La Prueba en la Selva
Mia, desafiada por el pastor Daniel, viaja al Amazonas para probar su fe, pero una traición la lleva a una noche de pasión desenfrenada con los hijos del jefe de la tribu. .
Soy Mia, y esta es mi historia, contada como la viví, con cada detalle y emoción que aún me sacuden. Todo empezó en la casa de los padres de mi novio, Ethan, con una cena que parecía normal pero que cambió mi vida.
Ese día, la carne asada olía deliciosa, pero el aire estaba pesado. Daniel —el padre de Ethan, un pastor mormón de mirada dura— nos observaba, como si no quisiera que yo estuviera ahí. Tal vez era por el vestido que llevaba, pues se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Pero bueno, recuerdo que esa noche Ethan estaba a mi lado. Él lucía bastante nervioso y casi no tocaba su comida. Sus manos temblaban y cuando por fin se atrevió a hablar, soltó la noticia de golpe.
—Papá… quiero casarme con Mia. Ella es la indicada.
Laura, su madre, sonrió con un pequeño grito de emoción.
—¡Qué alegría, hijo! Sabía que encontrarías a alguien especial ¿Qué piensas Dani? Creo que Mia es una buena chica.
Daniel masticó despacio, y el silencio se volvió insoportable.
—La aceptaré solo si demuestra que su fe es verdadera —dijo serio—. No quiero que se unan en yugo desigual. Eso solo trae problemas.
—¿Otra vez con eso, papá? Mia no tiene que probarte nada.
—Daniel, basta… —intervino su madre con su voz cansada—. No hagas esto más difícil.
En ese instante, sentí miedo, pero también una necesidad enorme de hablar. No iba a dejar que me trataran como si no fuera digna de su hijo.
—No sé qué significa “probar mi fe”, señor Daniel —dije, sin apartar la mirada—, pero estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. Yo en verdad amo a su hijo.
Entonces, el pastor Daniel me sostuvo la mirada por unos segundos que se sintieron eternos.
—Bien, pues ven conmigo a mi próxima misión en el Amazonas. Quiero ver como te comportas frente a una tribu donde hay tanta necesidad. Ahí sabré realmente quién eres.
—¡Estás loco! —dijo Ethan—. Si ella va, yo también.
—Esto es entre ella y yo. No te metas.
—Lo siento, pero no iré sin él —dije firmemente.
Daniel tardó en responder, pero al final asintió.
—Está bien. Pero si no pasas esta prueba… te alejarás de Ethan para siempre.
—Eso no pasará —dijo su Ethan—. Mia lo logrará.
Después de eso, nadie dijo nada más. Terminamos la cena en silencio, y yo no dejaba de pensar en lo que había aceptado.
Los días pasaron volando, y el viernes llegó antes de que pudiera asimilarlo.
Salimos tarde desde la iglesia en un autobús, y después tomamos un vuelo que duró toda la noche y al amanecer aterrizamos. Cuando al fin bajamos, el calor del Amazonas me golpeó como una pared. Un guía nos esperaba en una camioneta y nos llevó por caminos de barro hasta detenerse de golpe. Pues frente a nosotros, había una lanza clavada en el suelo… y en la punta, una cabeza disecada que parecía mirarnos con los ojos aterrados.
—Hasta aquí llego —dijo el guía, con la voz temblando—. Esta tribu es peligrosa. Todos aquí tratamos de evitar cruzarnos con ellos… discúlpeme pastor, pero no puedo arriesgar mi vida.
—Gracias por traernos —respondió Daniel, como si no pasara nada.
—¿Oíste eso, papá? —dijo Ethan, furioso—. ¡Nos trajiste a morir! ¿Acaso quieres deshacerte de Mia?
—Pues claro que no… y además, no hay de qué temer. Mis colegas me han dicho que esta tribu entiende algo de español, estaremos bien. Dios nos protegerá, ya verán. Bien… gracias por acercarnos a la tribu Señor, cualquier cosa, yo le llamó a su celular para que venga por nosotros.
—Perfecto —dijo el guía—. Estaré pendiente a su llamada, pero eso si, solo los recogeré aquí.
Al oír eso, Ethan tomó su mochila furioso, sin decir nada. Yo le apreté la mano y sonreí para tranquilizarlo, aunque mi corazón latía muy rápido. Porque también me sentía aterrada.
Y entonces… entramos a la selva. La humedad se pegaba a mi piel y sentía cada gota de sudor resbalar por mi espalda. Los monos gritaban a lo lejos, aves de colores pasaban sobre nosotros, y los arboles enormes llenaban el ambiente.
De repente, un silbido cortó el aire. Tres flechas se clavaron en el suelo, a pocos centímetros de nuestros pies.
Mi corazón dio un salto tan fuerte que sentí que iba a salirse de mi pecho. Pensé que era el final. Y el miedo fue aún mayor, cuando de entre los arbustos surgieron tres figuras.
Dos de ellos eran hombres altos y musculosos, con tatuajes de serpientes en el pecho, collares de garras y pequeños taparrabos que dejaban poco a la imaginación. Iban armados con lanzas. Y delante de ellos, caminaba una mujer de piel canela que llevaba un collar de dientes de cocodrilo que oscilaban entre sus senos. Ella caminaba erguida, con una mirada firme que me hizo estremecer.
