La habitación 206. El escritor y su protagonista.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por narradortristan.
La habitación 206. El escritor y su protagonista.
Su corazón latía a mil por hora. Había hecho todo cuanto le había pedido. No sabía qué extraña fuerza, qué misteriosos hilos la manejaban para conducirla a esta situación desconocida e incontrolada. Qué la había llevado hasta allí. El tambor de su corazón no le permitía casi escuchar las voces que se oían por los pasillos del hostal. Quizá podría oír su voz mientras llegaba. Pero cuál era su voz. Cómo la podría reconocer. Todo era nuevo y desconocido. Temblaba de nerviosismo. Miraba por la ventana apoyada en la repisa. Aunque no se distinguía, se podía oír el mar, y respiró, aunque nerviosa, la brisa salada y refrescante que lo envolvía todo.
Miró la hora en el móvil, todavía eran las doce y veinte en esta habitación oscura de un hostal del puerto. Ella permanecía en la ventana de la habitación 206, de espaldas a la puerta de entrada. Había hecho todo lo que le había pedido. Porqué lo hacía… no lo sabía. Casi le temblaron las piernas al ver que todavía le faltaban diez minutos para que él llegara. Si era puntual. Claro que sería puntual. Seguro que era puntual. A ella sólo le quedaba esperar, si no se desmayaba por la tensión o si no le daba por salir huyendo. Todavía faltaban diez largos minutos. Tenía tiempo suficiente para salir de allí corriendo y no volver jamás. No. Eso no era lo que ella quería. Pero tampoco entendía el porqué.
Se oían risas en la habitación de al lado. Una pareja que se estaba divirtiendo. Las paredes eran de papel. Ese era el típico hostal en que en fin de semana no se va a dormir. Volvió a mirar el móvil. Faltaban ocho minutos. Tenía tiempo de volver a mirar el mensaje, leído y releído más de cien veces:
“Hostal Linamar. En el puerto. Hab. 206. A las 24,30. Espera apoyada en la ventana. A oscuras. No puedes verme. Si te giras o hay luz me marcharé. Recoge la llave en recepción y espérame allí”
Si tenía intención de irse, ese era el momento, pero no lo hizo. Quizá el calor que le recorría el cuerpo entero; el sudor cayendo y resbalando por sus poros; su vello erizado por efecto de la excitación y la humedad que se concentraba en su sexo mojando sus braguitas como nunca antes había sentido podían responder porqué seguía allí, de pie, inmóvil. Su excitación era máxima esperando a un desconocido del que poco sabía y sin saber ni imaginar cuál sería su futuro más cercano. Qué podría pasarle esa noche. Cómo era él. Porqué no quería que lo viera. Cuál sería su edad, su estatura, su aspecto. Porqué se escondía de ella y, sobre todo, porqué estaba tan mojada y tan caliente esperando que fueran las malditas doce y media de la noche.
Repasó mentalmente los correos que se habían enviado desde hace algunos meses desde que coincidieron ocasionalmente en un blog de erotismo. Sólo sabía de él que en sus ratos libres escribía relatos eróticos. Diariamente visitaba su blog esperando nuevas aventuras. Todas las mañanas se reconfortaba al poder leer algo más de él. Le gustaba su prosa, la forma de entender y plasmar la pasión de sus personajes y cómo describía cada uno de sus encuentros sexuales. Era dominante pero educado. Explícito pero sensual. Respetuoso en cada uno de sus mensajes y en sus relatos. No debía de ser joven. Un joven no es tan comedido. Tal vez de mediana edad, curtido en el sexo, y con mucha imaginación. Se había masturbado tantas veces pensando en sus calientes historias como imaginándolo a él. Y ahora podría cumplir alguna de sus fantasías. Estaba a punto de reventar de la excitación. Con sólo tocarse ya se habría corrido ahí mismo y todavía quedaban ocho intensos e inacabables minutos.
Ella fue la que le propuso que se vieran al saber que eran de ciudades cercanas. Para conocerse solamente. Y él fue el que propuso la forma y el modo que habrían de hacerlo. Esas fueron sus condiciones. Le pasó el número de móvil y debía de esperar sus órdenes en sms. Ella en principio lo rechazó pero algo le hizo decir que sí, algo de dentro, de su yo más profundo y pasional. Sintió que debía conocerlo pero como la protagonista de una de sus historias, como cada una de las chicas que había querido ser ella cuando se masturbaba al leerlo una y otra vez, pero siempre diferentes. Un relato está en su mayor parte vestido de la imaginación del lector, y a esta historia le sobraban artilugios y voces, sólo bastaban letras y sonidos. Cuerpos y pasión. Tacto y olor. Por eso quería que llegara la hora. Ella debía de ser su protagonista esa noche. La protagonista de una historia que quizá tenía guión pero que ella, por el momento, desconocía.
