La pequeña de vestido azul 3 – Final
Una vez más pude disfrutar de ese delicioso manjar que era la pequeña de vestido azul, ella contenía un fuego que emanaba por todos sus poros..
Una mañana me había retrasado de los demás en salir de la casa hacia la chacra, no recuerdo porqué, vi a la niña cruzando el puente, me asomé al camino para asegurarme que mis hermanos se habían alejado suficientemente, ya no se notaba a ninguno en la entrada al monte por donde teníamos que trabajar ese día, al acercarse le digo.
—Hola, que haces aquí sola
—Mis papás ya se fueron y mis hermanos están durmiendo
Se me acercó hacia mis brazos y prácticamente la cargué dentro de la casa, colmándola de besos, como un enloquecido la tumbé de espaldas en la cama, subí su faldita de siempre, aparté su calzoncito y apliqué mis labios a su pequeña vulva que no tardó en mojarse, seguidamente saqué mi pene que ya estaba al rojo vivo y me masturbé frotando su vulva tan rápido y nerviosamente que me vine en pocos minutos, luego limpié su vaginita rezumante y me dispuse a partir al trabajo.
—Melody, mi amor, el viernes iré de nuevo a los troncos y allí me esperas. ¿Está bien?
—Ya, pero que sea más tiempo
—Si mi vida, ahora tengo que ir porque mis hermanos van a sospechar
Y me fui con el corazón agitado, enviándola un beso volado, mientras ella se iba corriendo hacia su casa.
El viernes saqué algún pretexto ante mis hermanos y fui en busca de mi princesa, al pasar por su puerta ya no estaban sus padres, la llamé del camino que estaba como a treinta metros de la casa, ella vino corriendo y dijo que sus hermanos todavía dormían, fuimos por el camino hasta un lugar donde recién habían cosechado maíz, era un campo libre, es decir sin árboles grandes, pero con muchos arbustos y restos de las plantas de maíz, estaba alejado de la casa como 200 metros.
Nos adentramos hasta un claro donde había troncos secos en el suelo, entre estos había la base de un árbol que habían cortado y parecía una banca. La cargué como a una muñeca y la di vueltas ajustándola fuertemente hacia mi cuerpo y besándola en su rostro el cuello y en sus labios abultados y ardientes. La puse en el suelo y coloqué una manta sobre el tronco, ella misma se quitó su calzoncito mientras yo abrí mi bragueta y saqué mi pene que ya estaba erecto, puse su manito sobre mi caliente hierro e hice que me masturbara lentamente.
Era la primera vez que estaba en completa libertad sin temor de que alguien nos descubra, con suavidad empujé su cabeza hacia mi pene, al parecer por instinto acercó su boca hacia mi glande ardiente y le dio un besito, le dije en un quejido –chúpalo–, acercó nuevamente su boquita y poco a poco fue introduciendo la cabeza en su cavidad bucal, el calor y la humedad de su boca me hicieron nublar los ojos, interrumpí para no venirme antes de tiempo. La subí al tronco, abrí sus piernitas y contemplé una vez más aquella deliciosa almejita rosada, los labios muy finos dejaban ver el ojalito en el centro del himen, del cual manaba un líquido transparente, apliqué mi lengua pasando de abajo hacia arriba, ella suspiraba muy fuertemente, continué por un tiempo hasta que dio un gritito y un largo suspiro.
Me paré con el pene como hierro candente, empecé a frotar a lo largo de su almejita llegando hasta el clítoris, la humedad tanto de ella como el mío era abundante, le susurré al oído –¿lo meto?–, ella sintió con la cabeza, seguí frotando haciendo presión cada vez más, cuando traté de forzar se quejó y quería llorar, al retirar un instante vi que el agujerito se había ensanchado más, pero no era suficiente como para admitir la cabeza de mi verga, sus labios mayores también estaban bastante inflamados y rojos, una vez más traté de forzar pero igual se quejó de dolor, por lo que seguí frotando más rápidamente presionando pero sin forzar, hasta que ya no pude aguantar y vacié toda mi esperma en su interior, el agujero estaba bastante abierto y toda la leche había desaparecido en su interior, pero al levantarle un poco el cuerpo los grumos se fueron cayendo al suelo.
Con el corazón bombeando a mil y la respiración agitada poco a poco me calmé, me fijé que ella también estaba reaccionando, la colmé de besos en sus labios, su carita, sus piernas, una y otra vez, ella sonreía divertida, ya calmados la limpié y le puse su calzoncito, tocándola por encima del calzón la susurré –en la próximo te lo meto, ¿ya? –, contuve la risa al escuchar su afirmación con un ¡ya! contundente.
Regresamos al camino y allí nos separamos, ella se fue en dirección a su casa y yo con dirección al centro poblado, después me enteré que su papá le había dado una paliza, porque llegaron a la casa antes que ellas y encontraron a sus hermanitos llorando, ya no supe que habría respondido cuando le preguntaron donde había estado.
Fue la última vez que lo hicimos, porque unos días después llegó el espiral de violencia que trajo un remolino de hechos de tal suerte que abandonamos el lugar uno tras otro, perdimos el rastro de casi todos los vecinos, muchos también perdieron la vida. Muchos años después supe que había llegado a parar a Lima, cuando las redes sociales se pusieron de modo traté de ubicarla, y la ubiqué, era una linda señorita que tenía un niño pequeño, en sus fotografías que había publicado mantenía sus rasgos de niña y sus labios prominentes, la escribí por mensajería pero nunca tuve respuesta, no quise insistir y sólo quedé con la satisfacción de que estaba viva y era una lindura de joven feliz.
FIN
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!