—Alto. Esta ser nuestra tierra —dijo, sin apartar la vista.
—Esperen, no nos hagan daño. Venimos a ayudar a Fátima. —respondió Daniel, con un tono de miedo y respeto.
Entonces, una voz suave surgió detrás de ellos:
—Esperen, amigos… ¿por qué me dejaron atrás? Ufff… tuve que correr para alcanzarlos. Tranquilos, ellos me reemplazarán el fin de semana, pueden confiar en ellos.
—Vaya, justo a tiempo, hermana Fátima… —dijo Daniel, aliviado.
—Sí, jeje… es un gusto verlo aquí, pastor. Estoy segura de que su presencia bendecirá muchas vidas aquí. Y veo que no viene solo… Mucho gusto, hermanos, sean bienvenidos.
—Ah… sí, hola —fue lo único que alcanzamos a decir Ethan y yo, todavía nerviosos.
—Siento tener que dejarlos, pero necesito alcanzar al guía que los trajo. Seguramente sigue en la entrada cargando gasolina. Escuchen guerreros: ellos son mis amigos, pueden confiar en ellos.
—Bien. Si ser amigos Fátima, ser buenos para tribu. Confiar —dijo uno de los guerreros, bajando su lanza.
—Listo, ya está. Que Dios los bendiga. Sigan la obra. Nos vemos el domingo en la tarde —se despidió Fátima, y salió corriendo por el sendero.
Mientras la mujer guerrera nos decía:
—Yo ser Kira. Seguirnos ahora.
De esa forma, tuvimos que caminar un poco más. Y al llegar a la aldea, el lugar era hermoso. Las cabañas eran de paja dispuestas en círculos alrededor de un río ancho y tranquilo. Pero lo que más me sorprendió, fue la naturalidad con la que todos vivían allí: las mujeres andaban con el torso descubierto, mostrando sus senos mientras cargaban sus cestas llenas de hierbas y frutas, mientras los hombres tallaban lanzas, y los niños jugaban completamente desnudos a la orilla del rio.
Entonces Kira habló.
—Ropa de ciudad incomodar a tribu. Tener que vestir como nosotros. Así demostrar respeto.
—Papá, esto no me gusta.
—Tranquilo, Ethan… Claro, no queremos incomodarlos, lo haremos.
Y así fue, como Daniel y Ethan se fueron con los dos guerreros. Mientras Kira, me llevaba a otra cabaña, y al llegar ahí, me dio un taparrabos y el miedo me apretó el pecho.
—No quiero ofenderte Kira, pero… no estoy acostumbrada a enseñar mis senos. Tengo miedo salir así…
—Miedo, ¿por qué? Pechos son belleza. Nadie ve mal. Todos ser libres y respetuosos aquí.
—Lo entiendo, pero es que en la ciudad… las mujeres nos cubrimos esta zona y me da vergüenza andar por ahí, solo con este taparrabo.
—Entiendo. Mujeres de ciudad ser así. Pero aquí, pechos orgullo. No importar, yo entender su cultura. Tomar esto. Es un cubre tetas. Fátima usaba uno parecido, y no incomodar a nadie aquí.
Al ver eso, suspire de alivio y me alegre. Esa prenda no era la gran cosa, apenas eran dos cocos unidos por lianas, pero me alegre de que algo así existiera por ahí.
—Gracias. Ahora si, con eso me sentiré mucho mejor.
—Bien, ahora cambiar. Yo esperar afuera.
Me quedé sola en la cabaña, con el corazón latiendo fuerte. Me quité el short que llevaba puesto, sintiendo el aire fresco rozar mis piernas desnudas, y luego el top, dejando mis senos al descubierto. Mis pezones se endurecieron por el cambio de temperatura, y un escalofrío me recorrió la espalda. Me dejé los cacheteros por instinto, pensando que al menos eso me protegería un poco. Tomé el taparrabos y lo deslicé entre mis piernas, ajustándolo en la cintura. Me quedó como una falda corta, rozando mis muslos de una forma que me hacía sentir ligeramente expuesta, vulnerable, pero también… extraña, como si mi cuerpo despertara a algo nuevo. Luego, me puse el brassier de cocos.
Apretaba mis senos, empujándolos hacia arriba, dejando la curva inferior visible. Me miré en un pedazo de espejo roto que había en la pared, y sentí una ola de calor subirme por el vientre. Me veía sexy, salvaje, pero no iba a dar marcha atrás. Tenía que demostrarle a Daniel que era digna, por el amor a Ethan y por la «obra del Señor». Respiré hondo y salí.
Afuera, Kira me miró y me dijo:
—Lucir bien, pero… ¿Qué ser eso?
—Ah, esto? Es mi ropa interior.
—Sí, ¿por qué llevar puesto eso?
—Es que verás… yo creí que podría quedármelo, para sentirme más cómoda.
—Así no poder entrar… gente mirar con desprecio. Eso demostrar falta de respeto. Quitar eso.
