LA NOCHE DEL PEPINO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Maduritaseconfiesa.
Aquella noche habíamos quedado a cenar con unos amigos; buena comida, buena compañía y mucha risa hasta las 2 de la mañana, hora en que volvimos a casa. Y buena bebida, que iba yo achispadilla, en ese glorioso punto en que las inhibiciones se pierden pero no se pierde la realidad de vista. Con la sonrisa fácil y los ojillos brillantes y picarones que se me ponen cuando estoy “piripi”.
Al entrar en el portal de casa (un 5º piso sin ascensor por aquella época), mi marido llevaba en brazos a mi niña (tres añitos tendría entonces) dormida profundamente y yo le seguía divertida, lanzándole indirectas entre risas contenidas para no despertar a mi angelito. Yo llevaba unos pantalones de hilo negros y un jersey muy calado color crudo con una camiseta de tirantes también negra debajo; medio sexi pero respetable.
Mientras subíamos despacio hacia nuestro piso yo me iba quitando el sujetador a través de las mangas, mirando divertida como él me lanzaba miradas y sonrisas por el rabillo del ojo. En el siguiente rellano me bajé los tirantes de la camiseta también a través de las mangas y fui bajando despacito la camiseta hacia mi cintura. Él sin poder echar mano, que llevaba al bichito en brazos y no podía, subía las escaleras cada vez más rápido para llegar antes. Yo me rezagaba, buscando alargar la seducción. En el siguiente rellano ya se habían librado mis pezones de la camiseta, asomando por momentos entre los agujeritos del calado.
– ¡Uy! ¿Pero qué tengo aquí? –dije flojito mientras jugaba con un solo dedo sobre uno de ellos que estaba todo fuera y lanzaba una mirada pícara a mi marido.
Él miraba, se reía, se ruborizaba y me decía:
– ¡Venga para arriba! ¡No seas cabrona! –casi susurrando.
Seguí bajando la camiseta mientras llegábamos a la puerta de casa. Apoyé mis pechos en su espalda y le mordí la nuca mientras él sacaba la llave. Se reía nervioso. Le costó acertar en la cerradura.
Ya dentro de casa corrió a la habitación de nuestra hija para acostarla (bendito sea la fase de sueño profundo de los niños). Mientras yo lo esperé en la misma puerta y me quitaba los pantalones y la camiseta por debajo, quedando en braguitas y el jersey calado que tanto juego estaba dando. Volvió corriendo a los dos segundos, con esa sonrisa abierta y esa picardía en la mirada.
– Ven aquí, ven. Que hoy no te escapas ni con alas –mientras se abalanzaba sobre mí con todo, empezando a tocar mis pechos y lanzándose a morder mi cuello.
– ¿Seguro que no? ¿Vas a forzarme? –pregunté fingiendo miedo y esperanza al mismo tiempo (esa expresión en los ojos me sale de vicio).
Él me miró sonriendo y al ver mi cara no se lo pensó más; me agarró una muñeca, firme pero sin doler, y me arrastró hasta el dormitorio de inmediato. Me lanzó sobre la cama y caí sobre ella de rodillas, quedando a cuatro patas dándole la espalda. Él cerró la puerta y vino hacia mí despacio, observando como yo frotaba lento mis muslos entre sí, haciendo que mi culo se moviera describiendo un símbolo de infinito y sacudía mi cabello para alcanzar su mirada con mis ojos. Cuando llegó hasta mí me cogió las caderas acompañando el movimiento. Yo me erguí sobre las rodillas mientras seguía moviéndome y alargué una mano hacia atrás, acariciando su nuca para conseguir que me besara el cuello. Frotaba mi culo contra él y conseguí que no siguiera conteniéndose. Me bajó las braguitas de golpe y cuando yo iba a echar mano del jersey para quitármelo me dijo:
– ¡No! ¡El jersey te lo vas a dejar puesto!
– Amén.
Me cogió de los hombros y los empujó con fuerza hacia adelante, obligándome a quedar de nuevo a cuatro patas, apartó la pequeña parte del jersey que cubría parcialmente mis nalgas y me penetró por el coño con fuerza, de un golpe, haciendo que se me cortara la respiración de puro placer. Estaba empapada, mi sexo no ofrecía resistencia alguna, así que me folló con la cadencia que él sabe que me gusta hasta que me corrí por primera vez. Estaba chorreando.
Había sido tan rápido mi orgasmo que me recuperé muy rápido y empecé a girarme buscando su polla con mi boca, buscando ese sabor tan especial que es la mezcla de su placer con el mío. A él no le gustó la idea.
– Quédate ahí quieta.
Nunca había estado tan mandón, así que me emocionó la expectativa (que a mí siempre me había gustado recibir órdenes) y me quedé inmóvil y expuesta para él. Entonces sentí como metía un dedo en mi ano sin contemplaciones, de un solo golpe, hasta el fondo. Me hizo daño. Grité. Era la primera vez que lo intentaba y no solo me había sorprendido sino que me había ofendido un poco; normalmente estas cosas se tienen que consensuar. Se quedó petrificado:
– ¿Te he hecho daño? Si esto es pequeño comparado con lo que sale…-enseñándome el dedo índice que acababa de sacar de mí.
– Pues sí, me ha hecho daño. Supongo que no es lo mismo entrar que salir…
– A lo mejor te he rasgado con la uña sin querer… Espera.
Esperé. Él salió de la habitación corriendo y volvió con un bote de crema para las manos. Me echó un buen chorro entre las nalgas y empezó a frotarla sobre mi ano dolorido. Me dolía hasta sentir su dedo cubriendo mi ano con la crema fría.
– ¿Y si probamos otra cosa? –le dije.
– ¿Qué?
– Vamos a la cocina.