La pareja de la habitación de al lado habían dejado ya las risas y pasaban a la acción. El frontal de la cama golpeaba rítmicamente la pared medianera, acompasado por los gemidos de ella, al principio débiles y susurrantes. Su voz era muy fina, de jovencita. Él debía de embestirla con energía, con su fuerza juvenil y descontrolada, por el sonido de la cama al golpear la pared. Sus pequeños grititos aumentaron en intensidad al minuto generando quejidos ahogados y palabras ininteligibles. Estaban llegando al clímax, o por lo menos es lo que se podía percibir o imaginar.
Intentó escuchar los pasos que se oían en el pasillo. Su excitación, la pareja de la habitación de al lado follando ya a lo loco y sin control, los gritos desgarradores y jadeos de ella y los gemidos de él, casi no le dejaban sentir los pasos de alguien que se acercaba lenta pero decididamente hasta la puerta de su habitación. Eran las doce y media en punto. Debía de ser él. Era puntual. Los gritos de la vecina confirmaban el primero de sus orgasmos, en sólo cinco minutos, y todavía les quedaba toda la noche. La llave entraba en la cerradura, lentamente. Ella cerró los ojos y los apretó todo lo que pudo aún sabiendo que no podría verlo si se mantenía de espaldas a él y a oscuras. No quería que se fuera. Ahora no podía irse. Tomó todo el aire que le cupo en el pecho en el instante en que la puerta se abrió. Sentía que aún así le faltaba aire para respirar. La cama vecina seguía golpeando su pared con energía. Menuda fuerza la del muchacho, pensó, si es que podía pensar en algo más que en lo que estaba sucediendo en esta misma habitación. Él permanecía inmóvil en la puerta de entrada, ella no sentía que hubiera entrado en la habitación. La puerta debía de seguir abierta pero él no entraba. ¿Por qué no entraba? Pensaba nerviosamente. Igual se había decepcionado al verla a ella. Quizá no esperaba encontrarla allí y se sorprendió. No sabía qué pasaba. Simplemente estaba él allí, contemplando a una mujer de espaldas, que temblando de miedo y emoción no se atrevía ni a abrir los ojos por si decía de marcharse y dejarla allí, sola de nuevo.
Él sabía bastante de ella. Que en sus correos se decía llamar Pandora. Que estaba interesada en saber todo lo posible sobre sexo y tenía ganas de descubrir y recobrar el tiempo perdido. Suficiente información para lo que tenía previsto y planeado. Sabía por sus correos qué le gustaba a ella, cuáles eran sus antiguas y nuevas fantasías, sus inquietudes, sus puntos débiles. A él le había contado cada una de sus nuevas experiencias sexuales. Todo fueron confesiones entre dos desconocidos. Ella necesitaba contarle a alguien sus más íntimos deseos y necesidades. Él era la persona perfecta. Era alguien a quien podía entregarse emocionalmente porque le podía escuchar. No imaginó nunca que esto fuera a ocurrir. Pero lo deseaba. Ambos deseaban que finalmente ocurriera. Solo que él era el que debía de escribir el relato de su encuentro. Ella sólo iba a ser Pandora, su nueva protagonista.
Él ya sabía cómo era ella. La había estado esperando frente a la entrada del hostal desde media hora antes de cuando habían quedado. Vio llegar a una mujer sola bastante nerviosa, que durante unos instantes dudó si entrar o no a su cita, pero que finalmente entró y pidió la llave en recepción. Justo lo que le había ordenado por sms. Le gustó ella. Era una mujer de unos treinta años, de mediana estatura, con un pecho bastante sugerente, el pelo cortado sobre los hombros y muy atractiva. Era mucho mejor que la imagen que se había forjado de ella en sus correos.
Cuando abrió la puerta de la habitación la vio de espaldas apoyada en la ventana. Aguardó unos instantes en el marco de la puerta hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad del cuarto. Su silueta, sólo iluminada por el mínimo resplandor de algunas luces de la ciudad, se tornaba frágil y asustadiza. Él ya sabía que a ella le excitaba lo desconocido. Que sus últimas experiencias sexuales narradas por ella habían sido con extraños. Relaciones apasionadas, efímeras, intensas.