En ese instante, me quería morir. El calor subió a mis mejillas, y sentí un nudo en la garganta. Así que solo asentí y volví a la cabaña. No tenía opción: tenía que quitarme los cacheteros, quedarme completamente expuesta bajo. Entonces, decidí no darle mas vueltas al asunto, y me me bajé la prenda, y me puse a rezar para que el taparrabos me cubriera lo suficiente y no llamara la atención. Por lo cual, traté de acomodarlo lo mejor que pude, y cuando estuve lista, respiré profundo armándome de valor, y salí de nuevo.
Kira sonrió, satisfecha.
—Ahora sí, lucir bien. Vamos con otros.
Mientras caminaba a su lado, la sensación era intensa: el aire se deslizaba libre entre mis piernas, rozando mi piel sensible, como un cosquilleo constante que me hacía sentir viva. Cada paso, era una mezcla de tensión y libertad, pero no iba a rendirme, debía demostrar que era valiente.
Finalmente, cuando llegamos con Ethan y Daniel. Ethan me miró boquiabierto, con sus ojos llenos de deseo, recorriendo mis curvas porque nunca antes me había visto así. Y bueno, Daniel también, pues había un brillo fugaz en su mirada antes de que apartara la vista disimuladamente. Pero para los guerreros, no había rasgo de incomodidad, para ellos era perfectamente normal. De pronto, la tensión se rompió con las palabras de Kira.
—Ahora mostrar aldea. Seguirme.
Y así fue, como recorrimos la tribu: vimos donde sembraban maíz y yuca, y conocimos donde las mujeres molían sus granos, incluso, fue interesante ver como algunos hombres fabrican artesanías de madera y fibras. Hasta que llegamos ante el jefe, un anciano flaco con plumas en el cabello y ojos profundos que parecían leer el alma. Pero era muy amable, el nos presentó a su familia, y luego nos dijo:
—Forasteros… bienvenidos —dijo, según la traducción que hizo Kira.
—Gracias, jefe. Traemos biblias y ayuda —respondió Daniel, con una sonrisa calculada.
—Bien. Quedar. Celebrar noche en fogata, dice el jefe.
Todos, asentimos y Kira se acerco a mi y a Ethan.
—Jefe querer hablar a solas con pastor. Seguirme, llevar a cascada para refrescar.
Y así, Daniel se quedó charlando con el jefe, abriendo el equipaje para mostrar las biblias… Mientras nosotros seguíamos a Kira. El camino era un poco largo, pero poco a poco, comenzamos a escuchar el sonido del agua creciendo. Hasta que atravesamos unos arbustos, y vimos al fin la cascada: era hermosa, y la forma como el agua cristalina caía en una poza azul, era indescriptible.
Al notar Kira nuestro asombro, sonrió.
—Bien. Entrar al agua. Refrescar. Ser bueno para calor.
Y sin pedir permiso o añadir algo más, frente a nosotros, se bajó el taparrabos sin dudar, quedando desnuda. Exponiendo su cuerpo fuerte y curvilíneo sin vergüenza. Luego, se quitó el collar y saltó al agua, salpicando con una sonrisa, mientras sus glúteos se movían sensualmente.
Y justo ahí, cuando voltee a ver a Ethan, note que tenía erección bajo su taparrabo. No dije nada; era por Kira, obviamente. Pero sentí un pinchazo de celos, pero trate de ser comprensible; pues ese lugar, nos estaba poniendo a todos al límite.
—Tengo frío. No nos bañaremos —dije, cruzando los brazos y poniéndome frente a mi novio para que Kira no se diera cuenta.
—Entiendo. No querer incomodar, salir en un momento y llevarlos de regreso.
Y Kira, se sumergió y salió sensualmente. Pues mientras salía caminando, el agua se deslizaba chorreando por sus senos, y gotas resbalaban por su vientre, resaltando su abdomen. Luego, se puso el taparrabos con naturalidad, frente a nosotros.
—Llevar a choza para hospedar.
Y así, cuando llegamos al lugar y nos despedimos, la noche llegó rápido y tuvimos que ir a la fogata central. Ahí, el fuego crepitaba, y la tribu estaba reunida moviéndose al ritmo del tambor que tocaba un anciano. Ni bien nos acercamos, unas Doncellas que bailaban con sus caderas ondulantes, nos dieron una bebida espesa en vasos de barro. Yo fingí beberlo, solo acercando mis labios al vaso; pero Daniel y Ethan, sí se lo tomaron.
Minutos después, el jefe habló, y Kira tradujo para nosotros.
—Bienvenidos forasteros. Beban. Bailen. Honren a espíritus. Como jefe, yo dar bienvenida especial para Daniel y Ethan. Ambos dirigirse a cabaña especial de ritual.
Los dos se levantaron como si nada, yo sujete la mano de Ethan, y le suplique:
—Por favor, no me dejen sola.
—Estarás bien amor. No tardaremos. Vuelvo pronto, si? Solo hago esto para no ofender a esta gente, tranquila.
Y así se fueron, dejándome sola frente al fuego.
