debo preocuparme?
–El único consejo que le doy es que disminuya su egoísmo, es decir, sus celos, y la única forma es aceptar, poco a poco, que, si a usted le gusta hacer algo sin su marido, él también tiene el mismo derecho de ser feliz.
–Me dio gusto conocer a alguien tan dichosa como usted. Hemos concluido, está dada de alta.
–Gracias, doctora. Ya me estaba gustando platicar cínicamente.
–Siga escribiendo lo que le pasa y lo que siente, pero mantenga el anonimato, así no meterá en problemas a otros. Buenas noches.
Esa noche, después que mi marido y yo cenamos, lo encueré colmándolo de besos, lo tiré a la cama y le pedí que me cogiera como él se había cogido a Laura, que me hiciera todo lo que le había hecho a ella. ¡Dios mío, que enculada tan rica me dio! Sí me desmayé, brevemente, y recobré el conocimiento cuando mi marido sacaba el pene de mi ano. Pero decidí quedarme así y dormir, sólo dije “Gracias amor” y troné un besito con los labios. Más tarde, cuando sentí los labios de Miguel en el pezón, lo acuné y, en voz baja para no despertar a mi esposo, dije: “Gracias, Laura”.
¡Qué interesante! Tú decías que solucionar esas cosas tardaban meses y años, pero esta psicóloga ¡sí que es competente!
Lo mejor fue que aprovechaste el consejo y tu marido te dio gusto cogiéndote como le hizo a Laura. ¿Por qué no te había dado el amor así?
Ya me había cogido imaginándola y diciéndome «¡Qué buena estás, Laurita!», pero ahora yo quería que repitiera en mí toda la sesión que le dio a ella, fue delicioso, pero, a falta de nalgas hermosas, tuvo unas chichotas muy ricas…
Bien, Ahora debes disfrutar sin temores, ya sabes que así será cuando te guste mucho.
Así es, será más cínica para pedir y dar. Tú vete preparando.
¡Pues te atendieron rápido! Esa doctora fue muy eficiente y tú muy cooperadora. Pero, yo que tú, hubiera caído con el cardiólogo, pues ya calientes los dos…
Pienso que mis desmayos también se dan en una situación de ansiedad o angustia por pensar en la manera que le pongo los cuernos a mi marido cuando cojo tan rico con otro, o cuando él me está cogiendo como lo hace Bernabé al llevarlo a aprender lo que éste me enseña. De cualquier manera, esos desmayos se disfrutan, bien dice la psicóloga.
Ja, ja, ja, Tú caes con cualquiera que te caliente.
Amiga, seguiremos disfrutando a los amantes y a los cornudos. Suerte.
¡Qué rica experiencia! Me refiero a la de las pruebas de resistencia bamboleando las tetas frente a alguien. Mis respetos para el doctor que no se abalanzó sobre ti, muy profesional, aunque tuviera la verga parada, siguió haciendo su trabajo.
Yo nunca me habría preguntado sobre los desmayos sufridos en el coito con orgasmos intensos. Más bien los veía como parte del placer. Me da gusto que sea así. El amor hay que gozarlo intensamente.
Bueno, yo seguiré esperando. Si él no avanza, yo tampoco, aunque me calienten sus tactos «profesionales» y verle la montañota ostensible en el pantalón.
Tienes razón, ahora sé que pueden formar parte del gozo sexual.
¡Quiero desmayarme de placer! Creo que no tengo por qué angustiarme cuando cojo, ¿será eso?
Sí me he sentido caliente y a la vez asustada, la primera vez tenía 12 años
Mis tetas ya estaban tomando volumen y forma y caminaba en la tarde rumbo a mi casa, iba de la casa de una amiga donde nos daban clases de piano y solfeo. Al pasar por una construcción en obra gris, salió a mi paso un albañil, supongo que estaba de velador porque ya era tarde y estaba vacío el lugar. Me dijo varias cosas, pero la que me calentó fue «¡Qué bonitas chichitas, están para mamarlas! Me quedé parada, casi suponiendo que eso iba a hacer y me mojé (seguramente recordando cómo me mamaba entonces mi primo Diego), pero mi instinto y el miedo pudieron más que la calentura y me hicieron correr para huir de allí.
Ahora lo veo, en retrospectiva, y huir fue lo mejor que hice.
¡Qué bueno que corriste, una nunca sabe qué más puede pasarte, además de la cogida, peor siendo niña!
Respecto al desmayo, sigue intentándolo, a lo mejor si haces un trío HMH, sentirás el amor con más intensidad… supongo.