LA NOCHE (esclavoMadrid)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por esclavoMadrid.
Vivía en un dúplex en plena calle de la Castellana, tenía un Porsche Cayman que estaba pagando aún, aunque eso evidentemente sólo lo sabía yo, era pura imagen. En los negocios la gente te mira por el coche que llevas, la ropa que vistes, la casa que tienes y luego después de todo esto, miran dentro de ti, pero si tienes facilidad de palabra, alma emprendedora y una buena imagen, eres el prototipo de persona de éxito.
Esa noche aparecí por el local sobre las 00:20 de la noche, llegué con la música alta y paré en la puerta mi preciosidad de coche. Sentado en él me sentía mejor persona, un triunfador, capaz de comerme el mundo. Mi frenazo primero y el acelerón después hizo el efecto deseado, la cola para el acceso al local era enorme y todas se fijaron en aquel hombre, vestido de Ermenegildo Zegna que bajó del Porsche negro.
Todos me saludaban al entrar, y mi sonrisa cautivó a la primera incauta, una morenaza que se encontraba con sus amigas dispuestas a entrar, tenía unos 30 años, con unas curvas de impresión, maquillada, vestida para la ocasión y calzada con unos zapatos de tacón de aguja que estilizaban sus piernas hasta el infinito. Estaba hablando con Robert, el jefe de seguridad. Me acerqué y dije.
-Hola Robert, deja pasar a mi invitada.
Le agarré de la mano y tiré de ella. Se giró y miró a sus amigas riendo nerviosa, sin decir nada se dejó guiar por mí. Sus amigas detrás de nosotros venían como si de una comitiva se tratara.
La noche estaba empezando, me acerqué a la zona VIP.
– Buenas noches Señor Marco, me saludó Fran.
-Quiero que a esta Señorita, me giré, la miré y dejé pasar el tiempo clavando mis azules ojos en los suyos…
Susana, contestó.
-Quiero que a mi amiga e invitada Susana y sus amigas no las falte de nada.
-Guiñé un ojo a Fran y sonreí.
-Sí Señor Marco, me contestó con una mirada de complicidad.
-Encantado Susana, dije de nuevo mirándola.
-El placer es mío.
-Se acercó y me besó en la mejilla suavemente y con calma.
Ese detalle, tengo que reconocer que en ese preciso instante me sorprendió, normalmente me abrazaban y las más osadas me besaban en la boca. Intuí que ella era diferente al resto en ese momento.
-Adiós Señoritas, nos vemos más tarde, refiriéndome a sus amigas. Me alejé despacio, pero con un pensamiento en mi cabeza, esa noche volvería por allí.
Entré en mi reservado, me senté en la silla de mi escritorio de piel de búfalo negro, apoyé los brazos en la mesa y contemplé el cristal que me dejaba observar el local sin ser visto. Desde la planta alta donde me encontraba, podía ver el escenario, las jaulas donde las go-gos y los chicos ponían en escena sus bailes de seducción y la pista central con su enorme barra.
En un lado del despacho tenía un sofá cama de piel italiano, que usaba para dormir y mis noches de lujuria. El equipo de música y video con pantalla de plasma de 50 pulgadas ban& olufsen, la nevera de titanium, un armario con ropa de repuesto y algún cuadro completaban mi pequeño refugio.
Puse el equipo en marcha y la música de Hans Zimmer me conquistó. Sonó mi móvil, era Robert.
-Marcos ha llegado Natalia, ¿quieres que le diga que estás y la acompañen a tu despacho?
-Pregunto dubitativo.
Mmm, Natalia pensé, una imponente mujer que quería atraparme a toda costa, rubia, de metro setenta, con un pecho natural y perfecto, unas curvas y un trasero firme y redondo que me decía, devórame, y lo mejor de todo, que la chupaba divinamente.
-Déjala subir. Contesté.
