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Heterosexual, Incestos en Familia, Voyeur / Exhibicionismo

La familia Flores en el Edén: Cap 4

Elena usa a Lara como instrumento de su curiosidad y la niña ejecuta….

El aire del Edén se había espesado, saturándose con el aroma húmedo de la piscina y la electricidad estática de una curiosidad que ya no era inocente. Elena, desnuda y aceitada por el sol, era la sacerdotisa de este nuevo ritual. Su mirada, aguda y posesiva, seguía cada movimiento de su hija. Lara ya no era una niña; era un instrumento de investigación pura, un sensor vivo que mapeaba las geografías más ocultas de los cuerpos desnudos que la rodeaban.

Desde su puesto de observación en la cocina, Elena memorizaba cada detalle con la avidez de una coleccionista. Lara había refinado su metodología. Su sujeto favorito seguía siendo Miguel, quien yacía en la reposera, su periódico como un escudo frágil. La niña se acercaba con la precisión de un felino.

—Papá, ¿te duele la espalda? —preguntó una vez, sus pequeños dedos ya trazando círculos en la zona lumbar, descendiendo con lenta determinación.

—No, cariño, estoy bien —respondió Miguel, su voz un poco tensa.

—Es que la piel aquí es más suave —murmuró Lara, como hablando consigo misma—. Como en mi mejilla. Pero con pelos.

Su mano, en otra ocasión, se posó en su muslo, subiendo con excusas de caricias hasta rozar con los nudillos el racimo de piel que colgaba, fláccido y vulnerable. Miguel contuvo la respiración.

—Lara, por favor —dijo, con una voz que quería ser firme pero que se quebraba levemente.

—Solo tengo picor —mintió ella, frotándose la palma contra él con mayor insistencia—. ¿Por qué esta parte es tan arrugada? Parece una cara vieja y dormida.

Elena, desde la distancia, sonreía. La imaginación de su hija era tan precisa como perturbadora.

Pero el muro de la reticencia de Miguel era grueso. Su incomodidad era un dique que contenía el río de la curiosidad de Lara. Para él, la desnudez era un estado de reposo, no de interacción. Estos toques no eran bienvenidos; eran recordatorios incómodos de que su cuerpo había dejado de ser su santuario para convertirse en un espécimen de estudio.

Fue entonces cuando la idea creció en Elena, gruesa y persuasiva como una enredadera. Si pudiera convencerlo de relajar esa tensión… solo por un momento. De permitir que la investigación siguiera su curso.

Esa noche, mientras las gotas de la ducha resbalaban por la espalda de Miguel, Elena se acercó. Sus manos, frías y seguras, se cerraron sobre sus hombros.

—Está obsesionada —susurró, su aliento caliente en su nuca—. Necesita entender la textura, la temperatura. Es pura ciencia.

Miguel se estremeció. —Elena, es… demasiado. No es natural.

—¿Y qué es natural aquí? —preguntó ella, deslizando una mano por su columna vertebral, hasta la base de su espalda—. Es solo carne, Miguel. Carme y curiosidad. Para ella, tu pene es tan interesante como tu codo. Menos, quizás, porque el codo no cambia. —Su otra mano bajó por su costado, rozando la cadera—. Déjala saciar su hambre de datos. Un minuto. Si no opones resistencia, perderá el interés. La obstrucción es lo que alimenta su fascinación.

Rozó la piel de su nuca con los labios y luego con la punta de la lengua.
—Piénsalo —continuó, su voz un zumbido seductor—. Serías el padre más comprensivo. El que no le creó tabúes. El que le mostró que el cuerpo no tiene misterios prohibidos. ¿No es eso lo que queríamos para nuestro Edén?

Miguel no respondió, pero su silencio era más elocuente que cualquier protesta. Era el silencio del consentimiento gradual.

