La doctora Elia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por oscareduardo.
Ernesto respiró profundo, había encontrado por fin un empleo, era egresado de la Facultad de Medicina de la Nacional pero por su origen humilde y la falta de palancas no había podido conseguir un puesto con una modesta remuneración.
Debía atender urgencias en una clínica privada, su turno era de 6 de la tarde a 6 de la mañana, sin embargo ese día debía colocarse a órdenes de su jefe inmediato para definir asuntos relacionados con su trabajo.
Llegó puntual a su cita, allí lo esperaba una doctora, ni más ni menos que la hija del propietario.
Su nombre era Elia, una mujer de una rara belleza, una cara angulosa, de pelo liso y dorado, lo había recogido con una moña que le despejaba su frente, sus ojos grises o verdes eran de una tonalidad cambiante, los labios delgados le daban una apariencia de mujer sádica, que reforzaba con una mirada inexpresiva y dura.
Ernesto sintió miedo, se sintió intimidado, sin embargo sacó valor para resistir la tortuosa entrevista.
Elia estaba feliz aunque su rostro no lo expresara, tenía frente a ella un joven apuesto, necesitado del puesto, y lo mejor de todo estaba a sus órdenes, bajo su dependencia, sería una presa muy fácil.
Lo citó para el viernes en su consultorio, a las cinco de la tarde, una hora antes de empezar su turno.
Ernesto salió pensativo, la mirada libidinosa de Elia lo había recorrido de pies a cabeza, era un scanner que detectaba todo con lujo de detalles, pero lo más incómodo fue cuando fijo con detenimiento su mirada en la entrepierna.
Casi que podía decir que su jefe estaba pulseando su pene y sus testículos, así de sencillo.
La semana pasó pronto y llegó el viernes, Ernesto llegó muy cumplido al consultorio de la Doctora Elia, tocó levementea la puerta y ella lo hizo seguir, estaba sentada en su escritorio con su bata de profesional ligeramente desabotonada, se paró para saludarlo y se inclinó luego para indicarle a Ernesto un sillón frente a ella, al agacharse sus senos quedaron casi al aire, eran realmente muy tentadores, blancos, turgentes y adornados con unos pezones rosados y grandes, Ernesto se sintió tentado de cogerlos y chuparlos, pero se contuvo, luego la doctora Elia se sentó sobre el escritorio frente a él, Ernesto no pudo disimular su sorpresa…en realidad lo que llevaba la doctora Elia era una minibata , al sentarse prácticamente sus piernas quedaron desnudas , ella las cruzo frente a él en forma calculada y premeditada, Ernesto vio una diminuta tanga que medio ocultaba su sexo, se estremeció y bajó la cabeza , Elia le preguntó si se sentía mal, le ofreció un trago y se dirigió a una pequeña nevera ,sacó una botella que guardaba y sirvió dos copas, Ernesto lo tomó para pasar ese momento de azoramiento, pensó que de pronto un poco de licor podía darle ánimos para superar esa tentación que tenía frente a sus ojos.
No había pasado unos cinco minutos cuando su vista se fue nublando y de un momento a otro perdió el conocimiento.
Cuando volvió en si lo primero que vio fue el rostro de la doctora, lo estaba tratando de reanimar.
Después de unos breves minutos se recuperó un poco y acto seguido abandonó el consultorio.
La siguiente semana volvió a su trabajo normal sin embargo no entendía el porqué de ese desmayo, se sentía bien de salud y para comprobarlo se mandó a realizar los exámenes convencionales sin encontrar nada anormal.
El jueves por la tarde la doctora Elia nuevamente lo citó para el viernes en su consultorio.
Ernesto sintió nuevamente miedo, su jefe definitivamente lo estaba acosando pero no podía hacer nada, necesitaba de ese puesto.
Cuando entró al consultorio la doctora Elia estaba sentada en un sofá que tenía en una especie de sala de espera para sus pacientes, lo invitó a sentarse junto a ella, Ernesto volvió a sudar …Elia con un tono casi susurrante le preguntó cómo había seguido, acto seguido tomo su estetoscopio y con una actitud profesional se alistó para hacerle un examen.
Desabrochó la bata de Ernesto y se la quitó, quedó fascinada al observar el pecho desnudo cubierto de un espeso vello negro que ocultaba unos poderosos músculos pectorales, con una precisión profesional empezó a deslizar el estetoscopio por el torso de Ernesto, sentía el contacto del metal sobre su piel como un extensión de su mano profesional, las manos de Elia desabotonaron un poco el pantalón y el frío disco se deslizó hacia su pubis, Ernesto sintió un frío de muerte.
La mano de Elia cambió de repente el estetoscopio por el miembro viril de Ernesto que ya estaba erecto, lo sujetó firme pero su rostro no dejó translucir ninguna emoción.
Sus manos empezaron a acariciar su verga, lo hacía despacio, apretaba y aflojaba ese cilindro de carne como cuando un niño palpa con curiosidad la golosina que más tarde va a consumir.