Pasados unos minutos y ya con una copa de buen cava y otra dispuesta para ella, se abrió la puerta. Allí estaba Natalia, impresionante como siempre, pero con cara de enfado. Supongo que justificada, pues hacía más de una semana de nuestro último encuentro y no había contestado ni una sola de sus llamadas.
Entró con aires de pocos amigos, queriendo ponerme en mi sitio, pero en cuanto le entregué su copa, la agarré de la cintura notando su vestido negro ajustado con la espalda totalmente descubierta, dejando ver el empiece de su hermoso culo y un escote que no dejaba nada a la imaginación y deslicé mi mano por su espalda hasta llegar al final, se entregó a mí. La miré a los ojos y la besé.
Ya estás en mis redes. Me dije.
Su juguetona lengua confirmó mis divagaciones y seguí hasta la línea divisoria de sus glúteos, notando el calor de su piel, mientras mi boca se centró en su cuello.
-Eres un cabronazo, ¿lo sabes? -me dijo.
-Te iba a llamar nena, pero he estado ocupado. Sí, con Raquel me dije a mi mismo sin darme cuenta y una sonrisa pérfida e involuntaria escapó de mi boca.
Mis manos expertas seguían ablandando su cuerpo y mi boca calentando su mente. Entre susurros empezó a reaccionar a mis caricias, despacio dejamos las copas en la mesa, la intensidad aumentó, sus manos empezaron por sacar mi camisa y recorrió mi espalda arañándola con suavidad. Yo le quité el tirante del vestido, a la vez que besaba su hombro moreno y lo dejé resbalar por su brazo despacio, acompañado de mi mano.
Me empujó contra la mesa y sus manos desabrocharon mi cinturón y la bragueta. Bajé la cremallera del vestido y sus pechos quedaron expuestos, mis manos recorrieron su contorno y mis dedos acabaron haciendo lo mismo con la aureola de sus pezones, ya duros. Pellizqué ambos a la vez y estiré, mis dientes apresaron su labio inferior, haciendo con todo ello que emitiera un gemido de placer. Inclinó el cuerpo hacia atrás, buscando el dolor. Solté mi cinturón y le junté los brazos a la espalda con él, abroché fuerte a la altura de sus codos, dejándola así inmóvil.
Me quité mi pantalón, ya en el suelo, me descalcé y me saqué los calcetines mientras la observaba. Se movía despacio como un felino, deseando ser poseída, con una mirada desafiante en sus ojos, la agarré del pelo tirando con fuerza y la doblé, dejándola de rodillas ante mí.
– Quítame el calzoncillo con la boca, perra. Le ordené.
-Sus dientes empezaron a tirar del CK, sin conseguir su objetivo.
No puedo.
-He dicho que me los quites. Repetí con tono autoritario.
-Lo intentó con más ganas esta vez y poco a poco bajó el slip, dejando al descubierto mi miembro.
– Cómetela despacio.
Sus manos no llegaban y eso le producía nerviosismo. Agarré su cabeza y la obligué a metérsela entera de un golpe. Empecé a follar su boca sin compasión, una y otra vez mi polla ya dura entraba y salía, la saliva empezó a caer por las comisuras de los labios y el ruido de la succión se hizo audible. Su lengua de vez en cuando salía para recorrer mi miembro erecto, jugar con mis testículos o lamer mi glande, su boca engullía y succionaba, ahora con más hincapié, por lo que su cabeza se movía de un lado a otro al ritmo que marcaba su ansia. Retiré mi miembro y tiré del pelo, viendo como su boca quedaba unida a mi polla por un hilo espeso de saliva. Incrementé la fuerza de mi tirón de pelo hasta que gritó, pues no quería levantarse.
-Vamos zorra apóyate en la mesa y ábrete de piernas.
