La Mamá de mi amigo
Hace días, vi publicado un relato sobre una mujer mayor, madre de un amigo y recordé que yo tuve (y sigo teniendo) una experiencia similar, pero con el añadido de que también mi amigo tiene una hermana..
Todo empezó cuando recién había cumplido 18 años. Empezaba mis estudios de licenciatura. La carrera que yo había elegido no era algo popular en las mujeres, sólo había dos en el grupo. Aunque yo era muy caliente, eso no me preocupó pues yo tenía una novia muy bonita y chichona con la cual era feliz. Pronto hice amigos, particularmente uno llamado Salvador, quien me invitaba a su casa a estudiar. Él tenía una hermana de diez años, una madre de 38 y un padre, casi siempre ausente porque su trabajo así lo requería. La sonrisa de la madre, el cuerpo y las atenciones que me daba me hacían desearla. Fueron varias las pajas que me hice recordándola. Bajo el mantel de la mesa, cuando comía con ellos, me sacaba el pene y me daba unos jalones de verga y huevos viéndola sonreír.
Pasó el tiempo y nuestra amistad siguió. Yo ya tenía 25 años y a veces pasaba a saludar a la familia de mi amigo. Una vez que llegué, mi amigo no estaba y su mamá me invitó a pasar aduciendo que no tardaría mucho Salvador, porque generalmente llegaba a esa hora. Me ofreció un café y se puso a platicar conmigo, ella traía una bata transparente entre la que se translucía su ropa interior. A veces se metía la mano bajo el brasier para rascarse las tetas “¡Ay, no sé por qué traigo tanta comezón!” decía como simple explicación, pero en eso estaba cuando una teta le quedó fuera del sostén y se veía el pezón, lo cual me excitó y se me paró la verga, la cual me tuve que acomodar rápidamente para que no me lastimara el pantalón ajustado que traía puesto. “¿Ya le pegué la comezón?”, preguntó cuando me vio acomodándome el pene. “¿Y si nos rascamos uno al otro?”, dijo y sin más extendió su mano para sobarme verga y huevos sin recato. Tomó mi mano y la metió bajo su ropa, entre las chiches. Yo mismo le metí la otra mano en su concha y comenzamos un morreo y nos ensartamos por nuestros sexos, moviéndonos sin tregua; acción que terminó cuando nos vinimos. Me despedí con un beso y me di cuenta que la hija, ya con 17 años, había visto todo desde su cuarto con la puerta entreabierta. Al pasar por ahí ella sonrió, abriendo un poco más la puerta para que yo la viera sin nada más que una blusa metiéndose los dedos entre los vellos de la vagina.
Mis visitas a la madre las hacía cuando estaba ella sola y disfrutábamos del sexo. Ella tenía mucha experiencia y aprendí bastante. Pero un día que llegué, la hermana de mi amigo estaba sola y me dijo “Pasa, hoy quiero atenderte yo”, insinuando que sabía a qué iba yo a ver a su mamá. Entré y apenas cerró la puerta me abrazó y me besó con gran maestría, como si lo estuviera haciendo su madre. Nos desnudamos en su cuarto y se puso a mamar mi verga, nos colocamos en 69 y los chupetones que le daba la hicieron venir varias veces, ella seguía su tarea, la cual sólo interrumpía con algunos quejidos, hasta hacerme venir. Se tragó todo el esperma que me sacó, ¡era igual de puta que su mamá! “¡Ay, qué lástima!, así ya no me la vas a poder meter, yo sí puedo embarazarme, o ¿traes condones?” Respondí “No y me vestí casi desfallecido por la deslechada que me dio.
Con el tiempo, murió el padre de mi amigo, su hermana ya tenía una profesión, pero terminó embarazada por alguien que no dio la cara (seguramente ni ella supo quién fue) y, dados los frecuentes enfrentamientos con su madre, ella se salió de la casa dejando al crío. Yo seguí dándole mantenimiento a la mamá que cogía riquísimo pues toda su edad era un cúmulo de experiencia, adquirida con varios amigos que se la cogían desde la infancia y atendió durante su vida adulta.
La hija, en lugar de trabajar en algo que fuera afín a su carrera, se fue de prostituta para continuar satisfaciendo su adicción al placer, atendiendo casi dos años en una calle muy conocida por todos los que buscaban jóvenes y expertas.
Tiempo después su mamá me invitó al cumpleaños de mi amigo. Esa mañana pasé a ver qué se le ofrecía para la reunión en la noche, obviamente también darle algo de leche si era necesario, y me enteré que la hija ya había regresado a casa. La hija había mejorado enormemente en el arte de la seducción. Lo comprobé por la facilidad con la que me envolvió: me besó con gran maestría y despertó de inmediato mi deseo; diestramente, metió su mano en mi pantalón sin separar sus labios de mi boca. No pude rehusarme ni pensaré si había alguien más, ¡yo estaba calentísimo!; sobre tu ropa le apreté el pecho, pero cuando ella se disponía a quitarme el cinturón, despertó su hijo y nos separó pidiendo con insistencia que le diera un vaso de agua. Me quedé con mis ganas anudadas en las entrañas, ya que al poco tiempo llegó la madre de ella y con ello se canceló esa oportunidad.
En la noche, ya en la fiesta, se le subieron las copas y se puso a bailar conmigo sin darme descanso. Pegaba su cuerpo al mío y con la pierna vigilaba que tuviera una continua erección. Logré desprenderme de ella para ir a la cocina por un vaso de agua. Me alcanzó allá y me besó en la forma hechicera que lo había hecho en la mañana. Le subí la blusa y le chupé los pezones.
“Tengo ganas de hacer el amor”, me decía al tiempo en que sobre mi ropa acariciabas el pene.
Afortunadamente, se oyeron pasos y se separó. De no haber escuchado que se aproximaban, nos hubieran sorprendido en el preámbulo, porque yo estaba perdido por la lujuria.
Continuamos bailando, pero nuestra plática se centró en las maneras que ella sabía hacer el amor. “Yo lo disfruto como tú te acomodes”, me advertía. “Si estás abajo, ¿también te puedes mover?”, le pregunté recordando a quien de esa manera logró mi primera eyaculación. “Lo he logrado con otros de más peso que tú”, alardeó. “¿Qué otras cosas sabes hacer?”, pregunté. “Muchas, no terminaría de mostrártelas en una semana de cama”, contestó al tiempo que pasaba su mano recorriendo mi turgencia.
Yo estaba tan caliente que no me daba cuenta si los demás nos veían o no. “¿A dónde iríamos a coger?”, le pregunté. “A donde quieras. ¿Qué te parece el Hilton?”, sugirió. “¡Es muy caro!”, objeté. “Pero está muy bien, se hace el amor muy a gusto”, replicó.
Pronto te obligaron a sentarse, pues se estaba cayendo de borracha sobre mí. Volvimos a platicar sobre el asunto algunos días después, pero no pasó nada. Al poco tiempo se casó y tuvo otros embarazos. Cada vez que nos vemos nos manoseamos y planteamos la posibilidad de que nos acostemos, pero no creo que lleguemos a hacerlo. Tal vez me quede con las ganas de recibir el servicio de una profesional, aunque no, la mamá sabe mucho y atiende bien, a pesar de tener 28 años más, siempre me ha parecido muy jovial en su carácter y me encanta su sonrisa provocadora.
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