El tiempo pasaba, los tambores resonaban y yo estaba ahí, sentada en un tronco con ese vaso de barro en las manos, fingiendo dar sorbos a la bebida espesa que olía a hierbas amargas y algo dulce. Mientras una mezcla de miedo e inquietud, me invadía el alma, era como si pudiera sentir que algo no iba bien. Intenté distraerme mirando a los bailarines, pero mi mente volvía una y otra vez a esa “cabaña especial” donde habían desaparecido Ethan y Daniel. ¿Qué ritual sería ese? ¿Por qué tardaban tanto?
La espera se volvió insoportable, así que me levanté y me abrí camino entre la multitud, esquivando manos que me rozaban sin querer. Y al acercarme a la cabaña, oí risas bajas, gemidos ahogados que se filtraban por las paredes de paja. Empujé la cortina de hojas para espiar, y lo que vi me robó el aliento. Ethan, mi Ethan, yacía en el suelo sobre una estera, rodeado de doncellas desnudas que tocaban su cuerpo sin pudor. Y Kira, estaba encima de él, montándolo con movimientos feroces, chocando salvajemente sus nalgas contra el abdomen marcado de mi novio. Mientras él, la agarraba por la cintura, perdido en el éxtasis, gimiendo como un animal.
—¡Más! ¡Así, no paren! —gritaba Ethan, su voz ronca, irreconocible, llena de un placer.
El mundo se me derrumbó en ese instante. Una puñalada de traición me atravesó el pecho, quemando como ácido, y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, mientras corría alejándome de ese lugar. Mis pies chapoteaban en el barro, el aire nocturno me azotaba la piel, y no sé cómo, pero terminé llegando a la cascada —quizá mi cuerpo recordaba el camino de la tarde—, pero ahí estaba, en medio del rugido del agua y en la parte más alta. Tenía mucha rabia y solo quería explotar, de pronto, vi hacia abajo y una sensación de adrenalina me invadió. El lugar lucía desloado y bien iluminado, por unas antorchas alrededor de la orilla. No sé en que estaba pensando, pero en ese instante, me quité el taparrabos y el brassier de cocos, dejándolos caer en la orilla, y me acerqué al borde desnuda; y sin pensarlo dos veces, me lancé.
El impacto contra el agua fría al fin me envolvió, y me sacudió calmando mi rabia. Luego, emergí hacia la superficie, y al parpadear para aclarar mi vista, note que a unos centímetros, estaban nadando un chico y una chica que me observaban con asombro.
Forzando la vista, los reconocí —eran los hijos del jefe, a los que había visto de lejos esa tarde, cuando nos presentaron al jefe y su familia. El chico se llamaba Taro, tendría en ese entonces unos 15 o 16 años, era delgado y algo más pequeño que yo; mientras su hermana Nala, era la mayor, ella lucía como de unos 18 años o menos. Y en ese momento lo entendí, ellos estaban bañándose en ese lugar, lejos de la algarabía en la fogata, y yo acaba de irrumpir sin su permiso.
Entonces, me quede quieta y el el calor de la vergüenza comenzó a subir a mi cara. Pues recordé que deje mis cosas allá arriba, en la cima de la cascada, y no tenía nada con que cubrirme, excepto por el agua, en la que estaba sumergida hasta el cuello.
—Ay, lo siento mucho —balbuceé, con mi voz temblorosa—. No sabía que había alguien aquí. No quería interrumpirlos.
Nala, se rio suavemente, con un sonido cálido que cortó la tensión. Y se acercó nadando, sin temor.
—Hola, tranquila, no pasa nada. No nos incomodas. Creo que te llamabas Mia, o algo así?
—Aja, sí… me llamo Mia… Dije.
—Lo sabía, tengo buena memoria. No sé si me recuerdas, pero… yo soy hija del gran jefe de la tribu, soy Nala, y este es mi hermano Taro. La cascada es de todos, ¿sabes? Ven, acércate. El agua está perfecta esta noche.
Taro, se acercó un poco más, y no pude evitar notar como me veía con una mirada curiosa, como si supiera que estaba en problemas (porque me había lanzado desnuda al agua).
—Hola… sí, no hay problema —dijo, con un buen español, era extraño pues hasta ese momento, no me había percatado que ellos hablaban perfectamente, sin ese acento entrecortado que tenían los demás miembros de la tribu.
—Vaya, ustedes hablan muy bien el español.
—Sí, es que nosotros, hemos tenido el privilegio de estudiar en una de las escuelas cercanas a la aldea. Por eso conocemos bien el idioma.
—Es cierto, no sé porque, pero nuestro padre nos permitió estudiar. Supongo que quería que entendamos el idioma del hombre blanco para poder mejorar nuestras relaciones, o algo así…
Entonces, mientras asentía y me platicaban sobre lo que habían aprendido. Taro se atrevió a decir:
—Sabes… desde que te vi llegar esta tarde con el pastor, he notado que eres diferente a Fátima… creo que eres más bonita que ella.
Nala, le dio un codazo juguetón en el agua, salpicando.
—Ignóralo, siempre es así con las forasteras. Tú tranquila, sólo relájate. Esta cascada es mágica de noche. Mira al cielo —y ella señaló hacia arriba, donde las estrellas salpicaban como diamantes en un manto negro— y yo, solo asentí aferrada al agua fría.
