LA PRIMERA NOCHE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vago82.
Esto ocurrió cuando a sus 28 años me reclutó como amante.
La edad de los amantes variaba desde quince años menores a diez años mayores que ella.
Fue una mujer de piel morena clara, cabello ondulado color negro, complexión delgada, pero de curvas torneadas y unas tetas grandes y esplendorosas con las que podía atraer a quien ella quisiera.
Su cara era hermosísima.
Muy inteligente, de sonrisa coqueta y ojos alegres.
—Ya llevamos casi un año de hacer el amor, pero nunca hemos pasado una noche juntos, quédate hoy a dormir conmigo —me pediste después de haber dejado a tus hijos durmiendo en su recámara.
—No creo que sea prudente, aún no estás divorciada, tu marido anda de viaje, pero tus vecinos se darían cuenta —te advertí.
—¡Qué me importa lo que digan los vecinos! Ahora resulta que a ti también te importan las apariencias.
Ya nos vamos a divorciar, él sabe que ando contigo y no me importa lo que él diga, ¡menos lo que diga el resto del mundo!
—Además, ¿qué les dirás a tus hijos en la mañana cuando despierten? o si alguno despierta en la noche y viene a tu recámara —insistí.
—No acostumbran levantarse en la noche, le ponemos seguro a la puerta por si las dudas y te vas antes de que ellos despierten, después del “mañanero”, ¡claro! Quédate —dijiste al tiempo que me sacabas el pene y me besaste como tú sabes que me excita.
Sin dejar de besarme, me abrazaste para que sintiera tu pecho sólo cubierto por tu blusa, sin el sostén que te habías quitado junto con las pantaletas desde que llegué; así podría acariciarte fácilmente bajo la blusa y la falda cuando lo deseara, si no estaban viendo tus hijos.
Yo no usaba ropa interior cuando te visitaba para aprovechar furtivamente cualquier momento para hacer el amor.
Tu mano fue dentro de mi bragueta, tomaste mi miembro y lo frotaste en los vellos mojados de tu vulva para que creciera de tamaño rápidamente.
Metiste el glande en tu raja y me tomaste de las nalgas para metértelo.
También yo te quise tomar de las nalgas para moverte en el coito, pero me empujaste hacia el sofá del estudio de tu marido, donde estábamos despidiéndonos.
Moviste lentamente tus caderas, el olor a amor inundó el ambiente…
—¿Verdad que sí te quedas? —dijiste separándote de mí, evitando que eyaculara—.
Vamos a la cama a encuerarnos —ordenaste agarrándome del pene para llevarme al lecho marital.
Me desnudaste en la recámara, mientras te alejabas para recrear tu mirada con mi miembro enhiesto y mis bolas colgando, llegaste a la puerta y le pusiste seguro.
Como rayo te deshiciste de las dos únicas prendas de vestir que traías y pegaste tu cuerpo al mío restregando tus frondosas tetas en mi pecho, sin despegarlas de mi piel me rodeaste para tallarlas en mi espalda, me abrazaste el pecho con una mano y con la otra me masturbaste suavemente e iniciaste con tu vello púbico caricias circulares en mis nalgas.
¡No sé si fue tu esposo, o tu primero o segundo amantes, con quien lo habías aprendido y practicado, pero debo agradecer la dicha! “Bonita, caliente y puta, qué más puedo pedir”, me dije pleno de felicidad al ritmo de los chasquidos in crescendo que provocabas jalándome la verga.
Me soltaste el tronco cuando ya iba a iniciar la eyaculación.
Te hincaste y me mamaste para limpiar el presemen que me escurría.
Suspendiste para levantarte, te metiste la verga y te colgaste de mi cuello asiendo mi cintura con tus piernas enganchando tus pies.
Tuve que cargarte de las nalgas para no perder el equilibrio y ayudarte a mover de abajo hacia arriba.
Te viniste antes que yo y te soltaste para caer en el colchón, dejándome otra vez sin eyacular.
