La mejor follada de mi vida
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por diego1982.
Generalmente yo salgó de mi trabajo a las seis de la tarde, y me voy a mi casa, y salgo a correr por un camino rural que hay cerca de mi casa. Para estos fines, acostumbro ponerme un short especial para corredores, que son muy cortos y tiene una gran abertura a cada lado, de tal manera que permiten mayor libertad de movimiento. Cierto día, y vistiendo ese atuendo como es habitual, salgo a correr, y siento que detrás de mí viene otra persona corriendo, cada vez a un ritmo más rápido, de tal manera, que siento que viene acercándose cada vez más y más. Era una muchacha que vestía una gorra de béisbol, gafas oscuras, una remerita que le dejaba el vientre al aire, mostrando su ombligo, un shortcito de atletismo, semejante al mío, pero en el modelo para mujeres, que son significativamente más cortos y rebajados, aunque no distinguía su rostro, algo me lo hacía familiar. Me sobrepasó, y yo el muy picado, aumenté la velocidad para sobrepasarla nuevamente, y así, sin proponérnoslo, terminamos haciendo una carrera.
Cuando llegamos al final del sendero, donde el camino ya se hace rural y se acaba definitivamente el paisaje urbano y la ciclovía, paramos para recuperar al aliento, y se me terminó da hacer conocido ese rostro: era mi colega, la antipática. La saludé haciéndome el sorprendido, aunque no había duda que ella me había reconocido desde un principio, porque sólo llevaba puestos mis lentes de sol. Su actitud era diferente, simpática, pero no dejaba de mirarme el paquete y las piernas. Yo le correspondí, haciendo que mi paquete sobresaliera y se abultara más por la tela de mi short diminuto.
Ella, en momento, se puso frente a mí, y me agarró mi bulto, y luego lo acarició, para luego meter su mano por uno de los costados de mi short, y hacer salir mi pene, que ya se había puesto duro como una roca. Se arrodilló y me empezó a mamar la verga, succionando cada vez con más fuerza, y pasando su lengua de tanto en tanto por el frenillo del pene, o rozándolo con sus labios humedecidos. No había nadie más allí, pero en cualquier momento podría aparecer alguien y nos vería en esa situación en pleno camino público. Yo habitualmente hacía esa ruta en mis salidas a correr y sabía que a unos cien metros por un camino lateral había una casa que estaba abandonada desde hace más o menos unos tres meses. Nos fuimos hasta allí, y entramos forzando una puerta que estaba mal cerrada.
Una vez dentro, ella se volvió a arrodillar y me comenzó a mamar la verga, hasta que decidí recostarme sobre el cemento duro, y le quité su short, y ella me quitó el mío. Se tendió sobre mí, de tal manera que quedó con su boca sobre mi pene y yo con mi boca bajo su vagina, y empecé a lamerle su clítoris, primero suavemente, con la punta de mi lengua, a intervalos cortitos, luego lenta y largamente, cargando mi lengua por sobre esa pequeña protuberancia que se ponía más dura, mientras ella comenzaba a dar sus primeros gemidos de placer y a contorsionarse cada vez más, mientras no paraba de mamarme la verga. El ruido de sus gemidos, hacía que mi verga se pudiera cada vez más y más dura, hasta que la tumbé sobre el suelo, y me puse sobre ella, quedando cara a cara. La besé en la boca, acariciando nuestras lenguas, luego la besé en el cuello, y noté que eso le causaba mucho placer, le empecé a rozar su cuello con mi lengua, mientras bajaba cada vez más, hasta quedar mi rostro a la altura de sus pezones, duros y erectos. Puse uno de sus pezones entre mis dientes, como mordiéndolo suavemente, mientras con mi lengua los acariciaba dentro de mi boca. Ella comenzó a gemir cada vez más, e hice lo mismo con el otro pezón.
Sus senos voluminosos aumentaron mi excitación. Ambos estábamos sudando, y coloqué mi pene, que parecía estallar de tanta excitación, entre sus senos, y comencé a masturbarme con ellos, mientras apretaba hacia el centro sus senos para estrecharlo cada vez más sobre mi pene. Luego la seguí besando y volví sobre su clítoris, el que volví a lamer, provocando más gemidos y contorciones de placer en ella, hasta que decidí poseerla y penetrarla.
La puse de rodillas sobre mi remera, y la penetré por atrás, a lo perrito, mientras yo, con estaba semiparado, con las piernas más adelante que mi espalda, como montándola, mientras que con mis manos tocaba sus humedecidos senos, o la besaba en el cuello. Ella no paraba de gemir, se le entrecortaba la respiración, hasta que decidimos cambiar de posición, y me recosté yo, de espaldas, con las piernas semiabiertas en el cemento, y ella se montó sobre mí, moviendo su cuerpo, hacia adelante y atrás, o arriba y abajo, con ambas manos sobre el suelo, la espalda encorvada y un rostro desencajado de placer, que miraba el techo, mientras yo comencé a gemir también de placer, y acariciaba sus pechos y sus pezones que parecían estallar.
Luego, la puse sobre el suelo, coloque cada una de sus piernas sobre mis hombros, y la penetré profundamente. Fue tan profunda esa penetración, que la punta de mi glande chocaba con la entrada de su útero, lo que provocaba más placer y excitación en mí, y el pene se me ponía cada vez más duro, y ella gemía más y más.
Mi rostro y el de ella no se podían tocar por la posición que teníamos, lo que aumentaba nuestro deseo de besarnos, y sólo nuestros labios lograban rozarse suavemente o nuestras lenguas, lo que aumentaba nuestra excitación cada vez más y más.
Luego, vino el climax, y nuestros movimientos se hicieron más rápidos y acompasados, mientras su vagina se ponía dura y estrecha, presionando el cuerpo de mi pene, lo que a su vez provocó que se me pusiera más y más duro, como a punto de estallar, lo sentía palpitante, afiebrado, como nunca lo había sentido. En ese momento, de forma instintiva, le agarré firmemente ambas manos, como para no dejarla escapar, y seguí más rápido y más profundo, hasta que ambos dimos un grito ahogado de placer y delirio y dejé toda mi leche dentro de ella, sin dejarle de dar otros cuantos movimientos más, hasta vaciar todo mi semen, mientras mi rostro se hundía al costado del suyo, jadeante, de placer. La abracé un rato, la seguí besando. Estábamos ambos sucios por el cemento desnudo en que habíamos hecho el amor, sudados, pero complacidos.
La besé nuevamente y nos fuimos caminando, no sin parar y besarnos de tanto en tanto. Hoy ella es mi novia y vivimos muy felices los dos, haciendo deporte y el amor, tal como cuando empezamos a caminar juntos por la vida.
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