—Sí, es cierto, nunca había visto estrellas tan claras. En la ciudad, todo es luces y ruido. Aquí se puede apreciarlas mejor.
En eso, Taro sonrió y dijo:
—Es el encanto natural de la selva. Oigan chicas ¿Quieren salir? Hay una roca plana aquí cerca, es perfecta para sentarse y charlar.
—Eh, no lo sé… es que yo, bueno… eh, estoy desnuda. No traje nada conmigo, mejor dicho, deje mis prendas en la cima de la cascada
Nala se giró, riendo de nuevo.
—Aquí todos lo estamos, Mia. La desnudez no es nada raro. Es como respirar para nosotros. Ven, puedes salir tranquila, acompáñanos. Anímate.
Sus palabras, me calmaron un poco y me incitaron. Así que respiré hondo, recordando cómo Kira me había dicho lo mismo esa tarde. Si ellos podían ser tan seguros de sí mismos, ¿por qué no yo? Entonces, me impulsé un poco y comencé a nadar detrás de ellos, hasta que al fin, me fui acercando a la orilla. En ese instante, sentí como el agua me iba dejando más expuesta. Primero mis hombros relucieron, seguidos de gotas resbalando por mis clavículas. Luego, mis senos iban quedando descubiertos, con sus pezones endurecidos por el frío. Y mientras seguía saliendo, el agua iba dejando a relucir mi vientre plano y mis caderas curvas, revelando mi sexo depilado, liso y vulnerable. Al verme así, mis piernas casi temblaban al pisar la orilla, sintiendo el barro suave bajo mis pies, y yo solo… bueno, me paré ahí, expuesta bajo la luna.
De pronto, Taro se dio la vuelta, y al verme, abrió la boca asombrado, sus ojos no dejaban de recorrer cada centímetro de mí cuerpo.
—Por todos los dioses… eres… eres perfecta. Tu cuerpo no tiene marcas, ni tatuajes, eres maravillosa.
Nala, ya sentada en la roca, cruzó sus piernas y con una expresión de pura curiosidad. No pudo evitar decir:
—Wow, Mia. Tus senos… son tan redondos, son como dos melones grandes. ¿Qué hiciste para tenerlos así?
Entonces, me reí nerviosa, cubriéndome instintivamente con un brazo. El halago me calentó las mejillas, y la rabia que había sentido hace minutos, se había disipado.
—Gracias… y en cuanto a mis senos… bueno, no son naturales, me los operé hace años, son un milagro de los avances del hombre blanco. — Dije para que ellos me pudieran entender.
—Operados… ¿eso significa que alguien te los mejoro, no?
—Aja…
—Oye, ¿me dejarías tocarlos? Es que tengo mucha curiosidad. Mira, los míos son tan diferentes.
En ese momento, sentí una mezcla de sorpresa y asombro. Su inocencia era genuina y no lo vi mal, así que le respondí:
—Eh… bueno, si es por curiosidad… adelante— Lo dije sin pensarlo mucho, apartando mi brazo.
Nala, se acercó y extendió su mano cálida rozando mi seno izquierdo, apretando suavemente.
—Mmm… se sienten duros por dentro, pero la piel sigue siendo suave. Es como una fruta madura con hueso. ¿Sientes esto? —preguntó, pellizcando un poco mi pezón endurecido.
—Sí… claro que lo siento… —murmuré, con mi voz ronca.
Taro, que veía todo desde lejos, se acercó a su lado y se inclinó.
—Se ven muy lindas tus tetas ¿Puedo… yo también? Por favor, Mia. Solo un toque, yo también quiero entender.
Su súplica era casi infantil, pero su mirada hambrienta me hizo titubear solo un segundo. El halago me encendió más.
—Está bien… toca.
Taro extendió la mano, con sus dedos temblorosos y me agarró el seno derecho, apretando con curiosidad. Ese contacto doble me hizo gemir bajito, y el placer iba creciendo dentro de mí.
—Son increíbles —dijo Taro—. Son bastante firmes, no como los de mi hermana u otra mujer de por aquí.
Nala, concentrada, tocó su propio seno con su otra mano libre, y empezó a compararlos.
—Los míos son suaves, y se caen. Los tuyos desafían todo lo que he visto.
Pero ella… por estar distraída, no notó que Taro estaba teniendo una erección. Yo no sabía que hacer en ese instante, pensaba interrumpirlos, pero al ver como esa cosita entre sus piernas se hacía más grande, me perdí en el deseo de verlo. Pues era increíble como se le marcaban las venas, y como esa cabecita, se iba hinchando cada vez más por mi culpa. En eso, sentí un pulso en mi sexo, y un deseo traicionero. Era morboso, ver cómo mi cuerpo lo excitaba sin que su hermana lo supiera, y una parte de mí se sintió deseada.
Taro, pensando que no lo había notado, cambió de tema.
—Y abajo… ¿por qué estás tan lisa? Es decir, sin pelos… esa cosa luce como el de una niña.
—Sí, explícanos. En la tribu, las mujeres tienen vello, hasta yo… Solo las niñas o las recién nacidas lo tienen así. ¿Acaso en la ciudad todas son mujeres la tienen así?