Empecé despacio a calentar su culo con pequeñas palmadas, que poco a poco subí de intensidad haciendo que la rojez de su trasero fuera ya evidente. Su coño estaba húmedo y comenzó a resbalar una gota blanca, aproveche esa lubricación natural para mojar todo su sexo y de paso introducir mis dedos. Sus labios menores al ser separados por mis dedos, quedaron unidos entre si por pequeños hilos, como si de una telaraña se tratara, que fui rompiendo y frotando contra las paredes de su vagina. No tardé mucho en perder de vista hasta tres de mis dedos, cuando los noté empapados me incline sobre Natalia, giré con la otra mano su cara y metí mis pequeñas extremidades en su boca, restregándolos contra su nariz, labios y lengua.
-¡Como te gusta perra¡ te sientes bien así, ¿verdad?
-Sí, fóllame. Métemela entera de una vez. Suplicó.
-Claro que te voy a follar zorra estúpida.
Le metí mi polla tirando de su cabello, obligándola a que su cabeza retrocediera y nuestras miradas se cruzaran. Sus ojos cargados de deseo, las venas de su cuello hinchadas y su lengua ahora fuera, hicieron que mis caderas se movieran vertiginosamente. Una y otra vez entrando con una facilidad pasmosa penetré a Natalia. Mi mano mojada de sus jugos tapó su boca y noté en mi palma, como su lengua lamía con desesperación.
Me apetecía correrme, así que no espere más, la arrastré del pelo hasta el sofá, me senté y de rodillas engulló el miembro de su Señor, subía y bajaba con devoción como pocas veces he visto hacerlo, sus ojos cargados de lascivia me ponían cachondo. En poco tiempo mi semen llenó su boca. Sin poder retirase, la obligué a estar chupando y tragando hasta que la última gota escapó de mi polla. Limpió despacio con la lengua todo mi miembro y mirándome con una media sonrisa espero mi respuesta.
-Túmbate.
Agarré sus caderas, ahora siendo yo el que se postró ante ella y empecé a devorar su coño, mordiendo y lamiendo sus labios, introduciendo mi lengua en la vagina o bajando hasta su ano. De vez en cuando me centraba en su punto débil y lo mordía, lo succionaba o lamía. No tardó en empezar a correrse, yo me reía por dentro, frené mi ritmo, intentando seguir sus contracciones, despacio, empezó a correrse. Entonces me quedé quieto mirándola.
-Por Dios, gritó, sigue cabrón no me dejes así. Mientras con sus manos hacía lo imposible por tocarse.
Sólo paré unos segundos, lo justo para que su orgasmo se detuviera a punto de llegar a su cenit. Tengo que reconocer que me encanta notar esa desesperación y la entrega que en esos momentos se apodera incluso de la mujer más rebelde. Entonces, continué, posando la punta de mi lengua en su clítoris, la moví lentamente sintiendo su deseo ya incontrolable. Sus caderas, moviéndose cada vez más rápido hicieron el resto, su respiración y jadeos empezaron a salir de su boca como un torrente.
Estalló en un orgasmo brutal, mezclando los jugos con la orina, acabó empapando mi alfombra.
La desaté y sus brazos morados recuperaron despacio su color moreno. Me miró riendo, me besó y me dijo.
-Eres un… nadie me folla como tú, Marco, me encanta.
Nos vestimos y estuvimos un rato hablando y bebiendo cava, ella intentando que dejara mis devaneos amorosos y me centrara en estar sólo con ella, y yo me encontré a mi mismo pensando en la chica que había dejado en el reservado, Susana. Se marchó remoloneando, después de hacerme prometer que la llamaría.
Bajé a la zona VIPS con celeridad, después de arreglarme. Susana y sus amigas se habían ido del local.
Volví a casa contrariado, me di una ducha caliente e ingerí algo de la nevera, cuando me metí en mi cama, me sorprendí por el hecho de estar pensando en aquella chica, y no en Natalia.
Pasaron unas semanas, de vez en cuando quedaba con Natalia y otras chicas de mi agenda. Qué podía hacer yo si todas querían estar a mi lado, nada más que consolarlas y darles un poco de amor y sexo, pero la verdad empezaba a estar cansado de mi vida amorosa, de vez en cuando deseaba despertarme con la misma mujer a mi lado. Algún amanecer al abrir los ojos, me encontraba con más de una mujer hermosa desnuda en la cama pegada a mí, y tenía que hacer memoria incluso para recordar sus nombres.
