La mirada del ciclista y lo que encontré en la caja
«Abre la caja. Usa lo que quieras. Amárrame, dame nalgadas, pégame con el látigo, amordázame, ponme las esposas. Me encanta así».
Todos sabemos que cuando una amistad inicia una relación erótica va a desaparecer por un tiempo. Todos sabemos que esa amistad se va a enviciar con ese sexo nuevo, con la novedad que trae aquella persona que satisface el deseo sexual ¿Qué nos sucede con eso? Alegrarnos, obvio. Si le llaman «el delicioso» es por algo. ¿Han fantaseado con las parejas de sus amigos o amigas? ¿Les causa curiosidad ese perderse en el sexo de un otro u otra que acaba de aparecer?
La primera vez no hubo condón. Por error de un amigo terminé compartiendo solo con Karina, una mujer de ojos verdes, lentes y unas tetas muy apetecibles. Sí, asumámoslo, tenía esa apariencia bien porno que suscita esa combinación de características que expuse recientemente. Se hizo tarde y la conversación fue amena, bebida y excitante. «Tú duermes conmigo» me dijo , ya que en el sofá dormía un amigo de hermana. Nos acostamos nos besamos y devoré su vagina: nunca había experimentado tan intensamente el squirt. Eso sucedió un viernes. Nos despedimos el domingo no sin antes saber un poco más el uno del otro: tenía una caja con juguetes sexuales que se dejó luego de no seguir explotando el sexshop que tenía con su amiga. Amarras, esposas, látigos, mordazas, vibradores. Un kit bondage que quise conocer. y que disfrutamos mucho. Era un negocio de a dos ¿Solo vi a Karina con esos implementos? No. ¿Quién era la socia?
Se suele hablar sobre los hombres y su jactancia sobre las mujeres con las que han tenido sexo, esas que ocupan como medallas de virilidad. Sí, es cierto. Afortunadamente, tengo un grupo de amigos donde esa conversación no es tema; siempre la reserva hasta que haya que aclarar algún asunto puntual, tal vez un asunto de intereses en el sentido de que estuvimos con tal chica que a un pana pudiese interesar. Sin embargo, las mujeres suelen ser mucho más detallistas sobre sus conquistas y sus prácticas. ¿Por qué será así? Desconozco, pero desde mis tiempos de estudiante que me he percatado de esa situación. Y también de las consecuencias y las fantasías que se desprenden de esas confesiones.
«Abre la caja. Usa lo que quieras. Amárrame, dame nalgadas, pégame con el látigo, amordázame, ponme las esposas. Me encanta así»
Sabía que quería conocerme, mi pareja me lo había dicho; la curiosidad natural de cualquier amiga sobre el hombre con el que está relacionándose. Y nos conocimos accidentalmente. Detuvo su bicicleta cuando nos vio. Una pierna extendida para estabilizar y la otra recogida sostenida en el pedal. El trasero despegado del sillín. Un trasero pequeño y duro. A pesar de la oscuridad de la noche, el foco que iluminaba ese encuentro permitía ver la silueta de la Dani y evidenciar su cuerpo. Se presentó y me dijo que ya me conocía, pero que al fin podía ponerle cara al nombre que su amiga tanto mencionaba. Fue una parada fugaz, un saludo breve y una despedida rápida. Empezó a pedalear y no puso su cola en el sillín hasta luego de avanzar varios metros. Sabía lo que tenía, no sé si le gustaba mostrarlo, pero fue un bonito deleite. Mi ex no lo notó, pero me miró con la cola alzada; sabía lo que soy capaz de hacer en la cama. Se contaban todo, sabía que tirábamos 7 veces al día, sabía que le había roto las nalgas a su amiga, le calentaba saber de lo que podía ser capaz con ella.
Mi sobrino era un lactante de apenas dos meses y entré a la pieza a saludar a mi prima-hermana que estaba acompañada de una amiga que a esa edad de la adolescencia recibió un montón de semen en su cara que no era si no la doble faz de la toalla nova: «Sí, pos, tú decías que el Wlady era bien dotado». ¿Cómo lo supo si no de la boca de mi prima que quizás se había desencajado con el miembro de su pareja mientras se lo chupaba? Ese verano fuimos a la playa y la Ceci con nosotros. Yo, púber pajero, no quedé indiferente a sus movimientos, a sus prendas, a su forma de mirar al Wlady. Sabía de su dote y efectivamente era así, lo comprobé en el camarín de varones en un paseo a la piscina donde nos acompañó la cuñada de mi prima, concuñada del Wlady, que también estaba al tanto de su tamaño y que lanzó bromas sobre eso. Primera evidencia.
Borracha alguna vez una amiga de mi ex, quien pololeó con un buen amigo mío, así como también con el amigo de una de las chicas de esa pandilla, hizo una comparación detallada de ambos penes. Si bien los dos constituían parte de su pasado, la dotación de ambos no había cambiado.
Aprendí mucho del deseo sexual femenino mientras compartí con mi Andrea y sus amigas. La confianza era tanta que terminé convertido en una oreja más, no en un hombre que podía fantasear, porque lo entendía a la manera de mujeres amigas, pero algo había en ellas que me impedía no pensar al menos un poco en ellas de manera sexual. Probablemente vendría de su parte, pues así como ellas hablaban de sus experiencias, lo más seguro es que ellas también hayan oído de las mías. Alguna vez una insinuó algo sobre una práctica amatoria de mi pareja probablemente conocida de su boca, mismo órgano con el que me agasajaba.