Esas preguntas inocentes, me calentaron más. Entonces, me senté en la roca y abrí las piernas despacio para ellos, a fin de exponerles mi vagina depilada, en toda su gloria, con sus labios rosados e hinchados, brillando bajo la luz de la luna y del fuego de las antorchas.
—Verán, en la cuidad, tenemos como costumbre depilarnos. Para eso, yo uso una cera especial para quitar los vellos, y luego queda así. De esta forma, los labios mayores se ven mejor y el clítoris también, de hecho así, es más sensible a cada roce.
Taro se acercó más a su hermana para ver mejor, su erección ahora, era más que obvia y apuntaba hacia mí.
Nala, finalmente lo notó, y le dijo:
—Mira eso, Taro. Se te puso dura como un tronco. ¿Tanto te calienta Mia?
Taro se sonrojó, pero no se cubrió.
—Es… es cierto, es que es inevitable, no verla y sentirme así…
Nala rió, con un sonido bajo y juguetón. Y le guiñó el ojo a su hermano.
—Sabes Mia, aquí hay una tradición antigua. Si una mujer excita al hijo del jefe, debe ofrecer su ano para que libere su semilla. Es una especie de tributo, por haberlo provocado.
En ese instante, me quedé helada, pero el deseo crecía.
—¿En serio?
—En serio, aunque… hay una excepción, él debe tocarte primero entre las piernas. Si estás mojada, el puede proceder. Pero si no… el pobre debe irse detrás de un árbol y jalársela solo.
Yo estaba obviamente mojada, sabía lo que pasaría, pero… no podía resistirme más. Un toque ahí abajo, era justamente lo que necesitaba. Y mientras lo pensaba, Taro se acercó muy seguro hacia mí, eso me desarmo y notando una especie de aprobación implícita en mi mirada, deicidio a tocarme.
—A ver… veamos… sí, lo estas!
Nala suspiró feliz, como diciendo, no hay de otra.
—Lo siento Mia… esto es parte de nuestras costumbres.
Entonces, recordé la escena que había visto con Ethan hace rato, me llene de rabia y me arme de valor. Pues si ese imbécil quiso traicionarme en este lugar, yo también le daría una cucharada de su propia medicina.
—Bien, hazlo. Pero debes ser gentil.
Entonces, me puse en cuatro instintivamente, con mi ano expuesto hacia él. Y Nala, se acercó primero, ella me tomó de las nalgas y me las abrió. Luego, dejo caer un chorro de saliva, que rápidamente recorrió mi raja. La sensación era casi indescriptible, y el placer que me iba dando, era fugaz. Pues mientras ella me tocaba el clítoris, me iba introduciendo un dedo, lentamente en el ano.
Eso es Mia… estás abriéndote más, buena chica.
Sentí cómo mi cuerpo se rendía al toque de Nala, su dedo deslizándose dentro de mí con una facilidad que me hacía gemir bajo, un sonido ronco que escapaba de mi garganta sin control. El placer era un fuego lento, extendiéndose desde mi ano hasta mi clítoris, que ella rozaba con el pulgar, enviando ondas de calor por todo mi ser. Cada movimiento me hacía arquear la espalda, y mis gemidos se volvieron más intensos, como súplicas mudas de ser llenada. Estaba excitada, empapada, mi sexo palpitaba con necesidad, y en ese momento, la rabia por Ethan se mezclaba con un deseo que me consumía por dentro.
Nala notó mi respuesta, y con su aliento cálido contra mi piel, dijo:
—Ven Taro, acércate. Ella ya está dilatada. Es tu turno de depositar tu semilla.
Entonces, Mia se retiró y se puso de rodillas frente a mí. Me levantó, y me acercó hacia a ella, mientras sus brazos me envolvían en un abrazo cálido, y sentí, como sus senos presionaban a los míos, y nuestros pezones se rozaban al contacto, haciéndome temblar. Y así, mientras las dos permanecíamos de rodillas, frente a frente. Note que ella, empezó a bajar las manos por mi espalda, agarrando mis nalgas con firmeza, y separándolas al instante, para exponer mi ano hacia Taro. El gesto era humillante y excitante a la vez, y mi cuerpo temblaba.
—Relájate, Mia —me susurró Nala al oído, con su voz suave—. Solo trato de abrirte un poco para él. Vas a disfrutar esto. Tu tranquila.
Y en eso, Taro se arrodilló detrás, y con sus manos grandes y callosas me tocaba las nalgas, amasándolas con curiosidad y deseo. Sus dedos exploraban toda mi intimidad, hasta que de repente, uno de sus dedos traviesos se hundió en mi ano, girando suavemente . Y yo, solo Jadeé de puro placer.
—Tu piel es tan suave aquí… estas muy apretada, pero lista —murmuró Taro.
Entonces, sacó su dedo y tomó su miembro, duro y venoso, guiándolo hacia mí. Sentí la punta caliente presionando contra los pliegues de mi ano, como si ambos si dieran un beso firme, y contuve el aliento. Luego, empujó lento y la cabeza se iba abriendo paso, dilatándome centímetro a centímetro. El dolor inicial fue un fuego punzante, como si me desgarrara, pero se fundió en un placer profundo, mientras mi ano cedía, envolviéndolo y dándole calor. Cada pulgada que entraba me llenaba, estirándome hasta el límite, y gemí alto.