Más de un día al preparar el desayuno, las llamaba por el nombre de alguna otra conquista anterior, excusándome después con una broma, que hacía cambiar sus sospechas de lo que en verdad sabían, pero no querían admitir.
Había empezado el verano, era ya de madrugada y el local se encontraba repleto de gente, de hecho habíamos colgado el cartel de aforo completo y sólo podía pasar gente muy concreta, famosos, amigos…
Me encontraba recorriendo la zona vips, saludando a actores, empresarios y conocidos. Alguien me tocó por detrás y al girarme me dijo.
– Hola, ¿te acuerdas de mí? perdona si te interrumpo sólo quería darte las gracias.
Sus palabras en mi oído al acercar su boca y hablarme, su perfume y la cercanía de su cuello al inclinarme para escucharla, me despertaron de la monotonía de la noche.
-¿Eres… Susana? le dije, con un tono que dio a entender como que casi no me acordaba de ella.
Me sonrió.
-Sí y tú Marco, ¿verdad? Su beso, de nuevo en mi mejilla me conquistó.
-Sí, de nada, ¿Oyes, quieres tomar algo?
Noté que su frase sonó igual de falsa que la mía y aguanté mi risa. Sonriendo, la cogí de la mano encaminándome a mi despacho, pero acabé dando la vuelta sin ninguna explicación cuando ya estaba a punto de llegar a mi reservado.
-Te apetece salir a dar una vuelta. pregunté.
-Necesito relajarme y salir un poco.
-Sí, por que no.
Fernando me trajo el coche y nos fuimos a una terraza de la Castellana, me pasé todo el camino mirando de reojo sus piernas desnudas, recorriéndolas hasta el empiece de su minifalda. Pasamos un buen rato hablando mientras tomábamos algo, entre risas nos fuimos conociendo un poco. Trabajaba en un hospital de ayudante de quirófano, estaba sin compromiso ahora, después de una relación de siete años. Sus ojos verdes intensos, en los que me pasé media noche perdido, sus labios carnosos con un toque de carmín, unos pómulos dulcemente marcados y un cuello perfecto, en el que me encontraba a mí mismo fantaseando con recorrerlo en su totalidad y llenarlo de besos, así como la silueta de un pecho turgente y perfecto de tamaño para mí gusto, hacía que mí libido se disparara por completo.
La llevé a su casa, no quería y no sabía bien el motivo de mí manera de actuar tan distinta, pero no pretendía que aquella noche fuera una copia de las cientos de noches que terminaban en mí cama. Aparqué el coche y después del adiós, me besó en mi mejilla, fue exactamente como el beso que recordaba cuando la conocí, sólo que esta vez las distancias jugaban a nuestro favor, separados por escasos centímetros, nuestras bocas se unieron despacio, cerré los ojos, y beso tras beso la pasión se encendió. Allí en medio, dentro del coche en el que todo hay que decirlo, no teníamos casi espacio, nos fuimos metiendo mano y sin darme cuenta hice lo que toda la noche me había imaginado, deslicé mi mano recorriendo su muslo para perderla por debajo de su mini falda hasta llegar a sus braguitas y encontrarme con la humedad de su sexo. Nuestras lenguas y sus manos tampoco se estuvieron quietas y a los pocos segundos tenía mi polla bien dura al aire libre, mientras su mano la recorría y la movía.
Vamos a mi casa, me susurró a la vez que me devoraba la oreja y su lengua la lamía.
Salimos del coche, abrazados llegamos en un instante a su puerta sin dejar de besarnos y meternos mano.
– Me dijo. Espera, déjame que las busque, para, mmm sigue, sigue. ¡Joder, no encuentro las putas llaves!