Reposaste con una mueca de evidente satisfacción y sonreíste al ver mi pito parado y reluciente de tus jugos que escurrían hacia el escroto.
Al minuto, ya reestablecida tu respiración, palmeaste en la cama para indicarme que me acostara.
Tomaste mi tronco para seguir masturbándome y evitar que decayera la turgencia.
Otra vez más me dejaste a punto de soltar el chorro de semen y te acomodaste para cabalgarme hasta hacerme venir y tener tú dos orgasmos más que culminaron en gritos.
Sí que sabías usar a tu pareja como juguete sexual para lograr varios orgasmos seguidos.
Quedamos acostados, desguanzados y sudorosos: tú sobre mí, sin salir aún mi verga de tu cueva.
De pronto escuchamos que querían entrar a tu recamara, nos levantamos de inmediato.
Escurrieron nuestros fluidos en la colcha de la cama, en tus piernas y en mis huevos.
Tiraste la colcha de la cama en el piso, entre la cama y las cortinas del ventanal, a señas me ordenaste acostarme allí, quedando oculto a la vista con medio cuerpo bajo la cama y el resto por la colcha.
Te pusiste una bata cortita mientras preguntabas quién era y apagabas la luz.
—Yo —se escuchó como respuesta la voz de tu hijo de diez años.
—¿Qué pasa? —preguntaste abriendo la puerta
—Oí que gritaste —dijo.
—No fue nada, iba a ir al baño y me tropecé —contestaste.
—¿A qué huele? —preguntó prendiendo la luz—.
¿Te hiciste pipí? —dijo aspirando el penetrante olor a sexo y viendo en tus piernas que escurría un hilillo de semen que había bajado del nivel que cubría la batita.
Después me dijiste que seguramente el reconoció, en una escena similar con tu esposo, quien le explicó en su momento que “te habías hecho pipí”, al ver exactamente lo mismo que ocurría ahora, tres años después.
Lo cierto es que ya no se le podía engañar fácilmente.
Fue hacia el baño, pensando en que allí estaría su padre u otra persona.
Lo dejaste que inspeccionara, prendiste la lámpara de luz tenue del buró y apagaste la del techo.
Cuando salió, lo llevaste a acostar a su cama, te quedaste un rato acariciándolo hasta que se quedó dormido.
Regresaste y volviste a poner el seguro a la puerta.
—Sube acá, mi garañón —dijiste haciendo a un lado la cobija que me cubría.
Subí y me obligaste a hacer un 69 que te hizo tener otros pequeños orgasmos soltando más líquido de tu vagina.
Mi verga se empezó a parar hasta que eyaculé en tu boca.
Tragaste un poco del esperma que me salió y te enderezaste para darme el resto de mi semilla en un beso.
“¡Puta!”, pensé en mis adentros mientras metías tu lengua en mi boca.
Nos metimos bajo las cobijas, nos abrazamos para dormir.
Tomaste una teta y me la ofreciste.
Mamando como bebé, mientras jugabas jalando mi escroto me quedé dormido.
—Despierta, mi amor, ya se escuchan los pajaritos —dijiste en voz baja moviéndome la verga y los huevos.
Tus caricias hicieron reaccionar a mi pájaro madrugador, te montaste en mí y te moviste hasta hacerme venir.
—Ya no hay tiempo para que te bañes, vístete antes de que despierte a los niños —ordenaste y yo obedecí.
Después de darte un beso en la boca, una lamida en el clítoris y otras dos en las tetas, salí de tu casa y contemplé la aurora.
A 16 días de tu partida, y a un mes de nuestro último encuentro, reitero que me gustas para cogerte, mi Nena.
Sé que no soy original: casi todos quisieran hacerte lo mismo.
Los afortunados que lo logramos sabemos que fue porque tú nos habías elegido de antemano para ello.
¡Qué bonito homenaje de amor! Se nota que te pegó su partida.