Esperó el tiempo suficiente y sin encender la luz se aproximó hasta la cama que quedaba tras de ella. Sintió cómo la pareja de la habitación contigua follaba sin descanso golpeando la pared. Los grititos de ella eran muy excitantes. Se sentó en la cama observando a Pandora todavía en su misma posición y comenzó a desnudarse, lentamente.
Ella sentía que en cualquier momento se podía desvanecer de la tensión que tenía. Estaba más nerviosa y excitada que nunca en su vida. Ese hombre se había sentado detrás de ella en la cama y notaba cómo se estaba desnudando. No la había tocado, ni le había dicho ninguna palabra y ella no quería moverse ni abrir lo ojos por miedo a lo que pudiera pasar. Su cuerpo ardía. Toda la sangre de su cuerpo se había concentrado en su vulva y su clítoris y notaba cómo sus pezones pedían romper su sujetador. Empezó a sudar más de lo que estaba y a notar como su cuerpo transpiraba a la vez que su sexo se humedecía al máximo y comenzaba a gotear su braguita ya mojada. ¿Cómo sería él? ¿Por qué la hacía sufrir así? Necesitaba sentirlo junto a ella. Que la acariciara. Se moría por tener su miembro en su boca. Sólo de pensarlo salivaba como una perra en celo. Eso era lo que ella sentía que le pasaba por dentro y le costaba entender porqué él se mantenía inmóvil en la cama observándola mientras seguía desnudándose.
Cuando quedó totalmente desnudo sacó un pañuelo de seda de su ropa, se acercó a ella por detrás y la abrazó pegando su poya erecta sobre su espalda. Abrazó su cuerpo al de ella para que pudiera sentir su calor, él desnudo y ella vestida, para que los dos cuerpos se conocieran, armonizaran sus temperaturas. Con sus brazos abarcó sus pechos que lo recibían agradecidos, duros a su contacto bajo la blusa y el sujetador. Estuvo así durante un rato, pegado a ella, y le vendó los ojos con el pañuelo. Ella lo agradeció porque así podría dejar descansar sus ojos de tanto tiempo que permanecían apretados. Gimió de placer al sentirse liberada y a la vez presa de un desconocido. Intentó hablar para preguntar algo o entender porqué la mantenía así pero él puso su mano en la boca mientras le susurraba al oído un “shhhh” dulce y pausado, pegando su boca al lóbulo de su oreja. Ella se estremeció con su contacto.
Todos sus sentidos se afanaban en buscar información de cómo era él. Su mente intentaba reconstruir todos esos mensajes que le llegaban de su interior en el menor instante posible. Necesitaba saber, entender, y a la vez abandonarse para disfrutar de lo que quedaba por venir.
Notó que su olor era agradable. De un aroma fuerte pero acogedor. Estaba recién perfumado y afeitado porque sintió que su mejilla la acariciaba muy suavemente. Eso le agradó a ella. Era alto y fuerte. No se le notaba más que un poquito de barriga, casi nada. Su verga la apretaba contra su culo y su espalda y la notó vigorosa, quizá grande pero seguro que gruesa, más gruesa de lo normal. Y el susurro de su voz lo sintió grave y dominante. Se mojó mucho más al reconocer que le había gustado lo que acababa de descubrir de él. Era mucho mejor de como lo había imaginado.
Él la ayudó a moverse y la sentó en el borde de la cama. La quería observar detenidamente, con tranquilidad. Para él ahora era una página en blanco, un bloque de mármol que había que estudiar, detenidamente, para saber qué es lo que quería contar, cómo sería su escultura final. Tenía que saber leer en su interior para poder sacar lo mejor de sí, su obra definitiva, por la que todo el mundo lo recordaría. Y eso necesitaba de su tiempo. Mientras la observaba se masturbaba lentamente. Su interior también debía de asesorarle. Y se sentó en una silla delante de ella, que todavía nerviosa no entendía qué es lo que pasaba. Sólo le quedaba esperar.
Tomó sus pies y le quitó los zapatos. Puso uno de sus pies en su poya para acariciarle lentamente la planta del pie con su verga erecta. La masajeaba con ternura al tiempo los pies mientras acariciaba con sus manos cada uno de sus dedos. Ella se mantenía con las dos manos apoyadas sobre la cama para no caer de espaldas.