Yo me reía de la situación y sin apenas darnos cuenta, estábamos ya encima de la alfombra del salón de su casa desnudos. Todo parecía pasar en un fugaz segundo, que casi no me dejaba ser consciente de lo que sucedía.
Paré, despacio la sujeté mirándole a los ojos, recorrí con los míos su rostro, y me detuve contemplando su cuerpo desnudo, intentando conseguir detener el tiempo inútilmente. Subió su cabeza aproximando sus labios a los míos, pero de nuevo se encontró con mi rechazo. Necesitaba ser consciente de lo que estaba pasando, sacar la esencia de ese mágico encuentro.
Lentamente bajé por su cuerpo hasta encontrarme con su sexo, me deleite con su aroma y tras un breve segundo, seguí hasta sus pies. Sus dedos fueron rodeados por mis labios uno por uno, y mi lengua recorrió su contorno y la separación de los mismos. Subí por las piernas acariciándolas hasta llegar a su sexo y me paré a oler. El aroma era ya intenso debido a los efluvios de placer que emanaba, sin cuartel, me encontré con sus pezones, succioné, lamí y humedecí lentamente, mientras notaba como su cuerpo se estremecía.
Mi juguetona lengua, siguió el camino marcado por su búsqueda infatigable hasta la base de su cuello y desde la garganta, dejó un rastro húmedo y caliente hasta la parte de atrás de su oreja. Mordí el lóbulo y tire de su pelo hasta dejar expuesto su cuello, ahora tensado, era más receptivo a mis juegos, lo que fue evidente, una vez que de nuevo la punta de mi lengua exploró su piel.
Caímos en un profundo beso, cargado de lujuria y nuestros cuerpos se unieron fundiéndose en uno sólo.
Su coño húmedo y ardiente parecía estar hecho a medida para mi miembro, la facilidad con la que mi sexo entraba y salía y los movimientos de su pelvis, conseguían que todo mi cuerpo volviera a nacer, pues hacía tiempo que no me sentía tan vivo como esa noche. Al detenerme, me miró con fuego en los ojos y sus uñas se clavaron en mi culo, haciendo fuerza para que el vaivén de mis caderas no cesara, clavó con más intensidad sus afiladas garras sin obtener el resultado deseado.
Levante sus piernas juntándolas, apoyé sus pies en mi pecho y empecé de nuevo a dirigir mis movimientos, la profundidad de cada una de las penetraciones sacaban de su garganta un grito, al principio de dolor, luego de gozo. Su cara cambió el gesto y dejó de morderse el labio para aguantar el pequeño dolor que la producía. Lentamente la música celestial de mis movimientos le trasportó al paraíso y la llama de su placer empezó a quemarle en un deseo irrefrenable por llegar a su clímax.
Retiré sus pies de mi pecho y estiré las piernas, apoyando mi cara en las plantas, lamiéndolas seguí con mi danza, cada vez más fuerte. Sus jadeos y sus contracciones, me indicaron que debía follarla con rabia. La intensidad de sus gemidos, sus uñas y su orgasmo, hicieron que inundara su coño cuando ella había terminado, lo que provocó que mi descarga la llevara de nuevo a sentir con cada una de mis convulsiones otro orgasmo aun más intenso que el anterior.
Abrí sus piernas y me tumbé encima de Susana, nuestros pechos unidos, respiraron, nuestras bocas unidas, se besaron con furor, nuestros ojos, inundaron de palabras nuestras mentes carentes de pensamientos. Durante un instante por fin conseguí detener el tiempo.
– Quiero más, mucho más me susurró.
-Suspiré, déjame descansar un momento, por favor.
Pero su sonrisa pícara, me indicó que no iba a darme más tiempo.
Sus contoneos, restregando su cuerpo sudoroso, su boca reclamando al igual que sus ojos el calor de mi cuerpo y sus palabras, que no dejaban de susurrarme de nuevo.
“Fóllame por favor, quiero más” con un fervor, como jamás había sentido hasta ahora, consiguieron para asombro mío que de nuevo mi deseo de poseerla se disparará, cuando creía que ya no podía más.