Al día siguiente, en el sofá, Lara ejecutó su próximo movimiento. Se acurrucó contra su padre, y su mano, en un «accidente» perfectamente coreografiado, aterrizó no sobre el muslo, sino directamente sobre su pubis, la palma cubriendo por completo la carne blanda.

Miguel se paralizó. Contuvo el aire. Sus ojos, llenos de un conflicto agudo, buscaron los de Elena. Ella, desde la mesa, le sostuvo la mirada y asintió casi imperceptiblemente, una diosa dando su bendición para el sacrificio.

Fueron segundos eternos. Lara, sintiendo la permisividad, no se conformó con posar su mano.
—Está calentito —comentó, como si hablara del tiempo—. Más que tu pierna.

Sus dedos se cerraron, no con fuerza, pero con una firmeza experimental, midiendo la consistencia. Miguel palideció. Un músculo en su mandíbula saltó. Era un hombre sometido a un examen para el que no estaba preparado.

—Cuando aprieto un poco, late —anotó Lara, con voz de pequeña científica—. Tum-tum. Tum-tum. ¿Es tu corazón que se ha mudado aquí abajo?

Entonces, hizo lo más íntimo y crudo. Inclinó la cabeza y sopló suavemente sobre el vello húmedo y ensortijado. El aire cálido provocó un espasmo involuntario en la carne bajo su mano.

—Me encanta cómo huele —murmuró, con la inocencia brutal de quien nombra un hecho incontestable—. A sol y a sal. Como las algas.

Esa fue la gota. Miguel se apartó bruscamente, levantándose como si su piel ardiera.
—¡Basta, Lara! — dijo, con una voz ronca que no reconocía.

Sin una palabra más, se dirigió a la piscina, su andar rígido. Pero esta vez, antes de sumergirse, Elena vio algo nuevo, algo que anotó con voracidad: un leve, pero inconfundible, temblor en sus manos, y un fulgor de algo que no era solo incomodidad, sino una excitación forzada y avergonzada, en sus ojos.

La estrategia no había fallado. Había revelado una nueva capa.

Elena llamó a Lara con un gesto. La niña se acercó, sus ojos brillaban con el éxito de su audacia.

—¿Y? —preguntó Elena, su voz un hilo sedoso—. ¿Qué descubriste en tu expedición científica?

—Está blandita —dijo Lara—. Pero cuando la agarro, late. Como un corazón pequeño. O un pajarito asustado.

—¿Un pajarito? —Elena arqueó una ceja, deleitada—. ¿Y no se puso dura? Como el mástil de Leo.

—No —confirmó Lara, con una pizca de decepción—. Se quedó ahí, latiendo. Como si estuviera asustado. ¿Crees que le doy miedo?

—No, cariño —respondió Elena, acariciándole el cabello—. No le das miedo. Solo es… tímido. Tal vez necesita que te quedes más tiempo. Que le hagas más preguntas con tus manos.

—¿Más preguntas?
—Sí —asintió Elena, su sonrisa era un fino corte de navaja—. Pregúntale si le gusta que lo acaricien suave. O firme. Descubre qué lo hace cantar. Todos los corazones tienen su canción, ¿sabes?

Lara asintió, seriamente. El nuevo parámetro de su investigación estaba claro: encontrar la canción del corazón escondido.

Elena subió a su estudio y sus dedos volaron sobre el teclado.

Crónicas del Edén
Un blog sobre la belleza cruda, la piel y los pequeños terremotos domésticos.

Entrada: «El Latido del Patriarca»
Publicado el 25 de julio, 23:47

El laboratorio del Edén ha arrojado nuevos datos fascinantes. Mientras el sol cenital fundía los cuerpos en un mismo bronce líquido, nuestra pequeña científica ha hecho un descubrimiento fundamental: incluso la autoridad tiene pulso.

