La Hija del Demonio
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por AntonioSanabria.
La sicóloga del colegio llamó mientras tenía sexo con mi novia. El solo de AC/DC retumbó contra las paredes estando yo desnudo, bocabajo y con la cara hundida en la almohada. Ana apretaba mi pene hacia atrás mientras me lamía el ano. Dejé que el móvil sonara porque disfrutaba esos movimientos, interrumpirlos era arriesgrame a que terminaran. Aunque casi nunca me lamía esa zona, no era la primera vez. En las ocasiones anteriores yo estaba acostado con la cara hacia el techo, ella jugaba con mi verga, bajaba por el tallo, lamía los huevos y seguía de largo, jugando a penetrarme con su lengua. No era algo que me atreviera a pedirle, y hasta donde ella sabía, no era algo que yo disfrutara. Lo cierto era que me enloquecía verla con la cara apretada contra mis nalgas
La guitarra aún sonaba pero yo escuchaba los acordes como si vinieran de lo profundo de un pozo. Estaba seducido por la novedad. A diferencia de las ocasiones anteriores, esta no fue una felación que derivó en esos juegos de lengua. Empezó como un simple masaje con crema para manos. Hacía un par de minutos ella estaba acaballada sobre mí, frotándome la espalda y hablándome del clima. Al minuto siguiente oprimía el frasco de crema sobre mis nalgas y esparcía la sustancia con masajes suaves. Cuando las abrió un poco y sentí su respiración en mi ano supe lo que venía y el corazón se me aceleró. Metió la mano por debajo para sacarme el pene y poder menearlo mientras me lamía, y tuve que levantar la cadera un poco para que su mano entrara. Antes de volver a la posición inicial sentí su lengua, y luego sus labios. Me quedé así, acostado boca abajo y con la cintura un poco levantada para facilitar el movimiento de sus dedos, pero en realidad disfrutaba el morbo de que me tuviera en cuatro.
Cuando extendí la mano hacia la mesa de noche y tomé el móvil (que seguía gritando y vibrando como un bebé desquiciado), me sentí ridículo y traté de voltearme para poner fin a lo que no deseaba que terminara jamás.–Compláceme, ¿sí?—dijo ella tomándome de la cadera y volviendo a poner mi culo frente a su boca. Aproveché el giro para acomodarme mejor. Con disimulo abrí un poco las piernas y levanté las nalgas, como si estuviera listo para ser penetrado. Me sentí una puta, una puta que le abre el culo a la mujer que ama. Era perfecto. Mi morbo y mi hombría en perfecto equilibrio. El equilibrio se rompió cuando en vez de lamer, empezó a chupar. Estuve a punto de soltar el aparato y empezar a gemir, pero ya había oprimido el botón verde.
La sicóloga del colegio L.C. se presentó con innecesaria formalidad y me llamó Profesor Torres. No había ejercido como docente ni una sola vez después de graduarme, así que me sedujo el “Profesor Torres”. Pregunto por mi disponibilidad laboral actual e hizo un par de preguntas de tipo logístico. Respondí con todo el profesionalismo que pude, tomando en cuenta que tenía a una mujer de veinticinco años chupándome el ano con una voracidad difícil de creer, y jalándome la verga hacia atrás, dura y húmeda, como si quisiera penetrarme con ella. Dejé de temer ese tipo de contorciones cuando sentí que uno de sus dedos se abría paso en mi ano ensalivado mientras ella montaba sobre mí, casi cabalgándome, y me susurraba con los labios empapados: compláceme, ¿sí?
Hoy me pregunto qué haría ella justo en ese momento. Mientras yo contestaba el teléfono y controlaba mis gemidos. No Ana, no la que me comía el culo en ese momento, sino la alumna de trece años que conocería a los pocos días en mi nuevo trabajo como profesor de Lengua Castellana. La niña que me motiva a escribir estas líneas. Quizá estaba frente al espejo peinando su cabello lizo y castaño, quizá levitaba sobre su cama o se pintaba las uñas de los pies con algún esmalte rosa. Si un informante anónimo me dijera que justo en ese instante aquella chica estaba acostada en el sofá, con los ojos cerrados, observando a kilómetros de distancia cómo me dejaba sodomizar por los dedos de Ana, le daría el beneficio de la duda. De hecho, solo un poder sobrenatural explica su encanto, su maldad y su completo dominio sobre mí, sobre todos los hombres de universo.
Si me dices que Dios se masturba cuando esa niña se jabona las piernas, no solo te doy el beneficio de la duda, sino que te creo. Te creo con el alma.
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