-Vamos a tu cama, le susurré.
Detrás de ella, nos apresuramos en llegar a su habitación.
Nos tumbamos en la cama y su boca engulló de nuevo mi polla, con un ritmo frenético chupó durante un rato, hasta que consiguió lo que tanto deseaba. Toqué, cuando la aparte de mi lado su coño empapado, que me confirmó sus palabras, y mis dedos mojados se perdieron en su boca. Lamió golosamente uno por uno, de nuevo los introduje en su caliente sexo. La rabia se apoderó de mí, le agarre del pelo y la puse a cuatro patas encima de la cama. Apreté los dientes y empecé a follarla lo más fuerte que pude.
– Más fuerte, me gritó, ¡fóllame coño¡
Los golpes de mis caderas contra su culo llenaron la habitación, mientras contemplaba como su trasero se contraía y distendía, tiraba de su pelo, y su mano de vez en cuando agarraba el mío para que empujara más fuerte.
“Sí, sí”, repetía continuamente, hasta que la intensidad de dicha afirmación cambio por un siiiiiiii. Que me indicó que su cuerpo y su mente se unían para llevarla al orgasmo.
Fuerte, pero con ritmo, introduciendo y sacando entera mi polla, le descargué mi leche.
-Sí cabrón, joder córrete. Me chilló.
Yo sólo pude emitir ruidos que la demostraron que la intensidad de mi orgasmo era equiparable al suyo.
Sin poder aguantar mi peso, nos extendimos tumbados encima de la cama, su culito apresó mi polla en un afán de retenerla dentro. Su cuerpo caliente unido de nuevo al mío me reconfortó, cerré los ojos mientras notaba y hacía mías todas las sensaciones que sentía en ese momento.
Empecé a reír con ganas, cuando de su boca salió un; “Quiero más…”.
– Mañana, tranquila, volveré. Le dije.
Se acurrucó sobre mi pecho, ya de lado el uno frente al otro, nuestras manos empezaron a recorrer nuestros cuerpos despacio, mientras nuestros ojos decían mucho más que nuestras bocas, calladas por la intensidad de las mil y una sensaciones que ahora se hallaban en nuestras almas.
Sus siguientes palabras, fueron: “¿Y si te rapto…?”.
No reí, pues sé que sus palabras no eran una demagogia para ganar mi cariño.
Me hubiera quedado allí para siempre con ella, sin pensar en nada más.
Me vestí y después de un adiós triste por el fin de la noche, nos despedimos. Sabía exactamente como se sentía, pues su mirada reflejaba lo que su alma gritaba, lo que todo mi ser también clamaba. … Quédate a mi lado…
Volví a mi casa sin apenas percatarme de la carretera, ni de el tiempo que trascurrió, simplemente, mi mente seguía allí con ella, en su cama, abrazados, uniendo nuestras bocas, exponiendo nuestras almas.
Recordé cada instante de la noche intentando hacerlo mío para siempre, mientras en más de una ocasión mis manos se aproximaban a mi nariz, aspirando su esencia aun impregnada en ellas.
Cuando sonó el teléfono supe que era ella, el que me llamara y la conversación que mantuvimos, me hizo saber que había algo más que una noche de sexo entre nosotros. Los días se sucedieron, pero ninguno pasó sin que habláramos en algunos momentos, aunque sólo fuera para decirnos hola o buenas noches.
Pasado unos meses desde nuestra primera noche, las casualidades de la vida me llevaron a que un día comprando en un centro comercial, observé a una pareja y me di cuenta de que ella, era Susana. Supongo que era el precio que debía pagar por todo lo que en el pasado había hecho a más de una mujer, pero me pareció injusto y algo dentro de mí ser se resquebrajó. Me fui dejado mi carro abandonado, sin saber que ella me había visto. Mi coche sufrió las consecuencias de mi impotencia y lo guié por la carretera, dando un rodeo y parando en un lugar especial para mí, allí a solas con los recuerdos de aquella noche y de los momentos vividos hasta entonces, fui interrumpido por el sonido de mi móvil. En la pantalla, cuando me decidí a abrirlo puede leer su nombre, los pensamientos contradictorios se acumularon en mi cabeza e hice lo que con cualquier otra mujer no hubiera hecho jamás.