—Oh, Dios… es tan grande… me estás abriendo bebe —jadeé, tratando de presionar mi cola hacia él.
Nala me besó la frente, y sus manos seguían sosteniendo mis nalgas, facilitando la entrada.
—Buena chica, Mia. Siente cómo te llena, cómo te estira. Gime para él, dile lo que quieras.
Taro gruñó, embistiendo más profundo, su pene se iba deslizando con mayor facilidad.
—Estás tan apretada… me gustas…
Y él, procedió a acelerar sus embestidas, chocando su abdomen bajo contra mis nalgas a un ritmo creciente, y cada movimiento, me hacían arquear la espalda, mientras mis senos rebotaban contra los de Nala.
—¡Sí, Taro! ¡Más fuerte! ¡Rómpeme, fóllame el culo! —grité, desinhibida, con el placer consumiéndome.
Nala rió bajo, mordisqueando mi oreja.
—Eres una puta salvaje, Mia. Vamos, pídele su leche, suplica. Suplica que te de su semillla.
Taro siguió embistiéndome con furia, con sus manos en mis caderas, acercándome mas hacia él.
—Ahhh, ahhh, síííí…. Por favor, Taro, dame tu semilla…. ahhh, aayyy… sí, la necesito
Y él, con un gemido que parecía un rugido, me lo hundió más profundo en una estocada final, y yo, sentí su semen caliente y espeso inundándome por dentro, mientras los pulsos de sus chorros que me llenaban haciéndome desbordar de placer, y yo gritaba descontrolada como una puta, bajo las estrellas.
Al verme así, Nala se apartó con cuidado, soltando mis nalgas, y yo caí rendida al suelo, boca abajo y temblando de agotamiento. Mis músculos se contraían aún, expulsando pequeñas gotas de semen que resbalaban por mis muslos. Y cuando Taro terminó, saco su pene con cuidado y cayó exhausto a mi lado, igualmente jadeando.
Pero Nala no había terminado. Con gentileza, me dio la vuelta, rodándome sobre la espalda. Su toque era suave, casi cariñoso, y yo me dejé llevar. Luego, ella se posicionó entre mis piernas, abriéndolas con sus rodillas, entrelazando nuestras extremidades mientras nuestros sexos se encontraban. Era increíble, sus labios vaginales presionaban contra los míos, ambas la teníamos calientes y resbaladizas —esto no me lo esperaba, pero mi cuerpo, aún encendido, no se negó. Estaba excitada, curiosa, y el contacto era como un bálsamo después del dolor anal.
Nala, comenzó a moverse, sus caderas ondulaban con un ritmo lento al principio. Cada roce era eléctrico, sus labios mayores se deslizaban sobre los míos, y yo note, como su clítoris bien hinchado, a modo de un micro pene me rozaba haciéndome gemir más.
—Siente esto, Mia —murmuró, acelerando, con sus senos balanceándose por el movimiento—
Y yo, solo gemía empujándome más contra ella. Mis manos no podían dejar de aferrarse a sus muslos, mientras el roce se volvía frenético, piel contra piel.
—Oh… sí… es tan… resbaladizo… —jadeé, sintiendo cómo mi excitación crecía.
A medida que nos movíamos, la tensión en mi abdomen aumentó, y sentí el semen de Taro escapar de mi ano. Era morboso, caliente, el líquido espeso se untaba entre nuestras vaginas, haciendo el roce más suave, más pecaminoso. Cada embestida de caderas empujaba el semen de un lado a otro, impregnando nuestros labios.
—Siente su semilla entre nosotras —gruñó Nala, frotando más duro—. Esto ahora nos une más.
Y así, como era de esperar, el orgasmo nos golpeó juntas. Un clímax intenso nos hizo temblar las piernas, enredadas y convulsas, gritando al unísono mientras ondas de placer nos atravesaban. Ambas, caímos rendidas, jadeantes, y Taro, excitado por la escena, se acercó masturbándose furiosamente. Con un gemido, que terminó en una segunda corrida sobre nuestros senos.
—Ahhh, sí… son unas diosas… los espíritus del bosque me han bendecido esta noche—jadeó
Nala rió, exhausta.
—Fue increíble, Mia. Eres una fiera.
Taro añadió, sonriendo.
—Gracias… por todo.
—Gracias a ustedes, no me arrepiento de esto. Fue… fue muy liberador.
Unos segundos después, volvimos a sumergirnos en las aguas de la cascada para limpiarnos. El agua fría lavó el sudor, el semen, los fluidos, refrescando nuestras pieles. Nadamos un rato más, riendo de locura, luego salimos y Taro fue por mis prendas a la cima de la cascada, fue muy lindo de su parte. En fin, cuando todos nos vestimos, ellos me acompañaron de regreso a la aldea, caminando en silencio bajo las estrellas, hasta la choza donde Ethan y Daniel dormían. Me despidieron con besos en las mejillas, y entré sigilosamente, acostándome junto a Ethan, con el cuerpo aún palpitante, y con mi al alma en paz.
Al amanecer, desperté con Ethan agitado. El tenía una cámara en las manos.