Ernesto se sintió acorralado , quiso reaccionar pero esas manos prodigaban caricias intensas que no podía rechazar.
Elia con actitud displicente, sin una pizca de emoción lo despojó de su pantalón y su ropa interior, allí quedó Ernesto con su erecto miembro a merced de esa mujer indescifrable, a horcajadas se subió y en una frenética carrera empezó a cabalgar sobre su miembro erecto, sin emitir palabras, sin aparentar emoción, sin gritos ni jadeos estridentes poco a poco fue acumulando en su interior un mar de emociones reprimidas, unos deseos no expresados, unas pasiones obscuras y desbordadas, un lado oscuro que nadie conocía, y de pronto explotó, sus movimientos se volvieron frenéticos, su cuerpo era sacudido por unos espasmos de locura, sus uñas se aferraron a la piel de Ernesto dejando hendiduras de placer, su orgasmo era una fuente inagotable de sentimientos encontrados que la llevaron al clímax del placer y la lujuria, Ernesto también sintió que sus entrañas hervían y que un orgasmo descomunal llenaba de semen a esa singular mujer, su cálido fluido venía a llenar todas esas cavidades vaginales de esa mujer hambrienta de pasión.
La doctora Elia le ofreció un trago a Ernesto, éste sitibundo lo apuró de un solo tirón, luego otro trago y otro trago, de pronto Ernesto perdió el sentido.
Elia como pudo lo llevó al potro, ese aparato que usaba ella para recibir los bebes en su consultorio.
Cuando Ernesto despertó se encontró amarrado y desnudo, Elia estaba frente a él.
Cuando lo vio una sonrisa se dibujó por fin en su rostro.
Le habló quedo al oído, eran palabras medidas, eran expresiones átonas que comunicaban un mensaje de miedo, Ernesto al principio no entendía pero al fin comprendió el mensaje, Elia quería penetrarlo por el culo, así de sencillo, le habló de su necesidad de saber que se sentía al penetrar a un hombre, quería satisfacer una curiosidad que la acompañaba desde joven, deseaba pasar de ser un actor pasivo a uno activo, siempre penetrada quería sentir la emoción de penetrar a su antojo a un hombre.
Ernesto quedó mustio, estaba a merced de una mujer dispuesta a hacer una locura en aras de satisfacer su curiosidad.
Elia permanecía inmutable y quizás anticipándose a cualquier amenaza de Ernesto de denunciarla por su acoso le soltó una perla que lo dejó mudo.
Sacó su celular y buscando en la galería le mostró a Ernesto unas fotos de Elia y él en una actitud comprometedora, desnudos besándose y acariciándose, ahora comprendió todo…ese inexplicable desmayo la primera vez fue sólo una acción premeditada, una drogada calculada que le permitió tomar esas fotos y tenerlas en su celular para hacer un chantaje en caso de necesidad, estaba en sus manos.
Elia siguió con su plan, fue a un pequeño stand de medicamentos, buscaba un analgésico local para mitigar el dolor de la penetración, pronto lo encontró y tomando un pequeño supositorio con una lentitud y calma desesperante lo empezó a introducir en el ano de Ernesto.
El supositorio guardado a baja temperatura en contacto con su recto que estaba a mayor temperatura pronto se disolvió obrando con un doble efecto, analgésico por un lado y lubricante por el otro, Elia se colocó un guante quirúrgico y empezó con suaves movimientos a acariciar esa diminuta entrada, con movimientos giratorios fue agrandando el esfínter anal, poco a poco con una pasmosa lentitud fue agrandando más y más el diámetro de ese culito que ya mostraba un gran orificio, fue a su gabinete y sacó un consolador de gran longitud, con sevicia y alevosía lo sujetó con un arnés a su cintura, el consolador negro contrastaba con su cuerpo blanco, nuevamente tomó una crema lubricante con la que bañó todo el cuerpo de ese pene de látex, quería evitar hasta donde pudiera fricciones molestas.
Se acercó a Ernesto y besándolo en la boca empezó a susurrarle palabras lujuriosas, con ellas expresaba todo ese resentimiento de estar siempre penetrada por los hombres, quería devolverles ese favor, quería meter todo su miembro en ese culo, deseaba … mejor anhelaba… saber cómo era esa sensación de sentirse dueña de las acciones.
El glande de látex era grande, no cabía todavía en esa gruta estrecha, colocó más lubricante y le adicionó una crema desinflamante… que detalle de la doctora…por fin la gruesa cabeza penetró por su ano , no sintió sino un pequeño dolor, el analgésico había surtido el efecto deseado, pero Elia estaba en su cuento, lentamente deslizaba esa verga de látex penetrando por ese culo virgen, sentía una deliciosa sensación de poder expandir las entrañas de Ernesto con ese artefacto artificial pero que le proporcionaba un extraño placer.
Elia metía y sacaba con mucho placer su falo y se deleitaba con esas sensaciones por primera vez sentidas.