-Dime, contesté con tono seco.
-Marco, déjame que te explique.
-¿Qué quieres?, ¿Qué me vas a contar ahora, que no sepa Susana?
-Mira, es mi ex, no te lo había dicho por que ya he terminado con él y no quería que eso influyera en lo nuestro.
-¿Crees que soy estúpido?
-No, te estoy diciendo la verdad. Marco, te lo juro, te quiero. Su voz reflejaba el llanto que mis ojos no podían ver.
Sus palabras sonaron tan sinceras, que sin darme cuenta una lágrima recorrió mi mejilla.
-Joder, pude decir y cerré mi móvil, apagándolo.
Me quedé un rato sentado ensimismado en mis pensamientos hasta que decidí subir al coche, pues se estaba haciendo de noche.
Metí el porsche en el garaje y subí las escaleras, cuando pasé por el portal, Susana estaba tocando el timbre de mi casa. Me quedé parado mirándola y a al abrir, me abrazó. Sus labios se movían inquietos por la tensión, sus palabras entrecortadas y sus ojos llorosos, reflejaban lo que sentía. Acabamos abrazados, y nos metimos en el portal, con esa rabia que se apodera de todos nosotros en las reconciliaciones, nos empezamos fogosamente a besar y buscar nuestros cuerpos. De un lado a otro por el recibidor llegamos al ascensor, de donde salió mi vecina mirando para otro lado, pues mis manos, estaban ya por debajo su falda explorando su culo, mientras que mi bragueta recibía las suyas.
Dentro del ascensor empezamos a desnudarnos, su mano recorrió mi tripa, que metí para adentro, facilitando así la llegada a mi polla, ya dura por la excitación y el morbo.
No nos dimos ni cuenta de que habíamos llegado y de que estábamos detenidos en mi planta.
Cuando de rodillas arranqué sus bragas y chupé su coño empapado y abierto, pues su pierna se había apoyado en uno de los pasamanos del ascensor.
Me saqué mi polla y me bajé los pantalones, la penetré a la vez que nos besábamos. Cogida en volandas con sus piernas cruzadas en mi cintura y agarradas por mis brazos, que controlaban las subidas y bajadas de su cuerpo y de mi penetración, empezamos a follar como locos. Abrazada a mí, sus labios y los míos recorridos por ambas lenguas, los mordiscos apresando nuestras bocas, y mis envites rítmicos, nos llevaron a ambos al orgasmo enseguida.
Cuando el ascensor se movió y empezó a bajar, nos apresuramos a recomponer nuestra ropa, mientras mi semen acabó en su mano al limpiar su sexo caliente. Mirándome, lamió todo y me lo ofreció, jugamos con el y nuestras bocas, hasta que se abrió la puerta de acceso al ascensor.
Las risas cortadas y nuestras miradas hacían que fueran a más, mientras el vecino miraba de reojo hacía atrás después de saludarnos, sin percatarse de que Susana llevaba en la mano su braguita rota, recogida un instante antes de que accediera al ascensor.
Nada más atravesar el umbral de mi puerta empezamos donde lo habíamos dejado y acabamos en mi cama.
Cuando el sol iluminó mi dormitorio por la mañana, caldeando mi cuerpo y haciéndome abrir los ojos, noté el cuerpo caliente y desnudo de Susana pegado a mi espalda, abrazándome. Despacio me di la vuelta para no despertarla, y en ese preciso instante, en silencio, observando su rostro sereno y sus ojos cerrados, iluminado por los primeros rayos del amanecer, supe que era la mujer que había buscado todo este tiempo, con la que compartiría el resto de mi vida.