Fuimos juntos, abrí la nevera, cogí una zanahoria más bien gordita y le miré como preguntando “Qué te parece?. Mi marido me miró como alucinado.
– ¿Seguro? –me preguntó.
No estaba segura así que abrí el cajón de las verduras y cogí un calabacín (pequeñito como a mí me gustan los calabacines, que así no tienen pepitas por dentro). Le volví a mirar con interrogación:
– No lo sé, ¿Qué será mejor? –pregunté con la zanahoria en una mano y el calabacín en la otra.
– Pero esto así…
– Hombre, le ponemos un preservativo.
– ¡Vamos a la cama!
Una vez en el dormitorio buscamos la caja de preservativos, coloqué uno a la zanahoria y se la di a él. Volví a colocarme a cuatro patas encima de la cama en la misma posición en la que estaba antes del dedito y le miré invitándole a probar. Él echó más crema en mi trasero y la repartió restregando mi ano con la zanahoria y empezó a meter la punta pequeña. Estaba muy muy fría, estaba helada; sentía que mi culo cerrado se cerraba más entorno a ella. Pero estaba entrando sin dolor y sin dificultad.
– Espera, ponle el condón al calabacín, por la parte redondita, no seas burro.
– ¿Estás segura? Que la zanahoria es una cosa y esto es otra… ¿no te hará daño?
– Pónselo, venga. Quiero intentarlo. Eso debe ser más o menos como tu polla ¿no?
– Bueno, más o menos.
– Pues inténtalo.
Al fin me hizo caso. Cogió otro preservativo, se lo enfundó al calabacín y lo untó con crema. Lo apoyó contra mi ano. Estaba realmente muy frío. Empezó a girarlo sobre sí mismo apretando cada vez más contra mi culo. Estaba helado, joder. Siguió apretando.
– Seguro que quieres que siga.
Yo en aquel momento estaba con los párpados apretados y conteniendo la respiración para no gritar de dolor. Así que cuando salió mi respuesta lo hizo con un grito:
– Sí, sigue joder…
– ¿Te duele?
– Tú sigue, ya está casi. ¡Venga, sigue!
Volvió a obedecer, y me metió unos 8 cm. del calabacín enfundado por el culo. Iba a reventar de dolor, pero al mismo tiempo me sentía tan sucia, tan zorra, que me estaba excitando como nunca en mi vida. Mordí la almohada para no gritar demasiado cuando él empezó a moverlo adentro y afuera. Se cansó rápido. Me sacó el calabacín y me embocó con su polla. Estaba tan calentita en comparación con lo que había pasado antes y era tan blandita la cabeza… Hasta que empezó a empujar con la parte más gorda y dura de su polla. No hacía tanto daño como las verduras. Me enculó por primera vez en nuestra vida en común. Lo hizo con fuerza, de forma salvaje. De repente sacó su polla y volvió a coger el calabacín, le cambió el preservativo y empezó a metérmelo por el coño, follándome con él. El placer era muy intenso, pero a mí se me encendió otra bombillita en la cabeza:
– Espera, espera, para. Es que antes en la cocina he visto algo que…
– ¿¡Qué!?
– Espera aquí.
Pegué un salto de la cama y fui a la cocina corriendo (bueno, como pude correr). Cuando volví, él me miraba desnudo, empalmado, desconcertado; había pensado que le había hecho parar por el dolor. Se sorprendió al ver que yo a la vuelta traía en la mano un pepino tremendo que se había quedado fuera de la nevera; el más gordo que había en la frutería cuando lo compre (aunque cuando lo compré no fuera con esa idea). Cuando me vio con aquello en la mano y la sonrisa en los labios me dijo:
– ¡Estás loca!
– Quiero esto en mi coño y tu polla en mi culo.
– ¡Ah! Bueno. Jeje. Estás loca… -mientras agarraba mi “nuevo amigo”.
Otro preservativo más, volví a mi posición, me lo metió por el coño despacio y yo lo sujeté con una mano para empezar a moverlo mientras él volvía a embocar mi culo con su polla. Increíble. Doloroso. Excitante. Se corrió rápida e intensamente, más intensamente que en toda nuestra vida en común. Yo no me había corrido, me resultó imposible con aquel grado de dolor, sin embargo había sido la experiencia más morbosa, sucia, excitante, dolorosa y placentera de cuantas había vivido hasta entonces.
Cuando acabó fui al servicio a lavarme. Tenía ganas de hacer de vientre, unas ganas horrorosas y no podía hacer ningún tipo de fuerza, porque no me quedaban. Me lavé y al hacerlo me manché la mano un poquito. Creí que eran heces o semen, pero al mirar me di cuenta de que era sangre. No era ninguna hemorragia pero sí que era sangre. Se me había ido la pinza del todo y éste era el resultado… Bueno, éste y media nevera a la basura… Si nos ven los de los Bancos de alimentos nos denuncian.
Al día siguiente apenas podía caminar erguida; me había destrozado. Estuve 3 días necesitando llevar un salvaslip puesto porque manchaba de sangre (no mucho, pero suficiente). A partir de aquel día le cogí terror al sexo anal; cada vez que mi marido mencionaba la palabra “culo” a mí automáticamente se me encogía…
Con el tiempo se me fue pasando ese terror, descubrimos los lubricantes específicos, los juguetes sexuales (que no se guardan en la nevera y tienen una turgencia más adecuada) y con paciencia, lubricación, predisposición, tiempo y la postura adecuada, conseguimos hacer nuevos intentos mucho más satisfactorios, hasta hoy en día en que disfrutamos ambos placentera y plenamente de sexo anal.
Sin embargo, a pesar de ser una experiencia bastante traumática, ambos recordamos aquella noche (“La Noche del Pepino”) como una de las más morbosas y excitantes de nuestras vidas.
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