El efecto del analgésico local estaba pasando y Ernesto empezó a sentir como sus paredes rectales estaban siendo acariciadas con esa verga artificial, sentía un dolor apagado pero también un placer desconocido, emociones encontradas y sensaciones inenarrables.
Elia con el deslizamiento muy lento de su consolador de látex encontraba el raro encanto de recorrer caminos inexplorados, de hacer sentir a ese hombre que tenía dominado su poder decisorio y su habilidad para demostrar su carácter dominatriz.
Ernesto por su parte a pesar de llevar las de perder analizaba fríamente la situación, empezaba a comprender un mensaje tácito de Elia, estaba experimentando cómo debía ser una penetración integral, no era meter un miembro por meterlo, era hacer disfrutar al máximo el placer de la penetración no sólo al penetrador sino al penetrado, ahora sabía que debía hacer la próxima vez que hiciera el amor a una mujer.
El hombre era de por sí egoísta, no pensaba sino en su placer, nunca compartía el verdadero clímax de una copulación.
Elia dejó su experiencia de momento , retiró el consolador lentamente haciendo sentir a Ernesto un placer mezclado con un poco de dolor, se desajustó el arnés, beso tiernamente a Ernesto en la frente y se retiró, no sin antes haber desatado completamente a Ernesto.
Confundido todavía con todo lo que había sucedido se vistió en silencio y se alejó del consultorio.
La siguiente semana pasó sin novedad, el trato de Elia con Ernesto era estrictamente profesional y sus diálogos siempre eran lacónicos, seguía siendo esa mujer enigmática y fría, sus acciones eran calculados y carentes de emoción.
Para Ernesto esa sodomizada de Elia lo había marcado, sin querer y le emputaba admitirlo le había gustado esa caricia, cuando en la ducha se jabonaba al pasar la pasta de jabón por su trasero la restregaba en su culo y le enardecía el roce sobre su esfínter anal, que ahora ya no era tan pequeño sino que era un orificio de diámetro amplio que disfrutaba de esas caricias.
Llegó el jueves y la acostumbrada citación de Elia no llegó, esa noche Ernesto se cuestionaba al respecto, la verdad estaba anhelando esa citación.
Al otro día Ernesto se dirigió como los anteriores viernes antes de empezar su turno al consultorio de la doctora Elia, la puerta estaba entreabierta, la empujó y vio a Elia por primera vez con una extraña sonrisa en sus labios.
No hubo saludos, no hubo palabras, ambos sabían que querían, Ernesto se desnudó lentamente, casi que haciendo un streap tease , la demora en alcanzar su desnudez completa iba acompañada de la rapidez de una erección, Elia se abalanzó sobre esa verga rígida y empezó a chupársela con deseos nacidos de la pasión y la lujuria, Ernesto se acomodó en el sofá y acostado con sus piernas abiertas recibía ese sexo oral que muy pronto fue complementado con la penetración rectal que Elia con sus dedos manejaba como una experta profesional, era la antesala al plato fuerte, el orgasmo de Ernesto llenó de un rico semen la boca de Elia que degustaba con placer ese líquido seminal espeso , ligeramente alcalino y lechoso.
Elia fue a buscar su consolador , Ernesto no sabía cómo semejante artefacto podía caber en su recto, miro el glande de látex y se hacía cruces como esa cabezota pudiera entrar en su esfínter anal, definitivamente el profesionalismo de Elia hacía bellezas.
No hubo necesidad del potro , Ernesto se colocó en cuatro, elevó su culo, tomó sus nalgas con sus manos para abrirlas al máximo y facilitar la entrada del consolador, Elia friccionó un poco del anestésico local, quería minimizar un poco el dolor de la penetración pero no aislar completamente la zona erógena para que Ernesto pudiera degustar el placer en sus terminaciones nerviosas.
El consolador fue penetrando lentamente, los movimientos lentos y calculados de Elia hacía que el miembro de látex tuviera un contacto íntimo y prolongado con las zonas erógenas rectales, Ernesto aullaba de placer y lujuria con esa penetración mientras simultáneamente se masturbaba con intenso placer.
El orgasmo llenó de semen la servilleta que Ernesto había colocado previamente para evitar que manchara el piso del brillante consultorio.
Ya no hubo chantajes con fotos, no hubo citaciones previas, se acabaron los actos no deseados ni compartidos parcialmente, ahora eran situaciones fríamente calculadas, sin amor, sin frases vanas que se pierden en el vacío, era puro sexo, era una búsqueda de nuevas sensaciones, era tratar de asomarse a ese lado oscuro que llevamos cada uno de nosotros
Elia seguía en la búsqueda de nuevas parafilias, gozando con sus fantasías compartidas con Ernesto, siempre buscando el gozo integral, anteponiendo al ego de cada uno por los intereses comunes de los dos.
Era una pareja casi perfecta.
El doctor Ernesto tenía ahora un nuevo status, tenía un horario privilegiado y su sueldo se había triplicado.
Y sin embargo seguía deseando cada día más ese “pegging“ que todos los viernes la doctora Elia le prodigaba con su meticuloso profesionalismo.
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