A los pocos días de que trascurriera esa noche, Susana se vino a vivir conmigo. Siguió con sus estudios de medicina y en el Hospital.
Recuerdo aquél día en el que, con una sonrisa en su boca me enseño un test que traía y unos informes médicos. Nos abrazamos, y llorando Susana me dijo: “vas a ser padre”.
No podía creerlo, me sentía feliz, nervioso y con mil preguntas en mi mente… ¡iba a ser padre¡
Los primeros meses como es habitual fueron un poco revueltos, pero con mucha ilusión nos pasamos los días decidiendo y discutiendo, todo sea dicho, un montón de cosas. Nombres, color para la habitación y todas esas cosas que acompañan al primer hijo. Estuve en cada una de sus revisiones y a los 5 meses de embarazo pudimos ver ilusionados en 3D, la cara de nuestra hija Patricia.
Algún día discutíamos, pues se pasaba el día comprando cosas para la niña, pero al final tenía que ceder, no podía negarle nada y sabía como sacarme todo.
Llegó el gran día, acudimos al Hospital pronto, pues programamos el parto con su ginecóloga Gloria. Recuerdo los nervios en la sala de espera, ya con las calzas y la bata puestas, mientras nuestras familias esperaban en la habitación.
Salió una enfermera que me dijo que debía esperar, que estuviese tranquilo, pero que tenían que pasarla a quirófano por unas complicaciones, y que por consiguiente no podía pasar al parto.
La espera fue eterna, no paraba de andar de un lado a otro de la sala, hablando conmigo mismo.
Cuando salio Gloria acompañada de otra persona, su rostro y sus palabras se grabaron para siempre en mi mente, sin que ningún día desde entonces, haya pasado una sola noche sin recordarlas.
-Marco, la niña esta bien, pero… Susana ha sufrido un infarto de miocardio agudo, lo siento mucho Marco de verdad… ha muerto.
Me derrumbé por completo, llorando de rodillas, sin decir nada con la cabeza agachada, fui ayudado por ellos para poder levantarme. No pensé en mi hija ni siquiera un instante, es más, en aquél momento la rabia que me consumía la repudió.
Gloria y el psicólogo me acompañaron hasta una sala, donde después de un tiempo que se escapaba de mis manos, me explicaron todo lo sucedido. Sin cesar de llorar, con la mirada pérdida en el infinito y con un dolor tan intenso que consumía mi cuerpo y rompía mi alma.
Una y otra vez repetí la misma pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué?
Supongo que nunca supieron, si se la hacía a ellos, a mí mismo o al Dios que se supone nos guarda.
Creo que uno de los momentos más duro fue, cuando decidí ser yo en persona el que diera la trágica noticia a sus padres. En esos instantes me sentía culpable por algo ajeno a mí. La muerte de Susana.
Pero sin duda el más doloroso, fue cuando entré a ver el cadáver ya inerte y cogiéndola de la mano llorando, la besé en su mejilla como tantas veces ella había hecho antes, a la vez que le dije adiós desde dentro de mi alma. Si poder soltar su mano me “invitaron” a salir de la estancia.
Cuando junto con la familia, trajeron a la niña y me la dieron en brazos, contemplé de nuevo a Susana y supe que su nombre sería Susana en memoria de su madre.
Ahora soy consciente de que lo importante en la vida es:
Lo que hayamos sido capaces de disfrutar de la misma. Pues la dura lección que aprendí entonces, es que la vida es caprichosa y efímera, y la muerte nos enseña que debemos vivirla sin perder un instante.
Hoy después de tanto tiempo, puedo cerrar los ojos y recordar mirando al pasado todos aquellos preciosos momentos que pasé junto a Susana, y cuando no soy capaz de ver su rostro reflejado en mi mente, puedo al abrirlos, contemplar en los preciosos ojos verdes de nuestra hija, el vivo reflejo de su madre que perdura indeleble.
FIN.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!