Andrea también perdió una amistad por la sinceridad sobre la intimidad. Se trató de una traición eso sí: aquella amiga, borracha en una fiesta en su casa, orquestó una situación erótica: solo estábamos bailando Andrea, ella, un sobrino de la amiga y yo. La amiga dijo que no quería bailar con su sobrino y desarmó las parejas de baile; ella conmigo, Andrea con su sobrino que ya estaba bastante ebrio. Estábamos bailando cumbia en ese momento, pero la amiga cambió el estilo y puso un reggaeton bien sucio: separó sus piernas y de ese modo se levantó su minifalda exhibiendo más carne de sus piernas. Lo estábamos pasando bien, yo mantenía la distancia, miraba a Andrea intentando evitar que el sobrino ebrio se cayera hasta que su amiga se da vuelta, pone su trasero en mi paquete, empieza a frotarse mano en el piso y luego de levantarse, mantenerse pegada a mi cuerpo, tomar mi mano y deslizarla por su cuerpo. Para Andrea eso fue un golpe letal. Yo había sido su primer hombre, y ella, su amiga más íntima, a quien contó cómo fue nuestro sexo y lo que hacíamos. Se acabó el baile porque el sobrino ya no se podía mantener en pie y debí acompañar a su amiga hasta el segundo piso donde estaba la pieza del chiquillo. Cada uno lo llevaba de uno de sus brazos y mientras llegábamos al segundo piso y nos perdíamos de la vista de Andrea, comenzó a forzar roces. Claro de lo ocurrido me desprendí del cuerpo ebrio y me predispuse a bajar, no sin antes de ser devorado visualmente. La peor amiga del mundo.
Retomando la otra historia, la de la chica de la bicicleta, amiga de mi última pareja, debo agregar que bailaba en esas cofradías nortinas: así como la otra chica que describí en mis relatos, tonificada de piernas, cola perfecta, cintura exacta y con los antecedentes proporcionados por mi ex pareja, de ser perrísima. Un antecedente más: la confianza en ese grupo de amigas tenía instalada la pregunta «¿Cómo lo tiene?» Mi ex sabía de las dimensiones de los penes de sus amigas. Ellas también del mío. Y en este caso no se trata de tamaño, sino que de la forma en que practicábamos el sexo.
¿Tuvieron alguna vez sexo Bondage?
Yo no, y con Karina lo experimenté por primera vez. Más allá de las nalgadas que me pedían, del ahorcamiento para reducir el aire antes del orgasmo (todo pedido por mis amantes), nunca había experimentado con los implementos que había dentro de esa caja que conservaba Karina. Nunca la habíamos usado, siempre había sido una provocación que inició con su fantasía de usar el arnés para penetrar a un hombre. Para penetrarme. Nunca lo usamos, en verdad, no porque no quisiera, sino que por su deseo, su adicción a ser penetrada. En esa caja encontré un látigo, una mordaza, esposas de pies y de manos, un collar , un antifaz, dildos. Usamos todo. Karina tenía una capacidad orgásmica enorme, una facilidad para el squirt cuando la estimulaba con la boca, con los dedos. Era una perra exquisita que adoraba el sexo duro y el sexo tierno. Adoraba el sexo en todas sus dimensiones. Si me preguntaran qué cosas hay que hacer en la vida antes de morir, respondería:»ten sexo con la Karina».
Nos besábamos, nos toqueteábamos, nos desnudábamos. ¿Usemos los juguetes? «Sí, dale, ponme las esposas y métemelo». Karina era una mujer extremadamente sexual, con un montón de amantes a su haber, sin embargo, solo tenía orgasmos cuando ella te montaba. Conmigo fue distinto: acabó cada vez que lo hicimos y de la manera en que lo hicimos. Hay manchas de sexo en cada sábana.
¿Les calienta alguna droga?
A nosotros sí, varias. Eso nos ponía mucho más cachondos
Protocolo:
-besos
-manoseo
-sexo oral mutuo
-Ocupemos los juguetes?
-Mordaza
-látigo y nalgadas «Ay , qué rico»
-esposas
-antifaz
más nalgadas
-Cadena al cuello
-penetración profunda, dura e imparable
-gemidos gemidos gemidos («Ay, mi amor , qué rico , qué rico «)
-squirt
Karina era una gordibuena, tetas grandes y un culo arrollador, pero impenetrable (no solía pasarlo…pero lo entregó)
Tras esa rutina sexual, era imposible no pensar en la chica de la bicicleta de quien supe que una vez en la disco se había comido a cinco varones. Tenía un cuerazo, los mismos juguetes y un ano mucho más resistente para estimular.
Me es imposible no verla amarrada ni azotada como lo hacía con mi ex, no dejo de pensarla desnuda ni de verla como me miraba: caliente, perversa, sabiendo todo lo que podía hacerle. Por eso levantó la cola de su bici, por eso miró para atrás. La mirada del ciclista le llaman.
Si lees esto: ¿No te viste amordazada? ¿No te viste amarrada sintiendo mis manos en tus glúteos así como te contaba tu amiga? ¿No deseaste sentir en tu boca, vagina y ano ese pene que te describieron a la perfección?
Perdona pero inmamable leer tus opiniones en medio del relato, que además brinca inconexo entre ideas, fue desgastante.
Al final no relataste nada de lo que ofreciste; detalles que construyen la narración y dejan ver y entrever el morbo… En fin, nos dejaste frustrados.