El sujeto de estudio, el patriarca, yacía en su hábitat natural -la reposera- defendiéndose con ese escudo de papel que llama periódico. Pero la investigadora junior ha perfeccionado su metodología. Sus aproximaciones son ahora más sutiles, más persistentes. Una mano que busca picores imaginarios en muslos paternos, dedos que trazan mapas de los territorios donde el muslo se encuentra con el torso, explorando ese pliegue vulnerable donde la piel cambia de textura. «Está más suave aquí», anotaba mentalmente, «pero con pelos».

Cada incursión táctil obtenía la misma respuesta programada: un «Lara, por favor» que quería ser firme pero que se quebraba en la vocal final. El cuerpo del patriarca, sin embargo, delataba una verdad más compleja. Mientras su voz protestaba, su piel respondía con un rubor que se extendía como una marea por su pecho, con esa respiración que se hacía profunda y contenida, con el leve espasmo en el bajo vientre que solo quien observa con verdadera devoción puede percibir.

Pero el hallazgo crucial llegó hoy. Bajo mi bendición tácita, la pequeña etóloga ejecutó su movimiento más audaz. Su mano no rozó, no acarició -aterrizó. La palma pequeña cubriendo por completo la carne blanda del patriarca en reposo. Y en el silencio tenso que siguió, mientras sus ojos me buscaban y encontraban mi aprobación, llegó la epifanía.

«Está calentito», constató con esa voz que convierte lo íntimo en dato objetivo. «Más que tu pierna».

Sus dedos se cerraron entonces con firmeza experimental, midiendo, calibrando. Y ahí emergió el milagro: un latido. Sordo, rítmico, involuntario. «Cuando aprieto un poco, late», anunció con sorpresa. «Tum-tum. Tum-tum. ¿Es tu corazón que se ha mudado aquí abajo?»

La poesía de la inocencia nunca deja de conmoverme. Porque sí, en efecto, había descubierto un corazón secundario, un centro nervioso que late al margen de la voluntad. No es la erecta torre de la juventud que tanto fascinó en su hermano, sino el temblor subterráneo de la madurez, sometido.

Luego vino el gesto más íntimo, el que borra todas las fronteras: inclinó la cabeza y sopló suavemente sobre el vello ensortijado, ese que conserva el aroma de nuestro Edén -sol y sal, como bien identificó-. El aire cálido provocó un espasmo, una contracción involuntaria que delataba la paradoja fundamental: la resistencia pasiva coexistiendo con la excitación autónoma.

El patriarca huyó, como era previsible. Pero esta vez su retirada tenía un nuevo significado. No era solo incomodidad lo que vi en sus ojos, sino el fulgor avergonzado de una excitación forzada. No era solo rechazo, era el reconocimiento de su propia vulnerabilidad fisiológica.

En la sesión de evaluación posterior, la pequeña científica me confesó su principal hallazgo: «Se queda ahí, latiendo. Como un pajarito asustado». Y su principal frustración: la oruga se niega a despertar por completo, a transformarse en mástil como hace su hermano.

He autorizado la siguiente fase de la investigación. La instruí para que refine sus preguntas táctiles, para que descubra qué presión, qué caricia, qué interrogatorio silencioso de los dedos puede hacer cantar a ese corazón escondido. Porque todos los corazones tienen su canción, incluso los que laten en la sombra de la autoridad.

El Edén ya no se define por su placidez, sino por este nuevo ritmo descubierto: el compás irregular de un patriarca cuyo cuerpo ha empezado a cantar bajo la presión inquisitiva de su propia descendencia. Y la melodía, aunque temerosa, es absolutamente deliciosa.

Etiquetas: #ParadojasFisiológicas #ElCorazónDelPatriarca #CienciaInocente #PulsionesInvoluntarias #MicroscopioDoméstico #AutoridadDesmantelada

29 Lecturas/19 octubre, 2025/0 Comentarios/por Mercedes100
Etiquetas: ducha, familia, hermano, hija, mayor, metro, padre, pasiva
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