—Mia… ¿Qué es esto? —dijo, mostrando el video de la cascada.
—Pues todo es por tu culpa… ayer te vi con Kira en el ritual, y estabas como loco cogiéndotela.
—No, eso no es cierto! Ay mi cabeza! No puedo recordar lo que paso ayer…
—Acaso piensas que soy estúpida? Una traición es una traición imbécil.
Y de la nada, el pastor Daniel entró.
—Háh, pero que paso aquí?
—Es esto papá, mira… Rayos, no puede ser! Esa es Mia? Vaya…
—Basta, ya estoy harta de esta familia. Bien, felicidades Sr. Daniel, no quiero saber nada más de ustedes. Esto se acabó.
Y el pobre de Ethan, salió corriendo fuera de la choza. Mientras la expresión de alegría del pastor, se le notaba en el rostro.
—A decir verdad… Yo fui quien grabo todo eso Mia. Y debo decir… que al menos mi hijo tiene buen gusto. Quién diría que tenías un cuerpazo!
—Ya cállese! Pero que clase de pastor es usted?
—Pues… el que es capaz de hacer lo que fuera necesario, para evitar que zorras como tu, se aprovechen de chicos inocentes como Ethan.
—Mierda, ya estoy harta… llame ahora mismo al guía que yo me largo de aquí
—A decir verdad… Yo fui quien grabó todo eso, Mia. Y debo decir… que al menos mi hijo tiene buen gusto. Quién diría que tenías un cuerpazo!
—Ya cállese! Pero qué clase de pastor es usted?
—Pues… el que es capaz de hacer lo que fuera necesario, para evitar que zorras como tú se aprovechen de chicos inocentes como Ethan.
—Mierda, ya estoy harta… llame ahora mismo al guía que yo me largo de aquí.
Y así, el pastor, con una mueca de satisfacción, tomó su teléfono y llamó al guía para que viniera por mí. Se retiró sin decir más, dejándome sola en la choza, con la mente revuelta. Debo confesar, que me sentía traicionada, humillada, pero también extrañamente liberada. Mientras me vestía con mi ropa de ciudad —el short, la camiseta ajustada, el sostén que ahora sentía como una armadura— no podía evitar pensar en lo que había vivido en la cascada. Cada prenda que me ponía era como volver a una vida que ya no sentía mía. La selva me había cambiado, me había mostrado un lado de mí que no conocía.
Minutos después, oí pasos fuera de la choza. Era Kira, con su figura imponente, el collar de dientes de cocodrilo balanceándose entre sus senos. Me miró con una mezcla de curiosidad y algo que parecía respeto.
—Ven, Mia. Guía esperar en entrada. Yo llevarte.
Asentí, recogiendo mi mochila, y la seguí en silencio por el sendero. Caminar junto a ella fue incómodo; sabía lo que había pasado entre ella y Ethan en la cabaña, y aunque no dije nada, sentía sus ojos clavados en mí, como si pudiera leer cada pensamiento en mi cabeza. El calor de la selva me envolvía, el canto de los pájaros resonaba, y yo solo quería dejar todo atrás. No cruzamos palabras, pero su presencia era un recordatorio de la traición que me había empujado a esa noche salvaje. Cuando llegamos al borde de la selva, el guía estaba allí, apoyado en su camioneta, con el motor ya encendido.
—Gracias, Kira —murmuré, sin mirarla a los ojos.
Ella asintió, con una leve sonrisa.
—Eres fuerte, Mia. Selva no olvidar.
Subí a la camioneta, y mientras nos alejábamos por el camino de barro, miré por la ventana cómo el verde espeso se tragaba la aldea. El guía no dijo nada, solo tarareaba una canción, y yo me perdí en mis pensamientos. Todo había salido bien, de alguna manera.
El viaje al aeropuerto fue tranquilo, el guía me dejó en la terminal con un simple “Buen viaje”. Subí al avión, y mientras despegábamos, sentí que dejaba atrás no solo la selva, sino también a la Mia que había llegado allí, buscando aprobación. Cuando aterricé en casa, Ethan ya había comenzado a llamarme, enviando mensajes interminables, suplicando que habláramos, que lo perdonara, que todo había sido un error por la bebida. Pero yo no tenía nada que decirle. Cada mensaje suyo me recordaba su traición, y la voz de Daniel llamándome “zorra” resonaba en mi cabeza. Bloqueé su número, borré sus mensajes y decidí empezar de nuevo.
Me mudé a otra ciudad, lejos de los recuerdos de Ethan y su familia opresiva. Encontré un pequeño apartamento, un trabajo que me gustaba, y comencé a escribir este relato, sentada en mi balcón con una taza de café, mirando las luces de la ciudad. Lo que viví en la selva fue una de las experiencias sexuales más intensas de mi vida, un torbellino de rabia, deseo y liberación. No me arrepiento de nada. Cada gemido, cada toque, cada orgasmo bajo las estrellas fue un acto de rebeldía, una forma de reclamar mi cuerpo y mi libertad. La selva me enseñó que no necesito probarle nada a nadie.
(Fin)
Uf
Ese «Uf» lo dice todo… me encanta que te haya gustado!