Puso el pie en su entrepierna para seguir acariciándola con su verga mientras acercó el otro pie a su boca. Comenzó a chuparle los frágiles dedos de ella, uno a uno. Ella gemía suavemente con el contacto de la lengua áspera en sus dedos. Estaba a punto de correrse y todavía casi no la había ni tocado. La pareja de la habitación de al lado no descansaba y también ayudaba a crear una atmósfera tan sensual y sexual en el interior de la habitación que cuando cambió de pie para seguir chupando y saboreando el resto de sus dedo ella no pudo más que llegar al orgasmo al sentir de nuevo el calor de su poya en la planta de su pie recién excitado.
Él lo agradeció. El primer orgasmo y sólo le había quitado los zapatos.
Se arrodilló en el suelo mientras se acercaba a ella con su cabeza entre sus piernas. Pegó la nariz en sus braguitas mojadas y respiró fuerte para conocer su verdadero olor, su olor más interno y pasional. Le quitó las bragas despacito y volvió a meter su cabeza dentro de su minifalda, ahora sin envoltorios ni tapujos. Su sexo estaba depilado y sus labios se mostraban hinchados y mojados. El se afanó en saborear cada pliegue de sus brillantes labios. Ella notaba su cálida y áspera lengua explorando su interior, su ingle, su clítoris, su pubis depilado y suave. En un minuto alcanzó el segundo de sus orgasmos mientras él, su amante desconocido, su escritor conocido, la hacía volar. Se habían cambiando las tornas. Ahora los gemidos de ella se oirían en la habitación de al lado. Jadeaba y gritaba mordiéndose los labios al principio y desgarrándose su voz en la garganta al final. Se desplomó sobre la cama sin fuerza ninguna. Él le abrió la blusa y liberó sus grandes pechos de su sujetador. Con sus manos acariciaba, sobaba, pesaba y estudiaba la geometría y las formas de sus pechos.
Se sentó en su estómago, con la blusa abierta y con la falda todavía puesta. Puso su verga entre sus tetas mientras se masturbaba ayudándose de ellas, sintiendo la suavidad de su piel sobre su piel tensa y excitada.
Ella sintió que llegaría de nuevo al orgasmo y se ayudó de sus manos para frotarse y acariciarse la vulva mientras con la otra exploraba el pecho de su amante. Lo notó fuerte y se abandonó al placer de sentir cómo le abrazaban los rizos de su vello del pecho entre sus dedos. Él la dejó hacer mientras metía uno de sus dedos en la boca de ella. Ella los chupaba con todas sus fuerzas. Y cuando sintió que finalmente le metía su verga en la boca no pudo más que morderla y apretar porque le llegaba de nuevo otro orgasmo. Mientras ella seguía jadeando, se la metió hasta el fondo, sus huevos golpeaban la barbilla de ella que sentía que no podía respirar, estaba a punto de vomitar por la violencia con la que le follaba la boca, pero le agradaba, le gustaba sentirse así, con una poya gorda y fuerte que no podía mas que chupar y morder. Sus gemidos se ahogaban con las embestidas de él en su garganta. Volvió a llegar al clímax con esta posición de él y alcanzó otros dos orgasmos seguidos casi unidos al que había tenido antes. Él también se corrió y descargó todo su néctar dentro de su boca. Directo a su garganta. No alcanzaba a poder tragar todo lo que le había echado dentro, pero se sentía bien. Como una perra que necesitaba un macho dominante a su lado. Follada de forma salvaje consentida y pasional. Él mandaba, porque ésta era su historia. Ella se dejaba hacer, porque era su protagonista.
Cuando terminaron ella quedó abatida, desplomada sobre la cama, sin fuerzas ni respiración. Le dolía la boca y la garganta. Su coño ardía por la fuerza con que se había masturbado y parte del semen que no había podido tragar se escurría por sus labios y su cara.
Él, mientras, se vistió, con la misma lentitud con que se había quitado la ropa. Cuando terminó se acercó a ella, metió de nuevo su cabeza bajo la falda y la besó en el coño. Se fue. Ella quedó tumbada sin poder ni siquiera quitarse la venda de los ojos. Estaba exhausta. Complacida. Viva. Y enamorada de su amante anónimo.
A los diez minutos recibió un mensaje en el móvil. Se quitó el pañuelo de los ojos y como pudo, mientras se acostumbraba a la luz, lo leyó:
“Mañana podrás leer el relato en mi blog. Has sido mi mejor protagonista. Nos volveremos a ver. Prepárate bien porque la próxima vez será sólo por el culo. Me esperarás con la venda puesta, en la misma habitación, ya te diré día y hora. Espérame vestida…”
Y sonrió complacida. De nuevo excitada… Se le pasó por la cabeza que quizá era el momento de invitar a los vecinos para que terminaran sus asuntos en su habitación.
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Felices experiencias,
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